jueves, 14 de agosto de 2014

El sueño colombiano de Sebastián
Francisco de Miranda y Rodríguez
Parte II
 (Caracas, 28 de marzo de 1750 – San Fernando, Cádiz, 14 de julio de 1816)

Hombre en Fuga hacia la libertad
Para una mejor comprensión del caso del Santo Oficio contra Miranda, hay que precisar que esta nefasta organización religiosa-policiaca y jurisdiccional, empezó a vigilarlo desde cuando estuvo sirviendo en Cádiz, como era el procedimiento común en esa entonces, sin que el sospechoso tuviese el menor conocimiento. Las “orejas” de La Inquisición le habían informado que tal como su compañero el peruano Manuel Villalta, a Miranda le atraían los libros prohibidos como los de Diderot, Voltaire y Rousseau. Debido a esta “malévola” inclinación Miranda también había adquirido objetos pequeños del “marketing” de esos temas en ese tiempo: bustos, grabados, estampas y figuras de porcelana de dichos autores. Uno de los investigadores de la vida de Miranda, Javier Arreaza Miranda, dice en su obra, “Miranda: aventurero de la libertad”, que el 11 de noviembre de 1778, el Tribunal Inquisitorial de Sevilla recibió un expediente de 155 páginas en el que se acusa a Miranda de haber ofendido verbalmente a la Iglesia, de leer y poseer libros y pinturas  prohibidos. Se sospecha que el informe fue entregado por el Inspector militar O’Reilly, quien detestaba al caraqueño.
Para mala suerte de Miranda, al cargo presentado por traición a favor de los ingleses, en Cuba, se añadió una nueva acusación  hecha por las autoridades aduaneras  y fiscales en Madrid nada menos que ante el mismísimo Ministro de Indias, José de Gálvez: Miranda era nada menos que contrabandista de productos ingleses que introducía desde Jamaica por lo que ordenó que lo arrestaran, lo aislaran y lo enviarán directo a Madrid. La verdad era que mercancías que habían sido incautadas, habían sido adquiridas por Miranda por orden verbal de Cagigal. La orden llegó a Cuba en mayo de 1782, mientras Cagigal y Miranda estaban  tomando Nassau. De ahí Miranda partió, sin conocer la nueva incriminación en su contra,  hacia Cabo Francés, en Haití, donde Bernardo de Gálvez tenía su cuartel general. De Gálvez, quien es sobrino del ministro, lo puso bajo arresto el 8 de agosto de 1782 y lo envió hacia La Habana. Apoyado por  Cajigal, el perseguido ejecutó entonces una nueva decisión crucial en su vida. Rompió con el Imperio al cual había servido arriesgando su propia vida,  convirtiéndose en un hombre en fuga. Así, abrazaría con ahínco la realización de su proyecto emancipador de América del Sur. Algo titánico y descomunal para lo cual, sin duda, necesitaría el apoyo de la mitad del mundo, porque la otra mitad, el Imperio Borbónico,  del cual iba a escapar, lo perseguiría hasta el último rincón de la Tierra. De eso se encargó, José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, Secretario de Estado de Carlos III y de su sucesor, Carlos IV. Floridablanca  utilizó la vasta red diplomática de España en  Europa para tratar de capturar a Miranda entre 1785 y 1789.
Su primer destino lógico fue Estados Unidos. Ayudado por amigos de las trece colonias inglesas independizadas, escapó a New Bern, en las Carolinas, desde donde después siguió viaje a Nueva York pasando por Charleston, Filadelfia y Bostón. En esas ciudades entabló amistad con importantes personalidades del naciente país, entre ellos George Washington, Henry Knox y Samuel Adams. Se dio tiempo para conocer de cerca la marcha bélica de la independencia estadounidense, sus progresos militares, sobre todo sobre fortificaciones y hasta mantuvo relaciones pasajeras con varias damas de las sociedades locales. Christian Gadea Saguier, experto asuntos masónicos, afirma un hecho preciso sobre el lado misterioso-masónico de la vida de Miranda. En controversia con investigadores de la propia masonería internacional, dice que Miranda ingresó  a la masonería en 1873 en Filadelfia, apadrinado por el gran maestre de la organización secreta, el francés Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, marqués de La Fayette, militar galo que llegó a América directamente a pelear junto a Washignton por la independencia de las trece colonias. Aquí se inició uno de los lados semi ocultos de la vida de Miranda que lo vinculan con el afán o plan liberador que habría cumplido la masonería tanto en la revolución francesa como en las independencias americanas. Otros  informes masónicos, afirman que el caraqueño ascendió a “compañero”, en Londres, en 1785 y al grado de “Maestro”, en París, en 1797 y que luego se valió de la masonería para predicar el independentismo a través de la famosa logia masónica operativa Lautaro. No obstante, otro sector de masones, dice que no existen registros del paso del guerrero por la organización por lo que supone  que solo fue un periférico o amigo. Más adelante veremos este asunto.

¿Libertador, traidor o espía?
No obstante sus buenas relaciones, Miranda no pudo permanecer mucho tiempo en Nueva York, porque los agentes del imperio borbónico y en particular los de los reinos de España y Francia, le perseguían afanosamente. Pretendían regresarlo, por supuesto encadenado, para asegurarse  de que no divulgase los detalles de la fallida invasión a Jamaica. Ellos difundieron en Nueva York información que lo mostraba como un desertor y traidor a España. Sin poder desmentir las acusaciones, pues hubiese tenido que revelar secretos de estado y, pese al amor que le profesaba Susan, la hija del secretario de estado estadounidense Livingston a quien había cautivado en Nueva York, tras 18 meses de estancia, tuvo que viajar rápidamente a Inglaterra. En EEUU  Miranda había comenzado a desarrollar sus escritos, planos y diagramas sobre su sueño del gran país suramericano que deseaba forjar y había  expuesto el proyecto a las personalidades que pudo conocer. Es probable que un certero análisis de la geopolítica de entonces le llevara a la conclusión de que, Estados Unidos no podía apoyarlo por los favores que estaba recibiendo de España y que la mejor opción era  Inglaterra y  allá fue el 15 diciembre de 1784.

El sabio se consolida
Llegó a Londres el 25 de febrero de 1785, durante el vigésimo quinto año del reinado de Jorge III. Algo apurado de dinero recibe apoyo de su amigo John Turnbull, próspero comerciante y socio principal de la gran casa de comercio Turnbull & Forbes a quien había conocido en Gibraltar en 1778. Todavía políticamente no avezado, Miranda visitó al embajador español Del Campo, quien ya tenía la orden de Floridablanca de tenderle una trampa. Sin  renunciar a su nacionalidad española, Miranda deseaba retirarse formalmente  del ejército hispano. Para eso fundamentó su pedido en una carta que remitió el 10 de abril de 1785 a Floridablanca para que fuese entregada al rey Carlos III. En el escrito presentó su trayectoria  y dio como razón de la desgracia que soportaba al solo hecho de  ser americano y no español de la península. Pidió también la devolución de su inversión en la compra de su licencia de capitán, doce años atrás y de los salarios que no había  recibido desde su salida de Cuba. Cual araña ponzoñosa, Floridablanca le contestó que esperase. Mientras tanto se incautó de toda la correspondencia que Miranda enviaba a Caracas, impidiendo que recibiese dinero de su familia.
Mientras esperaba el momento oportuno para plantear a los mandos ingleses sus planes para América Hispana, Miranda hizo en Londres una especie de un ciclo autodidacta de post grado en todas las materias que logró tener a su alcance. Perfeccionó sus conocimientos, su cultura y determinó por escrito su plan de vida con el objetivo de conseguir la emancipación de América del Sur: En el  Diccionario de historia de Venezuela, tomo 3. Caracas: Fundación Polar, 1997 consta parte de su bitácora: «Con este propio designio he cultivado de antemano con esmero los principales idiomas de la Europa que fueron la profesión en que desde mis tiernos años me colocó la suerte y mi nacimiento. Todos estos principios (que aún no son otra cosa), toda esta simiente, que con no pequeño afán y gastos se ha estado sembrando en mi entendimiento por espacio de 30 años que tengo de edad, quedaría desde luego sin fruto ni provecho por falta de cultura a tiempo: la experiencia y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinado personalmente, con inteligencia prolija el gran libro del universo, las sociedades más sabias y virtuosas que lo componen, sus leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes, etc., es lo que únicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la obra magna de formar un hombre sólido». Y no fanfarroneaba. Dominaba seis idiomas y, además, traducía del latín y del griego.

Hacia Euroasia
Por entonces, Londres no fue un sitio seguro para él. Los ingleses pensaban que era un espía y los españoles y franceses estaban seguros de que se iba a pasar al bando enemigo. En Londres, Miranda se reencontró entonces con su amigo, el coronel William Stephens Smith, nombrado como secretario de la primera embajada de Estados Unidos, a cargo del embajador  John Adams. Smith sacó a  Miranda de Londres el 13 de agosto de 1785  invitándolo   a viajar a Prusia a ver  las maniobras militares del rey Federico II, “El Grande”. Los españoles intentaron entonces tenderle una trampa a Miranda ofreciéndole una recomendación  ante el embajador español en Berlín, a cambio de que acompañase a la hija del vicecónsul español en Londres hasta Calais para que ella ingresase a un monasterio. Sospechando una celada Miranda y Smith evitaron Calais y marcharon a Holanda, desde donde siguieron hacia Prusia. De allí, Miranda siguió solo hacia Austria, Hungría, Italia, Grecia  y Turquía. Al año siguiente, 1786 el estadounidense  Smith, se casó con la hija del embajador Adams. Años después, uno de los hijos de la pareja acompañó a Miranda en uno de sus intentos de desembarcar en Venezuela.

Con Catalina, “La Grande”
Desde Constantinopla, a fines de 1786 llegó a Rusia. Allí hizo amistad con el príncipe Potemkin. Van juntos a Crimea y a Kiev, en donde el 14 de febrero de 1787, Potemkin lo presentó ante la emperatriz Catalina II. Se convirtió en uno de sus favoritos. Le dio protección diplomática, le autorizó a usar el uniforme del ejército ruso  y recibió un apoyo de 10  mil rublos. También  conoció Moscú y San Petersburgo. A mediados del 87, con cartas de presentación para los diplomáticos rusos en Viena, París, Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y Nápoles, salió de Rusia hacia Suecia. En Estocolmo, fue recibido por el rey Gustavo III. Continuó su periplo hacia  Oslo, Copenhague Hamburgo, Bremen y Holanda.

Señor Meroff
En Holanda, para evadir las redes borbónicas, se hizo llamar el “señor Meroff”. Marchó luego a Bélgica, Alemania, Suiza, convertido en “Monsieur Meyrat”. De Ginebra fue Francia. El 16 de febrero de 1789 arribó Marsella rumbo a  París, en donde la revolución estaba a punto de estallar. Regresó a Inglaterra el 18 de junio del mismo año, semanas antes de la Toma de la Bastilla, hecho que ocurrió el martes 14 de julio de ese año. En Londres, en medio de la preocupación por la crisis francesa (el mundo ni siquiera intuía que se iniciaba una nueva edad de la humanidad) el caraqueño se mueve entre su amigo Turnbull y el decisivo apoyo del embajador ruso el conde Simeón Vorontsov, quien para darle inmunidad diplomática frente a los sabuesos hispanos lo emplea formalmente ad honorem. Otro de sus amigos, el parlamentario Thomas Pownall, quien fue  el último gobernador británico de Massachusetts, le consiguió una audiencia con el Primer Ministro Willliam Pitt, “El Joven”. Miranda le expuso al mandatario los detalles de la invasión a América del Sur, le solicitó: 15 navíos de guerra y un ejército de 12 a 15 mil hombres. La futura nación sería una monarquía parlamentaria y se llamaría Colombia por su descubridor, Colón.  Se apoyó en mapas, planos militares y  nombres de y la exposición más completa que haya escuchado Pitt sobre el tema sobre  aspectos legales, militares y políticos de semejante  empresa. No obstante Pitt, consideró que aunque sus vecinos  Francia y España merecían una dura venganza por el apoyo dado a los patriotas estadounidenses, el tesoro inglés está en apuros después de la guerra contra alzados. No había dinero para nuevas aventuras bélicas. Además, estaba en progreso el “Incidente de Nutca” o la disputa por las costas canadienses del Pacífico con España y en eso, los ingleses estaban llevando la peor parte. Para darle largonas, Pitt pidió a Miranda una propuesta formal documentada, a la cual finalmente respondió meses después  que Inglaterra la ejecutaría  únicamente como un acto de guerra frontal con España y cuando ésta careciera del apoyo francés.
En estas circunstancias, Miranda recibió una mala noticia sobre su gestión para conseguir formalizar su retiro del Ejército Real de España. Javier Arreaza Miranda, en la biografía que ofrece en la página  Web “Miranda, Aventurero de la Libertad”, anota que la respuesta a este personal y crucial asunto de Miranda llegó de  Madrid, en abril de 1790. Le exigían que regresara a esa ciudad nada menos que para ser  juzgado. Sorprendido y triste, tomó su decisión: escribió a Carlos IV a través de Floridablanca, diciendole: "quedan finalmente terminados estos disgustosos asuntos por mi parte; y suplico a Vuestra Excelencia dispense la molestia que por mi parte haya podido ocasionarse." En su despedida dejó en claro que es solamente a causa de las injusticias y persecuciones que sufre que se ve ahora obligado a "escoger una patria que me trate al menos con justicia y asegure la tranquilidad civil”.

En mayo de 1790 en plena Revolución Francesa, se dieron las condiciones que había establecido Pitt para que decidiese apoyar el proyecto de Miranda. Pero, en realidad Pitt perseguía conseguir por las buenas un tratado de paz, comercio y cooperación internacional con Madrid. Algo más barato y provechoso para los intereses de su país, pues tenía oferta productiva que colocar. En una segunda reunión, apremiado económicamente, Miranda pidió a Pitt  un aporte económico mensual.  Pitt accedió a eso y le pidió que siguiese esperando, pues algo importante iba a suceder. Ocurrió que considerando lo feo de la situación de Francia, Carlos IV aceptó el acuerdo de El Escorial en octubre de 1790  con lo cual  se arregló el comercio entre bilateral en el Pacífico Norte. El 12 de septiembre de 1791, Pitt le comunicó a Miranda que el gobierno de Su Majestad no tenía interés en invadir América Hispana y que en compensación por sus esfuerzos la Corona le pagaría 500 libras por una sola vez. Y, eso fue todo. Sin embargo, Pitt no le devolvió sus documentos aduciendo que los había extraviado. Esto enfureció sobremanera a Miranda, pero no pudo hacer nada más que protestar por escrito. En Inglaterra, nuevamente, poco podía hacer a favor de su sueño. 

domingo, 10 de agosto de 2014

El sueño colombiano de Sebastián
Francisco de Miranda y Rodríguez
Parte I
 (Caracas, 28 de marzo de 1750 – San Fernando, Cádiz, 14 de julio de 1816)

En un reciente texto publicado en este blog (“El imperio que no quería ver”) en el curso de la presente rememoración del proceso emancipador Latinoamericano,  afirmé entre otras cosas: que la causa determinante de las independencias latinoamericanas fue el imparable proceso planetario de transición del capitalismo mercantilista al industrial, fase en la cual el Imperio Borbónico (del cual España y sus colonias eran parte) estaba siendo arrinconado sin remedio hacia la fiesta de los que sobran. Iba a ser reemplazado por el nuevo poder de Gran Bretaña. También dijimos que la aventura de  la independencia, alumbrada por las luces de la ilustración, comenzó como un esfuerzo de fidelidad a la monarquía borbónica cuando ésta fue aplastada por la bota napoleónica,  lealtad que luego se transformó rápidamente en una lucha frontal contra el absolutismo irreductible del repuesto Fernando VII, por la independencia total de su yugo. En ese contexto afirmamos también que  el papel del “Libertador” surgió en la fase militar masiva y final del proceso de ruptura, luego de un prolongado período de luchas parciales durante el cual la pretensión principal era poner en vigencia los términos de “La Pepa” o la Constitución de Cádiz, un manotazo de ahogado de los liberales ibéricos por salvar su posición en el mundo.

Hoy, como resultado de la revisión de los actores principales y de sus respectivas actuaciones de aquella épica etapa, deseo focalizarme en uno de ellos: en Francisco de Miranda, (Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez) aquél venezolano tan formidable que hoy, luego de haber sido ignorado, vilipendiado, humillado y traicionado no una, sino varias veces es hoy considerado un militar universal, diplomático, escritor, humanista político e ideólogo, precursor de la emancipación americana, “Primer Venezolano Universal», «El Americano más Universal». Fue el paradigma del “Libertador”.
Con sinceridad debo decir que por encima de la personalidad de los “Libertadores” Simón Bolívar y San Martín, me atrajo su origen, su determinación para forjar su propio destino, su vocación guerrera, su gran inteligencia, su personalidad cosmopolita y trotamunda de prófugo profesional, su bonhomía dicharachera, parrandera y jugadora de supuesto espía, su éxito con las mujeres, su trayectoria plena de misterio enfundada en falsas identidades, su vasta cultura, su apego a organizaciones secretas y conspirativas y su férrea voluntad de liberar a su país, que lo llevó a sacrificarse ante la injusticia y la traición y a morir en prisión sin ver ni siquiera un boceto de lo que había su sueño máximo: una Latinoamérica libre y unida. Creo, sin temor a equivocarme, que la historia de Miranda, resume del mejor modo, la historia de la independencia latinoamericana. Y, aunque, evidentemente hay distancias y desbalances entre uno y otro caso, pienso que hay cierto parecido entre el profundo contenido romántico de las quijotescas  luchas del Gran Miranda y de las de Ernesto Che Guevara, ambos soldados universales de la libertad.

Un sambenito genético
A Miranda le persiguió un sambenito de origen. Ser hijo de un español considerado de tercera categoría, don  Sebastián de Miranda Ravelo, solo porque provenía del Valle de la  Orotava, en Tenerife, una de las Islas Canarias. Esta clase de españoles era públicamente menospreciada en los virreinatos por los peninsulares y por los criollos. Los llamaban “mestizos de guanche o blancos de orilla”. Pero, don Sebastián no era un hueso fácil de roer. Tras convertirse en Caracas, en un próspero mercader de textiles, con toda la parafernalia católica de la época se casó en la Catedral caraqueña con doña Francisca Antonia Rodríguez de Espinosa, por supuesto, también de origen canario y considerada blanca. No obstante, por más fortuna que acumulase, la familia Miranda no podía aspirar a salir del grupo socialmente discriminado de los “blancos de orilla”, ninguneados por los blancos criollos o mantuanos y por los blancos españoles. Tratando de romper esa injusta situación, don Sebastián consiguió ser nombrado como Capitán del Batallón de Milicias de Blancos de Caracas. Entonces sus enemigos actuaron. Se opusieron, arguyendo que era  isleño y comerciante, condiciones indignas para formar en el ejército del rey. Lo procesaron ante el Cabildo de Caracas, organismo que le acusó de «mulato, mercader, aventurero e indigno por muchos antecedentes de desempeñar puesto de categoría». Miranda padre, no se arredró y apeló a la mismísima audiencia de Madrid, directo a Su Majestad, consiguiendo una sentencia real y definitiva a favor de sus plenos derechos de español de primera categoría. Sin embargo, sus enemigos no le perdonaron y siguieron ninguneando a él y a su familia.
De todo esto fueron testigos, el primogénito Francisco Miranda y sus ocho hermanos y hermanas. Sobreponiéndose a la marginación caraqueña, el joven Francisco accedió en 1762 a la Universidad de Caracas, donde estudió latín, Gramática de Nebrija, Teología Básica, Historia, Aritmética, Geografía, Artes, Lógica, Física y Metafísica. Obtuvo su bachillerato  y empezó a estudiar Medicina a los 17 años. Sus maestros fueron celebridades caraqueñas de la época, los doctores Domingo Velázquez, Francisco José de Urbina y Gabriel Lindo, de lo que se deduce que el joven Miranda recibió una sólida formación. Fue en este período cuando su padre enfrentó el litigio por sus derechos civiles, pero pese a su victoria, el joven Francisco decidió que Caracas era una aldea de envidiosos indigna para sus planes, por lo que a los veinte años de edad se embarcó el 25 de enero de 1771, rumbo a Madrid, con el firme objetivo de ingresar por todo lo alto al Real Ejército de Su Majestad. Esto es evidencia de que en los virreinatos, aún para ciertos españoles, el tener fortuna no les garantizaba el acceso a la  información y el conocimiento de aquél entonces, o sea a la “ilustración” o nuevas ideas de cambio.  Tal acceso fue posible únicamente a  minorías selectas por clase social, es decir, a las burguesías criollas de Caracas, México, Bogotá, Quito, Buenos Aires, Lima y Santiago. Y, es un hecho que tras conocerlas, los españoles americanos y los nativos no las hicieron suyas. Por el contrario, las rechazaron por fidelidad a La Corona.

Espada del rey
Tras llegar a Cádiz, Miranda comenzó a redactar una minuciosa bitácora personal de sus hechos personales, la cual al final de su vida, tenía 63 cuadernos. Una vez en Madrid y a la usanza de entonces, comenzó con gran ahínco su auto preparación para solicitar el ingreso al servicio militar del rey. Con los recursos que le proveía su familia, estudió Matemáticas, Geografía, inglés, francés, italiano, táctica y arte militar, arquitectura militar, ingeniería militar, artillería, fortificación y ataque a plazas, así como materias que constaban en libros prohibidos por la Inquisición que adquiría en el mercado negro de la época. Después, esto le traería graves problemas. También amplió sus conocimientos hacia la trigonometría, la geometría, el álgebra, la física, la óptica, la gramática, la poesía y la comedia. Hasta compró una flauta para aprender escritura, lectura e interpretación  musical. Después de casi dos años de preparación concienzuda, solicitó su nombramiento o patente de Capitán del Ejército Real, obteniéndolo previo pago de  85 mil reales de vellón, el 7 de enero de 1773. Tiempos de auge del Imperio Borbón, con el segundo monarca de la dinastía en el trono de España, Carlos III. Tiempos también de ira de Inglaterra contra los borbones lo que originaría la “Guerra de la Sucesión”, no solo en Europa, sino también en Las Antillas. Tiempos de moda creciente  de la inversión privada, según la cual los ciudadanos tenían que pagar de su propio peculio el honor de ingresar al ejército real y tentar la posibilidad de dar la vida por Su Majestad. Así como también tenían que pagar por permisos para explorar y ocupar nuevos territorios, de acuerdo a contratos llamados “capitulaciones” cuya ejecución era de su total cuenta y riesgo económico. Concesiones, las llamamos hoy.

Primeras Armas
El Capitán Francisco de Miranda empezó su vida de armas  en el Regimiento de Infantería de la Princesa. En diciembre de 1774 estaba en la fortaleza de Melilla, posesión española en el Norte de Africa, sobre el Mediterráneo. Sorpresivamente, como parte de un plan secreto de Inglaterra, enemiga mortal de España, el sultán de Marruecos Sidi Muhammed ben Abdallah  sitió a la guarnición y la cañoneó sin misericordia. Miranda comandó entonces una audaz incursión nocturna con un grupo de sus soldados que tras las líneas enemigas logró destruir gran parte de la artillería enemiga, contribuyendo a la rotura del cerco. Después participó en un ataque de represalia contra Argel durante el cual fue herido en las piernas. En Cádiz, mientras dos de sus amantes y el alcohol para bajar las tensiones de la guerra, provocaban sus primeros problemas de disciplina militar, las trece colonias inglesas declararon su independencia en 1776 y  continuaban enfrascadas en una intensa guerra para sellar su emancipación. Por sus "escapadas", el propio rey ordenó que castigaran las veleidades de Miranda, pero su jefe el general Juan Manuel Cajigal y Niño, lo amparó.

La visión de Pensacola
Miranda permaneció sirviendo en Cádiz hasta que en 1780, siendo ayudante de campo del General Cajigal,  fue enviado con su batallón a La Florida a pelear en Pensacola contra los ingleses, en los hechos para apoyar  a los patriotas de las ex trece colonias que tras declararse independientes seguían peleando porque para  lnglaterra la declaración del 4 de julio del 76 había sido solo una bravata. Participó en la toma de la plaza a sangre y fuego  por lo que le ascendieron a teniente coronel. Sus biógrafos anotan que durante la ocupación de Pensacola, ante la evidencia de que al norte del Missisipi surgía una gran nación emancipada de Inglaterra cuatro años antes, obviamente en secreto, empezó a elucubrar e su proyecto de crear hacia el Sur, hasta la Tierra del Fuego una nueva  gran patria latinoamericana, libre del yugo español. Hasta ideó el nombre: Colombia o Colombeia. Estando en Pensacola el general Cajigal le envió, vía Cuba,  a Jamaica. So pretexto de negociar un acuerdo de intercambio de prisioneros con los ingleses, debía de obtener una radiografía total de las fuerzas inglesas en la isla para decidir un ataque. Y, así lo hizo. Regresó con valiosa inteligencia que permitió preparar un plan de ataque completo.

Las garras de la Inquisición

Antes de que se decidiera el ataque, La Inquisición  abrió proceso  a Miranda en España, acusándolo de tenencia de libros y pinturas prohibidas, entre ellas los textos de la ilustración sobre el nuevo orden en progreso. La malhadada institución ordenó su arresto y su retorno a Madrid. Lo habían detectado como librepensador, cultor de ciencias ocultas, ateo, sacrílego y potencialmente peligroso para la Corona. Todo un demonio. Mientras, gracias a su jefe conseguía apelar su caso ante el rey, por orden del gobernador y capitán general de Cuba, Bernardo de Gálvez y Madrid, I conde de Gálvez y vizconde de Galvestón, ambos fueron a tomar Las Bahamas con apoyo naval estadounidense. Los borbones preparaban así el asalto final a Jamaica para echar de Las Antillas a los ingleses de una vez por todas. El 4 de mayo de 1782,  la flota hispana bloqueó Nassau.  Miranda negoció la rendición en toda la línea con el capitán general británico, vicealmirante John Maxwell y ambos firmaron la capitulación. Miranda ascendió entonces a Coronel. Junto con los franceses intervino en la preparación del ataque total contra Jamaica, pero no pudieron realizarlo porque entonces  Inglaterra y Francia firmaron la paz. Miranda fue trasladado entonces  a la ciudad de Guaricó, en Cuba, como ayudante de campo del gobernador Bernardo de Gálvez. En esas circunstancias, sus enemigos lo acusaron de traición porque un año antes había permitido visitar las fortificaciones de La Habana al general inglés Campbell; fue arrestado  y encarcelado, Su gran amigo Cajigal lo ayudó de nuevo y logró sacarlo de prisión, poniéndolo literalmente en camino hacia un sueño de libertad. (fin de la Parte I)