domingo, 20 de julio de 2014

EL IMPERIO QUE NO QUERÍA VER

Estando por conmemorase los 193 años de la declaración de la independencia del país, el profesor Hugo Neira Samanez, de la maestría en Gobierno y Gestión Pública  de la USMP, planteó a su clase la cuestión: ¿por qué se produjo la independencia en América Latina? ¿Por el factor de la ilustración? ¿Por la crisis del imperio español y su derrota a manos de Napoleón Bonaparte?, o ¿por el surgimiento de un nuevo sujeto social, El Libertador? Había que escoger una de las proposiciones y discutir las demás, o elaborar una nueva tesis con su respectivo sustento.  Menuda tarea. Para encararla seguí entonces sin mayor elaboración el viejo proceso mental de lo general a lo particular y eso me llevó a una primera certidumbre global: Las “independencias” constituyeron un aspecto económico, político y  social que ocurrió como parte del proceso de transición  de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. El capitalismo mercantilista que había durado unos 200 años, emprendía entonces aquel vigoroso salto  hacia su etapa industrial. Cronológicamente ese período se extiende desde fines del siglo XVIII (1780) hasta el último cuarto del siglo XIX  (1890). Más tarde, el capitalismo se volverá financiero, transnacional y tecnológico. Pero, volviendo al objeto de este trabajo, ocurría que en el trance del naciente capitalismo industrial se requería como condición sine qua non que la burguesía llegase al poder o a su control. No es una coincidencia  que la Edad Contemporánea haya comenzado con la Revolución Francesa, en 1789, a pesar de subsiguientes restauraciones de la monarquía absolutista.  
El empuje del capitalismo mercantil – que empezó a fines del siglo XV (1,480)  y duró hasta fines del  XVIII (1,780), generó e impulsó a insignes navegantes aventureros. Al  portugués Bartolmeu Díaz, al Cabo de Las Tormenta y  a Cristóbal Colon hacia el Nuevo Mundo. Esas gestas  cambiaron el dibujo del planeta, de sus mares, de sus continentes, de los imperios de “Los Austrias” y de los ingleses pero, sobre todo, de los mercados,  abiertos a hierro y sangre por conquistadores como Cortez y Pizarro. No obstante, a mediados del siglo XVIII (1750), la fase inicial del capitalismo se había agotado, tenía rostro de inacción, de estancamiento. Se requerían mejores medios de navegación de ultramar, nuevas tecnologías y nuevas condiciones  para el aumento sostenido de la producción y de las ganancias. La respuesta fue la  fase industrial capitalista que también  redibujaría el mundo, en especial las fronteras de los nuevos estados. Todo empezó imperceptiblemente, como siempre ocurre con los grandes procesos de cambio de la historia, al iniciarse el siglo XVIII. En 1701 (cuando los Borbones asumían manu militari la corona de España a la muerte del último Austria estéril) en una granja inglesa, el agrónomo Jethro Tull, diseñó, construyó y usó la primera máquina sembradora a caballos que empezó a hacer realidad el sueño de los productores del campo: producir más y cada vez más  y mejor  a menor costo, para obtener más ganancia. Lo que siguió fue formidable, grandioso y a la vez dramático y admirable: la máquina a vapor combinada con la lanzadera volante de  Kay hizo del algodón el hilo conductor hacia la gran acumulación del capital. Esa misma máquina asociada al carbón y al hierro forjó un mejor acero, del cual surgieron después con gran vértigo, los barcos de cascos metálicos impulsados por el vapor, la locomotora, el avión, a la par que surgían la electricidad, nuevas armas, el dínamo, el telégrafo, el teléfono y la radio, éstos últimos, precursores de lo que hoy son las tecnologías de la información  y el conocimiento (TICs), base de la nueva sociedad en progreso.

La ilustración
Fue así que, a partir del siglo XVIII con los ingleses por delante, los humanos construimos, casi sin darnos cuenta, la nueva sociedad capitalista industrial. Más preciso es decir que la nueva clase en ascenso, la burguesía, se empeñó en erigir un nuevo orden económico y social como punta de lanza del nuevo tiempo emergente, uno de cuyos filos fueron los cerebros ilustrados que construyeron letra a letra, página a página, libro a libro, su propuesta filosófica, ideológica y económica  ¿Sus arietes? La propiedad privada y la fuerza de la razón y como argumento central la necesidad de un orden adecuado a la naturaleza humana, que permitiese lograr la felicidad. Dicho de otro modo: que les permitiese llegar al poder y dirigir el mundo. Sin duda, una utopía, pero de ilusiones está hecho el futuro. El pensamiento fue destilado por Jhon Locke, el inglés que sintetizó el liberalismo a partir de las largas luchas de los nobles y plebeyos ingleses contra el absolutismo y en pro de la monarquía constitucional. En Francia brillaron Thomas Hobbes (Leviathan), Charles de Secondat, barón de Montesquieu, promotor sin tapujos de la conciencia burguesa y de la separación de poderes para cortarle un brazo al rey (el espíritu de las leyes), François Marie Arouet, “Voltaire”, admirador de la filosofía de Newton, espíritu pacifista antitortura y anti pena de muerte y contra la detención arbitraria. Jean-Jacques Rousseau: su “Nueva Eloísa” y su “Emilio” son casi una tierna pero profunda mirada a las naturales cualidades humanas del amor, generosidad y piedad.  Pero, “El discurso sobre la desigualdad” y su “El contrato social”, son una visión insondable del abismo de la especie. De ese cúmulo de sabiduría brotaron los conceptos y las realidades de nación, estado liberal y democracia republicana (libertad, igualdad, confraternidad) y cuando no se pudo,   monarquía constitucional. De esa fuerza de pensamiento se derivó como fruta madura el pensamiento económico liberal y la sacralización del mercado, a  manos de Adam Smith. Surgió también la guillotina que acabó con los reyes de Francia. Este, pues, fue el gran contexto económico, social y político en el que se produjeron las independencias americanas. Pasemos entonces a ver los detalles.

Napoleón  y el  fin borbónico
En este cuadro de dominio planetario convulso, el llamado “Imperio Español” o mejor dicho el “Imperio Borbón”  era aún una gran potencia mundial. Al final del siglo XVIII, su tráfico comercial con sus posesiones de ultramar representaba la mitad de su comercio exterior. Absorbía el 48% de las exportaciones europeas hacia la metrópoli y sus colonias, sin contar el cuantioso  contrabando inglés. Entre 1784 y 1796 sus minas de plata de México y del Alto Perú aportaban un promedio anual  de 355 millones de pesos.
No obstante, estaba en  grave crisis  económica y financiera. Las nuevas condiciones de producción y comercio hacían insostenible el monopolio comercial colonial y la contención del contrabando, peor aún, teniendo  que sostener en paralelo y al lado de Francia, desde 1756, sucesivas guerras contra Inglaterra, su peor enemigo. El mantener a raya a los ingleses que ansiaban arrebatarles sus mercados luego de que éstos habían perdido sus trece colonias norteamericanas, casi paralizó el tráfico comercial español con sus virreinatos. En 1801 el promedio anual de exportaciones a las Indias descendió un 93%; las importaciones también cayeron radicalmente. El desastre mayor fue la destrucción de la flota española en la batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, tras la cual, el control de las rutas marinas y, por consiguiente, del acceso a “Las Indias”, pasó a manos de Inglaterra. Desde 1805, los ingleses comenzaron a atacar abiertamente las posesiones españolas. El dibujo del mundo estaba cambiando vertiginosamente, a velocidades insospechadas en aquél tiempo. Carlos III, Rey de Nápoles, había llegado al trono Borbón  en 1759, en el tercer año de la guerra de los siete años contra Inglaterra. Urgido de fondos, trató de corregir la organización imperial, pero no atinó a comprender el decisivo papel que estaban jugando los nuevos avances tecnológicos en la creación de nuevas formas de producción que estaban cambiando la sociedad. Reformó la administración de su imperio apoyando a la burguesía, pero con el propósito más o menos oculto  de extraerle pronto recursos  frescos, vía impuestos y préstamos. En sus virreinatos provocó una conmoción social, en especial en el del Perú, al cual para mejor succionarle recursos  lo desmembró en 1776. Lo peor fue su reforma fiscal que  en “Las Indias” produjo una ola de descontento que se tradujo en algunas sublevaciones, con el consiguiente brote de la percepción de la burguesía comercial local de la opción de la independencia. Los criollos virreinales no se reponían aún del golpe tributario cuando en 1778, Carlos III decretó que el libre comercio metrópoli-colonias y finalmente remeció nuevamente a sus virreinatos decretando otra reforma administrativa que sustituyó el sistema de corregimientos  por el de Intendencias, unidades administrativas que se subdividían en Partidos  o provincias, a cargo de nuevos  subdelegados enviados desde Europa. Geoffrey J. Parker, en “Política Española y Comercio Colonial – 1700-1789)” anota que fue en este tiempo que  Inglaterra, percibió el crujir de la estructura del imperio e intensificó  sus políticas y acciones abiertas para tratar de hacerse  si no del todo, al menos una buena parte  del inmenso mercado de ultramar. Percibe también que en este curso surgieron los primeros  matices de “independentismo”  entre las autoridades económicas y  los comerciantes al por mayor  de Lima y México. El crujir se volvió estallido  durante las dos primeras décadas del siglo XIX, cuando  ya independizadas las  trece ex colonias inglesas,  Napoleón Bonaparte, tendió una trampa al Rey Fernando III: acordaron en secreto una canallada. Fernando permitiría el paso del ejército francés para que Napoleón se apoderara de Portugal y luego se dividirían el botín. La bota napoleónica aplastó a los dos países y nombró como nuevo rey de España a su hermano José “Botella” Bonaparte. Entonces, en medio de un gigantesco desconcierto imperial, los españoles de la península resistieron a Napoleón, pero los burgueses de los virreinatos que también trataron de hacer lo mismo proclamando su fidelidad a Fernando, cambiaron finalmente y comenzaron a desprenderse de España. La caída del imperio multinacional español fue una larga agonía que duró de  1808 a 1898, casi un siglo.

Ahora, en respuesta  a las preguntas mi estimado profesor, el doctor Neira, debo decir  que la ilustración o el cuerpo de pensamiento que abonó  la consolidación del nuevo orden económico  internacional  capitalista  a la par del ascenso paulatino, pero inevitable, de una nueva clase al poder, no fue la causa determinante las independencias de Latinoamérica, del derrumbe del  Imperio Borbón, de su división en estados más institucionales y liberales y del desplazamiento de la realeza y la nobleza del control de los asuntos de estado. Por las condiciones del acceso a la fortuna, a la  información y el conocimiento de aquél entonces, determinadas por la  apertura del comercio y el transporte marítimo,  las nuevas ideas de cambio y separación de la metrópoli  llegaron desde Europa, particularmente de Inglaterra y Estados Unidos  solo a  minorías cultas y a elites económicas, es decir, a las burguesías criollas de Caracas, México, Buenos Aires, Lima y Santiago, probablemente, en ese orden. Y, es un hecho que tras conocerlas, los españoles americanos y menos los nativos, en su mayoría, no las hicieron suyas. Por el contrario las rechazaron, por fidelidad a La Corona. Es otro  hecho también que el intento de invasión de Venezuela liderado por aquél formidable “soldado universal” Francisco de Miranda, a pesar de contar con el apoyo económico y bélico de los estadounidenses y de la propia Inglaterra, fracasó totalmente, por el rechazo de la las autoridades y de la  población local a favor del rey. Es también otro  hecho  que el estallido de la emancipación no se inició con  proclamaciones de libertad e independencia, sino como expresiones de fidelidad al rey Fernando VII y de rechazo al usurpador José Bonaparte. Es cierto que los puñados de  independentistas participaron de esos movimientos, percibiendo quizá que eran excelentes oportunidades para sembrar la semilla de la emancipación. Pero lo real es que la aventura de  la independencia fue una metamorfosis de fidelidad a infidelidad inevitable. No obstante, los actos iniciales de la epopeya americana  fueron casi simultáneos en varios virreinatos.

Los Libertadores
Veamos ahora el papel del nuevo personaje llamado “Libertador”. La fase de las protestas y acciones de fidelidad al Rey en contra de las autoridades virreinales presuntamente pro bonapartistas y “traidoras”, comenzaron en un remoto lugar de Los Andes, llamado Chuquisaca (virreinato de Río de la Plata), en lo que hoy es Bolivia. El objetivo fue  político: crear Juntas de Gobierno locales de apoyo a la lucha de la independencia de España del yugo francés. Por eso en Chuquisaca, el 25 de mayo de 1809, un grupo mayoritario de la realista  Audiencia (gobernación) de Charcas, con Ricardo Monteagudo a la cabeza y con el apoyo de universitarios y comerciantes, destituyó al gobernador y formó una junta de gobierno fernandista. No proclamó independencia alguna, pero fueron violentamente liquidados por el Ejército Real del Perú, porque el Imperio estaba seguro de que si lo permitía, la separación era un segundo paso inevitable. Por eso, el de Chuquisaca es considerado como el primer grito  libertario de América. A partir de entonces y en un lapso de solo dos años, se produjo una avalancha de proclamaciones de fidelidad al rey contra Bonaparte y la autoridad del virrey, que luego también, velozmente, mutaron a proclamaciones de independencias territoriales. Venezuela (19 de Abril de 1810), Río de la Plata, al mes siguiente (25 de mayo de 1810), México, cuatro meses después, con el Grito de Dolores del cura revolucionario, Miguel Hidalgo (16 de septiembre de 1810), Chile, dos días después del Grito de Dolores, el Cabildo de Santiago instaló una primera Junta de Gobierno (18 de setiembre de 1810). En Perú, sin embargo, ocurrió de otro modo. Nueve meses después de la junta de gobierno de Santiago y ya alzados en armas los de Rio de la Plata, el 20 de junio de 1811, Francisco Antonio de Zela y sus hombres audazmente entraron en combate en nombre de Fernando VII. Capturaron los dos cuarteles militares realistas de Tacna. Se enfrentaron directamente al supremo poder regional, el virrey José de Abascal y Sousa. Pero solo duraron cinco días en el poder. La represión los aplastó.

Las guerras de la independencia
Habiendo empezado entonces el cataclismo borbónico colonial a partir de 1809, desde  1812 continuó la hecatombe con la fase de campañas de guerra por la liberación del sub continente. Fueron  doce años de sucesivas declaraciones de independencia y creación de nuevos estados respaldadas por ejércitos de sublevados, apoyados abiertamente por Inglaterra, la  aspirante a sustituir a España como primera potencia imperial planetaria. Recién en esta fase militar y política aparece la figura del “Libertador”, cuyos íconos fueron los venezolanos Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y Francisco de Miranda, así como los rioplatenses o argentinos, José de San Martín y Manuel Belgrano,  el chileno, Bernardo O'Higgins y muchos otros. En el campo militar ellos dirigieron constantes combates que terminaron con el dominio borbónico en la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. En el campo político, particularmente Miranda, Bolívar y San Martin, formularon proyectos político-sociales de largo plazo, los cuales, sin embargo, no lograron a ejecutar con éxito.  Para mejor entender este proceso, nótese también las fechas de las consolidaciones de las emancipaciones, en relación al inicio de las hostilidades.  
Argentina: 9 de julio de 1816, seis años después d sucesivos combates, el  Congreso de Tucumán, proclamó la Independencia de las “Provincias Unidas en Sud América”, lo que después sería Argentina. No obstante, la proclamación no fue suficiente, porque la guerra, prosiguió. Chile: ocho años después  de la primera junta  declaró su independencia el 12 de febrero de 1818 y la selló militarmente dos meses después, el 5 de abril, en la Batalla de Maipú, en la que el imperio fue derrotado totalmente. México: once años después del Grito de dolores, el 24 de febrero de 1821. Perú,  28 de julio de 1821. Como centro de poder militar, político y económico, fue un caso especial. De 1811 a 1815, se produjeron “revoluciones por minuto”. Al alzamiento de Francisco Antonio de Zela siguió ocho meses después, el 22 de febrero de 1812, la revolución de Huánuco. Al año siguiente, el 3 de octubre de 1813,  se sublevaron  nuevamente en Tacna los hermanos Juan y Enrique Paillardelli y al año siguiente, en agosto de 1814, una facción de criollos y nativos cusqueños se levantó contra el Virrey y en apoyo del Rey, exigiendo la aplicación inmediata de la Constitución de Cadiz, ese último intento  de lo más avanzado del Imperio Borbón por salvarlo del desastre. Los hermanos Angulo y  Mateo Pumacahua, desataron  una gran conmoción en todo el sur  que duró dos años. Luego de liquidar uno a los Angulo y sus alzados, el 10 de marzo de 1815 los realistas alcanzaron en Umachiri, Puno al cacique de Chinchero y  general  pro Fernando VII, don Mateo Pumacahua y lo derrotaron. Pumacahua fue decapitado. El poeta Mariano Melgar y otros, fueron fusilados. Las fuerzas virreinales resultaron así vencedoras en esta fase de la lucha y retomaron el control hasta 1821, cuando desde Chile avanzó la expedición libertadora sanmartiniana, compuesta por fuerzas rioplatenses, chilenas e inglesas, dotadas de financiamiento chileno e inglés. Venezuela,  logró su independencia doce años después  de la rebeldía del Cabildo de Caracas,  el 8 de noviembre de 1823, cuando José Antonio Páez tomó el Castillo San Felipe de Puerto Cabello consiguiendo la rendición total de las fuerzas imperialistas.
“El Libertador” no fue entonces una causa de las independencias. Fue un agente del proceso de emancipación que surgió de las filas de los propios ejércitos realistas de América y de familias españolas-americanas pudientes, en algunos casos pertenecientes a la nobleza local. La mayoría de ellos, había peleado por  la Corona Borbónica en Europa, en donde accedieron a elementos de la ilustración y a las ideas de emancipación y de creación de estados independientes americanos, fomentadas fervientemente por los intereses ingleses, tanto a través de su servicio diplomático, de sus militares, como mediante sus famosas logias masónicas libertarias y a través de periódicos publicados en Londres y Nueva York. Nada fue desdeñado ante el propósito de acceder al mercado colonial español y a controlar el mundo a través del gran capital industrial, las nuevas armas y las rutas marítimas. Con notorias excepciones, la mayoría de los libertadores, se incorporó a la lucha directa, ya avanzado el proceso de enfrentamiento de las fuerzas americanas contra los virreyes. “El Libertador” fue el brazo armado de la emancipación que intervino como un factor decisivo en la etapa de definiciones por la fuerza. Tan es así que, aparte de los que murieron en combate, ejecutados por el enemigo o traicionados por sus propios parciales, terminada la etapa de guerra de la emancipación, los sobrevivientes se eclipsaron, algunos desdeñados públicamente por sus libertados, otros abrumados por el fracaso de sus proyectos federalistas, republicanos y hasta monárquicos para las nuevas naciones y decepcionados de los “caudillos” locales emergentes   
por su inconmensurable voracidad de poder y su gran ambición de fortuna, a partir del manejo de las arcas estatales.
En conclusión, el imperio borbónico perdió sus virreinatos de ultramar  y entró en fase de disolución como resultado de su crisis económica y militar general debido a que sus gestores no supieron adaptarse a la nueva fase del capitalismo industrial en marcha y al destructivo ataque frontal de Inglaterra y sus aliados con el objetivo de ocupar su sitial como primera potencia mundial y arrebatarle sus mercados.

¿La historia se repite?

Antes de terminar, creo que es necesaria una reflexión más: el mundo de hoy también está viviendo un vertiginoso proceso de tránsito de la Sociedad Industrial, hacia la Sociedad de la Información y el Conocimiento, a partir de los bytes y su transmisión a cada vez mayores velocidades y en volúmenes inmensos por la llamada Banda Ancha. La mayor parte de la riqueza ya no se genera en las plantas y factorías de los grandes consorcios, trust o conglomerados industriales.  Se crea en una simple cochera  en la que no más de cinco creadores de nuevos productos de la tele información lanzan por Internet, con solo el poder de sus mentes,  propuestas de innovación de la vida humana mediante unos cuantos ordenadores portátiles de alta capacidad. Ellos  reorganizan las relaciones personales, familiares, comunales y políticas por las pistas del correo electrónico, por la telefonía IP, por la Web, por las redes sociales y, pronto, por la TVIP, o televisión del futuro. Inevitablemente, estos hechos están creando una nueva brecha entre humanos: “los conectados” y “los no conectados” a la gran telaraña. La gran diferencia: los primeros están a solo un clik de un conjunto de conocimiento jamás acumulado, mientras que los segundos van quedando en la cuneta  de las nuevas tecnologías. Los conectados ya no tienen que memorizar ni almacenar datos en sus cerebros.  Tienen una nueva forma de saber, el acceso fácil a un vasto conjunto de contenidos. Pueden ocupar su potencial mental para otros menesteres.  La especie ha recreado el Big Ban original que generó nuestro universo y lo ha grabado en video de alta resolución. Esto a su vez, le ha posibilitado hallar la partícula esencial del universo, el Bosson de Gibss, tras el estallido del núcleo de un átomo de uranio enriquecido a causa del  impacto de un protón disparado por humanos. Dios sigue sin dar la cara. Ahora, la rama de los “Homo Sapiens Sapiens” se ha propuesto replicar artificialmente al cerebro humano y de ser posible con partes y piezas mixtas (inorgánicas y orgánicas). En el campo médico, se consigue  que las células madres  regeneren órganos humanos completos y la nano-genética está a punto de crear humanos modificados, genéticamente libres de enfermedades hereditarias, gracias a una limpieza  previa del ADN. Es inevitable también una nueva división de la especie, en la que  “los no modificados” no serán los ganadores. En términos económicos la desigualdad de acceso a la riqueza se está acrecentando a niveles insoportables. Los muy ricos son cada vez más ricos, pero cada vez menos y los  pobres son más pobres y cada vez más. Parece que el capitalismo llegaría a su etapa terminal, a su extremo, pues varios dicen que ya no podría seguir generando más riqueza para tan pocos sin provocar un estallido social general.  Este cuadro de nueva crisis,  en el que la mayor potencia del mundo no puede manejar su crisis económica y surge abiertamente un competidor  o varios retadores, está ocurriendo en esta oportunidad ante nuestros ojos, los estamos viendo a través de CNN, a veces en vivo y en directo. Los estallidos sociales son precursores del cambio: ahí está la primavera egipcia, catapultada por la novísimas redes sociales, los escolares chilenos que hacen temblar al régimen por mejor educación con acciones coordinadas por Internet, los sectores descontentos de Inglaterra que ya no aguantan más y se lanzan al saqueo. ¿El imperio, otra vez está tan ciego que no lo quiere ver?

sábado, 5 de julio de 2014

SATÁN: EL ORIGEN DIVINO DE LA REVOLUCIÓN

Recientemente, el reconocido psicoanalista peruano, doctor Moisés Limlij, expuso que mediante el texto clásico de la literatura inglesa “El Paraíso Perdido”, su autor, el político y poeta Jhon Milton,  realizó en 1667 (siglo XVII) una magistral radiografía general del comportamiento humano a raíz del recurrente conflicto social por el ejercicio del poder en todas sus formas: la revolución
El profesor Lemlij desarrolló el tema ante una absorta y súper interesada audiencia de  alumnos de la maestría del Instituto de Gobierno y Gestión Pública de la Universidad Particular San Martin de Porres, a invitación del titular de la cátedra, el también psicoanalista, Max Hernández.
No todos los asistentes, sabíamos quién fue Jhon Milton y menos aún conocíamos su vasta obra poética y política durante la llamada “Revolución Inglesa”, en el siglo XVII. Milton fue un escritor, poeta y político inglés republicano y, por consiguiente combatiente contra la monarquía absolutista, quien se opuso a los planes de dominación total de Carlos I,  invocando su derecho divino a la corona como fuente de su poder.  Milton, enfrentó a los monárquicos, y fue uno de los promotores, al lado del líder Cronwell, de que el rey  no pudiera convocar ningún derecho ni origen celestial y que a lo sumo podía convocar al parlamento como fundamento de su poder y como su gran supervisor. En ese papel, como miembro de la cámara de los comunes votó por la decapitación de Carlos I, pena que fue ejecutada el 30 de enero de 1,649, fecha en que se inició la vigencia de la república parlamentaria inglesa. La república se mantuvo hasta la muerte de Cronwell, luego de la cual se produjo una restauración monárquica.
En la primera sección  de su disertación, el doctor Lemlij explicó que  parte de la vasta obra literaria y política de  Miltón tiene como base la propia vida política del autor, en varios casos desarrollada en prosa poética. No obstante, el expositor subrayó que “El Paraíso Perdido” es una completa elaboración, un estudio casi completo y alegórico de la caída del hombre (de la humanidad), de hondo contenido dramático, político y ético. No obstante, el personaje central del relato no es un hombre, sino el demonio, Satán o Satanás y el cuerpo de la historia es la guerra que este ángel celestial rebelde, desató  contra Dios, su creador y jefe. Una genuina guerra por el poder.  Para Lemlij, el texto versa  centralmente sobre la comprensión del “hecho político”, o sea respecto  al enfrentamiento de un retador por el control del poder supremo y las consecuencias el fracaso de la revolución. 
El doctor Lemlij centró su  exposición  en el Libro Segundo de la Obra, segmento que expone los hechos que se suscitan luego de la sublevación de Satán y sus huestes y su subsiguiente derrota  ante los ángeles fieles a Jehová, apoyados por el aluvión de fuego y azufre, rayos y truenos  lanzados por el creador. Al final de la batalla, caído en el centro del infierno,  Satán se levanta perplejo, asombrado por la situación, pero indesmayable, convoca de inmediato a sus cómplices derrotados,  quienes eran un tercio del número total de ángeles del Señor, número que demuestra  que la base de la rebelión era razón justa.
Al recuperarse en el infierno, Satán  hace ante sus tropas un rápido balance de lo ocurrido y de sus consecuencias y,  a pesar de admitir su derrota, remarcando que su causa es válida, llama a la unión y plantea la cuestión principal: ¿Qué hacer para recuperar lo perdido, puesto que tras haber sido confinados al infierno, ya no tienen más que perder? Él mismo se responde proponiendo a sus huestes continuar una guerra abierta y sin cuartel contra Dios.
Se produce entonces un debate entre él y sus secuaces. Cada uno presenta otras alternativas de acción, como ocurre en cualquier grupo humano que enfrenta una situación extrema, o como sucede en todos los estados mayores militares y  los directorios de grandes empresas. Tratan de hallar un curso de solución.
Los ex ángeles lanzan propuestas que reflejan sus distintas personalidades y actitudes sociales: unos proponen ir todos y con todo lo que tengan disponible contra Dios, pues ya no hay nada que perder. Otros, del tipo cauto, recomiendan esperar, reagruparse, mejorar las tropas y decidir el mejor momento del contraataque.  Los más astutos plantean, buscar el punto más débil del enemigo y concentrar ahí el  ataque. No falta quienes creen que ya no hay nada qué hacer y solo deben asumir las consecuencias y adaptarse a las nuevas condiciones.
Satán hace suyo entonces la alternativa de buscar el flanco más vulnerable de Dios, contemporizando con la idea de uno de sus acólitos e ir a la guerra sin cuartel. Reafirma su cuestionamiento original al Ser Supremo, a quien ya no tienen que obedecer. Consolida su tesis  de que la obediencia a Dios  es improcedente, inválida, sin fundamento sólido, pues su derrota es la mejor prueba de que él  ni los demás demonios habían sido creados por el Todopoderoso, ya que ni Satán ni los demás recordaban ni tenían evidencia alguna de que así había sido. Remarca su aspiración a ser iguales a Jehova, razón primera de su rebelión, acordando darle a Dios dónde más le duele: malograr la obra máxima de su creación, el hombre, induciéndole a la desobediencia, la maldad, al dolor, a la infelicidad y al sufrimiento, así, para siempre, por toda la eternidad.
El doctor Lemlij explicó entonces a su audiencia que  para entender el planteamiento de Miltón, se debe tener en cuenta que todos los humanos  nacen con  miedo a la muerte y con el deseo, la esperanza de que alguien los proteja. Este deseo surge cuando la autoridad  del líder en ejercicio es cuestionada o pierde capacidad y  genera la necesidad de un substituto del padre, de un nuevo poder supremo capaz de enfrentar con éxito cualquier contingencia. En términos generales, la figura del padre adquiera la expresión de  “lo sagrado” que, por la dualidad  de todo lo humano, tiene su contraparte en “lo profano”.
Por lo sagrado – explicó – las personas buscan comunicarse, ponerse en contacto  con el “Padre”.  Entonces, en términos modernos de las relaciones humanas, existe una necesidad, una “demanda”, ante la cual surge una oferta e inevitablemente, entre ambas, emerge un “intermediario”, supuestamente capaz de asegurar la conexión entre los “Hijos” y el “Padre”. Pero este  intermediario para posicionar adecuadamente su papel debe demostrar su capacidad ejerciendo su poder, para lo cual también, inevitablemente, recurre a efectos teatrales, escénicos y a acciones que implican gran fortaleza y una conducta a veces brutal, muy mala y despiadada.
En el trance de la búsqueda humana del “Padre”, del líder natural, en todo grupo humano se produce entonces una cesión de facultades a quien asume la posición de liderazgo o de intermediario. No obstante, cuando se trata de grupos humanos que no tienen  una tarea específica, precisa, se genera un comportamiento primitivo que da lugar a liderazgos  resultantes de la fuerza bruta, duros, crueles e inmisericordes, con marcadas particularidades, de acuerdo a cada circunstancia. 
Al respecto, Lemlij puso como ejemplo el liderazgo que asumieron las pandillas delictivas entre los refugiados del desastre del Huracán Katrina, en el Estadio de New Orleans, por ausencia de la autoridad policial y que empezaron a ejercer poder cobrando abusivamente el uso de los servicios higiénicos en plena catástrofe.
Según Lemlij las circunstancias y características del liderazgo son: cierto sentimiento de omnipotencia y grandiosidad. Capacidad de ser salvador real, ficticio o místico. Capacidad de ofrecerse y, ambición extrema  que fácilmente se transforme en voracidad. Ejemplos en la historia y entre nosotros, sobran. EOR

Lima, 5 de julio de 2014