sábado, 28 de junio de 2014

LA DECISIÓN DE MARIÁTEGUI

José Carlos Mariátegui, publicó el artículo “Dos Concepciones de Vida”, en el año 1925, dos años después de haber regresado a Lima, desde Europa. 
Había partido  en 1919,  al inicio del segundo gobierno de Augusto Bernardino Leguía Salcedo (“El Oncenio”), acogiéndose a una beca oficial  con la cual el régimen dictatorial  disfrazó su exilio y la de otros luchadores sociales. Así, Leguía se deshizo de molestos jóvenes intelectuales socialistas que tenían una posición crítica hacia sus políticas.
Durante los cuatro años que estuvo en Europa, Mariátegui realizó un intenso aprendizaje autodidacta del pensamiento y la acción político social de entreguerras, que se expresaban en dos corrientes claras y opuestas: el comunismo y el fascismo. Antes de su partida, Mariátegui ya había dado pasos importantes hacia la primera.
El pensador Mariátegui nació el 14 junio de 1894,  en Moquegua y murió en Lima el 16 de abril de 1930. Fue hijo de un empleado público, don José Francisco Mariátegui, quien murió cuando JCM tenía trece años. Su madre, Amalia La Chira, proveniente de una panaca quechua,  fue hija de un pequeño agricultor y aportaba recursos a su familia como modista.
Siendo aún niño, Mariátegui sufrió una herida grave como consecuencia de una pelea con sus compañeros de escuela. Este infausto hecho derivó en una leve cojera que lo disminuyó físicamente y quizá fue el motivo de su carácter taciturno orientado a lo intelectual con una dedicación tenaz a la lectura, al razonamiento y al aprendizaje  autodidacta, con una poderosa capacidad de observación y captación de su entorno y sus significados.
A la temprana edad de quince años, entró a trabajar como ayudante de linotipista en el diario “La Prensa”, publicación opositora al gobierno de la llamada “República Aristocrática” (1895-1919) instaurada por Nicolás de Piérola y el Partido Civilista.
En “La Prensa” se relacionó con Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Luis Fernán Cisneros, Félix del Valle, César Falcón y otros connotados personajes del “mundillo” periodístico y literario de ese entonces.  JCM empezó a publicar sus artículos en 1911. Siete años después, en 1918, según lo escribió  en una carta a un entrañable amigo, “nauseado de política criolla”, se orientó  resueltamente hacia el socialismo, decidido a participar activamente en la vida nacional. Durante ese mismo año,  como resultado de sus vocaciones socialistas, Mariátegui, Falcón, Valdelomar, César Vallejo y Humberto del Águila, fundaron la revista “Nuestra Época”, para apoyar las luchas de los trabajadores.
Después, el grupo pasó al diario “El Tiempo”, pero al poco tiempo se apartaron de ese medio para fundar “La Razón”, como «diario del pueblo para el pueblo». Tras el fin del Gobierno de Pardo, asumió nuevamente Leguía, quien al advertir que el grupo en el que actuaba Mariátegui era un núcleo de jóvenes levantiscos peligroso para su régimen, clausuró “La Razón” el 3 de agosto de 1919  y  deportó a la mayoría de los integrantes usando el procedimiento de enviarlos a estudiar en Europa.

Que el tiempo no pase
JCM marchó soltero al viejo continente y  regresó acompañado de su esposa y de su primogénito para poner en práctica en el país todo lo que había aprendido en Europa. A modo de reinsertarse en la vida política nacional, dictó conferencias en la Universidad Popular González Prada, fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre, sobre la crisis mundial derivada de la primera guerra mundial. Asumió la dirección de la revista “Claridad”, cuando Haya de la Torre, futuro líder del APRA, se vio obligado a exilarse en México. Entonces, a pesar de que Leguía encandilaba a las masas con sus espectaculares obras y su despilfarro constructor, Mariátegui entro en escena llamando a la formación del Frente Único de Trabajadores.
En 1924 le  amputaron una pierna, pero confinado a una silla de ruedas, siguió trabajando intensamente. En el curso de 1925, año que corresponde al segundo de la tercera reelección del régimen constructor, despilfarrador y de mano dura de  Leguía (1924- 1929), Mariátegui fundó la Editorial Minerva, la cual  publicó sus obras y las de otros autores peruanos.
En ese tiempo, Mariátegui probablemente percibió que el tiempo se le acababa debido a su precaria salud, por lo que habría decidido in pectore, lanzarse a la aventura de entrar a la acción política revolucionaria directa.  Tal es más o menos, el contexto en el que escribió “Dos Concepciones de Vida”, un texto que ha sido sometido a una serie de sesudos análisis políticos, sociales y antropológicos.

Una poderosa mente
El artículo del joven  Mariátegui, cuya poderosa mente se había fortalecido tras su aprendizaje europeo, es un notable esfuerzo por  sintetizar una visión global de la situación social del viejo continente luego de la primera guerra mundial.
En el breve texto, con maestría, expone la gran ola de conformismo que envolvió a las cúpulas de las clases sociales de ese continente, comportamiento  que facilitó el surgimiento del fascismo y del comunismo.
En mi caso, su lectura me ha permitido percibir que es una valiosa pieza que anunciaba el gran poder de percepción, análisis y comprensión de la realidad  que poseía Mariátegui. Esa facultad lo llevó, pocos años  después, a convertirse en una de las cumbres del desarrollo del pensamiento y la acción política y  social   del país (7 Ensayos de la Realidad Peruana) , en paralelo con otra gran mente de su época: Víctor Raúl Haya de la Torre, con quien tuvo que romper ideológicamente para seguir su propio camino.

La decisión por una vida peligrosa
A mi modo de ver, la idea principal que JCM expone en ““Dos Concepciones de Vida”, es  que por efecto de la gran violencia de la primera guerra mundial, las dirigencias antagónicas de la burguesía y del proletariado  europeos, luego de la guerra, coincidieron  en optar por retornar a como de lugar a la NORMALIZACIÓN, la tranquilidad, la paz, la dulzura y la comodidad  muelle de la época pre bélica.
Los líderes, rechazaron los alardes de heroísmo tanto del fascismo como del  comunismo, pero sin atreverse a impedir que estas nuevas fuerzas  opuestas que pregonaban vivir peligrosamente, impulsaran el movimiento social sobre la base de la necesidad de la fe y del mito.
Y, en esa disyuntiva, el artículo de Mariátegui, fue un anuncio de la decisión que tomó y ejecutó en parte, poco tiempo después. JCM eligió la vida peligrosa, el combate social, uno de los caminos que él veía frente al destino de cada hombre, en un tiempo de descreimiento y conformismo.
Como resultado de su vida peligrosa – considerada por ciertos estudiosos de su obra  como una expresión de romanticismo socialista  -   Leguía lo encarceló, acusándolo de comunista. Pisando firme en el sendero del peligro, fundó el Partido Socialista Peruano y la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP).

No obstante, Mariátegui no alcanzó a  vislumbrar - evidentemente debido a su sorpresiva muerte - que en la confrontación entre el fascismo y el comunismo en Europa, el primero aceleraría el paso hasta provocar una nueva conflagración mundial que terminaría partiendo el mundo en dos. Sin embargo, la potente claridad de su pensamiento sigue  alumbrándonos  y tal vez propiciando que otras mentes peruanas tomen una decisión. EOR 
LA MATANZA ENTRE HOMBRES A ESCALA INDUSTRIAL

Hoy, domingo 28 de junio, el mundo conmemora, evidentemente con desmemoria, los cien años de una fecha fatídica para la humanidad. No es la única de este tipo, por cierto, ni la más terrible. Un día como hoy, en 1914, ocurrió el  asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del trono del  entonces imperio  austro-húngaro, cometido en Sarajevo (en la actualidad, Bosnia-Herzegovina) por el nacionalista serbio Gavrilo Princip. Un mes más tarde, el crimen detonó la primera guerra mundial, una guerra que, a punta de sangre, fuego, gran sufrimiento y mortandad, hizo ver a la humanidad que, al igual que otras actividades productivas y de servicios, el asesinar a hombres en los campos de batalla también podía hacerse a gran escala, a tono con el desarrollo de la revolución industrial  que, por supuesto, había generado  nuevo y más poderoso armamento, cuyo poderío pudo comprobarse con una carnicería descomunal.  
Es interesante y curioso anotar que, si bien la guerra es una tendencia atávica del hombre, su dimensión “industrial” partió de un hecho tecnológico productivo precursor no muy conocido. Fue la invención, en 1701, por parte del agrónomo inglés Jethro Tull, de la primera máquina sembradora tirada por dos caballos que impulsó la productividad del campo, con base en la idea sobre cómo producir más y cada vez más  y mejor  a menor costo, para obtener más ganancia. Como es sabido, cincuenta años después, esta idea generó la revolución industrial, el modo de producción capitalista, o la mejor manera de que la mayor parte de la riqueza siempre sea de unos pocos.
Sin duda, hubo otros hechos precursores impulsados por la ciencia y la investigación, como los planos de Papin de una máquina a vapor con los cuales el herrero Newcomen construyó la primera bomba de agua a vapor; su mejora por Watt dándole el poder de cambiar el movimiento rectilinio al circular, posibilitando un sinfín de aplicaciones; la invención de la lanzadera volante por  Kay, en 1730, que llevó en 1785  al gran telar mecánico  a vapor de Cartwright y al primer gran paso de la acumulación del capital; y el mejoramiento de la metalurgia del hierro y del acero al crisol  por Huntsman, en 1740.
Esos y otros hechos combinados adecuadamente, generaron la llamada “revolución industrial”, un proceso progresivo de cambio de la antigua  sociedad agrícola hacia un mundo empeñado frenéticamente en producir incesantemente  bienes materiales,  transformando intensamente recursos naturales para satisfacer no solo necesidades básicas, sino también secundarias y hasta superfluas.  Así que, a partir del siglo XIX con los ingleses por delante, los humanos construimos, casi sin darnos cuenta, la nueva sociedad capitalista.
Todo lo humano tiene su historia. Por eso si queremos saber la verdad de la humanidad, debemos conocer su historia. Creo que el conocimiento aproximado del contexto en el que se produjo la revolución industrial, abunda a que ésta tuvo relación de causa a efecto  respecto a la primera guerra mundial.
Veamos por qué: los siglos XV, XVI y XVII, fueron tiempos de la hegemonía mundial del imperio español (Carlos V: “En mi reino jamás se pone el sol”), una maquinaria humana que se dedicó a la extracción inmisericorde y genocida de oro, plata y otras riquezas de sus extensas colonias de ultramar, olvidándose de la ilustración, de la ciencia y de la investigación, actividades que si fueron preocupaciones de sus más acérrimos y envidiosos  enemigos.  
Inglaterra, Francia, Portugal y Holanda, lograron ocupar otros territorios ultramarinos en América, África, Asia y Australia. Los tres primeros lograron formar imperios, pero ninguno tan rico como el hispano. Por eso, sobre todo la ultra ambiciosa Inglaterra, dedujo que, además de industrializarse, también debía arrebatar cuanto pudiera a los ibéricos, sobre todo su hegemonía en el mar y el control  de nuevas rutas. Construyeron mejores barcos (400 toneladas) con los que abrieron las nuevas rutas del “Estrecho de Magallanes”, hacia el Pacífico y el “Cabo de las Tormentas”, hacia la India y China, así como produjeron más bienes (textilería y confecciones de algodón)  que empezaron  en sus colonias, así como en las extensas de su rival.
Nótese, pues, que en el reparto del planeta que ocurrió durante los tres mencionados siglos, Alemania y otros países europeos, quedaron casi al margen porque no alcanzaron a convertirse en verdaderas naciones estado. Cuando el imperio español se derrumbó y se consolidó la hegemonía mundial de la Rubia Albión, aún con la pérdida de su colonia norteamericana, los países europeos de segunda línea solo pudieron formar imperios intracontinentales (los llamados centrales: el alemán, el austro-húngaro y el otomano).
De ellos, el más ambicioso, el imperio alemán, sobre la base del carbón y el acero, emprendió entonces una veloz carrera de desarrollo y producción que no podía parar y que había que colocar. No obstante, no podía superar el sólido corsé del cerco proteccionista que Inglaterra, sus aliados y los demás países en proceso de industrialización tendieron para proteger sus propios mercados y los de sus colonias.
Entonces, los germanos vieron claro el camino: retar al poderío inglés y a sus aliados para dominar los mares y los territorios  con  nuevas armas: el submarino diésel-eléctrico, el cañón de largo alcance, la ametralladora, el tanque, el avión y, por qué no, los gases venenosos. No había, pues, ningún otro modo de resolución de ese propósito distinto a la guerra y visto de este modo, el asesinato de Sarajevo, fue solo un pretexto para hacer que su socio, el imperio austro-húngaro, desatara la guerra.

Lo que ni atacantes ni atacados calcularon fue que la guerra también alcanzaría dimensiones industriales. EOR