viernes, 30 de diciembre de 2011

A MANERA DE SALUDO A TODOS POR EL ADVENIMIENTO DEL AÑO NUEVO

CLIP ADIÓS Y BIENVENIDA 2011 - 2012
Con el fondo musical del tema de gran maestro Yanni, "Escrito en el viento", mi despedida al 2011 y mi bienvenida al 2012, con mi más sincero deseo de que todos a los que conozco o conocí alguna vez, seres queridos, amigos, compañeros de trabajo, críticos, rivales, peregrinos y hasta enemigos conocidos y desconocidos, reciban siempre buenas noticias.


En la base seis, desde la cual los Homo Sapiens Sapiens podemos darnos el lujo de recordar sin ira y darlo a conocer a quienes así lo deseen, gracias a lo más cercano a la verdadera libertad que el hombre ha creado hasta hoy - la WEBB - espero seguir haciéndolo hasta cuando la memoria me lo permita.
Al respecto, deseo compartir un cuento corto de nuestro magnífico poeta sanmarquino Carlos German Belli, que me ha venido de súbito a la memoria al aludir a la Web. Aproximadamente, expresando disculpas al autor por la no rigurosidad, dice:
Estaba reunida la asamblea general del universo para la ceremonia en la que un hombre iba a completar la conexión de la última computadora a la red infinita que acumulaba todo el saber posible
El hombre hizo la conexión y la computadora le invitó a preguntar.
Entonces, el hombre hizo la pregunta crucial:
- ¿Existe Dios?
La red respondió al instante.
- Ahora, sí.
-0-0-0-0-
Solo es un cuento, por siaca.

domingo, 11 de diciembre de 2011


SERIE RECORDANDO SIN IRA VI

Luis Arana: El honorable profesor
El hombre que entregó a Abimael Guzmán

Prologuito
Hoy que está de moda hablar de amnistía de los otrora Tiranosaurios Rex de nuestra historia reciente y en circunstancias en  que el Camarada Artemio Artemio, uno más de esa especie, pretende que lo perdonen,  es bueno recordar al hombre que enredado en su propia red hizo posible la captura de Abimael Guzmán Reynoso, uno de los más grandes depredadores del país.

En 1992, Sendero Luminoso juzgaba que  había alcanzado el punto clave  de su lucha  armada: el llamado “equilibrio estratégico”. Creía que habían superado   las etapas de  guerra de guerrillas  y de guerra de movimientos. Estaba convencido de  que había llegado el momento de  iniciar la insurrección  armada en las ciudades, como paso previo  a la etapa  de   contra-ofensiva  estratégica que los llevaría finalmente  a  tomar el poder.
A mi modo de ver, 1992 fue  “El año del horror”, porque recién después de doce años, la guerra interna tocó con toda su violencia, espanto, sangre, dolor y muerte a las calles de la capital en forma de traicioneros coche-bomba. La acción fanática empezó ese fatídico año con el descuartizamiento mediante explosivos de la lidereza popular María Elena Moyano, en Villa El Salvador.   


Sin embargo, paralelamente al infierno desatado por los senderistas y el MRTA en la capital , los detectives antiterroristas curtidos en una lucha desigual en la que Sl tenía la iniciativa, no cejaron en  sus pacientes análisis en busca de los cabecillas, particularmente de Abimael, a quien algunos parciales consideraban un dios, pues afirmaban que estaba en todas partes y en ninguna a la vez.  En esas circunstancias, como en esa gran obra político-literaria de Albert Camus,  “Estado de Sitio”, en la cual el amor se sobrepone a la muerte,  el  profundo amor de un hombre por su esposa y por sus hijos sobrepasaría a su fidelidad a “La Cuarta Espada”, hasta terminar destruyéndola.  
Ese hombre  fue quien decidió entregar al siniestro jefe de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán Reynoso  y así, qué duda cabe, cumpliendo una vez más el viejo papel de ángel o demonio de ciertos personajes históricos, cambió la historia del país. Ese hombre es el profesor Luis Alberto Arana Franco, “Camarada Manuel”.
El su libro, “Perú: 13 Años de oprobio”, uno de los hombres que dirigió la inteligencia militar contra la subversión, el general del ejército Enrique Fournier (firma con el pseudónimo  Manuel Quechua),  dice que el senderismo consideraba que los ataques con coches bomba a las instalaciones de Frecuencia Latina-Canal 2 de TV de Lima, el 5 de junio y a los edificios de la Calle Tarata, el 16 de julio del 92, habían sido el remate, la culminación de la etapa de “equilibrio estratégico”.  Entre esas dos fechas claves del horror, la policía echó el guante a Arana, exactamente el 20 de junio, dando inicio así al fin de Sendero Luminoso.
Salvando las proporciones, el ataque dinamitero a la Calle Tarata sacudió a  la conciencia de los peruanos, tanto como el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono remeció a los estadounidenses y al mundo entero.

                                                        Luis Arana Franco, cuando fue presentado por la policía a la prensa


Un valioso pedazo de papel
Los detectives  antiterroristas hallaron la pista de Arana el 1 de junio de 1990, casi al final del primer Gobierno de Alan García, durante el allanamiento del local del llamado Departamento de Apoyo Organizativo de Sendero, el cual era una especie de secretaría administrativa del propio Abimael Guzmán y del partido  que operaba en la casa alquilada de la Calle Dos, número 465, en la urbanización Mariscal Castilla, Monterrico Norte.
Allí se había realizado entre los años 1988 y 1989, el primer congreso nacional senderista. En el local estaban  guardaba valiosos archivos de la organización subversiva y un pequeño museo de reliquias y trofeos partidarios que la policía se incautó.
Oculto entre las páginas de un libro de la biblioteca del organismo, los sabuesos de los Dirección Nacional Contra el Terrorismo- DINCONTE -  encontraron  un pedazo de papel simple que contenía una relación de pseudónimos y los números telefónicos de militantes encargados de los llamados “organismos centrales”,  con los cuales se contactaba directamente la jefa del DAO, la “Camarada Juana”, cuyo nombre verdadero es Elvia Nila Zanabria Pacheco.
Pacientemente, los detectives descubrieron que el pseudónimo “Manuel” correspondía al profesor Luis Alberto Arana Franco, docente de la academia preuniversitaria César Vallejo, la cual funcionaba en el Jirón  Chancay, en el centro de Lima. Además, establecieron que la academia y la asociación de docentes de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) eran las bases de operaciones del llamado “Grupo de Trabajo Especial” (GTE), el cual era dirigido por Moisés Límaco Huayascachi, “Camarada Gustavo”, cuya misión era la de poner en funcionamiento “escuelas populares” clandestinas para el adoctrinamiento de  los militantes senderistas de base.
El GTE también suministraba dinero a Guzmán y a su exclusivo grupo de mando en sumas mensuales que fluctuaban entre 5 y 40 mil dólares,  provenientes de las matrículas de los alumnos de la César Vallejo. Así mismo, proporcionaba útiles de escritorio, casas y departamentos alquilados.

Un largo y tortuoso camino
A comienzos del primer Gobierno de Alberto Fujimori, el 19 de setiembre de 1990, la policía especializada ejecutó el plan de inteligencia “Monterrico 90-II” y capturó al responsable del Departamento de Propaganda de SL, Hugo Deodato Juárez Cruzat, “Camarada Ricardo o Germán” y a varios de sus cómplices. Esta operación pudo tener mejores  resultados, pero un delator de la propia policía antiterrorista avisó a los senderistas de la inminente incursión y muchos lograron escapar.
Después de este fracaso, la policía desarrolló la “Operación Huascaura”  contra los hombres del Departamento de Logística de SL y del Grupo Especial de Trabajo, uno de cuyos dirigentes era Arana Franco.
El equipo que vigilaba a este pez gordo, lo grabó en video  y los fotografió  conversando en la calle, en restaurantes y en otros lugares, con el “Camarada Ricardo” y otros altos líderes senderistas. También  grabó sus conversaciones por teléfono, sobre todo los pedidos de dinero y otros servicios que le hacían sus superiores. Los sabuesos le pusieron como nombre clave “El Cholo Sotil”, porque “movía la pelota”,  pero también lo llamaban “La Gallina de los huevos de oro”.

El hombre quebrado
Lo detuvieron el 20 de junio de 1992 en su propia casa junto con su esposa Teresa Manay Montes. Los investigadores hallaron en el dormitorio de los esposos un escondrijo que guardaba varias fotografías en las que Arana aparecía con otros dirigentes senderistas, durante el funeral secreto de la esposa de Abimael, la señora Augusta La Torre Carrasco, “Camarada Norah”, hecho que ocurrió a fines de 1988.
En su libro “Inicio, desarrollo y ocaso del terrorismo en el Perú”, Tomo II, 1999, el ex jefe del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN), coronel de la policía, Benedicto Jiménez Baca, describe a Arana Franco como “sentimental y muy reflexivo, empresario acomodado, relativamente libre de la rígida disciplina senderista, sin la dureza que demostraban otros dirigentes”.
Su blandura explica por qué durante su detención, puesto ante la posibilidad de que él y su esposa  que acababa de dar a luz una niña, recibieran  condenas de cadena perpetua, el senderista se quebró.

Una media verdad
El coronel Jiménez narra: “En ese momento de quiebre psicológico, los interrogadores, los tenientes Bonilla y Gil, previa autorización de la “Triada” (se refiere al grupo formado por el jefe de la División Contra el Terrorismo I- DIVICOTE-I, comandante Marco Miyashiro, el sub jefe, comandante Luis Valencia y el propio Jiménez), le ofrecieron la libertad de su mujer para que pudiera cuidar a su hijo recién nacido y la devolución del dinero de la academia que había sido confiscado. “Sotil” (Arana)  aceptó y en señal de agradecimiento empezó a confirmar datos que nosotros ya conocíamos. En una de las tantas entrevistas hizo una revelación que nos dejó electrizados: comentó que Guzmán estaba en Lima, pues le había visto en una reunión secreta a la que había ido llevado por “Arturo”, el 4 de abril de 1992”.
Lo que siguió fue el desarrollo de la “Operación Victoria”, una investigación modelo que terminó el 12 de setiembre con la captura de Abimael Guzmán.
Sin embargo, la historia relatada por Jiménez, era incompleta, una media verdad ajustada al interés del coronel de desligarse de la infecciosa figura del asesor de Fujimori  y jefe real del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), Vladimiro Montesinos Torres. Veamos este lado oscuro de la historia:

El “vladivideo” de Patricio Rickets Rey de Castro
El primero de octubre del 2001 en el Congreso de la República, en medio de la gran ola anticorrupción  que se desató a la caída del tercer fujimorismo,  fue exhibido el “vladivideo” grabado en el SIN el 12 de enero de 1998. El video muestra  que en esa fecha, el periodista Patricio Rickets Rey de Castro, un señorón periodístico de ultraderfecha,  llegó a la famosa salita a pedirle al entonces todopoderoso Montesinos Torres, un favorcillo para su yerno. En la ocasión, el periodista y el jefe de espías hablaron de política y otros temas. En determinada parte de la charla política, la cinta muestra que Montesinos, trata de deslucir el papel del general de la policía Antonio Ketín Vidal, en la captura del jefe de Sendero. El famoso “Doc”, le dice a Rickets:
-Él (Vidal), fue como un futbolista a quien se le pone a patear un penal sin arquero. Si no hacía el gol, bueno, ya no servía para nada.
-¡Ah! ¿sí?
-Porque está Arana Franco, el que nos dio la información para llegar a él (Abimael)
-Y, ¿dónde anda ese hombre?
-Está fuera del país.
-¿Lo sacó fuera del país?
-Claro. Usted sabe cómo. Hay una profundidad histórica que nadie conoce y que comenzó en esta sala donde el 28 de julio de 1990 cuando trazamos la estrategia de la pacificación. Ketin ya trabajaba aquí conmigo. Era coronel. No tenía cargo. Vino como asesor. Era el segundo. De aquí fue a la DINCOTE.
Cuando Arana cae tenía tres hijos. Entonces Arana Franco le dice al comandante Benedicto Jiménez (En esa época lo era): “Yo no quiero que mi mujer y mis hijitos vayan a la cárcel”.
Entonces viene Jiménez y me dice: “Doctor,  ¿qué hacemos?”. Yo le digo:
-¿Qué te ofrece?
-Dice que me va a dar la información.
-Compadre, no lo pienses dos veces.
Me dice:
-Pero el fiscal militar, ¿qué va a decir?
-Ven pacá. Llamé al fiscal militar: “Oiga, venga usted para acá, venga. La mujer va a salir. Cámbieme el acta. Sale la mujer. Le vamos a dar una prueba de que nosotros somos sinceros, de que confiamos en él”…¡Pum! Cuando él (Arana) vio que el fiscal firmaba el acta ordenando la libertad de su mujer, no lo podía creer. ¡Sí!  Nosotros la hemos soltado para que se quede con sus hijos, pero ahora deben mostrarnos su cariño. Bueno, dijo entonces Arana: “Voy a declarar”.
Montesinos le cuenta entonces a Rickets que Arana proporcionó la información que condujo a la policía hacia el arquitecto Juan Incháustegui  y hacia la bailarina Maritza Garrido Lecca, quienes fueron el hilo que los llevó hasta Abimael Guzmán.
-Así fue la historia real, don Patricio. Y, no es que de Ketín Vidal sea el gran éxito. Lo que pasa es que nadie puede salir a contar estas cosas.
Montesinos sostiene en el video  que Vidal fue solo la punta de iceberg, pues llegó de manera fortuita a la jefatura de la DINCOTE, ante el súbito cambio del general Jhon Caro, a causa de  un caso de robo de sueldos de ese organismo.
En la cinta, Montesinos también le cuenta a Rickets que se quedó con las fotografías que le incautaron a Abimael Guzmán la noche de su captura, que las ordenó cronológicamente en un álbum. Después regaló la colección al jefe subversivo preso pidiéndole que escribiera en su presencia un pensamiento. Adrede puso la foto de Arana en la última hora del álbum.
Cuando Abimael Guzmán la vio no quiso escribir nada. Le preguntó, ¿por qué? Guzmán le respondió con desprecio:
-Esa es mi condena moral al traidor del partido. No le voy a poner nada.
Considerando el relato de Montesinos a Rickets, queda claro que el coronel Jiménez no cuenta en su libro toda la verdad de los hechos, pues es indudable que su “Triada” no tenía competencia y mucho menos en un caso como el de Arana para ofrecer la libertad de la esposa de éste a cambio de su cooperación. “La Triada”, por muy eficiente que fue, tampoco tenía el poder necesario para hacer que el fiscal militar cambiara el acta de detención de los esposos Arana Manay, exculpando a Teresa del cargo de terrorismo. Un caso de esa envergadura, necesariamente debió ser de conocimiento tanto del entonces jefe de la DINCOTE, general Ketín Vidal, del jefe real del SIN, Montesinos, y tal vez del propio Fujimori.
¿Por qué entonces el coronel Jiménez no escribió toda la verdad?
Quizá porque, como muchos, jamás pensó que existía un “vladivideo” que lo dejaría mal parado como historiador policial.
Lo que muestra el video de Patricio Rickets llena el vacío del libro de Jiménez y deja en claro que el trato con Arana Franco fue una decisión de muy arriba y que fue cumplido en todo su extremo, ya que como dice el propio Jiménez en su obra, acogido a la ley de arrepentimiento, el “Camarada Manuel” fue puesto en libertad y sacado al extranjero.
Después se supo que las autoridades dieron a Luis Alberto Arana Franco, a su esposa y a sus hijos nuevas identidades y gracias a la cooperación de la Agencia de Inteligencia de los Estados Unidos, los sacaron del país probablemente para asentarlos en alguna ciudad  estadounidense, a salvo de la venganza senderista.
Su última hija, nacida durante el año del horror, pero también de la caída del principal responsable del horror, tiene ahora diecinueve años y es probable que no conozca el Perú.
Hay muchísimos pasajes de nuestra historia reciente que están ocultos o que han sido revelados a medias, de acuerdo a pasiones e intereses personales y que ni siquiera la Comisión de La Verdad, con los millones de dólares gastados, pudo aclarar.
FIN

domingo, 27 de noviembre de 2011


SERIE RECORDANDO SIN IRA V
El  Mensajero del shock.
Prologuito
Si pues, como refiere Carlos Castro en su columna del domingo 27 de noviembre en La República, Alberto Fujimori Fujimori, se la hizo a la izquierda peruana en la campaña del 90. Sin ningún compromiso, sólo por el hecho de ser la única opción contra el derechista y shockeador Mario Vargas Llosa, consiguió el apoyo gratuito de nuestra zurda y también, claro está, el interesadísimo respaldo del primer  alanismo que dejaba al país en escombros.
AFF Llegó al poder  y sin que le temblara un instante la mano, como primer acto de su gobierno hizo lo que había prometido a los cuatro vientos no hacer si ganaba la presidencia: el shock económico, medida de la que, por esas cosas de la vida, fui el mensajero. De eso se trata esta pequeña historia.   
Debo decir otra cosa: desde que superé el medio siglo de vida, siempre que miro lo vivido ante “nuevas” circunstancias, tengo la percepción de que ya he vivido la mayoría de hechos y de que, eso de que la historia se repite, o que se puede tropezar con la misma piedra y con el mismo pie, lamentablemente, es cierto. No obstante, en el curso de actuales  acontecimientos que guardan cierta similitud a los de determinado pasado y en cuyo contexto parecen surgir “dobles”, “avatares” o nuevas ediciones de personajes tristemente célebres, es mi ferviente deseo equivocarme totalmente, pues quiero vivir tiempos mejores, tiempos frescos, no remakes tal vez mal hechos, de ocurrencias que hoy recuerdo sin ira, como el que voy a contar.

-O-

Desde aproximadamente octubre de 1989, sobre la base de su floreciente empresa editora que publicaba el diario popular IDOLO, acompañaba a mi gran amigo Lorenzo Villanueva Regalado, en su aventura de introducir al mercado una  nueva publicación: el diario NOVEDADES, de talante más serio y político que el estridente y juvenil ídolo. LVR me encomendó la página editorial, pues hacerla no implicaba mucho trabajo y me permitía mantener mi principal trabajo en el entonces Banco Agrario, al cual había llegado en 1983 transferido del liquidado Banco de la Industria de la Construcción (el derrumbe de Luis León Rupp, otra historia pendiente). En el Banco Agrario, al mando de otro gran amigo, Roque Otárola Peñaranda, en pleno segundo belaundato, trabajaba desde la gestión del “violetero” (por su parentesco con doña Violeta Correa, esposa del Presidente Belaunde), Juan Carlos Hurtado Miller, hasta que su primo político le nombró Ministro de Agricultura. Este dato es importante para entender lo que ocurrió después.
Aunque muy empresario privado él, Lorenzo Villanueva tenía su corazoncito izquierdista producto de sus vivencias velasquistas, por lo que Novedades rechazó en sus páginas la primera la abusiva primera invasión de Irak ordenada por Papá Bush y alineó con Fujimori desde la perspectiva de la izquierda. Después de la victoria de AFF en junio del 90, dejé el diario para descansar un tiempo, en un período de transición al nuevo régimen durante el cual tanto el músculo como la ambición humana también trataron de recuperar fuerzas preparándose para lo que viniere, precisamente no mejores tiempos. Muchos consideraban que el país estaba por desaparecer (es un decir)  por la híper crisis económica y la creciente guerra interna con su secuela de destrucción de infraestructura básica, derramamiento de sangre, inmenso dolor y muertes crueles y masivas.
-Prepárate, Paiche. El flaco Hurtado es el primer ministro de Fujimori – me dijo Roque Otárola una mañana de julio del 90 en su despacho, a solas, en tono de ultra confidencia.
- No jodas, casi no te creo, cómo es eso, cuenta… - respondí intrigadísimo, porque el tema no encajaba en mi cuadro político del momento.
- También será Ministro de Economía. Ayer hablé con él y ya estamos en su equipo.
- Pero, ¿cómo puede ser…?
- La cosa es simple, compadre. – explicó Roque, transfiriendo la información seguramente recibida de Hurtado – En su viaje a Estados Unidos y a Europa, Fujimori ha dicho a los organismos internacionales que su principal objetivo  es reinsertar al país en el sistema financiero internacional y les ha rogado que le ayuden. Le han dicho que eso solo será viable si se rodea de la gente adecuada y en eso surgió el nombre del flaco que acaba de terminar un doctorado en gestión de estado en una universidad de Estados Unidos.
- Por la gran flauta. Supongo será una concesión de Fujimori para superar la calificación del país como valor deteriorado por el FMI, para empezar a pagar la deuda y conseguir nuevos préstamos – repliqué tratando de explicar la presencia de la derecha peruana en lo que se suponía un inminente gobierno de izquierda.
La respuesta de Roque fue una clásica del Callejón de Huaylas, en donde él nació.
-¿Cómo será, pues? El flaco no ha dicho más. Ah!, y nos pide que mantengamos esto en el más absoluto secreto. No vayas a hablar… Tenemos que presentarnos en el Ministerio, el 29  a primera hora.
- Bueno, trataré de ser una tumba…, pero y, ¿cómo iremos?
-Vamos como su equipo de comunicaciones, pero sin dejar el Banco. Será una transferencia…
- Me parece bien, porque esos puestos no duran – le respondí y agregué – Además, en mi caso, será volver a antiguos predios…el terrible piso once del Mef…
- Claro, de eso se trata, de contar con lo que ya tú sabes…
Aludí al hecho de que entre 1987 y 1988, yo había actuado en el Mef como asesor de mis dos grandes amigos, el Vice Ministro de Economía, Belisario Esteves y del Ministro de Economía, Gustavo Saberbeín  Chevalier, hasta que ambos sucumbieron políticamente en el terremoto causado por la estatización de la banca, dispuesta por el primer alanismo.
El anuncio dela designación de Hurtado Miller como Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Economía y Finanzas, fue una absoluta sorpresa para todos los medios políticos nacionales y creó un clima de desconcierto que, poco a poco, desde la derecha, se fue transformando en una esperanza de que no todo estaba perdido para ella. En la izquierda, el desconsuelo y el desengaño asomaron. El principal asesor económico pre victoria de Fujimori, el economista Santiago Roca, súper voceado como titular del Mef, quedó con los crespos hechos y se eclipsó para siempre.
Con los sonidos de cañonazos, tambores, trompetas y discursos veintiocheros de la asunción  de AFF a la presidencia en los oídos, nos presentamos el 29 de julio en el local de la avenida Abancay, en donde ahora funciona el Ministerio Público para iniciar nuestras labores como los comunicadores del segundo hombre fuerte del primer fujimorismo.
Con Roque nos ubicamos en una oficina provisional cercana al despacho. Ya sabía que los primeros días serían de espera, pura tertulia, atención a visitantes, hasta que todo se organizara. Bebimos café y nos dedicamos a leer los diarios. Lo que ocurrió en el curso del día fue sorprendente.
Como a eso de las diez, llegó un primer grupo de ocho  gringos, maletín en mano. Era la delegación del Banco Interamericano de Desarrollo, BID. El jefe de la representación se reunió con el ministro durante una hora mientras los demás fueron ubicados en varias oficinas  del piso, antes asignadas a asesores.
Roque averiguó si íbamos a avisar a la prensa de la presencia. La respuesta fue: No. Es reservado.
En la tarde, llegó un segundo grupo de gringos. Era la delegación del mismísimo Fondo Monetario Internacional, FMI, con el cual el régimen de Alan García se había peleado frontalmente al aplicar su política de solo asignar el 10 por ciento del PBI al pago de la deuda externa y al haber mantenido la cesación de pagos a nuestros acreedores en la que había caído el gobierno de Fernando Belaunde Terry, en el más absoluto silencio, desde octubre de 1984.
-¿Qué es esto? – Le dije a Roque – ¿una nueva invasión? Sólo falta Francisco Pizarro y Diego de Almagro…
- Compadre, parece que vienen a hacer el programa económico del nuevo gobierno. Ya te imaginas… respondió Roque, con cara de circunstancias – Les darán oficinas aquí mismo. Prácticamente han tomado el piso once. Creo no quedará ni siquiera un hueco para nosotros…
- Siento que estoy empezando a tener problemas de conciencia, Roquedal – le dije en tono de advertencia…
Al día siguiente, en la tarde, llegó también un tercer grupo de gringos, pero esta vez desde Paris. Era la delegación del llamado “Club de Paris”, que venía a cooperar con el nuevo régimen respecto a la reanudación de los pagos de la deuda de gobierno a gobierno, en la que, aunque no habíamos caído en cesación de pagos, la mala relación con el FMI tenía sus efectos serios.
El gran público no supo nada de la invasión. Los medios solo especulaban que el gobierno estaba algo así como encapsulado preparando las medidas económicas anti crisis que serían dadas a conocer en los días siguientes. Todos estaba a la espera de novedades.
Confieso que yo estaba absolutamente desanimado. Es un embauque. Fujimori es un embaucador, pensaba, siendo testigo de que su Ministro de Economía estaba haciendo el plan económico del país junto con el FMI, el BID y el Club de Paris, sin independencia alguna, sometido a los dictados de esos organismos que ya sabíamos que intereses representaban.
Como no había casi nada qué hacer durante esos primeros días en el MEF, iba al Banco durante las mañanas y al ministerio por las tardes.
El 8 de agosto de 1990, estando en mi oficina del Banco, por teléfono, Roque me avisó que no dejara de ir al ministerio después del almuerzo porque el ministro quería conversar conmigo.
-¿Sabes sobre qué asunto?, indagué,  de nuevo sorprendido.
- No sé. Sólo me dijo que requiere de alguien de absoluta confianza. Que venga el Paiche, dijo -  repitió Roque.
- ¡Por la gran flauta! No me gusta, pero ahí estaré – aseguré.
Llegué al piso once como a las tres de la tarde, en puntitas de pie, como para no alterar a nadie ni al gran silencio que dominaba los pasillos del despacho ministerial y las oficinas  de la craneoteca gringa que tramaba el plan económico.
-Ah!, señor Olortegui, que bueno que llega. El ingeniero estuvo preguntando por usted y dijo que no vaya a moverse sin avisar.
-Ya. Entonces me quedaré inmóvil. Pero, creo que no aguantaré mucho – le dije a la secretaria payaseando y adoptando una pose de estatua.
-No es para tanto- dijo y se fue a sus aposentos.
Pedí al mozo que me diera una taza de café y en eso llegó Roque, quien dijo que seguía sin saber de qué se trataba.
Así, anduvimos loreando y leyendo diarios hasta cerca de las cinco de la tarde, cuando la secretaria nos llamó al despacho.
Al entrar, el flaco Hurtado estaba sentado en el sofá de cuero de color negro que dominaba el salón frente a su escritorio. Estaba con las mangas de su camisa remangadas y sus lentes de lectura a media nariz, dos signos de trabajo intenso en las últimas horas.
Se puso de pie para saludarnos y de lleno fue al grano.
-Bien. Se trata de un acto de confianza y por eso he pensado en ti. Es fácil. Debes llevar este sobre al Canal 7, en Santa Beatriz, tú conoces. Hay un vehículo del ministerio que te está esperando, en el sótano. En la puerta del canal te estará esperando Mauricio Mulder; él es el presidente. Ni a él ni a nadie entregarás el sobre.
Escucha bien: Mulder solo deberá llevarte a los estudios y en concreto a la oficina donde escriben el teleprompter, ese aparato en el que leen los locutores. Allí, ojo, solo deberás estar con el telepromtista. Cierras la puerta por dentro. Nadie más debe entrar bajo ninguna circunstancia. Recién entonces abres el sobre, entregas la nota al telepromtista, quien la debe escribir en el aparato.
Tienes que cuidar que el aparato no debe estar conectado con ninguna pantalla. Nadie afuera debe saber lo que está escribiendo.
Otra cosa. Ni tú ni el telepromtista saldrán del cuarto, hasta que yo llegue que será como a las 7 y 30. ¿Puedo confiar en ti?
-Bueno, por tratarse de ti y sin conocer de qué se trata, sí. No te preocupes… ¿Puedo pedir otro café?
- Claro, no faltaba más…
- Nos vemos entonces, en canal 7…dije y salí realmente con hartas ganas de tomar un café bien negro. Roque se quedó con el Ministro. ¿De qué carajos se trataba todo esto?, pensaba insistentemente. Y, eso mismo me repetí, a veces mirando el sobre blanco comprobando que no se podía percibir ni una sola letra a través del papel.
En efecto, tal como el Ministro había dicho, el flaco Mulder estaba esperando en la puerta del canal 7, con varios de sus subordinados. Como remanentes del régimen fenecido tenían caras de desesperación por saber qué diablos traída entre manos.
-Paiche, estamos a tu disposición, ¿de qué se trata?, me dijo Mulder, algo excitado.
-Ni yo mismo sé. Solo soy el mensajero con instrucciones especiales. Me debes llevar al telepromter y dejarme solo con el telepromtista, hasta que llegue el Ministro. Eso es todo.
-¡Caramba!,¿ por qué tanto misterio?
- Te aseguro que creo que, además de Hurtado, y algunos más, nadie más sabe de qué se trata.
Caminamos a grandes zancadas por los angostos e intrincados pasillos del canal de televisión del estado.
-Esto es absolutamente extraño. Aún no sabemos a qué horas ni a qué hora se difundirá lo que traes. Esperábamos que el propio Presidente anunciara en estos días las medidas económicas, pero no hay nada. – comentó Mulder.
Bueno. Con el telepromtista adentro, cerré la puerta por dentro y tras comprobar que el sistema no tenía pantalla hacia afuera en esos momentos, abrí el sobre. A medio leer, solté:
- ¡Por la gran puta, nos jodimos! - Sin terminar de leerlo, entregué el escrito al telepromptista, quien ávido ante mi reacción, también lo devoró.
- ¡Carajo, es el shock…! comprendió al toque.
Me había sentado en una silla cercana intentando recuperarme de la sorpresa y asumir una calma que estaba lejos de sentir. ¿Qué hacer?  Nada, me respondí mentalmente, pensando a 180 por hora.
Más sereno que yo, el telepromptista, reaccionó diciendo.  
-Dijo que no lo haría y ahora lo hace. A lo mejor no hay más remedio. Lo escribiré.
Extendió el papel en su mesa y empezó a teclear. Las grandes letras empezaron a surgir en su pantalla en blanco y negro.
Al cabo de 21 años, he olvidado como resistimos encerrados durante cerca de hora y media en aquella cabina hasta la llegada del Ministro. Puedo decir sin embargo, que fueron circunstancias verdaderamente amargas y tristes que comprobaban que un advenedizo a la política era capaz de iniciar su mandato y traicionar a los electores incumpliendo su principal promesa electoral. En este país, todo puede suceder. No hay duda, pensé centenares de veces.
Desde el teleprompter, vi llegar a Hurtado enfundado en su saco y pantalón oscuro, camisa blanca y corbata también oscura, como de luto. Ya maquillado, se sentó frente a cámaras.
-Conecta tu aparato con el estudio – le dije al telepromtista, abrí la puerta y salí. Fui al estudio cuando Hurtado ensayaba leer su famoso mensaje del shock.
No me acerqué a él cuando terminó. En mi fuero interno ya había decidido replegarme al Banco y no ir más al Mef. Problemas de conciencia. Para ayudarle a evadir a la prensa, los del Canal 7 lo ayudaron a salir por la puerta trasera. En cambio, yo salí por la puerta principal, donde no había ni una mosca. Por la avenida José Gálvez, a esa hora casi no había vehículos transitando. La ciudad parecía haberse paralizado. No recuerdo si me llevé o dejé el papel con el terrible mensaje en la oficina del telepromtista. Con el ánimo en condición de tapizón, me subí al vehículo del Mef que me esperaba.
-Es el shock - me dijo el chofer. Había oído el asunto por la radio.
-Sí, señor, es el shock, por el que no votamos – le respondí y me sumí en el silencio.
Una vez en el sótano del Mef, decidí no subir al piso once. Me encaramé a mi volwaguito fiel y me fui con ánimo de llegar al puente y tirarme al río. Pero, llegué al primer grifo y, felizmente, pude llenar el tanque de combustible después de esperar en una fila de ocho vehículos que iba aumentando con el paso de las horas.
Al día siguiente, le dije a Roque que me retiraba del Mef por razones de conciencia y que en mi nombre agradeciera al Ministro su confianza al haberme hecho participar en el terrible shokicidio contra el país. El resto ya es parte de la historia.  


      

   

domingo, 13 de noviembre de 2011



Serie Recordando Sin Ira - IV
La negra historia del golpe de estado contra Balta, el linchamiento
y el canibalismo con los restos de los hermanos Gutiérrez

Prologuito
Tras la independencia, como la mayoría de ex colonias españolas en América, el Perú se convirtió en campo de batalla de caudillos militares  que creían  tener  derecho a hacerse del poder a sangre y fuego. Eran  tiempos turbulentos. El país vivía al ritmo de “revoluciones por minuto” y en las pocas campañas electorales que se lograron realizar no había “guerras sucias” como ahora, sino verdaderas y crueles batallas con cientos de muertos y heridos.    
En 1872, la llegada del primer civil al poder mediante elecciones, hecho que marcó el fin del  “primer militarismo”, no fue fácil. Ocurrió después de una  tragedia política sangrienta y horrorosa en la que se mezclaron  ambición,  abuso,  manipulación,  la cruel y sanguinaria acción de hordas, la lucha por la legalidad y hasta  canibalismo. Una historia que actuales actores políticos deben conocer por las lecciones que encierra.

Personajes principales
·          Coronel José Balta. Presidente de la República. Último jefe del “primer militarismo”. Militar profesional, veterano de rebeliones, asonadas y golpes de estado. Llegó al poder mediante elecciones el 2 de agosto de 1868, para un período de cuatro años.
·          Manuel Pardo y Lavalle.  Candidato presidencial “revelación”  y favorito de entonces. Joven,  representaba a la naciente burguesía, pero con matices aristocráticos. Fue lanzado por La Sociedad de Independencia Electoral, embrión del partido civilista y  ofrecía algo así como un “futuro diferente” en una   “República Práctica”. En campaña, visitó  el barrio negro de Malambo y en gesto político audaz en esos tiempos  aceptó el abrazo y un beso en la boca de una morena quien lo llamó  “Mi niño don Manuel”. Como los tiempos cambian, en la última campaña, el candidato Pedro Pablo Kuzcinsky, aceptó que una morena chalaca le agarre los testículos ante decenas de cámaras de televisión como expresión de su preferencia electoral por el “gringo” PPK.   
·    Coronel Tomás Gutiérrez.  Ministro de Guerra y Marina, muy amigo de Balta, leal a toda prueba. Militar arequipeño, de origen campesino, tenido por ignorante y abusivo. Ganó sus galones en el campo de batalla. Veterano de sublevaciones, había recibido y perdido dos veces el grado de general. Además, había sido diputado. Sin embargo,  él y sus hermanos no formaban parte del exclusivo círculo de militares aristocráticos que ejercía el poder. Por cobrizos, eran “patitos feos” dentro de la alta oficialidad.
·         Coronel Silvestre Gutiérrez. Uno de los jefes militares de Lima. Apodado “Cabeza Rota” por una herida de guerra en la cabeza. Tenía un carácter feroz. Ordenó dar doscientos azotes a otro coronel acusándolo de conspirar contra Balta. Estólido, pero decidido.
·      Coronel Marceliano Gutiérrez. Comandante del Batallón “Zepita” acantonado en el cuartel San Francisco. También kurdo y malgeniado. Mandó también dar doscientos  azotes a  un policía militar acusándolo de actuar contra el gobierno.
·      Coronel Marcelino Gutiérrez.  Comandante del Cuartel Santa Catalina de Lima. Era el menor de los hermanos, considerado el más pacífico.
·          Mayor Narciso Nájar, capitán Laureano Espinoza y teniente Juan Patiño. Asesinos del Presidente Balta.
·          Capitán de apellido Berdejo y Jaime Pacheco. Asesinos de Silvestre
·          Coronel Francisco Diez Canseco, Presidente del Congreso y Segundo Vicepresidente de la República

La coyuntura
A mediados de 1871, Balta terminaba su régimen con la caja casi vacía, luego de haber desarrollado su programa de obras públicas con los recursos que le había proporcionado el corrupto Contrato Dreyfus” para la explotación del guano, el cual se convirtió después, en una abultada deuda pública difícil de pagar. 
Enfrentando críticas por manirroto y temiendo ser investigado por corrupción, Balta convocó a elecciones con la firme intención de conseguir que un allegado le cubriese las espaldas. 
Como era común en esos tiempos la campaña electoral  se hizo a tiros, bayonetazos y golpes.
En las elecciones de los miembros de los “Colegios Electorales”, ganaron los pardistas.  En noviembre, persistiendo en su plan de dejar el poder a un amigo, Balta propuso al país la candidatura única del civil Manuel Arenas, pero sólo Echenique aceptó. Pardo y Ureta, no.  
En respuesta,  el régimen clausuró el diario pardista “El “Nacional” y meses más tarde cerró “El Comercio” de Manuel Amunátegui, por apoyar  a Pardo.
Hay sospechas históricas de que al darse cuenta que llevaba las de perder, Balta aprobó un “Plan B”, o sea, “por las malas” y,  quizá por eso, el 7 de diciembre nombró como  Ministro de Guerra y Marina a su amigo, el coronel Tomás Gutiérrez, alarmando al pardismo.   
Pero, finalmente, en  mayo de 1872, Manuel Pardo y Lavalle ganó la presidencia  y un tercio de las curules del Congreso. Fue nuestro primer presidente civil, elegido. Tenía apenas 37 años.  
Desesperado, Balta pensó en convocar un Congreso Extraordinario para revisar la votación, impugnar los resultados y cerrar el paso a Pardo, pero dio marcha atrás e hizo que su Ministro   Gutiérrez aumentara el número de soldados acuartelados en Lima al mando de sus hermanos. Con más de siete mil solados, el “Plan B” contra el electo presidente  Pardo, quien debía de asumir el 2 de agosto, seguía en marcha. Pero, más que a Balta, la victoria del encopetado “civilito” había desagradado sobremanera  al Clan Gutiérrez.
Según Jorge Basadre, los Gutiérrez consideraban a Pardo un desastre para el Ejército y para ellos mismos. Por eso aceleraron el “Plan B”, un autogolpe de estado.

Propuesta de golpe de estado
Desconfiando de los marinos pro pardistas, el Ministro Gutiérrez ordenó entonces que fueran retirados los arrancadores de las máquinas de los buques de la Escuadra surta en El Callao, pero falló porque los jefes navales, sospechando la trama, le ocultaron que cada nave  tenía varios juegos de dichas piezas. Este pequeño dato fue clave para la acción de La Marina.
Seguro de haber desactivado a los marinos, a nombre del clan, Tomás  propuso a Balta el  autogolpe.
Basadre dice que  tras pensarlo dos veces y recibir consejos de amigos, entre ellos del ferrocarrilero Enrique Meiggs, el Presidente  se negó rotundamente durante una  dura reunión con su Ministro. Así selló su propia muerte.
Hay sospechas de que el Presidente no aceptó el autogolpe porque había acordado reservadamente con Pardo, un manto de silencio sobre su régimen, pues a los dos les convenía no hacer olas sobre el Contrato Dreyfus.
Los Gutiérrez desencadenaron entonces el Plan C que Balta desconocía

El golpe
Al mediodía del  22 de julio de 1872,  Balta se reunió en Palacio   Miguel Grau, comandante del “Huáscar” y con Aurelio García y García, para hablar sobre la Armada y el problema salitrero en el Sur. Iba a reencontrarse con ellos en la noche  en el matrimonio de su hija, Daría.
A las dos de la tarde, siguiendo la  rutina  el coronel  Silvestre Gutiérrez entró a Palacio de Gobierno al mando de dos compañías de soldados, so pretexto de  relevar la guardia. En realidad iba a relevar al Presidente. Apoyado por un pelotón apresó a Balta  cuando éste discutía con  su  esposa y Daría, la novia, los últimos detalles de la boda.
En ese mismo momento, en la Plaza de Armas, otro Gutiérrez,  el coronel Marceliano, al mando de su batallón  proclamaba a su hermano  Tomás, como Jefe Supremo de la República, elevándole el grado a general.
En un coche, la tropa llevó a Balta al cuartel San Francisco, controlado por Marceliano.   El flamante general Tomás Gutiérrez entró entonces a Palacio y aceptó ser  dictador.  Firmó su primer  decreto, pero no desató una amplia redada de opositores, muy de estilo en aquel tiempo. Estaba muy  seguro de su poderío militar.
Sus hombres sólo se preocuparon por cerrar el Congreso, por tratar de apresar al Presidente Electo y  quitarle el mando del Callao a Pedro Balta,  hermano del presidente.
La noticia del traicionero golpe  se difundió velozmente hundiendo inicialmente en desconcierto a las fuerzas políticas  y  a la población.  
A la carrera, el Congreso se reunió esa tarde,  condenó el pusht declarando a los Gutiérrez “delincuentes de lesa patria”, pero fue disuelto a culatazos por la tropa.  
El Presidente Electo, Manuel Pardo, huyó  hacia Chorrillos disfrazado de cochero de  carro de mudanza y aunque se  extravió,  finalmente llegó a Chilca.
En Lima, sin embargo, el  golpe no progresaba. Las otras  unidades militares no se plegaban. Sus jefes optaron esperar  a ver qué decían otros mandos de  los círculos aristocráticos.
Lo mismo hizo la mayoría de guarniciones del interior. Pero, lo peor fue que la Escuadra se puso  rápidamente al lado de Pardo y no aceptó sumarse. Los buques tomaron posiciones de ataque, demostrando que de nada había valido la orden de inmovilizarlos.
El nuevo dictador Tomas Gutiérrez conminó entonces al  Comandante Naval, capitán de navío Diego de la Haza, enviándole por telégrafo  la siguiente orden:
“Señor Comandante General de Marina: Ordene Ud., que la Escuadra secunde el movimiento que se ha hecho en Lima. Se ha botado (sic) al Congreso y don José Balta está preso. Su afecto amigo, Tomás Gutiérrez. Lima, julio 22 de 1872”.
De la Haza dijo  no y se mantuvo en sus trece. Desplazó la Escuadra a la Isla  San Lorenzo. En los días siguientes los hechos se desbordaron, así:
En la  madrugada del 23, la Escuadra se desplazó a Chilca y   embarcó al  presidente Pardo  en el  Monitor  Huáscar; de allí lo transfirieron a  la fragata “Independencia”. Así las cosas, la Escuadra enrumbó al sur.  Al amanecer, en el Callao,  el alto mando naval lanzó  su proclama de condena al golpe y de apoyo a Balta.  
La capital despertó semiparalizada. Y, ¡oh, sorpresa!, los diarios  La Sociedad (católico), La Patria (pro Dreyfus), no publicaron  una sola línea del golpe. La mayoría de las oficinas públicas no abrieron.  A Palacio, empezaron  a llegar  telegramas de adhesión de autoridades y jefes militares de algunas  ciudades y guarniciones del interior. Al mediodía  las legaciones diplomáticas estaban repletas de asilados.

La reacción pardista
A esa misma hora, las líneas del telégrafo de Lima fueron cortadas Se inició entonces la reacción pardista. Sus comités políticos estaban intactos, coordinados y con dinero. Su consigna  era  quebrar al gutierrismo en sus propios cuarteles.
En la tarde  circuló el rumor de que los jefes de las  unidades de artillería de Lima rechazaban el golpe y en la noche los agitadores pardistas consiguieron que  numerosos soldados  desertara entregando sus armas y municiones a cambio de dinero y alcohol.    
Al día siguiente, el 24, una tensa calma domina la capital. La Escuadra fondeó durante unas horas en las islas Chincha  y  luego  prosiguió navegando  hacia el sur.
El 25, estalló una rebelión pardista en el Callao. El coronel Silvestre Gutiérrez llegó desde Lima con sus hombres y la sofocó rápidamente. Regresó dejando en el puerto un contingente para asegurar el inminente destierro de Balta, prometiendo a sus parciales  regresar al día siguiente con ascensos y dinero.
Pero, en Lima, soldados y empleados públicos siguieron desertando en grupos de los cuarteles y de  las oficinas estatales.
En Palacio, el dictador intentó armar un proceso judicial contra los pardistas acusándolos de corromper a la tropa con dinero y cheques falsos  para que  asesinaran  a sus jefes.
El asunto no avanzó más porque la lealtad de los soldados en los cuarteles empezó a flaquear. Durante la noche los pardistas se atrevieron  por primera vez a dar  vivas a Pardo y mueras a los Gutiérrez en las calles y se enfrentaron a tiros con soldados leales a los golpistas.

La carnicería del 26
En la madrugada del 26 de julio, la Escuadra  fondeó en  Islay. A eso de las once de la  mañana, el coronel Silvestre Gutiérrez,  muy seguro de su poder,  luego de recibir en Palacio dinero y los ascensos prometidos a sus fieles, fue a pie, solitario, sin ningún guardaespaldas, hacia  estación del ferrocarril con intención de ir al Callao.
Iba  uniformado, orondo él, armado con sólo un revólver al  cinto y un látigo en la mano. Al pasar por la calle Mercaderes compró varias gorras militares.
Fue entonces que  varios grupos hostiles comenzaron a rodearlo, pero empezaron a insultarle recién cuando se acomodó en uno de los  vagones. Irritado por los insultos, Silvestre disparó su revólver  a través de la ventanilla del tren, hiriendo a uno de los manifestantes.
De inmediato, en medio del desbarajuste un capitán de apellido Berdejo y Jaime Pacheco, quienes se encontraban entre los manifestantes,  dispararon sus revólveres contra Silvestre, hiriéndolo. Entonces ardió Troya.
Los manifestantes, se convirtieron en un instante en horda, asaltaron el tren y se abalanzaron contra el militar herido. Sacándolo del transporte a rastras lo masacraron a golpes hasta matarlo,  en medio de un charco de sangre. Los pardistas se apoderaron del dinero, de los despachos y  desnudando al cadáver se  llevaron la ropa, el látigo, la gorra y el arma del militar hacia  la Plaza de Armas donde los exhibieron como trofeos.
Justo en ese momento, salía de Palacio el jefe de la policía, coronel José  Rosa Gil,  luego de proponer al  dictador que acabara con su aventura  sometiéndose   a la autoridad del segundo  vicepresidente de la república Francisco Diez Canseco,  a cambio del exilio.
Al enterarse de lo ocurrido, el jefe policial se fue del lugar raudamente.  Horas después, alguien piadoso llevó los restos de Silvestre  a la iglesia de Los Huérfanos.

Magnicidio
El reguero de sangre había comenzado. Cuando el dictador se enteró del asesinato de su hermano, no se le acabó el mundo. Sereno, escribió una nota a Marceliano quien custodiaba  a Balta en el cuartel San Francisco, diciéndole: “Marceliano an muerto a Silvestre. Asegúrate.
Marceliano fue entonces a Palacio con hombres del Batallón  “Zepita”.
No se sabe si Marceliano se fue de San Francisco dando la orden de que mataran a Balta, pero mientras iba con su hermano Tomas, de Palacio al Cuartel de Santa Catalina, el mayor Narciso Nájar, el capitán Laureano Espinoza y el teniente Juan Patiño, custodios de Balta,  acribillaron al Presidente cuando apenas había empezaba su  siesta. Minutos después, la ciudad  se estremeció al conocer la noticia de boca de las mujeres de algunos soldados que servían en el Cuartel San Francisco y que huían del lugar despavoridas para escapar de las consecuencias.
Entre cuatro y cinco de la tarde, acordando que Tomas junto con Marcelino resistiría cualquier ataque, en Santa Catalina, Marceliano partió con sus hombres  hacia el Callao para detener otra revuelta, pero allí encontraría la muerte.
Mientras Marceliano salía de Lima, tropas leales al régimen de Balta, al mando del  segundo vicepresidente Francisco Diez Canseco, tomaron Palacio de Gobierno a tiros. Centenares de pardistas se sumaron entonces al contragolpe.
Una vez asegurado Palacio, las tropas y la turba marcharon hacia Santa Catalina y pusieron sitio con barricadas, fusiles, cañones. Cortaron el suministro de gas y agua al cuartel. Los sitiadores atacaron a  tiros a los encerrados. Las tropas gutierristas respondieron al fuego.
A las nueve de la noche, los sitiados ejecutaron un desesperado y arriesgado plan de fuga. Los fusileros del cuartel lanzaron una carga sostenida de proyectiles que hizo retroceder a los sitiadores. El dictador y su hermano Marcelino salieron entonces  disfrazados de paisanos.
Marcelino logró esconderse en una casa cercana, pero el dictador tuvo terrible suerte. Cuando huía a pie, a pocas cuadras del cuartel, una patrulla al mando del coronel Domingo Ayarza, lo detuvo y lo reconoció. Tomas, se declaró sorprendido por la noticia del asesinato del Presidente Balta.  Allí, comenzó su calvario.
En medio de una multitud creciente y rugiente sus colegas militares lo llevaron  hasta la esquina de la Iglesia de San Pedro, donde Ayarza lo entregó  al civilista Lizardo Montero, quien iba a caballo, al mando de otro grupo.

Sed de venganza y sangre
Ante el rugido de la multitud que exigía la cabeza de Tomás, Montero y su grupo lo llevaron sólo hasta  la esquina de Carabaya y Ucayali donde lo abandonaron a su suerte. La horda entonces atacó al desgraciado.
Arriesgando su vida y en un acto humanitario digno de mejor persona, Esteban Valverde, dueño de la BoticaLa Unión Peruana”, abrió la puerta de su establecimiento y salvó momentáneamente a Tomás, haciéndolo entrar a duras penas con ayuda de sus empleados. Afuera, en la noche invernal, apenas alumbrada por las farolas a gas, la horda creció  y momentos después atacó sin misericordia. Rompieron la puerta e ingresando violentamente, acribillaron a balazos al ex dictador que se había escondido en un baño. Presa de frenesí asesino, la horda llevó el cadáver a la calle y allí lo desnudaron. Alguien le abrió  el pecho de un tajo propinado con un sable militar gritando: “¿Quieres banda? Toma banda”.
Varias manos le arrancaron el corazón.   Dejando un reguero de sangre, la  caterva pardista arrastró el cadáver  hasta la Plaza de Armas y lo colgó  de un farol, frente al Portal de Escribanos. Allí, fuera de sí la multitud siguió vejando al cuerpo inerme, apaleándolo,  apuñalándolo y  cortándolo. Entonces, otra horda apareció arrastrando el cadáver de Silvestre y también lo colgó de un farol cercano al que sostenía los restos de Tomás.       

Canibalismo en Fiestas Patrias. Día 27
Sin duda, a la curia católica limeña de la época le corresponde responsabilidad por el vejamen y carnicería contra los cuerpos desnudos y maltratados de los Gutiérrez.
Es imposible que, sin su  anuencia, la horda  pardista hubiese podido colgarlos en  las torres de la Catedral durante la madrugada para después, a media mañana, cuando una muchedumbre se había concentrado en la plaza,  desatar  una fiesta macabra.
Tal vez los mismos que los habían izado, cortaron  las amarras de los cadáveres  que cayeron  violentamente convirtiéndose en estropajos sanguinolentos, en medio de un feroz griterío.
Alguien entonces sugirió llevarlos a La Exposición para que los leones los devorasen. Ganaron los que propusieron quemarlos, ahí mismo y ya. Una mente maligna parecía  coordinar la tropelía en diversos puntos de Lima. Agitadores pardistas indujeron  al gentío a saquear e incendiar  las casas de Tomás y Marceliano.
Atacaron también una panadería de Silvestre, en Pescadería, de donde  llevaron leña para armar la   gran pira en el centro de la Plaza de Armas que serviría para quemar los cadáveres.
En la tarde, cuando los restos de Silvestre y Tomás aún se carbonizaban, otra horda pardista trajo el cuerpo de Marceliano desde el cementerio Baquíjano del Callao y lo arrojó a la hoguera.
Al caer la noche, presa de furor criminal, dominada por el alcohol  y  acicateada por impulsos atávicos surgidos en tiempos primitivos, parte de la horda devoró la carne  asada de sus víctimas. Versiones parciales posteriores sostienen que quienes cometieron canibalismo fueron  sólo algunos negros borrachos.

El Presidente Electo aplaude
Días después, Manuel Pardo retornó a Lima y antes de asumir la presidencia el  2 de Agosto de 1872, sin poder contener su júbilo, alabó la terrible masacre diciendo:
“¡Pueblo de Lima! Habéis realizado una obra terrible, pero una obra de justicia…Aquellos tres cadáveres que se ostentan ante nuestra metropolitana envuelven una tremenda lección que no olvidaré jamás!”
Pardo cumplió su periodo presidencial y entregó el mando a Mariano Ignacio Prado, pero seis años después de la terrible convulsión generada por los Gutiérrez, fue  asesinado a tiros por un sargento, en la entrada del Congreso. Tenía  44 años de edad.
La Historia General de los Peruanos” – D. Valcárcel, E. Docafé y otros - , dice que Marcelino huyó a una chacra, ubicada en Majes, Arequipa.
Rechazó una propuesta de reivindicación de Pardo y al estallar la guerra con Chile se unió al Batallón de Leiva y se fue a pelear, pues eso le gustaba más que la agricultura.