domingo, 7 de diciembre de 2014



EL DESPRECIO DE KARL MARX
HACIA SIMÓN BOLÍVAR

Por Elmer Olórtegui

Tres décadas después de la muerte del Libertador Simón Bolívar, en enero de 1858, en el tomo III de The New American Cyclopedia fue publicada una casi violenta y desmitificadora nota biográfica suya, escrita por el creador del materialismo histórico, Karl Marx, a solicitud del editor de Cyclopedia,  Charles Daña, quien, además,  era  director del "New York Daily Tribune". También apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231. Se trata de una pieza histórica controvertida y poco referida por los historiadores  y biógrafos del Libertador, porque derriba de un solo tajo la imagen de súper hombre, genio militar, adalid de la libertad y hábil político que dio su vida por la emancipación de América.
En los hechos, el texto trasunta un desprecio absoluto de Marx hacia la obra de Bolívar. Antes de publicar el artículo, Dana le reclamó a  Marx el "tono prejuicioso" con el que había escrito la nota, ante lo cual el autor no le respondió y más bien, en una carta fechada en Londres el 14 de febrero, mes siguiente del incidente, admitió ese tono de su nota al comentarle  a su amigo Federico Engels la protesta del editor. Marx escribió: " En lo que toca al estilo prejuiciado, ciertamente me he salido algo del tono enciclopédico. Pero hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque".
Gruesamente, Marx expone a Bolívar como traidor de Francisco Miranda, arguyendo que lo entregó a las autoridades realistas a cambio de su pasaporte para salir en una pieza de Caracas reconquistada por el Capitán General  Monteverde, a la caída de la primera república. Marx también reproduce el apodo “El Napoleón de las Retiradas” que  el general Piar había endilgado a Bolívar, lo cual más tarde pagó con su vida, pues El Libertador lo  mandó fusilar.   
El artículo de Marx sobre Bolívar ha sido digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo, y transcrito a HTML por Juan R. Fajardo, febrero de 1999.

También es muy  interesante y demoledor a la vez, el  enfoque de Marx  sobre  la acción de Bolívar en el Perú. Marx escribió: "Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Perú (1823-1824) Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringió sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo Estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias alto peruanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación ésta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso de Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales”.

Con otras palabras y con gran acierto, Marx describe el hoy conocido personalísimo proyecto de Simón Bolívar de convertirse en el emperador del Perú y Bolivia, en un principio con la creación sin tapujos ni hipocresías de lo que se llamaría “Imperio de los Andes” y luego, a través de la Confederación Peruano-Boliviana.  Bolívar ejecutó la parte básica de su plan monárquico-absolutista disfrazándolo de “República con constitución y presidencia vitalicia”, pues logró que las nacientes republicas del Perú y Bolivia aprobaran  constituciones vitalicias casi idénticas, redactadas de su puño y letra como copia de la constitución bonapartista que consolidó a Napoleón en el poder a través del triunvirato, luego del golpe de estado que acabó con la revolución francesa.  La acción de sus opositores colombianos y venezolanos  para impedir que Bolívar  intentara hacer mismo en Colombia, tal como era su íntimo propósito, así como la tuberculosis, abortaron los sueños absolutista del libertador americano, quien contradictoriamente era un esclavista irredento que en el tramo final de su vida no tuvo reparos en descubrir su verdadera entraña  imperial absolutista y despótica en un vano intento de imitar a Napoleón Bonaparte. 7 Dic 2014




sábado, 6 de diciembre de 2014

EL VERGONZOSO ORIGEN DEL PODER JUDICIAL
PERUANO: EL “CASO MONTEAGUDO”

Por Elmer Olórtegui
El Poder Judicial  fue “vergüenza  nacional” desde su nacimiento. San Martín creó “la alta cámara de Justicia”, una semana después de la Jura de la Independencia. El Historiador Herbert Morote, en su obra: “Bolívar, enemigo del Perú” cuenta que en plena campaña emancipadora (Dictador  y director de la guerra) ,  el 6 de marzo de 1824, el Libertador reemplazó la cámara por la Corte Superior de Justicia de Lima y, luego de la Batalla de Ayacucho, creó la Corte Suprema", a su medida y gusto. Morote añade que el principal propósito del Libertador “fue acomodar a jueces que le permitiesen reprimir la oposición, gobernar sin problemas y aceptar sus órdenes, dando la sensación de un marco de legalidad que todos los tiranos, hipócritamente, buscan. Como presidente de esta Corte nombró a Manuel Lorenzo de Vidaurre”,  a quien Morote califica como un  sirviente del dictador. O, sea, nuestro Poder Judicial  tiene en su ADN  una vocación servil incurable.Veamos ahora el caso “Monteagudo” que muestra como funcionó desde un principio el Poder Judicial peruano, como mero instrumento del poder político.
EL CASO MONTEAGUDO
Bernardo José de Monteagudo, nacido en Tucumán, en el virreinato de Río de la Plata, fue un luchador por la emancipación americana. Durante el breve protectorado peruano  del General José de San Martín, Monteagudo fue la mano derecha  del Protector en los cargos de Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Dio disposiciones en contra de los ricos de entonces, que lo malquistaron con la aristocracia limeña arribista y oportunista que había rodeado a San Martín. También se convirtió en blanco del Libertador Simón Bolívar, porque junto con su jefe San Martín, apoyaba la idea de que el Perú debía de convertirse en una  monarquía constitucional. Bolívar prefería la república y ya por entonces, desde Quito y Guayaquil,  maniobraba a través de sus agentes  secretos en Lima  para sacar del escenario peruano a San Martín y a su gente.  
Cuando  San Martín se fue a Guayaquil a reunirse con Bolívar, dejó al impresentable y luego traidor marques José de Torre Tagle como su “Supremo delegado” al frente del gobierno del Perú. Ni cortos ni perezosos,  Torre Tagle y su gavilla de aristócratas empolvados  cesaron a Monteagudo en todos sus cargos y el llamado Congreso Constituyente de entonces – un grupo de amigotes que se habían elegido así mismos por ser “propietarios” – lo desterró a  Panamá, amenazándolo con matarlo si regresaba.
La segunda parte de esta historia es trágica. Monteagudo regresó al Perú y se alió a Bolívar sobre la base de que ambos tenían la ilusión de convertir a Hispanoamérica en una nación de estados confederados. No obstante, sus enemigos y en especial Faustino Sánchez Carrión, uno de los ministros peruanos de Bolívar, se la tenían jurada, hasta el punto de que para quien quisiera oírlo Sánchez Carrión, sugería que Monteagudo debía morir. La cosa se complicó cuando a Bolívar le dio su fiebre final absolutista y preparó las constituciones vitalicias de Perú y de la recién creada Bolivia para crear nada menos que “El imperio de los Andes”, o la “Confederación Peruano- Boliviana”, con él de emperador disfrazado de “Presidente vitalicio”.  Bolívar, una vez que convocó al congreso constituyente que debía bendecir su imperio, comenzó entonces a deshacerse de todos sus opositores, entre quienes inevitablemente estaría el bravo  Monteagudo. Lo mismo hizo con el almirante Guisse. Bernardo de Monteagudo murió asesinado en Lima el 28 de enero de 1825, a los treinta y cinco años. Lo mataron a eso de las 8 de la noche de una puñalada en el corazón  en la Plazoleta de la Micheo, ubicada por entonces  en el extremo norte de la entonces calle Belén, décima cuadra del actual Jirón de la Unión. Total, en el mentidero de Lima fue un lugar común dos alternativas: la orden del asesinato habría procedido de Sánchez Carrión solamente, sin conocimiento de Bolívar, o fue un crimen de ambos.
Los asesinos, autores materiales fueron: Candelario Espinosa y el esclavo (ojo en ese tiempo había esclavos) Ramón Moreira. Confesaron su responsabilidad y dieron detalles de los hechos.
Un tribunal supremo integrado por Fernando López Aldana, José de Armas y Manuel Villanueva sentenció a  muerte al apuñalador Espinosa y a 10 años de prisión al cómplice Moreira. El dueño del esclavo, Francisco Moreira y Matute (amigo fiel de Sánchez Carrión) y sus presuntos coautores intelectuales, Francisco Colmenares y José Pérez, fueron absueltos.
Pero el fallo no agradó a Bolívar. Morote dice: “Bolívar ordenó a la Corte Suprema que se revisara el juicio y que se nombrara un tribunal especial para este propósito,dando detalles de su composición y cómo debían actuar:“(…) Tenga la bondad de pasar al presidente de la corte suprema de justicia el proceso correspondiente a la causa seguida contra los asesinos del coronel Monteagudo, imponiéndole de mi resolución, que se reduce a los siguientes: 1º. El presidente de la suprema corte de justicia queda autorizado por mí para nombrar un tribunal especial que vuelva a ver de nuevo, conozca y juzgue en primera instancia dicha causa. 2º. Este tribunal será compuesto de un presidente y dos vocales; dos fiscales serán los acusadores, y estos obrarán de acuerdo en mancomun in solidum. (…)”
No obstante el despelote fue que al no gustarle también los resultados de la revisión del caso, y atendiendo a que los asesinos proclamaron que dirían la verdad solo al Libertador, el 23 de abril de 1825 el mismísimo Bolívar habló a solas con ellos. No hubo ningún registro ni testigo. Pero después, coincidiendo con las habladurías de los limeños,  Bolívar conmutó las penas de los asesinos y  ordenó que, convertidos en soldados,  Espinosa y Moreira fueran enviados  a Colombia.

Años después, convertido ya en Presidente de Colombia, el general Tomás Mosquera,  quien en el trance del crimen Monteagudo era Jefe de Estado Mayor del Libertador, declaró  que el asesino Espinosa confesó ante Bolívar que asesinó a Monteagudo por encargo del ministro José Sánchez Carrión, quien le pagó 50 doblones de cuatro pesos en oro por la tarea. Sánchez Carrión era el líder de la logia secreta republicana que había enfrentado las intenciones monárquicas de Monteagudo, organizando su derrocamiento y expulsión de Perú en 1822.

Mosquera testimonió también que Bolívar se deshizo de  Sánchez Carrión, ordenando su envenenamiento. En efecto,  Sánchez Carrión murió mes y medio después de la reunión de Bolívar con los asesinos, de una extraña afección, el 2 de junio de 1825. Pero ahí no acabó todo. Según el testimonio de Mosquera,  el asesino de Sánchez Carrión, también fue liquidado por orden de Bolívar, para evitar toda filtración, luego de lo cual el Libertador suspendió la ejecución de Espinosa y ordenó el traslado de los asesinos de Monteagudo a Colombia. 6-Dic. 2014.

viernes, 31 de octubre de 2014

PIZARRO O LA POLÍTICA DEL TAHÚR



Pizarro o la política del tahúr
Punto de vista sobre el libro “Pizarro,  el Rey de la Baraja –
Política, confusión y dolor en la conquista”
ELMER OLORTEGUI

La obra, “Pizarro, el Rey de la Baraja – Política, confusión y dolor en la conquista”, de Alan García Pérez- Lima, 2012, 204 páginas, es un innovador y sorprendente enfoque de un tema capital de la historia de América Latina y, en particular del Perú,  no obstante que se pensaba  que sobre dicha materia, casi se había dicho todo.
A mi modo de ver, lo innovador del trabajo consiste en que el autor, uno de los políticos y pensadores actualmente  gravitantes en el Perú y Latinoamérica, expone ampliamente la aplicación de la Teoría General de los Sistemas a uno de los hechos sociales decisivos de la humanidad: la política. Sobre la base de diversos e importantes desarrollos de investigación académica y social, la obra enfoca el tema “Pizarro” dentro de la configuración precisa de las categorías determinantes de todo sistema político. De este modo, como el mismo autor lo precisa, la obra no es un relato o análisis histórico más, sino que resulta una especie de escaneo electrónico de avanzada precisión que postula como la tesis  del libro la siguiente: que  fue la ACCIÓN POLÍTICA diestra y eficaz  de Pizarro – definida como “la competencia, distribución y ejercicio del poder para dirigir sociedades y decidir en nombre de ellas, con la obediencia del conjunto social” – la que hizo posible su triunfo y el de la Corona Española sobre el Tahuantinsuyo.
Desmenuzando el planteamiento central del libro se tiene entonces que  la toma del Incanato se debió a los siguientes factores: la capacidad política de Pizarro para constituir una élite y un “núcleo duro” de dominio y prevalencia. Su acertada e inmediata facultad para identificar la distribución  del poder existente entre los grupos y personas. Su habilidad  para administrar mejor que Atahualpa y  otros jefes indígenas la tensión  que se produjo  entre los líderes y los grupos subordinados que presionaban y se movilizaban. Su destreza  para interpretar, planificar y anticipar sistemáticamente  los hechos. Su astucia, la  que le permitía confundir diestramente  a sus adversarios. Y, finalmente,  su capacidad para trasladar  sus responsabilidades a sus oponentes.
Vistos los hechos, desde esta innovadora óptica, es procedente la conclusión del autor de que estos factores políticos  fueron tan importantes para la imposición de las fuerzas invasoras pizarristas, quizá tanto o en mayor medida como pesaron la acumulación de recursos económicos (dinero, caballos), los  medios productivos y los  avances tecnológicos (pólvora, hierro), el desconocimiento de los Incas de la rueda y la conducción animal, su notable y grave división interna, así como un componente esencial de la motivación humana: la ambición de riqueza pronta y cuanto mayor, mejor.
Lo sorprendente y polémico del contenido del libro es el original planteamiento de la presunción del  profesor García Pérez  – la que debido a la acuciosa y metódica labor de contrastación con los hechos, casi se vuelve certeza – acerca de que la gran eficiente destreza política de Francisco Pizarro procedía de su amplio dominio y experiencia en el juego de mesa llamado “Tresillo” (en proceso de extinción), el cual había logrado gran popularidad y difusión en España y sus dominios de ultramar, durante lo que duró su invasión y ocupación del Nuevo Mundo. Este juego de baraja que admitía más de dos participantes, sujeto a unas veinticuatro reglas que permitían numerosas combinaciones de riesgos y alternativas para vencer a los rivales,  habría sido, según el autor, una especie de referencia básica, fuente, modelo o manual de operaciones que Pizarro empleó constantemente para tomar sus decisiones, desde las cruciales, hasta las más simples. De este modo, todos los que lo rodeaban, eran para el hijo de Extremadura, cartas del “Tresillo” con distinto valor, que debían ser jugadas siempre en su propio beneficio, según las reglas del sistema. El análisis comparativo de los principales hechos de Pizarro, desde que compró el permiso real o  “Derecho de conquista” de Pascual de Andagoya para explorar los territorios al Sur de Panamá, hasta su asesinato a manos de los almagristas, muestra,  de modo contundente, que corresponden o se inscriben dentro de cada una de por lo menos unas  quince reglas del “Tresillo”. Considero que este aporte explicaría en buena parte la espectacular vida, fracasos y éxitos de Pizarro, sobre la base de su arrolladora personalidad, su vocación y capacidad  de liderazgo y su valentía  a toda prueba para la aventura  y el  combate, no obstante su origen llano y su condiciones menoscabadas de hijo natural y analfabeto, en tiempos en que esas condiciones generaban una exclusión social, difícilmente reparable.

No obstante, hay hasta tres hechos que el libro no toma en cuenta en el dibujo total de la personalidad  de Pizarro  – sin que por eso sus méritos disminuyan – y que también contribuyeron al éxito a la operación de emboscada, secuestro, captura y extorsión que  el Gobernador General  ejecutó con gran maestría en Cajamarca para apoderarse, en poco menos de dos horas, del representante del máximo poder de un inmenso imperio.
El primer hecho es la inmensa ambición que movía a Pizarro y a sus hombres, una ambición desmedida por riqueza material en oro y plata cuya satisfacción justificaba en los hechos toda la gama de iniquidades de las que es capaz la especie humana: engaño, traición, asesinato, genocidio. Considero que el desarrollo del tema del “Tresillo” abre la gran posibilidad de que expertos en  reconstrucción de configuraciones  psicológicas de personajes desaparecidos, haciendo uso de las herramientas del psicoanálisis  por analogía, exploren los actos propios del invasor ibérico y ensayen una cercana descripción aunque seda arqueológica de su dimensión mental.
El segundo hecho es que Pizarro y los suyos, pero en especial Pizarro, se jugaron la vida en  la aventura incaica: la Capitulación de Toledo, constituyó un exacto contrato de concesión (similar a los actuales)  para que el extremeño y sus socios hicieran por iniciativa privada, sin que la corona arriesgara dinero alguno, la aventura de exploración y conquista del aún desconocido Pirú. Para eso comprometieron casi todo o la mayor parte de sus recursos propios y un fracaso estrepitoso hubiese significado su ruina total. Ellos no podían regresar con las manos vacías. Para evitar eso, Pizarro hizo uso eficiente de la técnica de “Secuestro y Extorsión”, desarrollada por los militares españoles en sus guerras contra los moros y en Italia, un procedimiento  sobre cómo una pequeña fuerza podía hacerse de un reino, siempre y cuando – usando el procedimiento del engaño o la emboscada – pudiese llegar cerca del rey o emperador, con el mayor éxito posible. Este procedimiento, que los españoles habían convertido en una especie de manual de operaciones, incluía como punto crucial  la toma en rehén del rey – hecho que paralizaba totalmente a la fuerza enemiga – y añadía la obtención de un rescate dinerario y finalizaba con  el llamado “control  del enemigo”, lo cual implicaba la inevitable  muerte del dignatario preso, una vez consolidaba la rendición u ocupación del reino. Para eso, en el caso de Atahualpa, Pizarro organizó   el engaño de la reunión diplomática en Cajamarca, promovió el asesinato de Huáscar, culpó   de ese  crimen a Atahualpa  y usó    ese cargo como  el sustento de la  ejecución pública del Inca, ocho meses después de su secuestro,  el 26 de julio de 1533.
El tercer hecho es el planteado por el historiador Ivan R. Reyna, profesor de la Universidad de Missouri en su trabajo: “La chicha y Atahualpa: el Encuentro de Cajamarca en la Suma y Narración de los Incas de Juan Diez de Betanzos”. Según Reyna, a Pizarro y su gente le fue fácil apoderarse del emperador porque este acudió a la plaza de Cajamarca totalmente ebrio con chicha. El historiador, además de lo valioso de su fuente principal, Betanzos,  ha hallado registros en todos los cronistas del hecho  de que, luego de su entrevista el día anterior con Hernando de Soto  y  Diego de Almagro, el Inca se reunió con sus generales, discutieron sobre los “barbudos”  y luego bebieron chicha, abundante chicha hasta el día siguiente, de tal modo que cuando el emperador fue atacado estaba en una gran curda, medio mareado aún  y por eso reaccionó sin ánimo ni fuerzas.  Reyna apoya su tesis en una detallada investigación acerca del carácter ceremonial y celebratorio de la chicha en el mundo andino, en especial en la nación quechua y en la expresión de casi todos los cronistas de que Atahualpa tenía una marcada adicción al alcohol de maíz, en forma de chicha. Hay otro hecho registrado por los cronistas que abona en este sentido. En medio de la trifulca de la emboscada, el Inca no pudo recuperarse rápidamente cuando tuvo que salir de su anda, luego de que sus cargadores cayeran asesinados. Estaba como perdido.  Como era imprescindible que el Inca fuese capturado vivo, Pizarro mismo tuvo que abalanzarse para evitar que uno de los suyos atacara a Atahualpa con su hierro, por lo que el Gobernador sufrió una herida en uno de los brazos. Es evidente que el probable hecho circunstancial de la descomunal borrachera del Inca, sumado a otros errores estratégicos y tácticos cometidos por Atahualpa en el curso de la llegada de los españoles y su captura, como el dejarse llevar por su insuperable soberbia, permitieron  también  la facilidad con la que Pizarro y sus hombres lo tomaron en rehén, a pocos kilómetros de donde acampaban entre 30 y 35 mil guerreros incaicos. Esa fuerza, como esperaban los invasores, quedó con las manos atadas por la amenaza de muerte inmediata del Inca, si decidían atacar.
Lo anotado, contribuye al aporte central del libro bajo nuestro análisis, la sistemática determinación de las reglas que conformaron el sistema de acción política de Pizarro, o sea de las condiciones que le permitieron acceder, ejercer y mantenerse en el poder para ejecutar sus propósitos. Este es el resumen de lo que se puede llamar, la “política de Pizarro”: su constancia indesmayable para ejecutar sus propósitos. Su fijación  de objetivos propios definidos, pero confusos para los demás, el logro de su legitimidad como líder indiscutible y su constante personalización en todas las circunstancias, su capacidad para decidir y ejecutar los hechos fundamentales, su comprensión intuitiva pero acertada de la realidad física y social de su escenario, su destreza  para comprender la psicología  de los contrarios y multiplicar la confusión y la desunión  entre ellos, su previsión para guardar elementos de negociación, su proverbial paciencia y serenidad, su previsión para apoderarse de la logística segura del nuevo territorio y su sagacidad para evadir las responsabilidades y atribuírselas a otros.
El libro, abre también una puerta sobre otro importante tema del ejercicio general del poder para la investigación y el debate intenso: la marcada relación que parece existir entre el ejercicio intenso del poder y su trágico final en la mayoría de los casos. Los finales no trágicos, parecen ser la excepción de la regla. 

Lima, 15 de octubre de 2014





sábado, 20 de septiembre de 2014

ISMAEL LEON ARIAS. QEPD- IN MEMORIAM

La noticia del fallecimiento de Ismael León Arias, hoy viernes 19 de setiembre, me ha traído a le mente este recuerdo, sin ira y con alegría de haberla vivido. En 1987, estaba junto con él, con Paco Landa, Róger Rumrrill, Alfredo Donayre y  otros colegas más, en la ciudad de Rio Branco, capital del estado brasilero del Acre, cubriendo la reunión entre el Presidente Alan García y su homólogo carioca, el Presidente Cardoso. Yo era el enviado especial del  diario “El Nacional” y el representaba a La República. Cada uno había llegado hasta esa lejana ciudad por sus propios medios, con la promesa de Paco, en esa entonces consejero personal informal de AGP, de asegurarnos el retorno en uno de los aviones del convoy peruano. Después de la última noche de despedida y farra, cuyos detalles son materia de esta nota,  nos encontramos en el aeropuerto, en donde nuestros estómagos se ahuecaron y la angustia nos hizo sus prisioneros. Paco, convertido en la desesperación misma, nos dijo que  el jefe de la casa militar de entonces, un general cuyo nombre no recuerdo, había copado los cupos de la segunda nave con su gente y que nosotros estábamos “out”.
Eso significaba que para regresar a Puerto Maldonado podíamos hacerlo por tierra, vía Iñapari, viajando durante tres días. La otra vía era ir en avión de Río Branco a Sao Paulo y de allí empalmar hacia Lima. No había más y ambas vías eras difíciles porque nadie tenía el dinero suficiente para los gastos. Rápidamente, Ismael dedujo que nuestra única opción es hablar directamente con Alan  para que ordenase el correspondiente auxilio. Pero eso, en tierra extraña, era muy difícil hasta para Paco. Considerando que nuestra única oportunidad de llegar hasta el presidente era cuando ingresase al aeropuerto para el protocolo de despedida con tropas y banda de música, propuse hacer la de reporteros y en son de entrevistarlo, pedir a las autoridades que nos permitiesen estar cerca del acceso de los dignatarios. Con suerte, los brasileros aceptaron porque en general son buena gente. La angustia nos torturó una hora y media, bajo el rol que comenzaba a calentar sin misericordia. En efecto, cuando Alan llegó hicimos tal aspaviento que AGP salió de la comitiva y se acercó sonriente a  saludarnos. Entonces fue Ismael que habló por nosotros y en un solo párrafo le resumió la situación. El Presidente soltó una gran carcajada y hasta bromeó diciéndonos que no podíamos pedir más pues nos íbamos a quedar en el paraíso. “¿Cómo hacemos, Alan?”, insistió Ismael con gran familiaridad. Alan Llamó entonces a uno de nuestros diplomáticos y le dijo  que como sea que solucionara nuestro caso hablando con los brasileros. El diplomático asintió sin mostrar gran preocupación por la situación. Eso me dio buena espina. “No se muevan de este lugar hasta que les avise2, nos dijo y sin prestarnos más atención se fue con el presidente al ceremonial de despedida pues en ese momento estaba llegando la comitiva de Cardoso. El aire calentado por los reactores del gran Boeing del Presidente de Brasil, dejó una  sensación de piel tostada en mi cara, cuando la nave se fue a la pista central para su despegue hacia Puerto Maldonado, donde se iba a realizar el segundo tramo de las negociaciones.
Empezábamos a sudar copiosamente. Los militares locales se fueron, los trabajadores del aeropuerto replegaron las escaleras y todo quedó en una calma triste y melancólica. Nos sentíamos como perdidos en el espacio. Unos quince minutos después que sentimos como si hubiesen transcurrido quince horas, se acercó el diplomático y nos invitó a seguirlo. Nos miramos los unos a los otros, pues no había ninguna otra nave a la vista y estábamos intrigadísimos sobre la solución. Caminamos por el gran patio de estacionamiento de la terminal, rebasamos un enorme hangar y detrás de él, estaba un Boeing, con la bandera de Brasil. El diplomático nos explicó: el presidente del Brasil, como todo presidente que se respete, siempre que viaja por vía aérea, lleva dos aviones, de tal manera que si al primero le ocurre algún inconveniente, de inmediato se pasa al otro y ¡zás!, sigue viajando.  “Claro, o máis grande do mundo, no podía ser de otro modo”, comento Rumrril. Bueno. Entonces fue la maravilla. Una hermosa azafata de impresionantes ojos verdes nos dio la bienvenida al pie de la escalinata. Otra, de igual estampa y figura lo hizo al final. Adentro había otras cuatro linduras. El capitán y su copiloto no dieron la bienvenida. Nos dijeron que podíamos ocupar cualquier asiento, inclusive el reservado al presidente y que además podíamos pedir algún coctel y bocaditos. Éramos ocho náufragos, empapados en sudor, sin afeitar, mal vestidos y mal olientes, en una verdadera suite presidencial aérea. Para no hacerla larga, les contaré que bebimos champan Don Perignon, wiskhy etiqueta negra doce años, finos pastelillos, caviar y otras delicias hasta engordar. Los más conversadores encantaron a las azafatas, a cual más lindas. Ismael, por supuesto, se olvidó de sus sudores y departió con dos de ellas. 

El último tramo de este trance fue también risueño. Al llegar al aeropuerto de Puerto Maldonado, vi desde el avión que las dos comitivas ya habían salido del  terminal rumbo a la ciudad y que unos cuatro soldados peruanos enrollaban la larga alfombra roja por la cual había caminado los dos mandatarios. No obstante, cuando alguien de abajo se dio cuenta de que llegaba otro avión oficial del Brasil, les ordenaron a los soldados que nuevamente extendieran la alfombra. De ese modo, los ocho periodistas azarrapastrosos rescatados de Río Branco, descendimos  y caminamos por la alfombra roja matándonos de la risa ante el asombro de los soldados y de su jefe. Un poco más nos rendían honores militares. 

lunes, 15 de septiembre de 2014

LA REVOLUCIÓN DEL CUSCO



Recordando sin ira
La Revolución del Cusco

Elmer Olortegui Ramírez

La “Revolución del Cusco”, ocurrida hace doscientos años, fue, a mi modo de ver, la más importante gesta de nuestra independencia, realizada por nacidos en el Perú y encabezada por un grupo de “criollos” o españoles americanos. No obstante, la historia oficial, esa que se imparte en los libros de primaria y sobre todo, de secundaria y la que cuentan algunos historiadores, presenta este hecho como un movimiento preparado y dirigido por el cacique quechua Mateo García Pumacahua con el apoyo en condición de segundones de los Hermanos Angulo Torres. Resaltan el rol y la imagen del supuesto caudillo quechua como un segundo aporte de coraje y sangre indígena  al esfuerzo de la emancipación, después de la rebelión de Túpac Amaru II.  No obstante, no nos cuentan detalles esenciales del asunto, no nos dicen los antecedentes y menos nos informan sobre los verdaderos motivos de cada uno de los personajes. Callan a media voz, se hacen los ambiguos y para quienes no somos doctos en la materia, todo queda como si ciertos  criollos o nativos hubiesen pasado de un momento a otro por un trance sagrado de iluminación libertaria  que los impulsó a la lucha contra el imperio, al influjo de los dichos enciclopedistas, de la independencia de las trece colonias y de la Revolución Francesa.  
Felizmente, para los que como yo, han decidido no creer más en la “historia oficial”, hoy existe la red y decenas de libros, un torrente de conocimiento tal que,  con un poco de paciencia, puede disiparnos cualquier duda.  A mi modesto modo de ver, la del Cusco, lanzada en 3 de agosto de 1814 fue una verdadera revolución, una importante revolución,  dentro de otra revolución mayor  que sacudía por entonces toda la América Hispana, paradójicamente,  provocada por el sector más avanzando y progresista del pensamiento y la acción de la propia monarquía española, en circunstancias  en que las estructuras del inmenso dominio hispánico empezaban a derrumbarse. Todo esto quedará más claro, al término de este texto.
Considero que antes de acometer los pormenores del pronunciamiento cusqueño del 1814, hay que resaltar que entre 1805 y 1809,  como síntoma grave de la descomposición de todos sus ámbitos, España y la monarquía borbónica gobernante, protagonizaron una seguidilla de hechos militares, políticos y económicos negativos, lamentables y humillantes que hacían presagiar el hundimiento del mayor imperio de entonces.

Máxima infidelidad real
Figuraba como monarca el borbón Carlos IV. Digo, figuraba, porque  quien ejercía el poder real era su ministro válido  Manuel Godoy, uno de los amantes favoritos de la reina  María Luisa de Parma. Su graciosa Majestad, probablemente engendró con Godoy varios de los 14 hijos e hijas que dio a la luz, ninguno procreado por don Carlos.  Hay que considerar, además, que el real cuerpo de la reina madre soportó  diez abortos. Esta escandalosa situación fue una de la que los españoles de entonces se ocupaban a media voz no obstante sus gran repercusión en todos los ámbitos del imperio y fue el telón de fondo de los acontecimientos de pasaré a recordar. Al respecto, hay que anotar sobre el asunto de los amoríos de doña María Luisa de Parma, que el escritor y periodista  español José María Zavala, en su libro “Bastardos y Borbones” (2009), ha establecido que en el Registro del Ministerio de Justicia de España, obra el “Expediente del Padre don Juan de Almaraz, confesor de la Reyna  María Luisa”. Parte de ese expediente  es un escrito firmado, sellado y lacrado por el sacerdote Almaraz, en el cual el religioso informa  que en su condición de confesor de la Reyna, recibió de ella el 2 de enero de 1819,  en su lecho de muerte,  durante el sacramento de la  sagrada confesión, la noticia de que  ninguno de sus hijos e hijas era del legítimo matrimonio, por lo que así, la Dinastía  Borbón  de España había concluido”. El sacerdote agrega que el propósito de la revelación de la reina era poner su alma a disposición de Dios, esperando su piedad y perdón. Es imposible saber si lo consiguió.
No obstante su intimidad con la reina, el ministro Godoy no era del agrado de un fuerte sector opositor a sus políticas, ni del heredero de la corona, Fernando, Príncipe de Asturias, y tampoco del “Gran Corso”, emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, por entonces convertido ya en un factor decisivo del futuro de España.

Trafalgar: el hundimiento de un imperio
Tras su ascenso a emperador (El 18 de mayo de 1804) Bonaparte  se alió con Carlos IV para tratar de satisfacer su desmedido sueño de destruir a la Armada Inglesa e invadir  las costas del Reino Unido con 100 mil hombres y 200 navíos. Y, a pesar de la grave crisis económica por la que atravesaba España, Carlos IV y su mano derecha  Godoy, sucumbieron a la presión bonapartista para  presionar a la escuadra inglesa. De ese modo precipitaron el desastre naval de Trafalgar el  21 de octubre de 1805, hecho militar que significó la pérdida total de la supremacía española en el mar y del control de las principales rutas del comercio internacional de entonces. A partir de esa derrota, en un cuadro de constante amenaza de desembarcos ingleses en las costas de América Hispana, como los ocurridos en Buenos Aires y en  Montevideo entre 1806 y 1807, Carlos IV y Godoy, aceptaron mansamente que, a partir del 18 de octubre de 1807, las tropas de Napoleón entrasen a España hasta completar una fuerza de 60 mil hombres, so pretexto de ir a someter al reino de Portugal, a fin de que no siguiese apoyando las operaciones bélicas y comerciales de Gran Bretaña con el continente.

Fernando VII, “El rey felón”
Entonces sobrevino el gran sainete. Cuando las tropas galas marchaban aún posesionándose del suelo español, el 27 de octubre  de 1807, Carlos IV en persona, develó una conspiración de su hijo el  príncipe heredero   Fernando. El apurado heredero y sus partidarios habían planeado  cometer magnicidio para hacerse de la corona, envenenando al Rey, a la Reyna  y a Godoy. Preso el Príncipe de Asturias, con gran magnanimidad, los reyes perdonaron a su desnaturalizado hijo y solo castigaron a sus cómplices delatados por el propio cabecilla, hecho revelador de su singular talante traicionero y mendaz. Lo ocurrido,  sin embargo, no arredró al príncipe cuando, cinco meses después, vio una segunda oportunidad de subir al trono. Aprovechando que Godoy intentaba escapar  de la bota napoleónica junto con los reyes rumbo a América, Fernando y sus parciales dieron un golpe de estado el 18  de marzo de 1808, obligando a Carlos IV a abdicar a favor del príncipe, quien surgió entonces como Fernando VII. Pero, la astucia de Napoleón Bonaparte fue mayor y mejor. Con la presión de sus tropas  que ocupaban gran parte de España, el 30 de abril de ese año, en Bayona (“las abdicaciones de Bayona, Francia) el emperador hizo  que Fernando devolviese la corona a su padre y que éste la entregase a él para, en adelante, mantenerlos secuestrados en territorio francés. El 25 de julio de ese mismo año, después de que los militares ibéricos iniciasen  la guerra de resistencia española (2 de mayo de 1808), Napoleón  puso en el trono español  a su hermano José.  

Un imperio sin rumbo
Así se inició entonces un terrible periodo de desconcierto en el mayor imperio territorial de la historia. Ocupado su centro  por una fuerza invasora, secuestradas sus testas coronadas, el trono en manos de un usurpador, cortadas sus comunicaciones marítimas con sus virreinatos y capitanías generales, cosas veredes Sancho, la resistencia española se alió con su secular enemiga, Inglaterra.  En ese triste y trágico periodo, mientras el país con sus militares y guerrilleros  peleaba duramente contra los franceses, desangrándose y soportando atrocidades y padecimientos sin nombre, la administración del estado tomó  la forma desesperada y provisional de la Junta Central de  España, órgano formado en septiembre de 1808  y que, siendo constituida por representantes de las juntas del gobierno de la resistencia que se habían formado en las provincias peninsulares,  resumía  en un solo colectivo los  poderes ejecutivo y legislativo para enfrentar  la ocupación napoleónica. Estuvo vigente hasta el 30 de enero de 1810.  Al disolverse la Junta, fue reemplazada por el Consejo de Regencia de España e Indias, a partir del cual, tras la pérdida casi completa del territorio peninsular a manos de los franceses, se formaron las Cortes o el congreso constituyente de Cádiz que fue reunido para redactar la famosa y avanzada  Constitución Española de 1812, instrumento jurídico de primera importancia que, si bien  fue reversible en la península con el regreso del “Rey Felón”, en las colonias generó un poderoso e indetenible proceso de cambios  que desembocaron en las independencias hispanoamericanas.  

La anarquía y las juntas salvadoras
El gobierno provisional o Junta Central de España, en medio del fragor y la sangría que provocaba la guerra, reflejó en gran parte la convicción de que el imperio estaba en serios problemas de existencia, expresó  el pensamiento político avanzado de la enciclopedia y la necesidad de incorporar reformas profundas al sistema absolutista. Esos  cambios económicos y sociales ya  estaban vigentes en Francia como resultado de la presión de la burguesía, a pesar  de las veleidades imperiales de Bonaparte. Eso, provocó  una división pronunciada de las fuerzas políticas de la resistencia y de toda España en los bandos de los “absolutistas” o conservadores  y de los “afrancesados” o progresistas (“caviares” en lenguaje político actual). Estos últimos, en el fondo aspiraban a convertir a España en una monarquía constitucional.  A estas alturas, pido al amable lector que tenga en cuenta esta división, porque la misma línea se tenderá en las colonias y será el factor que determinará después el rumbo de las cosas. Ahora bien, volviendo a la  desesperada coyuntura que afectaba al imperio,  la Junta  promulgó el 22 de enero de 1809 el famoso decreto real que terminó con el régimen centralista borbónico. Esta ley fue el inicio del quiebre con el absolutismo, pues hizo  partícipe de la soberanía  del Imperio  a Hispano- América, estableció la igualdad política ciudadana  entre españoles peninsulares y los nacidos en América  y ordenó la elección de nuevas autoridades, según una nueva estructura estatal que priorizaba  los ayuntamientos o municipalidades y, en consecuencia a los alcaldes elegidos por votación pública, menoscabando la autoridad de las llamadas Audiencias o gobiernos regionales absolutistas. La Orden Real determinó que los territorios de España en América "no son propiamente colonias o factorías como las de las otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española". Esta fue una disposición que apuntaba a bloquear positivamente cualquier intento de desintegración de la unidad territorial hispánica mundial. Causó un gran entusiasmo y efervescencia en los segmentos criollo, mestizo y nativo de ultramar, donde grupos de entusiastas criollos informados de las nuevas tendencias políticas y sociales internacionales, emulando a las juntas provinciales peninsulares, ya habían comenzado a instalar juntas de gobierno (promotoras de la resistencia en favor de Fernando VII). No obstante, encararon las elecciones con ciertas variantes  respecto al criterio de la Junta Central. Asumieron que se había decretado la soberanía local, lo cual determinaba que el proceso electoral  sólo atañía a los ciudadanos nativos. Esa fue la característica de las juntas de Quito, Chile, Montevideo, Buenos Aires y Caracas, cuyos promotores desestimaron a las autoridades en su mayoría peninsulares. Su pretensión inequívoca era la de sustituir a los organismos gubernamentales del absolutismo, empezando por los intendentes, los oidores, las audiencias, los capitanes generales y los propios virreyes. No obstante dos de ellas, las juntas de Buenos Aires y de Bogotá  optarían claramente desde su inicio por la opción separatista y emancipadora.

Abascal, el exterminador de juntas
Nótese que las juntas de gobierno surgieron en medio del gran vacío  de poder,  invocando el nombre de Fernando VII. Proclamaron su propósito de defender los derechos del monarca, así como apoyar el esfuerzo de guerra de los peninsulares, fundamentalmente con oro y plata.  Así mismo, véase claramente  que las  Juntas de Gobierno se constituyeron en todos los territorios españoles de Sudamérica, excepto en el Perú donde el Virrey Fernando Abascal gobernaba con  manos de hierro absolutistas, con la firme decisión de aplastar  a sangre y fuego dos desafíos: cualquier intentona de desembarco de los ingleses o de cualquier potencia enemiga y cualquier veleidad criolla o nativa que se atreviese a desafiar su autoridad y la de los demás representantes del orden absolutista. Para eso había dedicado los primeros años de su gobierno, a partir de 1806 a  convertir al Ejército Real del Perú en uno de los más poderosos, más organizados y disciplinados de América. Su política anti juntas dio su primer zarpazo contra la junta  andina de Chuquisaca (La actual ciudad boliviana de Sucre). Allí, el 25 de mayo de 1809, un grupo mayoritario de  Audiencia Real de  Charcas (especie de gobierno regional perteneciente al Virreinato de Río de la Plata), con  José de la Iglesia y  Juan Antonio Álvarez de Arenales a la cabeza y con el apoyo de universitarios y comerciantes, destituyó al  Presidente Ramón García de León y Pizarro y formó una junta de gobierno pro fernandista. Ellos rechazaban la pretensión de la hermana de Fernando, la monarca de Portugal, residente en Rio de Janeiro,  de anexarse el gobierno del Virreinato de Río de la Plata, invocando una supuesta voluntad de Fernando VII.  No proclamaron independencia alguna, pero fueron violentamente liquidados por el Ejército Real del Perú, porque Abascal  estaba seguro de que si lo permitía, la liquidación de su virreinato y la de él mismo y de sus colaboradores absolutistas era solo cuestión de tiempo. También lo hizo porque consideraba a esa zona un estratégico tapón contra cualquier intentona proveniente de  Buenos Aires, en donde también había vientos de cambios. Aún más, sabiendo que su colega de Rio de la Plata  había quedado debilitado luego de los ataques de los ingleses, anexó por su propia decisión la Audiencia de Charcas al Virreinato del Perú. El de Chuquisaca es considerado como el primer grito  libertario de América. Tras liquidar el pronunciamiento de Chuquisaca, Abascal aplastó también a las  Juntas de Guayaquil, Santiago, y  La Paz.


El florecimiento de las juntas
Las  Juntas de Gobierno en América lograron instalarse en  Caracas,  Bogotá, Quito, Guayaquil,  La Paz,  Santiago y Buenos Aires. Las juntas de Buenos Aires y Bogotá, desarrollaron desde un principio una evidente acción separatista de la corona española, pero, en general, con la restauración absolutista de 1814, pocas subsistieron y se transformaron en gobiernos.
A partir, de la Junta de Chuquisaca y en un lapso de solo dos años, se produjo una verdadera avalancha de este tipo de organizaciones que proclamaban su fidelidad al rey: en Venezuela, su primera junta se instaló el 19 de Abril de 1810.  Al mes siguiente, surgió la de Río de la Plata,  el 25 de mayo de 1810. Cuatro  meses después, con el Grito de Dolores del cura revolucionario, Miguel Hidalgo, se estableció la primera junta de México, el 16 de septiembre de 1810.  Solo dos días después del Grito de Dolores, el Cabildo de Santiago instaló también su propia Junta de Gobierno  el  18 de setiembre de 1810. No obstante las cosas fueron diferentes en el  Virreinato del Perú. Nueve meses después  de la instalación de la junta chilena y, ya alzada en armas la de Rio de la Plata, el 20 de junio de 1811, don Francisco Antonio de Zela y sus hombres, no optaron por la junta. Audazmente entraron en combate en nombre de Fernando VII. Capturaron los dos cuarteles militares realistas de Tacna, enfrentándose directamente al supremo poder regional  del virrey José de Abascal y Sousa. Pero solo duraron cinco días en el poder. La represión los aplastó.  Al alzamiento de Francisco Antonio de Zela siguió ocho meses después, el 22 de febrero de 1812, la revolución de Huánuco. El criollo Juan José Crespo y Castillo y un grupo de sacerdotes se alzaron en armas junto con grupos indígenas. Tomaron la ciudad de Huánuco e instalaron una Junta. Los primeros reclamaban el cese de su postergación en los cargos públicos a favor de los peninsulares y temían  que las autoridades de la Intendencia quemasen sus plantíos de tabaco no autorizadas. Los indígenas estaban descontentos por el continuo saqueo de sus cosechas por parte de los españoles peninsulares y criollos y deseaban recuperar la propiedad de las  tierras de cultivo que consideraban arrebatadas por los hispanos. Las tropas del Intendente de Tarma José Gonzales de Prada, padre del escritor Manuel Gonzales Prada,  derrotaron a los patriotas en el Puente de Ambo  en marzo  en 1813.  Al año siguiente, el 3 de octubre de 1813,  se sublevaron  nuevamente en Tacna los hermanos Juan y Enrique Paillardelli y José Gómez, animados por los triunfos porteños en Salta contra las tropas virreinales consiguieron armar algunas tropas y marcharon desde Tacna hacia Arequipa, pero fueron derrotados en Camiara.
Ahora bien, volviendo a los  desesperados esfuerzos del imperio de terminar la anarquía peninsular y proyectar algún orden hacia las colonias, el 15 de abril de 1809,  fueron convocadas  las primeras elecciones de diputados a la Junta Central. El 22 de mayo fue expedido el decreto  que estableció la celebración de una asamblea constituyente para el año 1810 y  la creación de una "Comisión de Cortes"(o parlamento). Esta comisión prepararía las reformas necesarias para instalar definitivamente el órgano legislativo constituyente español con miras a preparar una nueva organización gubernamental distinta a la monarquía absoluta, probablemente una monarquía constitucional.

Las elecciones en el virreinato del Perú
Observando las cosas de modo general, en el virreinato del Perú se realizaron procesos electorales desde  1809 a 1814, en el periodo constitucional liberal. Esto fue una paradoja,  pues ocurrió con el consentimiento del Virrey  Fernando de Abascal, alguien por cuyas venas circulaba absolutismo esencial  aunque sistemáticamente puso una y mil dificultades al cumplimiento de las disposiciones de la Junta central y del Consejo de Regencia de España e Indias, como también puso peros a la entrada en vigencia de la Constitución de Cádiz.  En esa erupción electoral, hubo tres tipos de elecciones: de diputados a cortes ordinarias, de  diputados provinciales  y  de  autoridades de cabildos o municipalidades. No obstante, se produjeron también  constantes acusaciones de fraude, impedimento de sufragio y otros conflictos.

En el ombligo
En su bien documentado trabajo “Elecciones, Constitucionalismo y Revolución En el Cusco, 1809-1815 (revista de indias, 1996, vol. lvi, núm. 206 -universitas nebrissensis. Madrid, Víctor Peralta Ruiz, ofrece una visión  detallada de lo que ocurrió antes, durante y después de la rebelión cusqueña de 1814. Empieza remarcando que la institución del cabildo estaba venida a menos en todo el imperio. En particular, el Cabildo del Cusco siempre había estado  controlado por un  corregidor,  hasta la supresión de este cargo luego de la rebelión de Túpac Amaru II. La creación  de la intendencia en 1784 y  de la Audiencia en 1787, no modificaron su insignificancia política económica y social, frente a otros organismos de poder.  De esta manera, al iniciarse la primavera liberal, en el territorio de la Intendencia del Cusco, el poder estaba en manos de la Real Audiencia, organismo  de administración gubernamental  y judicial totalmente controlado por los peninsulares. Estaba integrada por un presidente y los oidores.  En aquél tiempo, había reducido drásticamente la presencia de españoles americanos en toda las ramas de la burocracia de entonces  y se había supeditado abiertamente al poder de Lima, generando el rechazo de los regionalistas.
La primera orden de la Junta Central del 22 de enero de 1809 para la elección de representantes llegó al Cusco en junio de ese año. El elegido debía competir después, junto con los representantes de las otras provincias del virreinato, por el único puesto de diputado otorgado por la Junta Central al Perú. Confirmando el poder y el  total control de la elección por parte de la Audiencia fue elegido el oidor  Manuel Plácido de Berriozábal quien,  en la selección final no tuvo suerte, pues en Lima fue electo el limeño José de Silva y Olave.  No obstante, Silva de Olave no llegó a viajar a España porque  la Junta fue reemplazada  en 1810 por  el Consejo de Regencia, el cual llamó a nuevas elecciones para las cortes de Cádiz, con nuevas condiciones, pues el 24 de septiembre debían de empezar a redactar una Constitución.  La Regencia  reiteró el reconocimiento a la igualdad política entre españoles y americanos, pero redujo la representación americana estableciendo un diputado por cada 100 mil  habitantes. En cambio para los reinos de España se señaló un representante por cada 50 mil habitantes. La orden  llegó a Lima el 24 de febrero de 1811.  En el Cusco, aunque la orden señalaba que el proceso electoral debía ser realizado por el cabildo, lo llevó a cabo la Audiencia presidida por el presidente Pardo: La votación se realizó en agosto de 1811 por los mismos siete funcionarios españoles de la elección anterior: el regente, los dos alcaldes, y los cuatro regidores. Fue elegido Manuel Galeano, quien también no pudo viajar a Cádiz porque el Cabildo no pudo darle el dinero necesario para su traslado y manutención. Así, el 1 de enero de 1812, poco antes de la promulgación de la Constitución de Cádiz, se realizó la última elección del Cabildo del Cusco,  bajo la férula de la omnipresente Audiencia, resultando elegido uno de sus propuestos como Alcalde de Primera Votación o principal: Fabián de Rosas.

La Constitución Revolucionaria
Mientras en materia electoral,  la ley era acatada pero boicoteada  en el Virreinato del Perú y, sobre todo, en el Cusco, al otro lado del Atlántico, en medio aún de la cruenta guerra contra las fuerzas de Napoleón, con el rey secuestrado en Francia, casi a punto de perder todo su territorio y sin la representación del Cusco, el parlamento de España, o sea Las Cortes, promulgaron el 19 de marzo de 1812, la Constitución de Cádiz de carácter liberal que, en resumen, dotaba de una nueva organización territorial al imperio. La Constitución estableció que el territorio español estaba  conformado en  la América del Sur  por  las provincias  Nueva Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. Asimismo, adelantaba que se hará una división más conveniente del territorio español por una ley constitucional, luego que las circunstancias políticas de la Nación lo permitan. Otros artículos establecían”: Art. 324. “El gobierno político de las provincias residirá en el jefe superior, nombrado por el Rey en cada una de ellas”. Art. 325. “En cada provincia habrá una diputación llamada provincial, para promover su prosperidad, presidida por el jefe superior. Art. 326. Se compondrá esta diputación del presidente, del intendente y de siete individuos elegidos en la forma que se dirá, sin perjuicio de que las Cortes en lo sucesivo varíen este número como lo crean conveniente, o lo exijan las circunstancias, hecha que sea la nueva división de provincias de que trata el artículo 11”.
El 23 de mayo de 1812 las Cortes orddenaron cómo debían  celebrarse en las provincias de ultramar las elecciones de diputados de Cortes para las asambleas ordinarias del  año 2013: “Artículo 1.º Se formará una Junta preparatoria para facilitar la elección de los Diputados de Cortes para las ordinarias del año próximo de 1813 en las capitales siguientes: (...) Santa Fe de Bogotá, capital de la Nueva Granada; Caracas, capital de Venezuela; Lima, capital del Perú; Santiago, capital de Chile; Buenos Aires, capital de las provincias del Río de la Plata, (...). Sin embargo,  mediante otro decreto subsiguiente  mandó que mientras no llegue el caso de hacerse la conveniente división del territorio español de que trata el artículo 11 de la Constitución, en el caso de ultramar, habrá Diputaciones Provinciales en cada una de las provincias que expresamente se nombran en el artículo 10 de la Constitución y además, por ahora,  “en la América Meridional, en el Perú, en  la de Cusco, en Buenos-Aires, en la de Charcas, y en Nueva-Granada, en  la de Quito…”La constitución fue promulgada y jurada en el Perú a principios de octubre de 1812 por el virrey Abascal. Mediante un decreto del 1 de mayo de 1813 fue creada la Provincia del Cusco, con su diputación provincial y jefe político superior, integrando los territorios de las intendencias del Cusco y de Puno. En el territorio de la Provincia de Lima, Abascal pasó a ser jefe político superior compartiendo su poder desde abril de 1813 con una diputación provincial presidida por él y formada por un diputado de cada una de las siete provincias.
La Constitución de Cádiz también establecía como los nuevos principios de un nuevo orden social los siguientes: •La soberanía residía en la nación y no en la voluntad del rey. •La separación de poderes, • igualdad de derechos entre peninsulares y americanos, • La elección libre de los cabildos, por voto popular masculino, • La libertad de imprenta y de la industria • La abolición de los señoríos, la mita, repartos y tributos, •La anulación del Tribunal del Santo Oficio • La separación de la caja fiscal de la nación y de la caja del rey. En suma: una verdadera revolución de arriba hacia abajo que, sin duda, se hacía porque el río colonial en aquél tiempo estaba lleno de piedras que hacían un ruido inferenal.

El realista Pumacahua  
Seis meses después de la promulgación de la Constitución de Cádiz, cuando aún no había sido  creada la Provincia Constitucional del Cusco de acuerdo a la flamante carta magna, en septiembre de 1812, el  Brigadier Mateo Pumacahua García Chihuantito, cacique quechua de Chincheros, Maras, Guayllabamba, Umasbamba y Sequecancha, pagos que se extienden en la Pampa de Anta,  a unos 80 kilómetros de la ciudad del Cusco, fue nombrado presidente interino de la Audiencia Real del Cusco, organismo en trance de desaparecer  ante el nuevo orden. El interinato estaba determinado porque los presidentes de Audiencia eran  nombrados únicamente  por el Rey y éste, estaba preso. El viejo curaca fue reconocido por el cabildo cusqueño conducido por Fabián de Rosas. A cual más realista, Pumacahua había liderado, junto con otros numerosos caciques quechuas  el combate contra el gran rebelde Túpac Amaru II, por lo que la corona y el virrey le otorgaban gran consideración. En esa entonces, Pumacahua ya era un venerable pero recio anciano de cerca  setenta años de edad, a pesar de lo cual era un formidable jinete y un corajudo líder. En el ejercicio de sus nuevas funciones, con base en informes de sus soplones avisó a Abascal  que algunos abogados cusqueños liderados por Rafael Ramírez de Arellano estaban formando un bloque constitucionalista contrario a las autoridades absolutistas leales al virrey y exigían que Abascal no siguiese demorando la puesta en vigencia de la Constitución de Cádiz.  

Los constitucionalistas al poder
Un ejemplar del texto de la Constitución  llegó al Cusco el 10 de diciembre de 1812 y empezaron los preparativos para su juramentación, cosa que debía hacerse en medio de ceremonias y fiestas, como una gran celebración.  Ese mismo día, La corporación de abogados del Cusco arguyendo que ese gremio y los de los escribanos, los notarios, los procuradores y de los médicos habían sido juntados indebidamente con grupos de baja estofa, como los de los heladores y caleros, como oferentes de la corrida de toros de las festividades de la Constitución, enviaron a Pumacahua un memorial de protesta. El pronunciamiento acusaba a las autoridades como “enemigas de la constitución” y, en particular, cargaron la tinta contra Pumacahua acusándolo  de demorar adrede las elecciones del Cabildo y de los diputados a las cortes ordinarias, so pretexto de las fiestas. Cuatro días después,  un grupo de 32 cusqueños  constitucionalistas, firmó otro memorial exigiendo que se suspendieran las fiestas, que se procediese  de inmediato a jurar la constitución y a elegir a las nuevas autoridades municipales constitucionales. El pronunciamiento argumentaba  por primera vez en un escrito público cusqueño que la soberanía residía en el pueblo,  principio de toda legitimidad política.  Dos días después, publicaron un nuevo pronunciamiento exigiendo que el dinero asignado a las fiestas constitucionales fuese asignado a cubrir los gastos que demandara la presencia del nuevo diputado del Cusco en las Cortes Ordinarias.
Así las cosas y sin mucha fanfarria, el 23 de diciembre el Cusco juró la constitución. Sin embargo a la significativa ceremonia de entrada en vigencia del nuevo orden no asistieron la corporación de abogados ni otros gremios. Ese mismo día, los abogados Rafael Ramírez de Arellano y Manuel de Borja presentaron otro memorial reclamando el compromiso del cabildo de asignar el dinero del cabildo para financiar  la representación cusqueña. Los de la Audiencia, o sea Pumacahua, irritado por el comportamiento de los constitucionalistas se quejó ante Abascal y éste llamó a Lima a  Ramírez de Arellano a responder por sus escritos, lo que el letrado hizo saliendo indemne. Regresó al Cusco antes de las primeras elecciones constitucionales.  
Conforme las disposiciones de las cortes de Cádiz, las elecciones de alcaldes y regidores  que integrarían el flamante primer cabildo constitucional del Cusco, fueron fijadas para el 7 de febrero de 1813. Todo se enturbió cuando el día de las elecciones,  La Real Audiencia, o sea Pumacahua, ejerciendo nuevamente todo su poder, acusó a los “constitucionalistas” de intentar imponer por la fuerza a sus candidatos.  Pumacahua hizo arrestar entonces  a Ramírez Arellano y de Borja. En respuesta, una manifestación de los parciales de los abogados  conminó al cacique a ponerlos en libertad, amenazando con impedir el sufragio. Pumacahua tuvo que acceder haciendo garantes  a los cabecillas de la protesta del buen comportamiento de los abogados. El resultado fue un revés total de los absolutistas. En la elección final triunfaron los “constitucionalistas”: Alcalde de primera votación fue el  coronel Martín Valer. Ramírez de Arellano obtuvo el puesto clave de primer procurador síndico. El abogado Francisco Sotomayor y Galdós, fue elegido segundo procurador síndico.

La Audiencia versus el Cabildo
Entonces empezó un constante enfrentamiento por las prerrogativas administrativas, entre el Cabildo Constitucional y  la Audiencia, o sea  Pumacahua. El cabildo propuso un proyecto  para que la Diputación Provincial, el Cabildo y el Colegio de Abogados se hiciesen cargo del  gobierno interior de la ciudad. Así mismo, el proyecto planteaba que la Audiencia y la Iglesia quedarían sujetas al control  del nuevo poder, así como las rentas e industrias y el orden público de la ciudad.  La Audiencia, o sea Pumacahua, respondió  que el “Regimiento de los Nobles Indígenas de la ciudad” se encargaría del orden público. Entonces, en respuesta el Cabildo vetó el nombramiento hecho por Pumacahua del abogado Norberto Torres como juez de letras. Pumacahua, harto del conflicto, renunció el 26 de abril de 1813, pero recién dejó el cargo en mayo. El Cabildo constitucional le acusó de abandonar su puesto. Después, desde su retiro, enterado de las facilidades y prerrogativas de la nueva constitución,  el cacique comenzó también a exigir la aplicación de la carta magna en la mejora de las condiciones de los indígenas y, especialmente, que se respetara la abolición de un tributo dispuesta en marzo de 1811, disposición que el virrey intentaba sustituir mediante el cobro de una contribución voluntaria. No obstante,  los otros miembros de la  Audiencia, con Pardo a la cabeza, enfrentaron a los del Cabildo prohibiéndoles que se vistiesen como los oidores en las ceremonias oficiales. El enfrentamiento se agudizó  cuando a mitad del año, los absolutistas ganaron las elecciones para la conformación de la diputación provinciales (parlamento de la provincia)  y para  diputados  que representarían a la Provincia del Cusco en la  Corte peninsular. El autor Peralta Ruiz estima que desde el inicio del periodo liberal, el  conflicto más enconado entre constitucionalistas o liberales y absolutistas  ocurrió en el Cusco, a partir de la victoria que puso el control del  cabildo en mano de  los liberales. Entonces, los hermanos Angulo y otros criollos cusqueños, descontentos por la política obstruccionista y de trabas de Abascal y de sus representantes en la Audiencia, respecto a la vigencia de la nueva Constitución,  prepararon un alzamiento para tomar el poder en la Provincia Constitucional del Cusco y seguir el camino separatista que habían tomado los de la Junta de Gobierno de Río de la Plata.

El faro de Río de la Plata
Es conveniente recordar que el movimiento independentista de Río de la Plata, paradójicamente,  tuvo su origen en las invasiones inglesas a las costas de América del Sur que siguieron a la gran derrota naval española de Trafalgar. El 27 de junio de 1806, los ingleses  ocuparon Buenos Aires. El virrey Rafael de Sobremonte huyó al interior y, en cambio,  el 12 de agosto milicianos y parte del ejército no solo echaron a los invasores sino que en los hechos  rechazaron  al virrey. El líder de los defensores  el coronel realista Santiago de Liniers se preocupó entonces de organizar  mejor a las milicias. El 3 de febrero de 1807, Montevideo cayó en manos de los ingleses. Un cabildo abierto depuso entonces al virrey y nombró en su lugar a Liniers. Era la primera vez que un virrey caía en América por voluntad de los americanos. Después, las milicias rechazaron  una segunda invasión inglesa a Buenos Aires, el 7 de julio de 1807. A partir de entonces, las autoridades coloniales tuvieron como contraparte política a las milicias, a los comerciantes y al Cabildo de Buenos Aires. El 1 de enero de 1809, cuando los peninsulares intentaron elegir la Junta de Gobierno de Buenos aires, no pudieron hacerlo porque los españoles americanos se impusieron. No obstante, las cosas volvieron a su nivel y la autoridad del virrey fue restituida y reconocida. En mayo de 1810 Buenos Aires se enteró  de la disolución de la  Junta Central de España, de lo cual los grupos políticos más independentistas dedujeron  que el virrey  Cisneros ya no representaba a nadie y que el pueblo debía designar un nuevo gobierno. Cisneros convocó un cabildo abierto para el día 22 de mayo, el cual decidió que el gobierno debía ser asumido por una autoridad nombrada por el Cabildo de Buenos Aires a partir del principio de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando. El Cabildo creó entonces  una Junta Provisional Gubernativa, pero los radicales no la aceptaron. Al día siguiente, el 25 de mayo, una movilización popular presionó al Cabildo logrando que nombrara una "Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII". A partir de entonces, avanzó un vasto movimiento emancipador en el ámbito del virreinato de Río de la Plata que en los hechos desarrolló una política errática, solo vertebrada por incesantes combates entre el nuevo ejército rioplatense y las fuerzas del virrey. Este movimiento, con mil y una dificultades de organización y concierto,  éxitos, carencias y su impreciso rumbo, se prolongó hasta la segunda década del siglo XIX e  influenció notablemente a las fuerzas avanzadas del sur del virreinato del Perú, de la Capitanía general de Chile y generó los pronunciamientos  emancipadores que se produjeron en esos  territorios.   

Los Angulo en escena
Uno de esos movimientos conexos fue la Revolución  del Cusco de los Hermanos Angulo, que en principio debió estallar el 9 de octubre de 1813. Fue un movimiento bastante estructurado con anticipación, con alcances que lo conectaban con el Alto Perú, Buenos Aires y Lima y con el objetivo concreto de formar un gobierno independiente inicialmente sobre el territorio de la Provincia Constitucional del Cusco que sería tomado militarmente por tres cuerpos de ejército.  Como se verá, sorprende que en la base del pensamiento político de José Angulo, se encuentren componentes de la llamada libertad natural y otros conceptos ideológicos que datan de la época del predominio de la filosofía  escolástica de la Edad Media.  La insurrección estaba acordada para que estallara  en simultáneo en el Cusco, Lima y en La Paz, con base en el Ejército Real del Alto Perú. En Lima José Matías Vázquez de Acuña, conde de la Vega del Ren, se mantuvo indeciso y reculó. En el Cusco, uno de los conspiradores, Mariano Zubizarreta delató a los conjurados  ante las autoridades de la Audiencia  a  principios ese mes y en consecuencia, fueron arrestados los militares Vicente Ángulo, Gabriel Béjar y Juan Carbajal, bajo el cargo de conspirar para derribar al gobierno local. La tensión cundió por todos lados. Los conspiradores libres fijaron como nueva fecha del levantamiento  el 5 de noviembre de 1813, pero otro traidor, Mariano Arriaga, reveló todo a las autoridades. Sin embargo, los conjurados pudieron escapar. Ese mismo día corrió la versión de que un grupo de conspiradores planeaba rescatar a los presos. La audiencia impuso el toque de queda alrededor de la prisión.  El 5 de diciembre de 1813, se realizaron las juntas electorales por Parroquia (una de las divisiones territoriales aún entonces existente)  para la elección del segundo Cabildo Constitucional. Ramírez de Arellano, fue nombrado elector lo que determinó el triunfo de los constitucionalistas. Como alcalde de primera elección fue electo el Coronel Pablo Astete con la totalidad de los votos. El Segundo Cabildo constitucional entró en funciones el 1 de enero de 1814. Ocurrió entonces una nueva demostración de fuerza de Abascal. No siendo ya virrey, sino solo jefe Superior de la Provincia de Lima y habiendo sido constituida  la Provincia del Cusco a fines de septiembre de 1813, abrió proceso en Lima  a los ex cabildantes, los constitucionalistas Valer, Ramírez de Arellano y Francisco Sotomayor por desacatar a la autoridad de la Audiencia del Cusco.  Eso puso más tirante a situación entre el Cabildo y la Audiencia, agravándose el estado de las cosas el 22 de marzo de 1814, cuando la Junta Electoral Provincial controlada por la Audiencia (dos curas, dos subdelegados y seis militares)  eligió a viva voz al mariscal de campo Francisco de Picoaga y a los curas Miguel de Orosco y Juan Munive y Mozo, como representantes del Cusco a las Cortes Ordinarias de Cádiz de 1815-1816. No obstante, ellos tampoco viajaron a Cádiz  debido a los dramáticos cambios que se produjeron en los meses siguientes  y que significaron el fin de la primavera liberal española y la abolición de la Constitución de Cádiz.   


La restauración absolutista
Las fuerzas de la resistencia peninsular española, irónicamente apoyadas por el ejército inglés, habían logrado finalmente vencer  a las tropas francesas invasoras del  malhadado José I (el rey “Pepe Botella”, impuesto en España por su hermano  el emperador  Napoleón Bonaparte), el  22 de julio de 1812,  en la  “Batalla de Arapiles”. Después de ese combate,  el bonapartista anduvo escondido por el Norte de España, hasta que definitivamente escapó  el 13 de junio de 1813, dando por terminado el ominoso periodo de la ocupación napoleónica. Bonaparte dejó entonces en libertad a  Fernando VII – llamado por  sus opositores el “Rey Felón” a causa de su marcada vocación de la  conspiración, el doble juego, la intriga y la  traición – después de haberlo mantenido en rehén, en un castillo de Francia, viviendo a cuerpo de rey. Napoleón lo había secuestrado junto con sus padres, los reyes de España Carlos IV y   María Luisa de Parma, para  manipularlos a fin de que  le entregasen la corona española.
Fernando VII volvió a  España el 22 de marzo de 1814, el mismo día en que los absolutistas triunfaban en las elecciones para diputados a corte en el Cusco. El rey entró  por Valencia donde se reunió rápidamente con sus adeptos, quienes ya habían preparado todo para el fin del constitucionalismo. Le entregaron pronto el “Manifiesto de los Persas”, un documento que planteaba la restauración del absolutismo  y la abolición de la monarquía constitucional que había sido establecida en 1812 por las Cortes de Cádiz. En efecto, el 4 de mayo de 2014, el rey decretó la ilegalidad de las Cortes y de todas sus leyes, en particular la abolición de la mayor parte del texto de la  Constitución de 1812, excepto la norma que convertía a los campesinos en asalariados de la nobleza, cuyos componentes retomaron plenamente la propiedad de la tierra.  La restauración absolutista significó también el inmediato arresto de la mayoría de militares liberales y su confinamiento en África. El ejército aplastó fácilmente las protestas endebles, los alcaldes  fueron destituidos, las capitanías generales fueron restituidas, retornó la Compañía de Jesús, resurgió la Inquisición y los llamados políticos afrancesados o liberales constitucionalistas fueron perseguidos sin tregua. El “Carlismo” había triunfado y el absolutismo campeaba nuevamente en España.

La revolución del Cusco
Así las cosas en la Metrópoli, el drama político estalló en el Cusco el 3 de agosto de 1814, cuando ya la constitución había muerto.  Al mando de doscientos rebeldes, José Ángulo asaltó el recinto  donde estaban su hermano y los otros militares arrestados en noviembre de 1813, iniciando la gran Rebelión del Cusco, junto con sus tres hermanos, uno de los cuales estaba preso. Pero, ¿quiénes eran los hermanos Angulo? Todos eran españoles americanos hijos del matrimonio de Francisco Angulo con Melchora Torres, florecientes productores y comerciantes, miembros de vanguardia de la burguesía criolla local, cansada de soportar la primacía y el desdén político y social de los peninsulares. José, era empresario minero, agricultor y capitán del regimiento  realista de Abancay. Vicente también era agricultor, comerciante y oficial del ejército realista, producía caña de azúcar en Abancay. Mariano era  oficial de milicias, dedicado a la   agricultura y el comercio hasta que estalló la rebelión. Fue nombrado coronel y comandante del Cuartel General del Cusco.  Juan era clérigo. Ofició de consejero y posiblemente de secretario de José.  Otros actores destacados  fueron el clérigo y militar, José Gabriel Béjar, quien participó en la conspiración original y en la campaña de Huamanga junto con el rioplatense Manuel Hurtado de Mendoza, militar que también contribuyó al desarrollo de la sublevación, con el cura Ildefonso Muñecas, quien formó parte de la expedición al Alto Perú. 
Tras la toma del Cusco, el cabecilla José Angulo fue al Cabildo y explicó que se había sublevado contra la tiranía de las autoridades y su falta de respeto a la constitución. Como ya dije, a esa fecha el rey había abolido la constitución. Pero, Angulo, en línea consecuente con su pro constitucionalismo, apresó al intendente Martín de la Concha, al presidente interino de la Audiencia  Manuel Pardo Rivadeneira y a los oidores  Bedoya,  Cernadas y Zubiaga y también planteó al cabildo  que se plegase  al movimiento y apoyase la conformación de una “Junta Protectora de Gobierno”. El cabildo aceptó, pero cuando no pudo conseguir quien lo representara en el nuevo gobierno, se echó atrás.  Hay versiones que señalan que la rebelión estalló por la negativa de La Audiencia a instalar la diputación provincial cusqueña, o sea el parlamento legislativo provincial dispuesto por la Constitución de Cádiz, con autonomía del  gobierno virreinal de Lima y por los rumores que aseguraban el avance triunfal hacia el Alto Perú del ejército patriota rioplatense de  Manuel Belgrano.

Fortalezas, debilidades y sorpresas
La primera junta de sublevados fue formada por  Astete, Jacinto Ferrándiz y Juan Tomás Moscoso. Pero como Ferrándiz se apartó, fue incorporado sorprendentemente el realista Mateo Pumacahua, llamado al movimiento por José Angulo. ¿Por qué Pumacahua, siendo realista hasta el tuétano y manteniendo estrecha relación con el virrey Abascal, se unió a los sediciosos? Es cierto que José Angulo difundió en todo Cusco la versión falsa de que la separación de España era inevitable porque el rey Fernando VII había muerto en su encierro en Francia. Probablemente lo hizo para convencer a los indecisos, lo cual logró totalmente en el caso de Pumacahua, pues una vez preso, el cacique al ser interrogado declaró que se unió a la revolución porque le habían hecho creer que el rey era difunto.  A estas alturas, es necesario tener en cuenta que el alzamiento cusqueño se produjo casi ocho meses después de que España recuperara su independencia del yugo francés  bonapartista. Por consiguiente  no fue un movimiento de respaldo al esfuerzo de guerra peninsular contra los franceses. Así mismo, Fernando VII, ya estaba de nuevo en el trono y el 4 de mayo, o sea tres meses antes, había decretado la abolición del constitucionalismo y el reino se hallaba  en pleno proceso de restauración del absolutismo. Las cortes no funcionaban, había terminado  la etapa de las elecciones. José Angulo, junto con su hermano Vicente,  asumieron el control de la Comandancia General  de la Provincia. El nuevo gobierno nombró plenipotenciarios ante el gobierno independiente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, recibió parabienes del general Belgrano y procedió a formar sus instituciones. El mismo 3 de agosto de 1814, la junta emitió su primera proclama proponiendo la emancipación: “Cuzqueños (...) todos sois uno e iguales (...), empezad ya a operar con denuedo hollando imperiosamente las leyes bárbaras de España, fundaos sólo en la necesidad, en la razón y la justicia, y sean éstas el timón donde gobernéis a un pueblo que no reconoce autoridad alguna extranjera”. Remarcando el carácter constitucionalista del movimiento le prestaron apoyo  la Diputación Provincial y el Cabildo Eclesiástico. Pero lo extraño es que el Cabildo Constitucionalista, además de no participar en la rebelión fue más allá y buscó acercarse al virrey  y hasta se convirtió en la oposición   del gobierno provisional de Ángulo llegando a vetar algunas de sus iniciativas y a abogar por la seguridad de sus anteriores rivales, los oidores presos. Entonces, es posible que los cabildantes, cuya ideología consistía en los postulados de la Constitución de Cádiz, hubiesen advertido que los sublevados perseguían propósitos políticos diferentes a los de ellos, pues en su pronunciamiento del 16 de agosto plantearon  que su movimiento buscaba, en primer término, la separación total de la Provincia del Cusco del poder central español, en suma la creación de un nuevo  estado o país sobre la base de ciertas ideas trasnochadas provenientes de la etapa escolástica de la Edad Media, con lo cual diferían diametralmente tanto con el movimiento independista rioplatense, alumbrado por las luces de la enciclopedia, como con los propios absolutistas He aquí las  extrañas ideas fuerza del alzamiento cusqueño:
·      Vigencia de la antigua libertad, el pilar del derecho natural, restringido por la corona española.
·      La ruptura con la metrópoli por la voluntad de Dios
·      La ley natural  que no justifica la pérdida de la libertad.
·      Evitar que el absolutismo, la ilustración y la razón, socaven la libertad natural.
·      La soberanía no es  delegable.
·      Combatir al despotismo razonado.

Sangre y vidas por la libertad
El 8 de septiembre de 1814, en la catedral del Cuzco, con la bendición del obispo José Pérez y Armendáriz, los alzados presentaron su Bandera, de franjas transversales azul y blanco. A partir de entonces, planearon y ejecutaron una vasta operación de ocupación militar de su territorio sobre la base de tres expediciones. En el Cusco se quedaron  José y Vicente Angulo, con resguardo de topas indígenas y de  negros leales. La primera expedición  fue al Alto Perú, al mando de León Pinelo y del cura rioplatense  Ildefonso Muñecas. El 24 de setiembre de 1814 tomaron la Paz.  El general español Juan Ramírez enviado por Abascal, derrotó a los insurgentes el  1 de noviembre.   La segunda expedición, al mando del  rioplatense  Manuel Hurtado de Mendoza, secundado por el cura  José Gabriel Béjar y Mariano Angulo, tomó Huamanga y Huancayo. Abascal envió a su encuentro al regimiento “Talavera de la Reina” mandado por el coronel Vicente González. El 30 de septiembre de 1814, los alzados fueron derrotados  en Huanta y posteriormente en Matará, luego de lo cual, en Cangallo, Hurtado de Mendoza fue asesinado por  José Manuel Romano, otro traidor que entregó las tropas a los realistas. El 30 de diciembre de 1814, Abascal derogó la Constitución de Cádiz en el Perú, en nombre del rey.  La  tercera expedición, la más duradera, marchó a Arequipa bajo el mando de  Mateo Pumacahua. Cerca de la “Ciudad Blanca”, en La Apacheta, el 9 de noviembre de 1814, derrotó a un contingente realista y tomaron prisioneros a sus jefes, Moscoso y el mariscal realista Francisco Picoaga a quienes enviaron al Cusco. Pumacahua obligó al cabildo de Arequipa a reconocer a la Junta Gubernativa del Cuzco, el 24 de noviembre de 1814. Pero, luego de que partió rumbo a Puno, los arequipeños, el 30 de noviembre de ese año, juraron nuevamente lealtad al virrey. El  jefe realista Juan Ramírez Orozco, vencedor de la Paz, recuperó Arequipa el 9 de diciembre de 1814.  Ramírez Orozco fusiló a los patriotas arequipeños. Entonces, en Cusco, José Angulo  replicó fusilando al mariscal Picoaga y al intendente Moscoso. A causa de eso el virrey declaró  la "guerra a muerte" a los patriotas. Ramírez  fue tras Pumacahua alcanzándolo el 10 de marzo de 1815 en Umachiri, Puno, donde destrozó a los alzados. Ramírez fusiló a numerosos sublevados en el campo de batalla, entre ellos  al poeta arequipeño Mariano Melgar. Después ocupó el Cuzco el 25 de marzo de 1815. Mariano Angulo, Béjar, Paz  y otros fueron ejecutados públicamente el 29 de marzo de ese año. El 21 de abril dispuso las ejecuciones de la mayoría de los líderes patriotas sobrevivientes: Pumacahua, los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, José Gabriel Béjar, Pedro Tudela y otros. El uniforme de José Angulo y su estandarte militar fueron enviados por Ramírez al virrey en calidad de trofeos de guerra. Así,  al cabo de escasos solo siete meses,  concluyó uno de los primeros capítulos de la guerra de independencia peruana.

Conclusiones
Mis conclusiones sobre este épico y trágico episodio del proceso de emancipación peruano son: Primero: la Revolución  de los Hermanos Angulo, por su organización, fundamentos y proyección, así como sus actos propios, fue el principal y más amplio acto de emancipación político militar  de criollos peruanos, con participación indígena, realizado contra el Virreinato del Perú, el principal y más poderoso centro del Imperio Español en América del Sur. Desde ese levantamiento, en el Perú de entonces, no hubo otro similar o parecido, hasta el desembarco de la Expedición Libertadora del general San Martín, siete años después.
Segundo: los insurrectos tuvieron una singular valentía, entrega y gran convicción de la razón de su causa, porque llevaron adelante su decisión a sabiendas de que se enfrentaban a una fuerza realista poderosa y disciplinada, contando solo con sus propios recursos, con el poco probable apoyo de las fuerzas patriotas de Río de la Plata y sin conexión alguna con el factor inglés que si aportó soporte económico y bélico a otras fuerzas en pugna contra el absolutismo.
Tercero: el conocimiento general de este acontecimiento promovido por la historia oficial  está distorsionado en dos aspectos: no lo reconoce como la principal expresión y acto político y militar de peruanos de independizar el país del dominio hispánico, sino solo como un hecho precursor y de manera inexacta atribuye  su liderazgo al cacique quechua Mateo Pumacahua. Este es un hecho que requiere corrección total, sin el menoscabo del significado político de la ceremonia de la Declaración de la Independencia realizado por el General José de San Martín, en Lima, el 28 de julio de 1821.
Cuarto: las acciones de la Junta central de Gobierno, del Consejo de Regencia de España e Indias y de las Cortes de Cádiz fueron los factores directos que provocaron una suerte de pre revolución emancipadora de Hispanoamérica, de carácter irreversible. Ésta pre revolución fue una lucha continental dentro de otra lucha mayor de la España Peninsular contra la Francia Napoleónica.
Quinto: la contrarrevolución triunfó en España y restauró  fácilmente el absolutismo  de los Borbones, por el gran desgaste que sufrieron las fuerzas constitucionalistas, por los terribles padecimientos de las clases más bajas peninsulares debido a la guerra y porque los españoles tienen una fijación atávica por la monarquía.
Sexto: no ocurrió lo mismo en ultramar porque las avanzadas intelectuales y militares de los  españoles americanos, así como ciertos sectores de mestizos y de los pueblos originarios,  hasta entonces considerados como humanos de menor categoría respecto a los españoles peninsulares, influenciados por los ejemplos de las trece colonias, de la Revolución Francesa y por la luz de la enciclopedia, en algunos casos contando con el apoyo de la Gran Bretaña,  pasaron  en varios casos rápidamente de monarquistas constitucionales a republicanos y, a pesar de la superioridad militar de los absolutistas, finalmente, los vencieron a sangre y fuego. No obstante, eso no supuso, lamentablemente, el emprendimiento de la construcción de naciones sólidas ni estados exitosos, como es el caso concreto del Perú. Pero, eso es otra historia. Elmer Olortegui Ramírez.  FIN