domingo, 12 de febrero de 2012


Serie Recordando sin ira VII
La huelga de los subalternos de la Guardia Civil de febrero de 1975.
Según mi obra: “El Señor de los Incendios”.

Vivir otro febrero más ha hecho recordar en las actuales redes sociales a algunos memoriosos, la primera gran huelga policial – en realidad solo fue del personal de unas veinte comisarías de la Guardia Civil de Lima -, poniendo énfasis en la destrucción que se produjo el 5 de febrero de 1975 por acción de hordas de universitarios integrantes de la Alianza Revolucionaria Estudiantil, ARE, organización patrocinada por el Partido Aprista Peruano
Una permanente y renovada amenaza de huelga de subalternos de la Policía Nacional, en demanda de aumento de remuneraciones, existe desde antes de 1975, hasta hoy. Este conflicto inacabable hizo erupción  por primera vez el 1 de febrero de 1975, durante el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, que dirigió con mano de hierro el general Juan Velasco Alvarado.
No obstante, hay que advertir que en aquella ocasión, a diferencia de las ediciones posteriores de huelga y motín, hubo componentes políticos de primer orden que catapultaron los reclamos  de los subalternos de la entonces Guardia Civil y que convirtieron  al acontecimiento en el principio de la  caída del régimen velasquista, a saber:
·           La decisión del ala derechista del Gobierno Militar de no permitir más avances socialistas del régimen velasquista.
·           El interés de EEUU de no permitir el rearme peruano con pertrechos de la entonces URSS (Unión Soviética) y  proteger a la vez, a su socio Chile, en manos del dictador ultraderechista, Pinochet, de un probable ataque peruano para recuperar Arica y Tarapacá.
·           La incautación real de los medios de prensa masivos y la indecisión del régimen de transferir su propiedad a grupos sociales más amplios, para terminar con el régimen de propiedad privada de dichos medios.
·           La crisis económica internacional derivada de la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP)
·           La decisión del gobierno de asaltar a sangre y fuego, al cuartel general de los guardias civiles amotinados.
·           La destrucción por  fuego del Anfiteatro  de Convenciones del Centro Cívico, del local de los diarios “Correo y Ojo”, del Círculo Militar de la Plaza San Martin y de decenas de tiendas durante la revuelta estudiantil  y saqueo generalizado ocurridos en Lima,  el 5 de febrero de 1975.   

En mi  libro “El Señor de los Incendios: 5 de febrero,  la última insurrección del APRA”, Lima, noviembre del 2001, planteo una visión panorámica de hechos que fueron capitales  para el destino del país, los cuales  fundamentan que la huelga de los guardias civiles, sólo fue la punta del iceberg de una vasta operación promovida e impulsada por el Gobierno Estadounidense para liquidar al régimen castrense peruano – afectado ya por un grave deterioro interno- y erradicar su ideología nacionalista y antiimperialista. En ese esfuerzo participaron elementos militares pronorteamericanos, quienes actuaban  fundamentalmente en la Guardia Civil y la Marina de Guerra, con el concurso directo del ala levantisca del Partido Aprista Peruano y el apoyo de otros partidos de derecha  que habían sido desplazados  del poder.
Como se trata de recordar sin ira, el siguiente fragmento  - que tiene como fundamentos relatos directos del entonces Ministro del Interior, General EP Pedro Richter Prada, de los principales protagonistas del paro policial y el texto del acta del Consejo de Ministros del 4 de febrero de 1975 -  ofrece los detalles del reclamo policial. Aunque han transcurrido 36 años, verán que varios de dichas demandas son aún valederas pues hasta hoy el estado no los ha atendido debidamente.

19.  ¡Que lo tomen como sea!

4 de febrero. 12 y 30  del día.  Radiopatrulla. 
Dentro del viejo cuartel de Radiopatrulla, cerca de doscientos guardias civiles, casi todos sin uniforme, escuchan las últimas novedades de la huelga. El sargento Filomeno Vidal, más conocido como “Caballo Loco”,   propone pedir  al    obispo Bambarén que  les sirva de mediador ante el Gobierno. Decididamente, Vidal se ha convertido en uno de los principales líderes de la huelga  desde que,  momentos antes, le dio un tremendo bofetón al mismísimo director general de  la Guardia Civil, general Acosta Rodríguez. Sin embargo, en su propio fuero, Vidal sabe que se ha inmolado en aras de la lucha  si el Gobierno no atiende los  reclamos de los subalternos, sobre todo el punto de que no se tomen represalias contra  los  considerados como líderes del movimiento.
En eso, el sargento Julio Cortegana entra al salón de actos y  les comunica    que el Ministro del Interior, general del Ejército Pedro Richter Prada, está en camino  para hablar con ellos. Eso  le  ha dicho un capitán de la 29  por  encargo del Mayor Comisario. A Vidal  y a  todos les invade una sensación de nerviosismo y alivio a la vez.  Cortegana, dice que también  viene nuevamente el Director  General,   Acosta Rodríguez. Los  guardias abuchean  el nombre de Acosta y gritan  pidiendo que no lo dejen  entrar, pues  ya lo habían echado a silletazos. Además, él los ha dejado sin agua y  sin luz. Pero, gracias a varios vecinos  recogen líquido en baldes  y lo almacenan en  cilindros de plástico. Por lo menos sirve para lavarse  y para asear los  servicios higiénicos.   Algunos aplauden el anuncio de la llegada de Richter   y varios  salen apurados del cuartel   a llamar por teléfono a  otros colegas   a la reunión. Algunos,  hasta detienen  vehículos en 28 de Julio  y conminan a sus conductores, pretextando misiones especiales,  a llevarles urgentemente hacia sus unidades.  Parece que  su  firme posición de  rechazar enérgicamente al mismo Director General de la Guardia Civil y exigir  la presencia del Ministro,  ha dado resultado  positivo,  y hoy,  finalmente,  el Supremo Gobierno les dará bola. Mírese por donde se mire, eso ya es un triunfo.
Richter  llega     acompañado únicamente de su  ayudante militar    y  con gesto adusto  ingresa a grandes trancos al salón auditorium de la 29 Comandancia. Vidal González, uno de los pocos uniformados,   le da la bienvenida  y acomoda al jefazo  en una vieja silla  frente a una mesa mediana  de madera    de la comisaría, de esas  en las que toman  manifestaciones a los detenidos. Vidal,  se presenta diciendo  su nombre y rango,  agradece por la visita y desde ya, por la atención  que el Gobierno Revolucionario  preste a   sus reclamos que son justos y que seguro,  ya son de pleno conocimiento del señor Ministro.
Vidal, pide a Richter  que escuche  al cabo  Sandor Zea  Moscoso y al guardia  Víctor Cueto Quintanilla. Los subalternos dicen que sus pedidos  no tienen carácter político. La plana menor  de la Guardia Civil, toda la familia policial, apoya firmemente los postulados del Gobierno Revolucionario  aquí y en todos los lugares más remotos del país donde la  Guardia Civil representa al Estado. Los subalternos respetuosamente creen que el aumento  debía ser dos mil soles mensuales para compensar el alto costo de vida,  debido a los precios de los combustibles. También, desean que  se elimine el descuento  VIPOL, que supuestamente  debería  servir para que todos los subalternos compren  viviendas, pero en la realidad sólo  favorecerá  a  una minoría. Además, como  es hora de hablar sinceramente, piden al señor Ministro que disponga que  se evite que los oficiales se queden con  parte de las camisas, pantalones, zapatos  y hasta gorras, correajes, capotines, casacas  y otros implementos  asignados a los subalternos. Otro punto importante es que la Mutualista de guardias, cabos, suboficiales y sargentos,  sea manejada por   directivos subalternos  que ellos elijan,  para evitar que los oficiales  sigan  haciendo de las suyas.  Los guardias civiles solicitan también que el  Supremo Gobierno  disponga el fin de todo tipo  de maltrato  de jefes a subordinados  en toda la Policía, tanto de parte de sus propios oficiales como de los que pertenecen a la Fuerza Armada. 
Richter,  escucha  pacientemente  y mentalmente clasifica  a los  alzados en tres grupos: los radicales, los conciliadores  y los mudos. Vidal,   termina pidiendo que cuando todo acabe,  el Gobierno  ordene a  la superioridad de la Benemérita que  no  tome represalias  contra   los dirigentes policiales. Richter,  se pone de pie. Para  llegar a todo el auditorio  se sube sobre la mesa,  la cual a duras penas  resiste su peso. Les dice que está ahí por encargo directo del Jefe de la Revolución, el general Velasco. Después de la reunión irá al  Consejo de Ministros llevando los planteamientos tomados directamente de ellos, sin intermediario alguno. Los ha  escuchado, pero pone énfasis en  que  deben comprender que su actitud  es totalmente  inconveniente. Les asegura   que las cosas pueden  arreglarse dentro de los lineamientos de la disciplina y el respeto a las  autoridades. Sin embargo,  deben terminar el paro  y confiar  en que   va a cumplir con su palabra  de poner en conocimiento del Consejo de  Ministros y del Presidente Velasco  cada uno de sus reclamos. Ofrece  que el Gobierno está dispuesto   a   modificar   el   presupuesto    de los años  75 y 76 para ver,  de acuerdo a la disponibilidad de la caja fiscal,  cuánto más    les pueden  aumentar. No será mucho,  pero algo será. El Gobierno está empeñado ahora  en  construir el oleoducto  trasandino, el Puerto de Paita  y el Complejo Pesquero de Bayóvar,  obras que beneficiarán a todo el pueblo peruano. La cuestión del  descuento para vivienda   debe ser estudiada,  porque de todos modos el Gobierno tiene que atender la necesidad de casa-habitación  de los policías.   Que la mutual pase a control de sus socios no es mayor problema,  y el resto de los puntos puede  ser atendido   muy bien  por  la Dirección de la Guardia Civil.   Pero, todo eso a condición  de que en este mismo instante  depongan su actitud de rebeldía contra sus mandos y retornen  a sus puestos de trabajo. Deben entenderlo claramente. El Gobierno no puede  actuar bajo presión de nadie. Primero, deben volver al trabajo y  de inmediato tendrán  respuestas concretas sobre sus reclamos.  Si actúan de otro modo  tendrán que atenerse a las consecuencias. Pero, él cree que la cordura y la disciplina de los policías prevalecerá.
La orden resuena  en todos los oídos con sabor a ultimátum. No ha venido a tratar, a negociar, ha venido a  imponer. Los  estómagos de la mayoría se encogen  y casi tiran  de sus gargantas provocándoles dolor. No, no  era lo que pensaban. El desasosiego  planta sus raíces en todos los ánimos.
Richter, sigue argumentando que el  Gobierno Revolucionario  es consciente de la situación económica y por eso revisará el presupuesto. Pero, no está dispuesto a tolerar  actos de rebeldía,  infracción a los reglamentos, indisciplina, desobediencia al superior  y  abandono de trabajo, conductas  que ponen a la ciudadanía a merced de los delincuentes. Nada de malos ejemplos  para otros  cuerpos policiales. Este es un gobierno de fuerza que  sabe hacerse  obedecer y respetar.  Está seguro de  que la opinión pública desaprueba la actitud   de los presentes porque atenta  contra la seguridad de la población. Ahora,   tiene que  ir  al Consejo de Ministros llevando  su acatamiento de volver al trabajo y,  si hay tiempo, hoy mismo  tratarán  el tema del aumento. En caso de que el Gobierno  tome  una decisión, su comando les informará.  Eso es todo.
Cuando termina  y baja de la mesa  algunos empiezan  a aplaudir, pero  el gesto se extingue rápidamente porque la mayoría ha comprendido. Es un ultimátum.
Antes de salir del recinto, Richter le  dice  a  Vidal:
— Personalmente, te digo que te asegures de que estos hombres regresen cuanto antes a sus cuarteles. Es por el bien de todos.
— Mi general, estamos seguros que usted nos apoyará en el Consejo de Ministros para conseguir algo. Podríamos esperar aquí  el resultado.
— Eso no es seguro. Lo mejor es que se vayan a sus puestos de trabajo –. La respuesta es seca y cortante
Richter sale  rumbo a su automóvil. Encuentra al general Acosta Rodríguez  y a su estado mayor en  la oficina del comisario. No les  permitieron   entrar  a la reunión. Se retiran  del cuartel detrás de Richter. Atrás,   quedan  las cartas echadas  sobre la mesa.
— ¡Viva  la Guardia Civil !  ¡Vivaaaaaaaaaa!
— ¡Viva  nuestro pliego de reclamos!  ¡ Vivaaaaaaa!
Las maquinitas continúan. Vidal,   reúne a la gente  que a esa  hora ya es más numerosa ante el   llamado   del núcleo de los huelguistas. Los que  han terminado sus turnos   han venido volando vestidos de civil y sin armas. Todos  hablan sobre lo que ha dicho el ministro. Todos los oradores se aferran a una ilusión, a la promesa ministerial de que el  Consejo de Ministros tratará hoy mismo  el asunto del aumento. La mayoría está de acuerdo en un punto: sería inconveniente retirarse sin saber el resultado, tanto si lo   discuten como si no. Y si el Gobierno  sigue con su   política de oídos sordos,  deberían acordar  qué hacer. Todos apoyan.  Sienten la fuerza de la unión. Pero, los más decididos son   los  sargentos Vidal, Cortegana y el gringo Morris Thompson.  Particularmente,  el sargento  Cortegana,  quien estuvo en silencio durante toda la reunión con Richter,  despliega sus planteamientos que suenan convincentes y audaces:
— Que el Ministro Richter haya venido hasta aquí, demuestra que vamos por  buen camino, demuestra que tenemos razón y que ya es hora de que los subalternos de la Guardia Civil hagan ver  al pueblo que también saben hacerse respetar. Y, hacernos respetar significa no hacer caso al chantaje  del Gobierno que pretende  desactivar nuestra protesta  haciéndonos retornar a nuestras comisarías.  ¿Qué pasará si nos vamos  y el Gobierno no  nos da nada  y todo queda en promesas? ¿Quién nos  garantiza  que en nuestras comisarías no nos esperan  para detenernos  y aislarnos?  ¿Cómo sabemos si   no están alistando las órdenes de traslado de todos nosotros a los lugares más alejados del país para quebrar nuestro movimiento?  ¡No,  compañeros. No debemos dividirnos  por debilidad!
Propongo que debemos  permanecer aquí,  unidos  hasta que el Gobierno  apruebe el aumento  y los demás puntos y  nos garantice, escuchen bien,  nos garantice   por escrito   que nuestros jefes no tomarán  represalias contra ninguno de nosotros. Y, si eso no es posible, aquí y ante ustedes como testigos, me comprometo a asumir toda la responsabilidad por lo que hemos hecho hasta el momento y por lo que pueda ocurrir. Desde ya les digo a la superioridad  y al Gobierno: yo, sargento primero Julio Cortegana Ludeña, ex miembro del glorioso Batallón de Comandos  “Los Sinchis” de la Guardia Civil, asumo la responsabilidad de la protesta y los reclamos del personal de subalternos de nuestra institución. ¡Ahora o nunca, compañeros, resistiremos! 
Cortegana,  pide  que   vayan  más  mensajeros a las comisarías para informar a los demás y pedirles que  los apoyen, en especial a los subalternos de la Policía de Investigaciones y de la Guardia  Republicana. Sugiere  también que vayan mensajeros al Colegio de Abogados de Lima, a las oficinas del obispo de Lima, monseñor Bambarén,   y a las universidades, para pedir apoyo al movimiento estudiantil.  La decisión es unánime y  corajuda: se quedan a esperar la respuesta del Gobierno o hasta las últimas consecuencias. Y,  lo más importante y urgente, hay que llamar a monseñor Bambarén, para  que venga a apoyarlos. Es  hora de que el Gobierno sepa que la Iglesia está con ellos. Después, como el hambre aprieta, todos se van a almorzar  en la cercanía.
Vidal y varios hombres de su compañía  salen por la puerta de 28 de Julio y se dan cuenta de que, en persona,  el comandante Herrera Polo está controlando a quienes ingresan al cuartel. Alguien le informa que es por orden directa del Ministro Richter. Antes de irse le dijo que,  bajo su responsabilidad,  ninguna persona extraña o ajena a la comandancia debía ingresar.

4 de la tarde. Palacio de Gobierno.
En Palacio de Gobierno el Consejo de Ministros se reanuda. Richter  trata  de minimizar el tema.  Dice  que se trata de  un puñado de  revoltosos dirigido por dos sargentos, un tal Filomeno Vidal González  y otro  de nombre Julio Cortegana  Ludeña, quien  durante la reunión  en Radiopatrulla,  prefirió no hablar.
— Mi general,  no pasan de ciento cincuenta. El  punto  más importante de sus reclamos  es  su pedido de  mil soles de aumento para este año y otros mil  para  el próximo.  Los demás puntos  son cuestiones  internas de la Guardia Civil, como el  tema  de la mutualista. Les he dicho claramente  que presentaré su caso en este consejo  y que el Gobierno tomará una decisión  sobre el aumento,  siempre y cuando haya presupuesto  y  a condición de que regresen a sus comisarías. Si persisten en su huelga,  ya veríamos qué hacer. 
— ¡Mil soles, ni de vainas! ¿Cuánto se ha presupuestado para el bienio?
—  Doscientos  soles por año, mi general.
Velasco se admira:
— ¿Doscientos  soles?  Pedro, creo que esa cifra es realmente  mínima. Debemos revisarla, aunque por el número la suma total  pesa mucho. Pasa como con los maestros. Y, ellos creen que no les aumentamos porque no nos da la gana. Bueno, pero en fin, Pedro,  hay un problema. Al general Acosta el asunto se le ha ido de las manos. Quiero ver su caso después de esto. Lo cierto es que  la ciudad está  desguarnecida. En las calles  no hay un solo policía. De acuerdo a los reglamentos, es un motín, una rebelión,  y no debemos  permitir que  dentro de ningún  instituto armado o fuerza policial  pidan aumentos mediante pliegos de reclamos.  ¿Creen  que son obreros?  Menos mal que la prensa  está colaborando y no ha dicho nada. Al  Gobierno  le interesa que la población no se sienta insegura  ni un día más. Los señores ministros  deben saber que la inteligencia  sospecha que los de la CIA  están de titiriteros  a través de sus amigos oficiales  de la Guardia Civil  y otros. Además, dicen que  los apristas y hasta los ultras quieren ganar a río revuelto. ¡Ah!, los huelguistas  también  están tratando de que  intervengan  el Colegio de Abogados y el  cura Bambarén.
El  ministro  Fernández Maldonado, interviene.
— Mi general,  también  he recibido informes  de inteligencia  que dicen que es posible  que este movimiento sea una punta de lanza de una operación contrarrevolucionaria mayor,   con apoyo de elementos extranjeros que aquí todos ya conocen. La contrainteligencia está tratando de ubicar dentro del país a dos agentes  estadounidenses  que  habrían actuado en Chile en 1973, en la caída de Allende, y de ahí pasaron a Buenos Aires. Claro, a Lima habrían entrado con otras identidades pero,  la sospecha es firme.


Después de almorzar Vidal y sus hombres regresan a  Radiopatrulla. Al llegar,   advierten que un grupo de guardias  vestidos de paisano  rodea  en la calzada de 28 de Julio  a un auto Volskwagen amarillo.  Encolerizados, los guardias  insultan a  los de  adentro. El grupo trata de levantar en peso al pequeño auto para subirlo a la vereda. Vidal  ordena  calma. Le hacen caso.  Dentro del auto está  el mayor  GC,  Félix  Tumay Tordoya y el capitán Raúl Valenzuela Niño de Guzmán. Los  atacantes le dicen a Vidal  que  Tumay y el otro han   estado dentro del cuartel varias veces en las últimas horas, yendo y viniendo. Han averiguado que Tumay ha estado fisgoneado porque  es  subjefe del departamento R-2  de contrainteligencia de la Segunda Región de la Guardia Civil en la avenida España;  el otro también trabaja en esa dependencia.
— ¡Son  soplones!
— ¡Son los que  llevan  chismes a la región!
— ¡Miserables  traidores!
Los guardias  patean el autito y golpean su techo. Adentro, Tumay  y Valenzuela están  aterrorizados.
— ¡Hay que incendiarlo con  ellos  adentro!—, amenaza  uno.
Vidal  ordena  silencio y pide a Tumay que baje la  luna del vehículo.
— Vea,  mayor, aquí han estado nuestro Director General  y el Ministro Richter. Ellos ya saben todo lo que estamos haciendo. Entonces está de más que usted y su gente  vengan  a buscar  cuestiones secretas para acusarnos. Nosotros no tenemos ningún secreto que ocultar. Por eso y, para su seguridad, es mejor que se vayan   y no vuelvan más por aquí  ni mande  a sus “culebrones”. Ya sabe  que les puede ir mal. ¡Dejen que se vayan, muchachos, ya están advertidos!
El mayor Tumay no espera más y se marcha para no volver. Después,  los amotinados le cuentan a Vidal que  media hora antes capturaron también a  los tenientes  Roberto Castillejo Ibarra y  Luis Castañeda Meza,  del servicio de informaciones  y casi los  golpean. Los salvaron  otros  oficiales.  Pero ya están hartos de soplones.
Adentro, Vidal se reúne con Cortegana y Morris y  acuerdan  ir a hablar con el  comandante Herrera para pedirle que no deje entrar a soplones. Herrera  se resiste.
— ¡Ni hablar! ¿Se atreven a darme órdenes?
Cortegana,  le habla con calma  y consideración.
— Mi comandante, si usted lo quiere así, que así sea. Después de lo que ha ocurrido en la mañana con el general Acosta, las cosas ya han ido demasiado lejos como para que nosotros retrocedamos. Hasta el ministro ha venido. Así que desde este momento nosotros tomamos el control del ingreso  y declaramos puerta libre  para todos. Nosotros veremos quiénes son  los soplones.
Herrera  se envalentona.
— ¡Esto es un motín! Lo que  hacen equivale a la toma del cuartel y así lo voy a informar.
— Informe nomás comandante, no hay problema.
Los tres  toman en los hechos el control de la puerta y mandan llamar a otros clases con quienes organizan grupos de comisionados  para la vigilancia del local, control de periferia y mantenimiento de la disciplina.  En esos momentos llega un grupo de guardias republicanos a  conversar. Cortegana va  con ellos al interior. Después, Vidal entra al patio y ve que hay tanta gente que  parece  una feria.


Un  edecán  ingresa  a la sala del consejo de ministros y  se acerca a Richter.  En voz baja le dice:
— Mi general, tiene una llamada urgente del Viceministro.
Richter pide permiso a Velasco  para responder. El presidente accede mientras continua.    
— ¡La contrarrevolución! Esto va de castaño a oscuro. ¿Qué dices Pancho? Mira cómo te reciben los acontecimientos.
El nuevo Presidente del Consejo de Ministros, responde:
— Mi general, para mí está claro que  antes de  resolver el problema salarial de la Guardia Civil, que es problema de la Policía y de todos los peruanos, el Gobierno debe resolver un grave  caso de indisciplina que ya es público. Un motín intolerable. En la Guardia Civil se ha quebrantado el principio de autoridad  y eso no lo podemos aceptar.  Señor Presidente, por su intermedio  pido al general Richter  que nos informe, ¿cuál  es  la situación en el cuartel, en estos momentos?
Richter  está terminando de responder la llamada urgente y  hace anotaciones en su block. Cuelga y regresa a su sitio. El Viceministro Sánchez Rivero le ha dicho  que el general Acosta le había informado hace unos instantes que los guardias amotinados  se niegan a acatar la condición de regresar a sus puestos y que seguirán  hasta las últimas consecuencias. Como lloviendo sobre mojado, el general Arias Fiscalini, Director General de la Guardia Republicana,  acaba  también de avisar por  teléfono que sus  subalternos se han  plegado a la huelga y se han acuartelado en el Rímac. Acosta,  esta enviando  a Palacio un  oficio  urgente en el que admite que ha agotado todas las medidas sin haber logrado solucionar el problema. Considera que  no puede  contener la rebelión, por lo que   pone su cargo a disposición. Se había quebrado. Richter tiene cara de circunstancias cuando  contesta a  Morales  Bermúdez.
— Señor Presidente, lamentablemente tengo que informar al consejo  que los  huelguistas  no se han ido  a sus cuarteles según quedamos. No quieren  cumplir  con la condición previa para tratar el tema de los haberes  y han decidido quedarse exigiendo que el Gobierno  les informe primero cuánto les darán. Cortegana  y los radicales  han  dominado a los  demás  y han hecho prevalecer  su  intencionalidad  política  de llevar las cosas a más. Parece que  ante la posibilidad de que el Gobierno  atienda   sus demandas, dejándoles  sin  motivo de agitación prefirieron  la confrontación. El Director de la Guardia Civil esta dimitiendo y, lo que es más grave,  el general Arias Fiscalini acaba de informar que los subalternos  de la Guardia Republicana, del cuartel del Rímac,  se han plegado a la huelga.
Los amotinados de Radiopatrulla están llamando  a  monseñor Bambarén y  esta tarde  planean   dar una  conferencia  a la prensa  extranjera  en el cuartel. Creo que estamos ante un evidente movimiento sedicioso  promovido por un núcleo muy pequeño de subalternos dirigentes que, por desgracia, ya ha contaminado a las veinte  comisarías más importantes de la capital. Pienso,   señor Presidente, que al no aceptar  deponer su paro  ahora son rebeldes  ante el Gobierno y,  eso  ya es demasiado. Debemos actuar con firmeza y debelar el motín  para  sellar  la sedición—. Richter   extiende los brazos y se encoge de hombros  como lamentando que los policías  hayan escogido el curso de colisión,  antes de  que  el Gobierno   les diera su   respuesta.  
Velasco asiente  y mira a los demás  instándoles a pronunciarse. Uno a uno los ministros consideran a los alzados como un puñado de policías  desobedientes. Esa siempre ha sido la política del régimen  contra los sindicatos. Primero, depongan sus acciones  de fuerza y luego conversamos.  La  revolución no puede dialogar bajo amenaza. Aquí,  el que tiene el poder es el Gobierno y es el único que amenaza. Al Gobierno Revolucionario nadie lo ha elegido en elecciones democráticas. La Fuerza Armada ha tomado el poder  y lo  ejerce en beneficio del pueblo. Los que se opongan, serán  barridos.
Los ministros  evalúan la información de inteligencia. La cachetada, la huelga, el pedido de aumento de sueldos, los  reclamos por el maltrato de los oficiales  y  uniformes   son  motivos concretos,  pero  detrás  hay manipulación. La motivación real  es la  acción política que están dirigiendo los  cabecillas maoístas, sobre todo Cortegana en coincidencia táctica con   el APRA,  que   esta interviniendo a través de su movimiento  universitario Alianza  Revolucionaria  Estudiantil, ARE. Para graficar más la situación uno de los ministros dice:
— Es un pan con pescado contra la revolución  que no  podemos  tolerar.

En Palacio de Gobierno, finalmente   el  panorama parece claro. Al  general Valdez  Palacio le duele el nudillo del dedo  medio derecho  de tanto escribir las notas  del acta del consejo. Redacta sin cesar:
“Habiendo retornado el Ministro del Interior informó que se constituyó en la comandancia de La Victoria a las 12.45 horas, encontrando un ambiente de calma y unos 600 guardias que le recibieron cantando el himno de la Guardia Civil  y después le aplaudieron. Los exhortó a que depusieran su actitud  y le fue presentada una relación de sus reclamos, encontrándose básicamente centrado el problema en  el pedido de un aumento mínimo de 2 mil soles. También pretendían retirarse a sus  casas después de su servicio y  recibir (pago por) sobretiempo en caso de retornar al servicio. Dijo que cree que este punto no lo mantendrán, pero también pretendían  que el personal  que ha intervenido no sea castigado ni sea sometido al fuero militar. Que él les manifestó que nada se podía hacer si antes no  deponían su actitud, que el criterio (entre los huelguistas)  estuvo dividido  pero al final no se aprobó, por lo que se retiró. Que informaron que después se suscitó una discusión y salieron  300  ó  250 hombres. No sabe si a tomar sus alimentos. El señor Presidente manifestó que  la gente que sale no debe volver a entrar; que lo ocurrido ya no se puede mantener en secreto y que es un mal ejemplo que debe ser sancionado y que puede darse de baja en conjunto a las unidades,  recibiéndose a otro personal  sin perjuicio  de estudiarse el aumento.
El Ministro de Aeronáutica indicó que la actitud que se tome debe ser bien meditada para no dar marcha atrás, porque es muy peligroso. Que ya se ha dado la orden de recoger a los de Mazamari, pero porque no puede entrar un “Hércules” se han enviado  tres (aviones) “Búfalo”,  de  los cuales sólo pudo salir uno de ellos  trayendo 45 hombres y que mañana llegarían los demás. El señor Presidente planteó el problema de que si se asaltaba o no  los cuarteles amotinados. Con  las intervenciones de los ministros de Aeronáutica,  de Comercio, Trabajo y Salud, así como del jefe del COAP, se acordó por unanimidad el  asalto  a los cuarteles amotinados y que se tome como sea.  Con este acuerdo, el consejo de ministros  terminó  a las  19.30 horas”.