Recordando sin ira
PERUANOS ESTELARES: TUPAC AMARU II
En 1776, año de la declaración de la
independencia de Estados Unidos, Carlos
III, Emperador de España y sus reinos de ultramar, creó el Virreinato de Río de la Plata, cercenando al Perú lo que es hoy Argentina, el rico Alto Perú (Bolivia) y los
corregimientos de Puno. La mina de plata de Potosí pasó a control de Buenos aires,
privando a Lima de una de sus principales fuentes de poder económico. Administrativamente
el Virreinato del Perú perdió la Audiencia de Charcas, por la que discurría
entonces gran parte de una de las más
importantes rutas comerciales terrestres
del continente, la que unía el Callao, Lima, La Oroya, Jauja, Huancayo, Huancavelica, Huamanga, Cusco, Puno, La Paz,
Potosí, Jujuy, Chuquisaca y Buenos Aires. Los burgueses peruanos, en especial los
comerciantes perdieron
considerables beneficios económicos. Una parte del grupo de los
comerciantes estaba formado por caciques o curacas lugareños descendientes de las familias (panacas) de los señores de las comarcas del
incanato y, en el caso del Cusco, éstos comerciantes estaban emparentados con los restos de las familias de distintos incas.
En 1778
mediante el “Reglamento de Aranceles Reales”, la corona española permitió
finalmente la apertura de todos los
puertos de sus posesiones en América para el comercio internacional,
afectando nuevamente a las burguesías
de los virreinatos. Esta es la historia de una de las más notables reacciones ocurridas en el Perú contra la extracción inmisericorde de recursos para la caja del rey.
Así, en 1777, la tragedia llegó nuevamente al Perú en carne y hueso, con el nombre de José Antonio de Areche, un vasco que se presentó con el pergamino de Visitador Real (enviado especial
a cumplir un mandato especial de la corona) nombrado especialmente por el Ministro
de Indias, José de Gálvez (Ministro de los virreinatos). Su tarea era ejecutar sin ningún miramiento la primera gran
reforma fiscal que tuvo lugar por estos rumbos, como parte de la “Reforma
Borbónica” y aumentar a como dé lugar las rentas de La Corona. Areche, sin que le importara mucho
el rechazo y la oposición del propio virrey Manuel de Guirior y toda la cadena burocrática y productiva del reino, hizo cuatro
cosas: aumentó las alcabalas, creó las aduanas terrestres, obligó a los
mestizos a pagar tributo como los indígenas y aumentó los repartos mercantiles
de los corregidores (administradores regionales) y otras autoridades,
entendiéndose esto último como la facultad de estos burócratas virreinales de distribuir
bienes de consumo obligatorio entre la población a precios altos, entre los que
se incluían productos innecesarios. O sea, aumentó considerablemente la “presión tributaria” y amplió la base de
aportantes.
Pero, los peruanos no asimilaban aún el paquetazo tributario que Areche aplicaba con sangre, cuando el emperador autorizó que, a partir de 1778, el comercio
metrópoli-colonias se realizara, ya no exclusivamente entre Cádiz, La Habana, Cartagena, Veracruz,
Panamá, El Callao y Valparaíso,
sino entre trece puertos ubicados en España y
veintidós localizados en los dominios americanos. Se iniciaba así el libre comercio, mediante el cual el monarca buscaba redondear su objetivo de extraer la mayor
cantidad posible de riqueza colonial en
el menor tiempo posible y abrir nuevos
mercados para las manufacturas hispanas y francesas. La historiografía económica del período ha calculado que Carlos
III tuvo éxito. En los primeros diez años de aplicación de su política
aperturista, el comercio
metrópoli-colonias, se quintuplicó, favoreciendo particularmente a los comerciantes de Buenos
aires y Valparaíso.
Carlos III sembró vientos y
cosechó tempestades. En el Perú se produjo en el país una seguidilla de sublevaciones contra sus medidas, la mayor de las
cuales fue el alzamiento del cacique de
las comarcas cusqueñas de Surimana,
Pampamarca y Tungasuca, José Gabriel
Condorcanqui Noguera, Túpac Amaru
II, en Tinta, Cusco. Para comprender la gesta de Condorcanqui es conveniente saber previamente
los detalles acerca de la suerte del antepasado de José Gabriel, el inca Tupac Amaru (en quechua “Serpiente
Emplumada”), último monarca de la dinastía de Atahualipa y también del
reino de Vilcabamba o de los escombros del Tahuantinsuyo:
Treinta y
ocho años después de que Francisco Pizarro
secuestrase y ejecutase al Inca Atahuallipa, los restos de la resistencia del imperio incaico permanecían atrincherados en
el reino de Vilcabamba, abrupto extremo
Nor Oriental del hoy departamento del Cusco, desde donde hostigaban constantemente a las
fuerzas de ocupación hispanas. La corona española por medio del gobernador
provisorio del Perú y presidente de la Real Audiencia de Lima, Lope García de
Castro, el 24 de agosto de 1556, había
firmado con el tercer Inca de
Vilcabamba, Titu Cusi Yupanqui, el Tratado de Acobamba que estableció la paz entre la corona de Castilla y el reino
de Vilcabamba. El rey Felipe II aprobó el acuerdo el 2 de enero de 1569. De
este modo, España había reconocido a Vilcabamba como un reino incaico independiente. Al año siguiente, en 1570, el inca
Titu Cusi, quien había aceptado ser bautizado como Felipe Cusi, enfermó
súbitamente luego de un juego de armas con el mestizo Martín Pando y murió
repentinamente por causa desconocida, a pesar de los auxilios de los misioneros agustinos al mando de Fray
Diego Ortiz que habían llegado a Vilcabamba tras el tratado de paz junto con
otros españoles. Los vilcabambinos sospecharon que el misionero Ortiz había envenenado al inca porque le suministró
medicinas tratando de sanarlo. Ajusticiaron a Ortiz y a Pando. Debido a que el
antecesor de Titu Cusi también había muerto
de una enfermedad súbita en el Cusco, luego de haber aceptado pactar la
paz con el reino de España, así como una pensión vitalicia y una serie de
prebendas, existe la sospecha histórica de que, con o sin conocimiento del rey,
las autoridades del virreinato del Perú desarrollaron un siniestro plan para
desaparecer de la faz de la tierra, por cualquier medio y gradualmente a toda la nobleza incaica.
Titu Cusi fue
sucedido por su medio hermano Túpac
Amaru a comienzos de 1571. Sin saber sobre la muerte del inca, el recién llegado virrey Francisco Álvarez de Toledo envió a Vilcabamba
al militar Atilano de Anaya, en condición de emisario
con el rango de embajador, para establecer
los contactos pertinentes derivados del tratado y lograr nuevos acuerdos.
Sucedió que en la difícil geografía de la zona, tras cruzar el puente de
Chuquichaca, de Anaya fue capturado y ejecutado junto con su escolta, por el
general inca Curi Paucar en venganza por la muerte del inca. En respuesta, el virrey de Toledo declaró formalmente la guerra a
Vilcabamba el 14 de abril de 1572. Al mando de Martín Hurtado de Arbieto, envió un ejército
de 250 soldados españoles y 2 mil 500
nativos aliados, apoyados por varios cañones. Las fuerzas del inca Túpac Amaru los
enfrentaron en Choquelluca, a orillas del río Vilcabamba con cerca de 2,000
soldados de los cuales 600 o 700 eran guerreros selváticos llamados “chunchos”
o flecheros. Vencieron los españoles y capturaron la ciudad y el palacio de
Vitcos. Cerca de la ciudadela de Tumichaca, su defensor Puma Inga se rindió. El
23 de junio cayó el fortín inca de Huayna Pucará. Lo que quedó del ejército, al mando del inca se retiró hacia
la selva. Al día siguiente, el capitán español Pedro Sarmiento de Gamboa tomó Vilcabamba. Sarmiento de Gamboa ordenó entonces que un
pelotón de cuarenta soldados persiguiese al inca. Lo capturaron junto a su
esposa que estaba a punto de dar a luz, aguas abajo del río Masahuay. Durante
su reclusión en el Cusco los españoles
fracasaron en convertir al inca al cristianismo. Tras un juicio sumario sus
hombres hechos prisioneros fueron colgados. El inca fue sentenciado a la decapitación
pública, lo cual se cumplió el 24 de noviembre de 1572 ante una multitud acongojada
compuesta en su mayoría por nativos.
Baltasar de
Ocampa y fray Gabriel de Oviedo, este último prior de los dominicos en Cusco,
ambos testigos oculares, escribieron que el inca levantó su mano para silenciar
a las multitudes y sus últimas palabras fueron: “Ccollanan Pachacamac ricuy
auccacunac yahuarniy hichascancuta (“Sagrado Pachacamac, mira como mis enemigos
derraman mi sangre”). Existe la versión de que cuando el virrey Toledo regresó a España, el
rey Felipe II le recriminó duramente diciéndole «Podéis iros a vuestra casa,
porque yo os envié a servir reyes, no a matarlos». No obstante, Toledo no solo había autorizado la ejecución del inca. También había dispuesto el destierro del hijo de tres
años de Túpac Amaru y de todos sus familiares vivos, a México, Chile, Panamá y a otros lugares
distantes. Sin embargo, a algunos se les permitió finalmente retornar sus lugares
de origen. Dos siglos después, su descendiente, José Gabriel Condorcanqui ,Túpac
Amaru II, se sublevó sin éxito contra España.
Retomemos entonces, la historia
de José Gabriel de Condorcanqui Noguera.
Nació el 19 de marzo de 1738 en el poblado de Santa Bárbara Surimana, cerca
de Tinta, en Cusco, en las llamadas
“Tierras Altas” de la región, un área difícil para afuerinos, ubicadas a más de
3 mil 900 metros sobre el nivel del mar, de escasa productividad agrícola, sometidas
a bajas temperaturas en el contrafuerte del Nudo del Vilcanota. Se trata de una
zona de puna, de crianza de camélidos sudamericanos (Alpaca y Llama) y con
vocación minera.
José Gabriel, fue hijo segundo del curaca quechua Miguel Condorcanqui del Camino y de la
mestiza doña Rosa Noguera Valenzuela.
Según la obra: “Un mundo aparte:
aproximación a la historia de América Latina y el Caribe”, de Antonio Núñez
Jiménez, los padres de José Gabriel recibieron
esos dominios por herencia sucesiva
procedente de Juana Pilcohuaco, esposa del
último Inca Túpac Amaru. Éste, a su vez, había recibido el señorío del rey de España como parte de las propiedades
reconocidas a Manco Inca y a su descendencia. Con toda seguridad, teniendo en
cuenta la bondad y la riqueza de otras zonas del Cusco, se puede decir que el
rey de España no había sido muy generoso que digamos con Manco Inca y que las
mejores comarcas habían sido asignadas,
claro está, a los invasores españoles.
Hasta
los doce años, José Gabriel tuvo como maestro al sacerdote jesuita de origen criollo,
Antonio López de Sosa. Estudió en el
colegio jesuita para nobles quechuas, San Francisco de Borja, en Cusco, en
donde aprendió latín básico y castellano, a la vez que dominaba su idioma
original, el quechua. Todos sus biógrafos destacan su porte físico sólido e
imponente, así como su bien vestir. Producto del mestizaje que se desarrolló durante
la dominación española, descendía de la estirpe noble de Túpac Amaru, cuya ejecución significó la disolución de los restos del Imperio del Tahuantinsuyo.
Cuando una familia cusqueña inició un
proceso de reivindicación del linaje de Túpac Amaru I, acusando a los
Condorcanqui de usurpación, tuvo que realizar una contrademanda y hacer valer
sus pergaminos ante la Audiencia de Lima, la que falló a su favor.
La historia
registra que el 25 de mayo de 1758, contrajo matrimonio con Micaela Bastidas Puyucahua con quien
tuvo tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando, todos registrados como Condorcanqui Bastidas. Seis años después de
su matrimonio y a la muerte de su hermano mayor, asumió el cargo de curaca de los territorios que le
correspondían por herencia. La
familia Condorcanqui Bastidas residía
en el Cusco, desde donde José Gabriel se desplazaba constantemente hacia sus
propiedades para controlar sus negocios en su estancia. Era propietario de
centenares de llamas y de unas 600 mulas con las cuales participaba en
ventajosa posición en el boyante negocio
de transporte de carga por una de las principales rutas comerciales del
virreinato que iba del Callao hasta
Buenos Aires.
En su obra: “Túpac Amaru”,
el historiador Juan José Vega, afirma
que los intereses de los Condorcanqui Bastidas
también abarcaban la pequeña minería de plata de socavón, en Surinama.
Procesaba el mineral en una pequeña fundición instalada en Tinta y poseía plantaciones
de coca en Sangabán, en la ceja de selva
de Puno. Además, gozaba de buen crédito en el Cusco y Lima, pues se sabe que
antes de su revuelta recibió del rico comerciante de Lima, Miguel Montiel, un
préstamo de poco más de 8 mil pesos.
JJ
Vega define al personaje con gran precisión estableciendo que fue un “aristócrata imperial, empresario andino y
curaca aldeano”, de “proceder absolutista” guidado por una visión paternalista y protectora del país,
conforme a su herencia real. Vega hace constar en su trabajo la siguiente
frase que Túpac Amaru repitió ante sus hombres en distintos momentos de su alzamiento y muestra la raíz de su conducta: “La mía es la única que ha quedado de la
sangre real de los incas, reyes de este reino. Esto me ha estimulado a procurar por todo los medios posible que
cesen en él todas estas abusivas introducciones”.
El virreinato de Lima de aquél
tiempo estaba dividido en dos audiencias
(jurisdicciones administrativas y de
justicia), la de Lima y la de Charcas (Alto Perú). La audiencia de Lima
tenía, a su vez, doce corregimientos o
provincias, dos de las cuales cubrían
el territorio que hoy se conoce como
el Departamento del Cusco y otras zonas circundantes. El primero era el corregimiento del Cusco, que controlaba la
ciudad del Cusco y las mejores “tierras bajas” con riego asegurado. El segundo
era el corregimiento de los Andes del
Cusco, que controlaba las “tierras altas”, territorio abrupto, con poca agua de riego y
de cultivos en secano, más difícil y menos atractivo, ubicado en la puna cusqueña. Los intereses de José
Gabriel de Condorcanqui, se hallaban en
este último corregimiento a cargo del corregidor
Antonio Arriaga, un miserable que constituía la quintaesencia del
despotismo más cruel, el absolutismo
abusivo, corrupto y blanco del odio de
todos, hasta de la curia, en especial del obispo Moscoso del Cusco, con quien
mantenía mala relación desde años atrás.
Es indudable que la creación del
Virreinato de Río de la Plata, en 1776,
que cercenó al Perú lo que es hoy
Argentina y Bolivia y el corregimiento de Puno, afectó grandemente
a los propietarios peruanos, ya sea peninsulares (Chapetones), criollos,
mestizos, así como a los nativos de las clases más bajas, pues el hecho
significó la disminución del volumen y montos de los negocios. Reinaba el
descontento. Por ejemplo, para enviar mercadería al nuevo virreinato mediante
las recuas de mulas y llamas, en
particular a Potosí, los peruanos debían pagar derechos aduaneros en Puno y
otros cobros por cada animal de carga. Los de La Plata trataban de que el
negocio, en particular del transporte de plata y otros minerales, pasara desde ese tramo, a burgueses
bonaerenses ávidos de riqueza. A eso se añadía, gracias a Areche, el aumento
exorbitante de los impuestos de la alcabala, de
dos a seis por ciento, pero sobre todo, la ampliación del derecho de
reparto de los corregidores, o sea de su monopolio de venta a precios altos, de
bienes que la población no requería y que los consumidores tenían que adquirir
obligatoriamente. Condorcanqui y otros curacas no se quedaron callados. Reclamaron,
ajustándose a las disposiciones legales de entonces, mejor trato para ellos y
para “socializar” su postura ellos solicitaron
también que la plebe rural, a cuyos componentes se llamaba genéricamente
“indios” o “indígenas”, no siguiera sometida al régimen de la mita o trabajo
obligatorio mal remunerado en las minas. Sus demandas solo recibieron negativas
o indiferencia.
Allá por el mes de abril de 1780, Bernardo Pumayalli Tambohuacso, curaca de
Pisac, jurisdicción de lo que hoy es el Valle Sagrado de los Incas, cercana a las mejores tierras de lo que fue el
Tahuantinsuyo, le confesó al cura del
pueblo, Juan de Dios Niño de Guzmán, que
junto con otros curacas, varios criollos y miles de indios, iban a tomar el
Cusco y a cambiar a los corregidores,
porque ya no aguantaban más los abusos. No hay testimonio de que este dato
informado como parte del sacramento de la confesión, haya sido comunicado a los
mandantes de la zona por el cura Niño de Guzman. Pero, llegó al conocimiento
del terrible corregidor de Calca, Diego
de Olano, quien de inmediato embargó todos los bienes del curaca y envió
una partida de soldados a capturarlo. Pumayalli escapó a las alturas. No
obstante, los demás conspiradores fueron detenidos, juzgados, sentenciados y el
30 de junio fueron ejecutados en la
horca. Pumayalli se entregó entonces
a Olano, en Calca pensando que podría llegar a un trato, pero el Corregidor
tenía órdenes de enviarlo al Cusco para
que fuera juzgado. El curaca logró escapar y fue a pedir ayuda a su cuñado Sebastián de Unzueta, curaca de Taray y
luego trató de asilarse en la iglesia del pueblo, pero, sin misericordia, Unzueta lo apresó y lo envió al Cusco.
Fue en estas circunstancias de conspiraciones y violentas protestas que Don Agustín de Jáuregui, el vasco capitán general de Chile llegó a
Lima el 21 de junio de 1780 para hacerse cargo del Virreinato del Perú, en
reemplazo de Manuel Guirior, quien
había caído en desgracia, víctima de las intrigas del Visitador Areche. De
Jáuregui arribó con el poco atractivo propósito de facilitar la vigencia de la
reforma tributaria borbónica, justo en circunstancias en que en distintos
puntos de los virreinatos, corregidores y alcabaleros (recaudadores) eran
blanco de la ira de los contribuyentes. El 2 de noviembre, el conspirador cacique de Pisac Pumayalli Tambohuacso, fue ahorcado, al mediodía, en la Plaza Mayor
del Cusco, como advertencia a quienes quisieran imitarlo. En su reducto, en la
ruta a Sicuani, José Gabriel se enteró de la tragedia y, lejos de acobardarse,
decidió seguir adelante con sus planes subversivos.
Dos días después, el 4 de
noviembre de 1870, En ese escenario sombrío de muerte y desolación con matices
de traición y falta de solidaridad de los suyos hacia Pumayalli Tambohuasco, estalló
en Tungasuca el alzamiento de José
Gabriel de Condorcanqui, cuatro meses después de la asunción al mando del virrey
De Jáuregui. Las acciones comenzaron aún
con los estruendos, sabores, danzas y canciones de la celebración de “Día de
San Carlos Borromeo”.
Como primer acto de ruptura, los alzados apresaron a su máximo
enemigo, el corregidor de Canas y Canchis, Antonio
Arriaga y Gurbista, que explotaba a los nativos de la zona, el más abusivo
de la Sierra Sur. Por el “repartimiento” obligaba a los naturales a comprar
mercancías a altos precios acorralándolos luego con la deuda. Si no pagaban a
tiempo los encarcelaba durante dos o
tres meses hasta que sus familiares pagaran la obligación. Los hacendados eran
igual o peores que los corregidores. El informe oficial sobre la captura de
Arriaga, dice: “…retirábase (el
corregidor) después de comer al pueblo de Tinta, y en la travesía que media lo
acometió Tupac Amaru con alguna gente que lo acompañaba. Echáronle un lazo al
cuello y lo trajeron de la mula a tierra, hirieron a un criado que con él venía
y presos dos negros esclavos que a alguna distancia lo seguían, fueron todos
conducidos a un sitio separado y secreto, y allí detenidos hasta la medianoche
en que fueron introducidos en el pueblo de Tungasuca y encarcelado el corregidor en una pieza o
calabozo de la casa de Túpac Amaru… “. Le hicieron firmar una carta a sus
amigos del Cusco, quienes en respuesta enviaron 22 mil pesos, barras de oro,
mosquetes y mula, lo que les sirvió para
sus propósitos. Seis días después, Arriaga fue ejecutado públicamente en la
horca, por su mulato el ex esclavo
Antonio Benites, en la plaza de
Tungasuca, el 10 de noviembre de 1780.
Los primeros propósitos de la
rebelión fueron: liquidar a los malos corregidores, abolir la mita y el reparto
de efectos. Obsérvese que José Gabriel no proclamó
independencia alguna y, por el contrario, reconocía la autoridad de la corona. Pero, después, el
rebelde se radicalizó y hasta planeaba proclamarse rey de América. Núñez Jiménez, en su obra citada, afirma
que se había propuesto asumir los
títulos de: "...Don José Primero,
por la gracia de Dios, Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires
y Continentes de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los
Césares y Amazonas con dominio en el Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la
Piedad Divina, etc...".
La aventura de Túpac Amaru II se
inició como una gesta de familia y de sus
allegados de las provincias de Tinta,
Quispicanchis, Canas y Canchis, o sea de las “tierras altas del Cusco”,
vinculados, además, por actividades económicas afines como la pequeña minería,
el obraje de curtiduría, alcohol y la textilería del tocuyo, la producción de
papa y maíz y animales, el arrieraje, la
crianza de alpacas y llamas y la producción de hoja de coca.
Esas zonas estaban en ese tiempo a distancias
que desde el Cusco eran cubiertas en cuatro días, caminando y en menos tiempo a
lomo de bestia. Eran consideradas alejadas, menos productivas y de geografía
muy hostil en relación a las zonas bajas de los valles interandinos, como las tierras
de los valles del Urubamba y de
Limatambo. Quizá por esa diferencia
y, además, porque en los hechos Condorcanqui era un mestizo, los curacas de
comarcas más cercanas a la ciudad del
Cusco, rechazaron su conducta considerando que ponía en peligro los
privilegios, prebendas y canonjías que recibían de las autoridades del
virreinato.
Declarándose fieles al rey de España, organizaron sus propias
fuerzas armando a sus vasallos quechuas. Así combatieron con decisión y fiereza a
las tropas de Túpac Amaru II. Dieron un decisivo apoyo al ejército de Del Valle.
Juan José Vega estima que las batallas tupacamaristas se dieron esencial y desgraciadamente entre
curacas y sus fuerzas quechuas, para
beneplácito de los realistas.
Irónicamente,
dando validez al dicho de ese tiempo “Cura,
curaca y corregidor, todo lo peor”, estos fueron los curacas realistas de la
jornada: Mateo Pumacahua, curaca de
Chinchero. Eugenio Sinanyuca, curaca de Yauri- Canchis. Juan Ambrosio
Pumaguallpa Garces Chillitupa, curaca de Santiago Oropesa. Pedro Sahuaraura,
curaca de Oropesa de Quispicanchis. Nicolás Rosas, curaca de Anta. Eugenio
Conatupa, curaca de Coporaque. Juan Esteban Pacheco. Diego Choquehuanca,
curaca de Azángaro. Manuel Chuquinga, curaca de Collao y Antonio Eguiluz,
curaca de Paruro. Al lado del sublevado
alinearon: Tomasa Tito Condemayta,
curaca de Acos. Diego Cristóbal Túpac Amaru. Andrés Túpac Amaru, Túpac Catari,
El 12 de
noviembre, tras conocer la suerte de
Arriaga, las autoridades del Cusco
concentraron en el pueblo de Sangarará una fuerza punitiva de 2,000
hombres, al mando del corregidor de Quispicanchis,
Fernando de Cabrera, con el propósito de aplastar a los rebeldes.
Mientras tanto, en Lima, tras conocer
la ejecución del corregidor Arriaga y las primeras demandas de Túpac Amaru, el
virrey Jáuregui abolió los repartos mercantiles, liquidando la principal
herramienta de explotación de los corregidores, con el evidente propósito
político de evitar que otros curacas y los burgueses criollos de la Sierra Sur
se plegaran a la rebelión, sobre la base de que ellos podrían asumir en
adelante el comercio regional.
Sin conocer su primera victoria política, el 15
de noviembre, Túpac Amaru II emitió su
edicto para Lampa ordenando la confiscación de la riqueza de la administración
virreinal así como de los hacendados
para financiar la lucha y retribuir a los necesitados. Más adelante,
este bando sería esgrimido por sus parciales para saquear haciendas y hacerse
particularmente de ganado ovino.
Al día siguiente, el 16 de noviembre, Túpac
Amaru, en plena marcha hacia Sangarará decretó la abolición de la esclavitud de los negros,
hecho que se producía por primera vez en
América.
Túpac Amaru y su ejército rebelde, por entonces, ya de uno 6 mil
de hombres llegaron a Sangarará el 17 de noviembre y encontraron que Cabrera
se había atrincherado en la Iglesia. Al amanecer, Túpac Amaru le conminó a rendirse, pero Cabrera no aceptó
y ejecutó a varios quechuas que intentaron salir del templo. En la mañana,
empezó un combate encarnizado durante el cual estalló un polvorín instalado dentro del
templo. La terrible explosión y el derrumbe del techo y de una de las paredes
de la Iglesia, mataron a muchos
realistas. Murieron unos 700, entre ellos el propio corregidor Cabrera, el gobernador Tiburcio Landa y el cacique
Pedro Sawaraura. De los rebeldes murieron menos de veinte. Por el hecho de
haber atacado y supuestamente haber destruido la casa de dios, el obispo
Moscoso del Cusco decretó la excomunión
de Túpac Amaru.
De Sangarará, pudiendo atacar el
Cusco, cuyas tropas habían quedado debilitadas con la derrota de sus enviados a
Sangarará, Túpac Amaru, marchó hacia
Puno.
Los historiadores dicen que no atacó la ciudad imperial, porque en la
ruta, el 20 de noviembre, se enteró de
que la junta de Guerra y el corregidor cusqueño, habían emitido un bando sobre
importantes reformas que, aparentemente, dejaban sin piso las banderas de la
rebelión: Se iba a redistribuir tierras
entre los comuneros para la subsistencia de sus familias. En consonancia con el
decreto virreinal, se abolían los repartos. Se eliminaba la carcelería por no
asistir a los obrajes. Se suprimía el pago del “diezmo” a la Iglesia y se
prometía revisar el alza de la alcabala y otros impuestos.
En
efecto, si Túpac Amaru tenía enlaces criollos, mestizos y militares
dentro del Cusco que se levantarían a su llegada, estas medidas los desanimaron
completamente y no dieron la menor señal de existencia, ni menos de respaldar su
acción. De este modo, el rebelde no amenazó al Cusco y siguió hacia la Meseta
del Collao, presuntamente, para recolectar
más tropas y armas, con la intención de atacar La Paz para liberar Potosí. Pero, no consiguió mucho, pues luego de pasar por Azángaro y llegar a Lampa, regresó a
Ayaviri, en donde, al no recibir noticias de sus contactos dentro del Cusco
acerca de un probable apoyo interno para tomar la gran ciudad, decidió retroceder
y marchar hacia la antigua capital del
Tahuantinsuyo, desestimando a La Paz como objetivo.
Este desplazamiento de los alzados le dio tiempo a los realistas del Cusco para reunir en esa ciudad una
fuerza de 17 mil hombres, entre tropas regulares llegadas de Lima y hasta de
Cartagena de Indias (Colombia), aspi como también por nativos quechuas, quienes a
través de sus curacas pro realistas servían al virrey. Ese contingente pudo
rechazar al alzado en las cercanías del Cusco, en Saylla, Puquiri y Piccho, en diciembre de 1870 y en enero del año
siguiente. A partir de este fracaso, desde
el fin de febrero del año siguiente, los españoles tomaron la iniciativa contra
el caudillo.
Desde las cercanías del Cusco,
Túpac Amaru se replegó hacia su terruño, Tungasuca, adonde llegó el 13 de enero
de 1781. Trató de reorganizar su ejército y envió emisarios a Paruro y Urubamba
solicitando apoyo.
Entonces, abandonando Tungasuca, decidió ir a proclamar su nuevo reino en
Acos, Pillpinto, Accha, Omacha, Piti, Maras, Chuquibambilla y llegó hasta Cotabambas, en Apurímac. A su paso reclutó
hombres y acopió provisiones. Pero, llegados desde Lima, ya estaban tras sus pasos el mariscal José del Valle y las fuerzas de
sus curacas enemigos. Túpac Amaru regresó
entonces a Tungasuca a mediados de
febrero. Del Valle llegó al Cusco el
24 de febrero de 1781. Lo acompañaba el
visitador español José Antonio de Areche
y entre ambos organizaron la gran ofensiva. El 4 de marzo de 1781,
partieron tras los sublevados.
El 22 de marzo los tupamaristas se enfrentaron
a los realistas en Pucacasa y los hicieron retroceder
hasta Quiquijana. Túpac Amaru creyó que los había paralizado.
Dividió sus fuerzas. Una parte fue a reforzar a sus parciales que se habían
levantado en Chumbivilcas, Caylloma y Urubamba. Pero, del Valle y sus hombres
se reagruparon y el 6 de abril llegaron
cerca de la localidad de Checacupe, en Canchis, en donde acampaba el grueso de
la fuerza tupacamarista. Al lado de del
Valle y Areche peleaban nada menos que los
curacas quechuas Mateo Pumacahua, Choquehuanca, La Rosa, y Chillipata,
mandando contingentes de sus propios hombres, armados por los españoles. Obsérvese y ténganse en cuenta
que este alineamiento de los nativos y mestizos con sus opresores y su expresa fidelidad al
rey, será una constante histórica en adelante, en todos los dominios españoles,
pero de modo más acendrado en el Perú, por lo cual nos atrevemos a decir que éste
fue uno de los principales factores que demoró el proceso peruano de
emancipación, en relación a otros procesos. Pongan atención en uno de los
curacas enemigos de Túpac Amaru, el tal Mateo Pumacahua, pues surgirá de nuevo y
de modo sorprendente en la llamada “Revolución del Cusco”, en 1814.
Túpac Amaru II fue derrotado en
la Batalla de Checacupe, en Canchis,
cerca de Sicuani. El rebelde escapó. Perseguido a caballo, tuvo que cruzar
el río Vilcanota a nado y se refugió en el pueblo de Langui. Pero, ese mismo
día, fue entregado a los realistas nada menos que por su compadre traidor, Francisco Santa Cruz. Ventura Lanaeta,
entregó a su esposa Micaela Bastidas. Todos sus jefes subalternos apresados, su
esposa y él mismo, fueron sometidos a las más crueles torturas. Areche intentó
arrancarle los nombres de su red y otros datos esenciales para la terrible
represión que alistaba. No lo consiguió. Entonces ordenó que le cortaran la
lengua.
El 15 de mayo, Túpac Amaru fue
sentenciado a muerte. Antes de su ejecución pública, el 18 de mayo, fue forzado
a presenciar al mediodía, en la Plaza Mayor del Cusco, la ejecución de su
esposa y de dos de sus hijos. Después
intentaron desmembrarlo vivo atando a un caballo, cada uno de sus brazos y
piernas. Los equinos fueron azuzados en direcciones opuestas. Como no lo
lograron partirlo vivo lo decapitaron y
luego lo descuartizaron para repartir sus partes hacia los pueblos que lo
habían apoyado.
Esta revisión somera de la
rebelión tupacamarista, permite afirmar que se trató de una rebelión reformista
del orden feudal - virreinal que, si bien afectó el control de la propiedad
estatal y privada en los hechos, no lo hizo en son de cambiar su esencia, sino
como procedimiento a hacerse de recursos para el sostenimiento de sus
operaciones. Como hemos anotado, la mayoría de demandas fueron atendidas,
por lo menos declarativamente por el poder virreinal cusqueño de entonces,
aunque, a esas alturas como consecuencia de la ejecución del corregidor de
Canchis y de su proclamación como rey de América, era imposible un armisticio,
perdón o amnistía en favor de los alzados,
con quienes el imperio solo podía saldar cuentas mediante su total
supresión no solo física, sino también
cultural e ideológica.
Y, eso fue lo que ocurrió. Los españoles tuvieron
la excelente oportunidad de terminar su labor de erradicación global de todo lo que significase el antiguo
imperio de los incas, una actividad que
desarrollaron como política de estado desde que Pizarro tomó el Cusco. A la muerte del gran rebelde, Areche y
todo el aparato imperial desataron una vasta operación de represión, control,
contención y borrado de todo significado incaico: prohibieron el uso de la
lengua quechua, de ropajes nativos, de símbolos incaicos de
toda expresión artística como danzas, cánticos, música, rituales, costumbres,
tradiciones, adoración a apus y otras fuerzas seculares de la cosmogonía inca,
así como cualquier mención o conmemoración de la cultura incaica. Fue la llamada "Extirpación de Idolatrias", a la cual, la curia católica prestó todas sus fuerzas.
Familiares y allegados de Tupac
Amaru prosiguieron la lucha tupacamarista en Cusco, bajo el mando de Diego Cristóbal
Túpac Amaru, pariente de Condorcanqui y en el alto Perú con Túpac Catari
(Julián Apaza), el cual fue capturado y también descuartizado. El núcleo de la rebelión duró apenas cinco meses, pero, aproximadamente,
todo el brote fue extirpado en julio de 1783, con la aniquilación de sus
seguidores y en particular de los familiares de Túpac Amaru.
Areche, quizá para justificar la intensidad y
la amplitud del levantamiento, informó a la corona que la rebelión habría sido
preparada con más de cinco años de antelación, apoyándose en la supuesta
confesión de Bartolina Sisa, alias La
Virreina, mujer de Túpac Catari.
Don Ricardo Palma, en sus “Tradiciones Peruanas”, sobre el “Corregidor de
Tinta”, cuenta que, “Es fama que el
26 de abril de 1784 el virrey don Agustín de Jáuregui recibió el regalo de un
canastillo de cerezas, fruta a la que era su excelencia muy aficionado, y que
apenas hubo comido dos o tres cayó al suelo sin sentido. Treinta horas después
se abría en palacio la gran puerta del salón de recepciones; y en un sillón,
bajo el dosel, se veía a Jáuregui vestido de gran uniforme. Con arreglo al
ceremonial del caso el escribano de cámara, seguido de la Real Audiencia,
avanzó hasta pocos pasos del dosel, y dijo en voz alta por tres veces: "¡Excelentísimo señor D. Agustín de Jáuregui!". Y luego, volviéndose al
concurso, pronunció esta frase obligada: "Señores, no responde. ¡Falleció!
¡Falleció! ¡Falleció!". En seguida, sacó un protocolo y los oidores estamparon
en él sus firmas. Así vengaron los
indios la muerte de Tupac-Amaru”. (Este texto es parte de un trabajo mayor en curso titulado: ¿Por qué cayó el Virreinato del Perú? Nuestra emancipación vista desde el otro lado, sin patrioterismo inconsistente. ELMER OLORTEGUI)
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