ISMAEL LEON ARIAS. QEPD- IN MEMORIAM
La noticia del fallecimiento de
Ismael León Arias, hoy viernes 19 de setiembre, me ha traído a le mente este
recuerdo, sin ira y con alegría de haberla vivido. En 1987, estaba junto con
él, con Paco Landa, Róger Rumrrill, Alfredo Donayre y otros colegas más, en la ciudad de Rio
Branco, capital del estado brasilero del Acre, cubriendo la reunión entre el
Presidente Alan García y su homólogo carioca, el Presidente Cardoso. Yo era el
enviado especial del diario “El
Nacional” y el representaba a La República. Cada uno había llegado hasta esa
lejana ciudad por sus propios medios, con la promesa de Paco, en esa entonces
consejero personal informal de AGP, de asegurarnos el retorno en uno de los
aviones del convoy peruano. Después de la última noche de despedida y farra,
cuyos detalles son materia de esta nota, nos encontramos en el aeropuerto, en donde
nuestros estómagos se ahuecaron y la angustia nos hizo sus prisioneros. Paco,
convertido en la desesperación misma, nos dijo que el jefe de la casa militar de entonces, un
general cuyo nombre no recuerdo, había copado los cupos de la segunda nave con
su gente y que nosotros estábamos “out”.
Eso significaba que para regresar
a Puerto Maldonado podíamos hacerlo por tierra, vía Iñapari, viajando durante
tres días. La otra vía era ir en avión de Río Branco a Sao Paulo y de allí
empalmar hacia Lima. No había más y ambas vías eras difíciles porque nadie
tenía el dinero suficiente para los gastos. Rápidamente, Ismael dedujo que
nuestra única opción es hablar directamente con Alan para que ordenase el correspondiente auxilio.
Pero eso, en tierra extraña, era muy difícil hasta para Paco. Considerando que nuestra
única oportunidad de llegar hasta el presidente era cuando ingresase al
aeropuerto para el protocolo de despedida con tropas y banda de música, propuse
hacer la de reporteros y en son de entrevistarlo, pedir a las autoridades que
nos permitiesen estar cerca del acceso de los dignatarios. Con suerte, los
brasileros aceptaron porque en general son buena gente. La angustia nos torturó
una hora y media, bajo el rol que comenzaba a calentar sin misericordia. En
efecto, cuando Alan llegó hicimos tal aspaviento que AGP salió de la comitiva y
se acercó sonriente a saludarnos.
Entonces fue Ismael que habló por nosotros y en un solo párrafo le resumió la
situación. El Presidente soltó una gran carcajada y hasta bromeó diciéndonos
que no podíamos pedir más pues nos íbamos a quedar en el paraíso. “¿Cómo
hacemos, Alan?”, insistió Ismael con gran familiaridad. Alan Llamó entonces a
uno de nuestros diplomáticos y le dijo
que como sea que solucionara nuestro caso hablando con los brasileros.
El diplomático asintió sin mostrar gran preocupación por la situación. Eso me
dio buena espina. “No se muevan de este lugar hasta que les avise2, nos dijo y
sin prestarnos más atención se fue con el presidente al ceremonial de despedida
pues en ese momento estaba llegando la comitiva de Cardoso. El aire calentado
por los reactores del gran Boeing del Presidente de Brasil, dejó una sensación de piel tostada en mi cara, cuando
la nave se fue a la pista central para su despegue hacia Puerto Maldonado,
donde se iba a realizar el segundo tramo de las negociaciones.
Empezábamos a sudar copiosamente.
Los militares locales se fueron, los trabajadores del aeropuerto replegaron las
escaleras y todo quedó en una calma triste y melancólica. Nos sentíamos como
perdidos en el espacio. Unos quince minutos después que sentimos como si
hubiesen transcurrido quince horas, se acercó el diplomático y nos invitó a
seguirlo. Nos miramos los unos a los otros, pues no había ninguna otra nave a
la vista y estábamos intrigadísimos sobre la solución. Caminamos por el gran
patio de estacionamiento de la terminal, rebasamos un enorme hangar y detrás de
él, estaba un Boeing, con la bandera de Brasil. El diplomático nos explicó: el
presidente del Brasil, como todo presidente que se respete, siempre que viaja
por vía aérea, lleva dos aviones, de tal manera que si al primero le ocurre
algún inconveniente, de inmediato se pasa al otro y ¡zás!, sigue viajando. “Claro, o máis grande do mundo, no podía ser
de otro modo”, comento Rumrril. Bueno. Entonces fue la maravilla. Una hermosa
azafata de impresionantes ojos verdes nos dio la bienvenida al pie de la
escalinata. Otra, de igual estampa y figura lo hizo al final. Adentro había
otras cuatro linduras. El capitán y su copiloto no dieron la bienvenida. Nos
dijeron que podíamos ocupar cualquier asiento, inclusive el reservado al
presidente y que además podíamos pedir algún coctel y bocaditos. Éramos ocho
náufragos, empapados en sudor, sin afeitar, mal vestidos y mal olientes, en una
verdadera suite presidencial aérea. Para no hacerla larga, les contaré que
bebimos champan Don Perignon, wiskhy etiqueta negra doce años, finos
pastelillos, caviar y otras delicias hasta engordar. Los más conversadores
encantaron a las azafatas, a cual más lindas. Ismael, por supuesto, se olvidó
de sus sudores y departió con dos de ellas.
El último tramo de este trance
fue también risueño. Al llegar al aeropuerto de Puerto Maldonado, vi desde el
avión que las dos comitivas ya habían salido del terminal rumbo a la ciudad y que unos cuatro
soldados peruanos enrollaban la larga alfombra roja por la cual había caminado
los dos mandatarios. No obstante, cuando alguien de abajo se dio cuenta de que
llegaba otro avión oficial del Brasil, les ordenaron a los soldados que
nuevamente extendieran la alfombra. De ese modo, los ocho periodistas
azarrapastrosos rescatados de Río Branco, descendimos y caminamos por la alfombra roja matándonos
de la risa ante el asombro de los soldados y de su jefe. Un poco más nos
rendían honores militares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario