El sueño colombiano
de Sebastián
Francisco de Miranda
y Rodríguez
Parte II
(Caracas, 28 de marzo de 1750 – San Fernando,
Cádiz, 14 de julio de 1816)
Hombre en Fuga hacia la libertad
Para una mejor comprensión del
caso del Santo Oficio contra Miranda, hay que precisar que esta nefasta
organización religiosa-policiaca y jurisdiccional, empezó a vigilarlo desde
cuando estuvo sirviendo en Cádiz, como era el procedimiento común en esa
entonces, sin que el sospechoso tuviese el menor conocimiento. Las “orejas” de
La Inquisición le habían informado que tal como su compañero el peruano Manuel
Villalta, a Miranda le atraían los libros prohibidos como los de Diderot,
Voltaire y Rousseau. Debido a esta “malévola” inclinación Miranda también había
adquirido objetos pequeños del “marketing” de esos temas en ese tiempo: bustos,
grabados, estampas y figuras de porcelana de dichos autores. Uno de los
investigadores de la vida de Miranda, Javier
Arreaza Miranda, dice en su obra, “Miranda:
aventurero de la libertad”, que el 11 de noviembre de 1778, el Tribunal
Inquisitorial de Sevilla recibió un expediente de 155 páginas en el que se acusa
a Miranda de haber ofendido verbalmente a la Iglesia, de leer y poseer libros y
pinturas prohibidos. Se sospecha que el
informe fue entregado por el Inspector militar O’Reilly, quien detestaba al
caraqueño.
Para mala suerte de Miranda, al cargo
presentado por traición a favor de los ingleses, en Cuba, se añadió una nueva acusación
hecha por las autoridades aduaneras y fiscales en Madrid nada menos que ante el mismísimo
Ministro de Indias, José de Gálvez: Miranda era nada menos que contrabandista de
productos ingleses que introducía desde Jamaica por lo que ordenó que lo arrestaran,
lo aislaran y lo enviarán directo a Madrid. La verdad era que mercancías que habían
sido incautadas, habían sido adquiridas por Miranda por orden verbal de Cagigal.
La orden llegó a Cuba en mayo de 1782, mientras Cagigal y Miranda estaban tomando Nassau. De ahí Miranda partió, sin conocer
la nueva incriminación en su contra, hacia Cabo Francés, en Haití, donde Bernardo
de Gálvez tenía su cuartel general. De Gálvez, quien es sobrino del ministro, lo
puso bajo arresto el 8 de agosto de 1782 y lo envió hacia La Habana. Apoyado
por Cajigal, el perseguido ejecutó
entonces una nueva decisión crucial en su vida. Rompió con el Imperio al cual
había servido arriesgando su propia vida, convirtiéndose en un hombre en fuga. Así,
abrazaría con ahínco la realización de su proyecto emancipador de América del
Sur. Algo titánico y descomunal para lo cual, sin duda, necesitaría el apoyo de
la mitad del mundo, porque la otra mitad, el Imperio Borbónico, del cual iba a escapar, lo perseguiría hasta
el último rincón de la Tierra. De eso se encargó, José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, Secretario de Estado
de Carlos III y de su sucesor, Carlos IV. Floridablanca utilizó la vasta red diplomática de España
en Europa para tratar de capturar a
Miranda entre 1785 y 1789.
Su primer destino lógico fue
Estados Unidos. Ayudado por amigos de las trece colonias inglesas
independizadas, escapó a New Bern, en
las Carolinas, desde donde después siguió viaje a Nueva York pasando por Charleston, Filadelfia y Bostón. En esas
ciudades entabló amistad con importantes personalidades del naciente país,
entre ellos George Washington, Henry
Knox y Samuel Adams. Se dio tiempo para conocer de cerca la marcha bélica
de la independencia estadounidense, sus progresos militares, sobre todo sobre
fortificaciones y hasta mantuvo relaciones pasajeras con varias damas de las
sociedades locales. Christian Gadea
Saguier, experto asuntos masónicos, afirma un hecho preciso sobre el lado
misterioso-masónico de la vida de Miranda. En controversia con investigadores
de la propia masonería internacional, dice que Miranda ingresó a la masonería en 1873 en Filadelfia,
apadrinado por el gran maestre de la organización secreta, el francés Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du
Motier, marqués de La Fayette, militar galo que llegó a América
directamente a pelear junto a Washignton por la independencia de las trece
colonias. Aquí se inició uno de los lados semi ocultos de la vida de Miranda
que lo vinculan con el afán o plan liberador que habría cumplido la masonería
tanto en la revolución francesa como en las independencias americanas. Otros informes masónicos, afirman que el caraqueño ascendió
a “compañero”, en Londres, en 1785 y al grado de “Maestro”, en París, en 1797 y
que luego se valió de la masonería para predicar el independentismo a través de
la famosa logia masónica operativa Lautaro. No obstante, otro sector de
masones, dice que no existen registros del paso del guerrero por la
organización por lo que supone que solo
fue un periférico o amigo. Más adelante veremos este asunto.
¿Libertador, traidor o espía?
No obstante sus buenas
relaciones, Miranda no pudo permanecer mucho tiempo en Nueva York, porque los
agentes del imperio borbónico y en particular los de los reinos de España y
Francia, le perseguían afanosamente. Pretendían regresarlo, por supuesto
encadenado, para asegurarse de que no divulgase
los detalles de la fallida invasión a Jamaica. Ellos difundieron en Nueva York información
que lo mostraba como un desertor y traidor a España. Sin poder desmentir las
acusaciones, pues hubiese tenido que revelar secretos de estado y, pese al amor
que le profesaba Susan, la hija del secretario de estado estadounidense
Livingston a quien había cautivado en Nueva York, tras 18 meses de estancia, tuvo
que viajar rápidamente a Inglaterra. En EEUU Miranda había comenzado a desarrollar sus
escritos, planos y diagramas sobre su sueño del gran país suramericano que
deseaba forjar y había expuesto el
proyecto a las personalidades que pudo conocer. Es probable que un certero
análisis de la geopolítica de entonces le llevara a la conclusión de que,
Estados Unidos no podía apoyarlo por los favores que estaba recibiendo de
España y que la mejor opción era Inglaterra y allá fue el 15 diciembre de 1784.
El sabio se consolida
Llegó a Londres el 25 de febrero
de 1785, durante el vigésimo quinto año del reinado de Jorge III. Algo apurado
de dinero recibe apoyo de su amigo John Turnbull, próspero comerciante y socio
principal de la gran casa de comercio Turnbull & Forbes a quien había
conocido en Gibraltar en 1778. Todavía políticamente no avezado, Miranda visitó
al embajador español Del Campo, quien ya tenía la orden de Floridablanca de
tenderle una trampa. Sin renunciar a su
nacionalidad española, Miranda deseaba retirarse formalmente del ejército hispano. Para eso fundamentó su
pedido en una carta que remitió el 10 de abril de 1785 a Floridablanca para que
fuese entregada al rey Carlos III. En el escrito presentó su trayectoria y dio como razón de la desgracia que soportaba
al solo hecho de ser americano y no
español de la península. Pidió también la devolución de su inversión en la
compra de su licencia de capitán, doce años atrás y de los salarios que no había
recibido desde su salida de Cuba. Cual
araña ponzoñosa, Floridablanca le contestó que esperase. Mientras tanto se
incautó de toda la correspondencia que Miranda enviaba a Caracas, impidiendo
que recibiese dinero de su familia.
Mientras esperaba el momento
oportuno para plantear a los mandos ingleses sus planes para América Hispana, Miranda
hizo en Londres una especie de un ciclo autodidacta de post grado en todas las
materias que logró tener a su alcance. Perfeccionó sus conocimientos, su
cultura y determinó por escrito su plan de vida con el objetivo de conseguir la
emancipación de América del Sur: En el
Diccionario de historia de Venezuela, tomo 3. Caracas: Fundación Polar,
1997 consta parte de su bitácora: «Con
este propio designio he cultivado de antemano con esmero los principales
idiomas de la Europa que fueron la profesión en que desde mis tiernos años me
colocó la suerte y mi nacimiento. Todos estos principios (que aún no son otra
cosa), toda esta simiente, que con no pequeño afán y gastos se ha estado
sembrando en mi entendimiento por espacio de 30 años que tengo de edad,
quedaría desde luego sin fruto ni provecho por falta de cultura a tiempo: la
experiencia y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinado
personalmente, con inteligencia prolija el gran libro del universo, las
sociedades más sabias y virtuosas que lo componen, sus leyes, gobierno,
agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes,
etc., es lo que únicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la
obra magna de formar un hombre sólido». Y no fanfarroneaba. Dominaba seis
idiomas y, además, traducía del latín y del griego.
Hacia Euroasia
Por entonces, Londres no fue un
sitio seguro para él. Los ingleses pensaban que era un espía y los españoles y
franceses estaban seguros de que se iba a pasar al bando enemigo. En Londres,
Miranda se reencontró entonces con su amigo, el coronel William Stephens Smith,
nombrado como secretario de la primera embajada de Estados Unidos, a cargo del
embajador John Adams. Smith sacó a Miranda de Londres el 13 de agosto de 1785 invitándolo
a viajar a Prusia a ver las
maniobras militares del rey Federico II, “El Grande”. Los españoles intentaron
entonces tenderle una trampa a Miranda ofreciéndole una recomendación ante el embajador español en Berlín, a cambio
de que acompañase a la hija del vicecónsul español en Londres hasta Calais para
que ella ingresase a un monasterio. Sospechando
una celada Miranda y Smith evitaron Calais y marcharon a Holanda, desde donde
siguieron hacia Prusia. De allí, Miranda siguió solo hacia Austria, Hungría,
Italia, Grecia y Turquía. Al año
siguiente, 1786 el estadounidense Smith,
se casó con la hija del embajador Adams. Años después, uno de los hijos de la
pareja acompañó a Miranda en uno de sus intentos de desembarcar en Venezuela.
Con Catalina, “La Grande”
Desde Constantinopla, a fines de
1786 llegó a Rusia. Allí hizo amistad con el príncipe Potemkin. Van juntos a Crimea
y a Kiev, en donde el 14 de febrero de 1787, Potemkin lo presentó ante la
emperatriz Catalina II. Se convirtió en uno de sus favoritos. Le dio protección
diplomática, le autorizó a usar el uniforme del ejército ruso y recibió un apoyo de 10 mil rublos. También conoció Moscú y San Petersburgo. A mediados
del 87, con cartas de presentación para los diplomáticos rusos en Viena, París,
Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y Nápoles, salió de Rusia hacia
Suecia. En Estocolmo, fue recibido por el rey Gustavo III. Continuó su periplo
hacia Oslo, Copenhague Hamburgo, Bremen
y Holanda.
Señor Meroff
En Holanda, para evadir las redes
borbónicas, se hizo llamar el “señor Meroff”. Marchó luego a Bélgica, Alemania,
Suiza, convertido en “Monsieur Meyrat”. De Ginebra fue Francia. El 16 de
febrero de 1789 arribó Marsella rumbo a París, en donde la revolución estaba a
punto de estallar. Regresó a Inglaterra el 18 de junio del mismo año,
semanas antes de la Toma de la Bastilla, hecho que ocurrió el martes 14 de
julio de ese año. En Londres, en medio de la preocupación por la crisis
francesa (el mundo ni siquiera intuía que se iniciaba una nueva edad de la
humanidad) el caraqueño se mueve entre su amigo Turnbull y el decisivo apoyo
del embajador ruso el conde Simeón
Vorontsov, quien para darle inmunidad diplomática frente a los sabuesos
hispanos lo emplea formalmente ad honorem. Otro de sus amigos, el parlamentario
Thomas Pownall, quien fue el último
gobernador británico de Massachusetts, le consiguió una audiencia con el Primer
Ministro Willliam Pitt, “El Joven”. Miranda le expuso al mandatario los
detalles de la invasión a América del Sur, le solicitó: 15 navíos de guerra y
un ejército de 12 a 15 mil hombres. La futura nación sería una monarquía
parlamentaria y se llamaría Colombia por su descubridor, Colón. Se apoyó en mapas, planos militares y nombres de y la exposición más completa que
haya escuchado Pitt sobre el tema sobre
aspectos legales, militares y políticos de semejante empresa. No obstante Pitt, consideró que
aunque sus vecinos Francia y España merecían
una dura venganza por el apoyo dado a los patriotas estadounidenses, el tesoro
inglés está en apuros después de la guerra contra alzados. No había dinero para
nuevas aventuras bélicas. Además, estaba en progreso el “Incidente de Nutca” o
la disputa por las costas canadienses del Pacífico con España y en eso, los
ingleses estaban llevando la peor parte. Para darle largonas, Pitt pidió a
Miranda una propuesta formal documentada, a la cual finalmente respondió meses
después que Inglaterra la
ejecutaría únicamente como un acto de
guerra frontal con España y cuando ésta careciera del apoyo francés.
En estas circunstancias, Miranda
recibió una mala noticia sobre su gestión para conseguir formalizar su retiro
del Ejército Real de España. Javier Arreaza Miranda, en la biografía que ofrece
en la página Web “Miranda, Aventurero de
la Libertad”, anota que la respuesta a este personal y crucial asunto de
Miranda llegó de Madrid, en abril de
1790. Le exigían que regresara a esa ciudad nada menos que para ser juzgado. Sorprendido y triste, tomó su
decisión: escribió a Carlos IV a través de Floridablanca, diciendole:
"quedan finalmente terminados estos disgustosos asuntos por mi parte; y
suplico a Vuestra Excelencia dispense la molestia que por mi parte haya podido
ocasionarse." En su despedida dejó en claro que es solamente a causa de
las injusticias y persecuciones que sufre que se ve ahora obligado a
"escoger una patria que me trate al menos con justicia y asegure la
tranquilidad civil”.
En mayo de 1790 en plena
Revolución Francesa, se dieron las condiciones que había establecido Pitt para
que decidiese apoyar el proyecto de Miranda. Pero, en realidad Pitt perseguía
conseguir por las buenas un tratado de paz, comercio y cooperación
internacional con Madrid. Algo más barato y provechoso para los intereses de su
país, pues tenía oferta productiva que colocar. En una segunda reunión, apremiado
económicamente, Miranda pidió a Pitt un
aporte económico mensual. Pitt accedió a
eso y le pidió que siguiese esperando, pues algo importante iba a suceder.
Ocurrió que considerando lo feo de la situación de Francia, Carlos IV aceptó el
acuerdo de El Escorial en octubre de 1790 con lo cual se arregló el comercio entre bilateral en el
Pacífico Norte. El 12 de septiembre de 1791, Pitt le comunicó a Miranda que el
gobierno de Su Majestad no tenía interés en invadir América Hispana y que en
compensación por sus esfuerzos la Corona le pagaría 500 libras por una sola
vez. Y, eso fue todo. Sin embargo, Pitt no le devolvió sus documentos aduciendo
que los había extraviado. Esto enfureció sobremanera a Miranda, pero no pudo hacer
nada más que protestar por escrito. En Inglaterra, nuevamente, poco podía hacer
a favor de su sueño.
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