jueves, 14 de agosto de 2014

El sueño colombiano de Sebastián
Francisco de Miranda y Rodríguez
Parte II
 (Caracas, 28 de marzo de 1750 – San Fernando, Cádiz, 14 de julio de 1816)

Hombre en Fuga hacia la libertad
Para una mejor comprensión del caso del Santo Oficio contra Miranda, hay que precisar que esta nefasta organización religiosa-policiaca y jurisdiccional, empezó a vigilarlo desde cuando estuvo sirviendo en Cádiz, como era el procedimiento común en esa entonces, sin que el sospechoso tuviese el menor conocimiento. Las “orejas” de La Inquisición le habían informado que tal como su compañero el peruano Manuel Villalta, a Miranda le atraían los libros prohibidos como los de Diderot, Voltaire y Rousseau. Debido a esta “malévola” inclinación Miranda también había adquirido objetos pequeños del “marketing” de esos temas en ese tiempo: bustos, grabados, estampas y figuras de porcelana de dichos autores. Uno de los investigadores de la vida de Miranda, Javier Arreaza Miranda, dice en su obra, “Miranda: aventurero de la libertad”, que el 11 de noviembre de 1778, el Tribunal Inquisitorial de Sevilla recibió un expediente de 155 páginas en el que se acusa a Miranda de haber ofendido verbalmente a la Iglesia, de leer y poseer libros y pinturas  prohibidos. Se sospecha que el informe fue entregado por el Inspector militar O’Reilly, quien detestaba al caraqueño.
Para mala suerte de Miranda, al cargo presentado por traición a favor de los ingleses, en Cuba, se añadió una nueva acusación  hecha por las autoridades aduaneras  y fiscales en Madrid nada menos que ante el mismísimo Ministro de Indias, José de Gálvez: Miranda era nada menos que contrabandista de productos ingleses que introducía desde Jamaica por lo que ordenó que lo arrestaran, lo aislaran y lo enviarán directo a Madrid. La verdad era que mercancías que habían sido incautadas, habían sido adquiridas por Miranda por orden verbal de Cagigal. La orden llegó a Cuba en mayo de 1782, mientras Cagigal y Miranda estaban  tomando Nassau. De ahí Miranda partió, sin conocer la nueva incriminación en su contra,  hacia Cabo Francés, en Haití, donde Bernardo de Gálvez tenía su cuartel general. De Gálvez, quien es sobrino del ministro, lo puso bajo arresto el 8 de agosto de 1782 y lo envió hacia La Habana. Apoyado por  Cajigal, el perseguido ejecutó entonces una nueva decisión crucial en su vida. Rompió con el Imperio al cual había servido arriesgando su propia vida,  convirtiéndose en un hombre en fuga. Así, abrazaría con ahínco la realización de su proyecto emancipador de América del Sur. Algo titánico y descomunal para lo cual, sin duda, necesitaría el apoyo de la mitad del mundo, porque la otra mitad, el Imperio Borbónico,  del cual iba a escapar, lo perseguiría hasta el último rincón de la Tierra. De eso se encargó, José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, Secretario de Estado de Carlos III y de su sucesor, Carlos IV. Floridablanca  utilizó la vasta red diplomática de España en  Europa para tratar de capturar a Miranda entre 1785 y 1789.
Su primer destino lógico fue Estados Unidos. Ayudado por amigos de las trece colonias inglesas independizadas, escapó a New Bern, en las Carolinas, desde donde después siguió viaje a Nueva York pasando por Charleston, Filadelfia y Bostón. En esas ciudades entabló amistad con importantes personalidades del naciente país, entre ellos George Washington, Henry Knox y Samuel Adams. Se dio tiempo para conocer de cerca la marcha bélica de la independencia estadounidense, sus progresos militares, sobre todo sobre fortificaciones y hasta mantuvo relaciones pasajeras con varias damas de las sociedades locales. Christian Gadea Saguier, experto asuntos masónicos, afirma un hecho preciso sobre el lado misterioso-masónico de la vida de Miranda. En controversia con investigadores de la propia masonería internacional, dice que Miranda ingresó  a la masonería en 1873 en Filadelfia, apadrinado por el gran maestre de la organización secreta, el francés Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, marqués de La Fayette, militar galo que llegó a América directamente a pelear junto a Washignton por la independencia de las trece colonias. Aquí se inició uno de los lados semi ocultos de la vida de Miranda que lo vinculan con el afán o plan liberador que habría cumplido la masonería tanto en la revolución francesa como en las independencias americanas. Otros  informes masónicos, afirman que el caraqueño ascendió a “compañero”, en Londres, en 1785 y al grado de “Maestro”, en París, en 1797 y que luego se valió de la masonería para predicar el independentismo a través de la famosa logia masónica operativa Lautaro. No obstante, otro sector de masones, dice que no existen registros del paso del guerrero por la organización por lo que supone  que solo fue un periférico o amigo. Más adelante veremos este asunto.

¿Libertador, traidor o espía?
No obstante sus buenas relaciones, Miranda no pudo permanecer mucho tiempo en Nueva York, porque los agentes del imperio borbónico y en particular los de los reinos de España y Francia, le perseguían afanosamente. Pretendían regresarlo, por supuesto encadenado, para asegurarse  de que no divulgase los detalles de la fallida invasión a Jamaica. Ellos difundieron en Nueva York información que lo mostraba como un desertor y traidor a España. Sin poder desmentir las acusaciones, pues hubiese tenido que revelar secretos de estado y, pese al amor que le profesaba Susan, la hija del secretario de estado estadounidense Livingston a quien había cautivado en Nueva York, tras 18 meses de estancia, tuvo que viajar rápidamente a Inglaterra. En EEUU  Miranda había comenzado a desarrollar sus escritos, planos y diagramas sobre su sueño del gran país suramericano que deseaba forjar y había  expuesto el proyecto a las personalidades que pudo conocer. Es probable que un certero análisis de la geopolítica de entonces le llevara a la conclusión de que, Estados Unidos no podía apoyarlo por los favores que estaba recibiendo de España y que la mejor opción era  Inglaterra y  allá fue el 15 diciembre de 1784.

El sabio se consolida
Llegó a Londres el 25 de febrero de 1785, durante el vigésimo quinto año del reinado de Jorge III. Algo apurado de dinero recibe apoyo de su amigo John Turnbull, próspero comerciante y socio principal de la gran casa de comercio Turnbull & Forbes a quien había conocido en Gibraltar en 1778. Todavía políticamente no avezado, Miranda visitó al embajador español Del Campo, quien ya tenía la orden de Floridablanca de tenderle una trampa. Sin  renunciar a su nacionalidad española, Miranda deseaba retirarse formalmente  del ejército hispano. Para eso fundamentó su pedido en una carta que remitió el 10 de abril de 1785 a Floridablanca para que fuese entregada al rey Carlos III. En el escrito presentó su trayectoria  y dio como razón de la desgracia que soportaba al solo hecho de  ser americano y no español de la península. Pidió también la devolución de su inversión en la compra de su licencia de capitán, doce años atrás y de los salarios que no había  recibido desde su salida de Cuba. Cual araña ponzoñosa, Floridablanca le contestó que esperase. Mientras tanto se incautó de toda la correspondencia que Miranda enviaba a Caracas, impidiendo que recibiese dinero de su familia.
Mientras esperaba el momento oportuno para plantear a los mandos ingleses sus planes para América Hispana, Miranda hizo en Londres una especie de un ciclo autodidacta de post grado en todas las materias que logró tener a su alcance. Perfeccionó sus conocimientos, su cultura y determinó por escrito su plan de vida con el objetivo de conseguir la emancipación de América del Sur: En el  Diccionario de historia de Venezuela, tomo 3. Caracas: Fundación Polar, 1997 consta parte de su bitácora: «Con este propio designio he cultivado de antemano con esmero los principales idiomas de la Europa que fueron la profesión en que desde mis tiernos años me colocó la suerte y mi nacimiento. Todos estos principios (que aún no son otra cosa), toda esta simiente, que con no pequeño afán y gastos se ha estado sembrando en mi entendimiento por espacio de 30 años que tengo de edad, quedaría desde luego sin fruto ni provecho por falta de cultura a tiempo: la experiencia y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinado personalmente, con inteligencia prolija el gran libro del universo, las sociedades más sabias y virtuosas que lo componen, sus leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes, etc., es lo que únicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la obra magna de formar un hombre sólido». Y no fanfarroneaba. Dominaba seis idiomas y, además, traducía del latín y del griego.

Hacia Euroasia
Por entonces, Londres no fue un sitio seguro para él. Los ingleses pensaban que era un espía y los españoles y franceses estaban seguros de que se iba a pasar al bando enemigo. En Londres, Miranda se reencontró entonces con su amigo, el coronel William Stephens Smith, nombrado como secretario de la primera embajada de Estados Unidos, a cargo del embajador  John Adams. Smith sacó a  Miranda de Londres el 13 de agosto de 1785  invitándolo   a viajar a Prusia a ver  las maniobras militares del rey Federico II, “El Grande”. Los españoles intentaron entonces tenderle una trampa a Miranda ofreciéndole una recomendación  ante el embajador español en Berlín, a cambio de que acompañase a la hija del vicecónsul español en Londres hasta Calais para que ella ingresase a un monasterio. Sospechando una celada Miranda y Smith evitaron Calais y marcharon a Holanda, desde donde siguieron hacia Prusia. De allí, Miranda siguió solo hacia Austria, Hungría, Italia, Grecia  y Turquía. Al año siguiente, 1786 el estadounidense  Smith, se casó con la hija del embajador Adams. Años después, uno de los hijos de la pareja acompañó a Miranda en uno de sus intentos de desembarcar en Venezuela.

Con Catalina, “La Grande”
Desde Constantinopla, a fines de 1786 llegó a Rusia. Allí hizo amistad con el príncipe Potemkin. Van juntos a Crimea y a Kiev, en donde el 14 de febrero de 1787, Potemkin lo presentó ante la emperatriz Catalina II. Se convirtió en uno de sus favoritos. Le dio protección diplomática, le autorizó a usar el uniforme del ejército ruso  y recibió un apoyo de 10  mil rublos. También  conoció Moscú y San Petersburgo. A mediados del 87, con cartas de presentación para los diplomáticos rusos en Viena, París, Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y Nápoles, salió de Rusia hacia Suecia. En Estocolmo, fue recibido por el rey Gustavo III. Continuó su periplo hacia  Oslo, Copenhague Hamburgo, Bremen y Holanda.

Señor Meroff
En Holanda, para evadir las redes borbónicas, se hizo llamar el “señor Meroff”. Marchó luego a Bélgica, Alemania, Suiza, convertido en “Monsieur Meyrat”. De Ginebra fue Francia. El 16 de febrero de 1789 arribó Marsella rumbo a  París, en donde la revolución estaba a punto de estallar. Regresó a Inglaterra el 18 de junio del mismo año, semanas antes de la Toma de la Bastilla, hecho que ocurrió el martes 14 de julio de ese año. En Londres, en medio de la preocupación por la crisis francesa (el mundo ni siquiera intuía que se iniciaba una nueva edad de la humanidad) el caraqueño se mueve entre su amigo Turnbull y el decisivo apoyo del embajador ruso el conde Simeón Vorontsov, quien para darle inmunidad diplomática frente a los sabuesos hispanos lo emplea formalmente ad honorem. Otro de sus amigos, el parlamentario Thomas Pownall, quien fue  el último gobernador británico de Massachusetts, le consiguió una audiencia con el Primer Ministro Willliam Pitt, “El Joven”. Miranda le expuso al mandatario los detalles de la invasión a América del Sur, le solicitó: 15 navíos de guerra y un ejército de 12 a 15 mil hombres. La futura nación sería una monarquía parlamentaria y se llamaría Colombia por su descubridor, Colón.  Se apoyó en mapas, planos militares y  nombres de y la exposición más completa que haya escuchado Pitt sobre el tema sobre  aspectos legales, militares y políticos de semejante  empresa. No obstante Pitt, consideró que aunque sus vecinos  Francia y España merecían una dura venganza por el apoyo dado a los patriotas estadounidenses, el tesoro inglés está en apuros después de la guerra contra alzados. No había dinero para nuevas aventuras bélicas. Además, estaba en progreso el “Incidente de Nutca” o la disputa por las costas canadienses del Pacífico con España y en eso, los ingleses estaban llevando la peor parte. Para darle largonas, Pitt pidió a Miranda una propuesta formal documentada, a la cual finalmente respondió meses después  que Inglaterra la ejecutaría  únicamente como un acto de guerra frontal con España y cuando ésta careciera del apoyo francés.
En estas circunstancias, Miranda recibió una mala noticia sobre su gestión para conseguir formalizar su retiro del Ejército Real de España. Javier Arreaza Miranda, en la biografía que ofrece en la página  Web “Miranda, Aventurero de la Libertad”, anota que la respuesta a este personal y crucial asunto de Miranda llegó de  Madrid, en abril de 1790. Le exigían que regresara a esa ciudad nada menos que para ser  juzgado. Sorprendido y triste, tomó su decisión: escribió a Carlos IV a través de Floridablanca, diciendole: "quedan finalmente terminados estos disgustosos asuntos por mi parte; y suplico a Vuestra Excelencia dispense la molestia que por mi parte haya podido ocasionarse." En su despedida dejó en claro que es solamente a causa de las injusticias y persecuciones que sufre que se ve ahora obligado a "escoger una patria que me trate al menos con justicia y asegure la tranquilidad civil”.

En mayo de 1790 en plena Revolución Francesa, se dieron las condiciones que había establecido Pitt para que decidiese apoyar el proyecto de Miranda. Pero, en realidad Pitt perseguía conseguir por las buenas un tratado de paz, comercio y cooperación internacional con Madrid. Algo más barato y provechoso para los intereses de su país, pues tenía oferta productiva que colocar. En una segunda reunión, apremiado económicamente, Miranda pidió a Pitt  un aporte económico mensual.  Pitt accedió a eso y le pidió que siguiese esperando, pues algo importante iba a suceder. Ocurrió que considerando lo feo de la situación de Francia, Carlos IV aceptó el acuerdo de El Escorial en octubre de 1790  con lo cual  se arregló el comercio entre bilateral en el Pacífico Norte. El 12 de septiembre de 1791, Pitt le comunicó a Miranda que el gobierno de Su Majestad no tenía interés en invadir América Hispana y que en compensación por sus esfuerzos la Corona le pagaría 500 libras por una sola vez. Y, eso fue todo. Sin embargo, Pitt no le devolvió sus documentos aduciendo que los había extraviado. Esto enfureció sobremanera a Miranda, pero no pudo hacer nada más que protestar por escrito. En Inglaterra, nuevamente, poco podía hacer a favor de su sueño. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario