El sueño colombiano
de Sebastián
Francisco de Miranda
y Rodríguez
Parte I
(Caracas, 28 de marzo de 1750 – San Fernando,
Cádiz, 14 de julio de 1816)
En un reciente texto publicado en
este blog (“El imperio que no quería ver”) en el curso de la presente rememoración
del proceso emancipador Latinoamericano, afirmé entre otras cosas: que la causa determinante de las independencias
latinoamericanas fue el imparable proceso planetario de transición del
capitalismo mercantilista al industrial, fase en la cual el Imperio Borbónico (del
cual España y sus colonias eran parte) estaba siendo arrinconado sin remedio
hacia la fiesta de los que sobran. Iba a ser reemplazado por el nuevo poder de
Gran Bretaña. También dijimos que la aventura de la independencia, alumbrada por las luces de
la ilustración, comenzó como un esfuerzo de fidelidad a la monarquía borbónica cuando
ésta fue aplastada por la bota napoleónica, lealtad que luego se transformó rápidamente en
una lucha frontal contra el absolutismo irreductible del repuesto Fernando VII,
por la independencia total de su yugo. En ese contexto afirmamos también que el papel del “Libertador” surgió en la fase
militar masiva y final del proceso de ruptura, luego de un prolongado período
de luchas parciales durante el cual la pretensión principal era poner en
vigencia los términos de “La Pepa” o la Constitución de Cádiz, un manotazo de
ahogado de los liberales ibéricos por salvar su posición en el mundo.
Hoy, como resultado de la
revisión de los actores principales y de sus respectivas actuaciones de aquella
épica etapa, deseo focalizarme en uno de ellos: en Francisco de Miranda, (Sebastián
Francisco de Miranda y Rodríguez) aquél venezolano tan formidable que
hoy, luego de haber sido ignorado, vilipendiado, humillado y traicionado no
una, sino varias veces es hoy considerado un militar universal, diplomático,
escritor, humanista político e ideólogo, precursor de la emancipación
americana, “Primer Venezolano Universal», «El Americano más Universal». Fue el
paradigma del “Libertador”.
Con sinceridad debo decir que por
encima de la personalidad de los “Libertadores” Simón Bolívar y San Martín, me
atrajo su origen, su determinación para forjar su propio destino, su vocación guerrera,
su gran inteligencia, su personalidad cosmopolita y trotamunda de prófugo
profesional, su bonhomía dicharachera, parrandera y jugadora de supuesto espía,
su éxito con las mujeres, su trayectoria plena de misterio enfundada en falsas
identidades, su vasta cultura, su apego a organizaciones secretas y
conspirativas y su férrea voluntad de liberar a su país, que lo llevó a sacrificarse
ante la injusticia y la traición y a morir en prisión sin ver ni siquiera un
boceto de lo que había su sueño máximo: una Latinoamérica libre y unida. Creo,
sin temor a equivocarme, que la historia de Miranda, resume del mejor modo, la
historia de la independencia latinoamericana. Y, aunque, evidentemente hay
distancias y desbalances entre uno y otro caso, pienso que hay cierto parecido
entre el profundo contenido romántico de las quijotescas luchas del Gran Miranda y de las de Ernesto Che
Guevara, ambos soldados universales de la libertad.
Un sambenito genético
A Miranda le persiguió un
sambenito de origen. Ser hijo de un español considerado de tercera categoría, don Sebastián
de Miranda Ravelo, solo porque provenía del Valle de la Orotava, en Tenerife, una de las Islas
Canarias. Esta clase de españoles era públicamente menospreciada en los
virreinatos por los peninsulares y por los criollos. Los llamaban “mestizos de
guanche o blancos de orilla”. Pero, don Sebastián no era un hueso fácil de roer.
Tras convertirse en Caracas, en un próspero mercader de textiles, con toda la
parafernalia católica de la época se casó en la Catedral caraqueña con doña Francisca Antonia Rodríguez de
Espinosa, por supuesto, también de origen canario y considerada blanca. No
obstante, por más fortuna que acumulase, la familia Miranda no podía aspirar a
salir del grupo socialmente discriminado de los “blancos de orilla”,
ninguneados por los blancos criollos o mantuanos y por los blancos españoles. Tratando
de romper esa injusta situación, don Sebastián consiguió ser nombrado como Capitán
del Batallón de Milicias de Blancos de Caracas. Entonces sus enemigos actuaron. Se opusieron,
arguyendo que era isleño y comerciante,
condiciones indignas para formar en el ejército del rey. Lo procesaron ante el
Cabildo de Caracas, organismo que le acusó de «mulato, mercader, aventurero e
indigno por muchos antecedentes de desempeñar puesto de categoría». Miranda
padre, no se arredró y apeló a la mismísima audiencia de Madrid, directo a Su
Majestad, consiguiendo una sentencia real y definitiva a favor de sus plenos
derechos de español de primera categoría. Sin embargo, sus enemigos no le
perdonaron y siguieron ninguneando a él y a su familia.
De todo esto fueron testigos, el
primogénito Francisco Miranda y sus ocho hermanos y hermanas. Sobreponiéndose a
la marginación caraqueña, el joven Francisco accedió en 1762 a la Universidad
de Caracas, donde estudió latín, Gramática de Nebrija, Teología Básica, Historia,
Aritmética, Geografía, Artes, Lógica, Física y Metafísica. Obtuvo su bachillerato y empezó a estudiar Medicina a los 17 años.
Sus maestros fueron celebridades caraqueñas de la época, los doctores Domingo
Velázquez, Francisco José de Urbina y Gabriel Lindo, de lo que se deduce que el
joven Miranda recibió una sólida formación. Fue en este período cuando su padre
enfrentó el litigio por sus derechos civiles, pero pese a su victoria, el joven
Francisco decidió que Caracas era una aldea de envidiosos indigna para sus
planes, por lo que a los veinte años de edad se embarcó el 25 de enero de 1771,
rumbo a Madrid, con el firme objetivo de ingresar por todo lo alto al Real
Ejército de Su Majestad. Esto es evidencia de que en los virreinatos, aún para
ciertos españoles, el tener fortuna no les garantizaba el acceso a la información y el conocimiento de aquél
entonces, o sea a la “ilustración” o nuevas ideas de cambio. Tal acceso fue posible únicamente a minorías selectas por clase social, es decir,
a las burguesías criollas de Caracas, México, Bogotá, Quito, Buenos Aires, Lima
y Santiago. Y, es un hecho que tras conocerlas, los españoles americanos y los
nativos no las hicieron suyas. Por el contrario, las rechazaron por fidelidad a
La Corona.
Espada del rey
Tras llegar a Cádiz, Miranda comenzó
a redactar una minuciosa bitácora personal de sus hechos personales, la cual al
final de su vida, tenía 63 cuadernos. Una vez en Madrid y a la usanza de
entonces, comenzó con gran ahínco su auto preparación para solicitar el ingreso
al servicio militar del rey. Con los recursos que le proveía su familia,
estudió Matemáticas, Geografía, inglés, francés, italiano, táctica y arte
militar, arquitectura militar, ingeniería militar, artillería, fortificación y
ataque a plazas, así como materias que constaban en libros prohibidos por la
Inquisición que adquiría en el mercado negro de la época. Después, esto le traería
graves problemas. También amplió sus conocimientos hacia la trigonometría, la
geometría, el álgebra, la física, la óptica, la gramática, la poesía y la
comedia. Hasta compró una flauta para aprender escritura, lectura e interpretación musical. Después
de casi dos años de preparación concienzuda, solicitó su nombramiento o patente
de Capitán del Ejército Real, obteniéndolo previo pago de 85 mil reales de vellón, el 7 de enero de 1773. Tiempos de auge del Imperio
Borbón, con el segundo monarca de la dinastía en el trono de España, Carlos III.
Tiempos también de ira de Inglaterra contra los borbones lo que originaría la
“Guerra de la Sucesión”, no solo en Europa, sino también en Las Antillas. Tiempos
de moda creciente de la inversión privada, según la cual los ciudadanos tenían que pagar
de su propio peculio el honor de ingresar al ejército real y tentar la
posibilidad de dar la vida por Su Majestad. Así como también tenían que pagar por
permisos para explorar y ocupar nuevos territorios, de acuerdo a contratos
llamados “capitulaciones” cuya ejecución era de su total cuenta y riesgo
económico. Concesiones, las llamamos hoy.
Primeras Armas
El Capitán Francisco de Miranda empezó
su vida de armas en el Regimiento de
Infantería de la Princesa. En diciembre de 1774 estaba en la fortaleza de
Melilla, posesión española en el Norte de Africa, sobre el Mediterráneo.
Sorpresivamente, como parte de un plan secreto de Inglaterra, enemiga mortal de
España, el sultán de Marruecos Sidi Muhammed
ben Abdallah sitió a la guarnición y
la cañoneó sin misericordia. Miranda comandó entonces una audaz incursión
nocturna con un grupo de sus soldados que tras las líneas enemigas logró
destruir gran parte de la artillería enemiga,
contribuyendo a la rotura del cerco. Después participó en un ataque de
represalia contra Argel durante el cual fue herido en las piernas. En Cádiz, mientras
dos de sus amantes y el alcohol para bajar las tensiones de la guerra,
provocaban sus primeros problemas de disciplina militar, las trece colonias
inglesas declararon su independencia en 1776 y
continuaban enfrascadas en una intensa guerra para sellar su
emancipación. Por sus "escapadas", el propio rey ordenó que castigaran las veleidades de Miranda,
pero su jefe el general Juan Manuel
Cajigal y Niño, lo amparó.
La visión de Pensacola
Miranda permaneció sirviendo en
Cádiz hasta que en 1780, siendo ayudante de campo del General Cajigal, fue enviado con su batallón a La Florida a
pelear en Pensacola contra los ingleses, en los hechos para apoyar a los patriotas de las ex trece colonias que
tras declararse independientes seguían peleando porque para lnglaterra la declaración del 4 de julio del
76 había sido solo una bravata. Participó en la toma de la plaza a sangre y
fuego por lo que le ascendieron a teniente coronel. Sus biógrafos anotan que durante la
ocupación de Pensacola, ante la evidencia de que al norte del Missisipi surgía
una gran nación emancipada de Inglaterra
cuatro años antes, obviamente en secreto, empezó a elucubrar e su proyecto
de crear hacia el Sur, hasta la Tierra del Fuego una nueva gran patria latinoamericana, libre del yugo
español. Hasta ideó el nombre: Colombia
o Colombeia. Estando en Pensacola el general Cajigal le envió, vía Cuba, a
Jamaica. So pretexto de negociar un acuerdo de intercambio de prisioneros
con los ingleses, debía de obtener una radiografía total de las fuerzas
inglesas en la isla para decidir un ataque. Y, así lo hizo. Regresó con valiosa
inteligencia que permitió preparar un plan de ataque completo.
Las garras de la Inquisición
Antes de que se decidiera el
ataque, La Inquisición abrió proceso a Miranda en España, acusándolo
de tenencia de libros y pinturas prohibidas, entre ellas los textos de la
ilustración sobre el nuevo orden en progreso. La malhadada institución ordenó
su arresto y su retorno a Madrid. Lo habían detectado como librepensador, cultor
de ciencias ocultas, ateo, sacrílego y potencialmente peligroso para la Corona.
Todo un demonio. Mientras, gracias a su jefe conseguía apelar su caso ante el
rey, por orden del gobernador y capitán
general de Cuba, Bernardo de Gálvez y Madrid, I conde de Gálvez y vizconde de
Galvestón, ambos fueron a tomar Las
Bahamas con apoyo naval estadounidense.
Los borbones preparaban así el asalto final a Jamaica para echar de Las
Antillas a los ingleses de una vez por todas. El 4 de mayo de 1782, la flota hispana bloqueó Nassau. Miranda negoció la rendición en toda la línea con
el capitán general británico, vicealmirante
John Maxwell y ambos firmaron la capitulación. Miranda ascendió entonces a Coronel. Junto con los franceses intervino
en la preparación del ataque total contra Jamaica, pero no pudieron realizarlo
porque entonces Inglaterra y Francia
firmaron la paz. Miranda fue trasladado entonces a la ciudad de Guaricó, en Cuba, como ayudante de campo del gobernador Bernardo de
Gálvez. En esas circunstancias, sus enemigos lo acusaron de traición porque un
año antes había permitido visitar las fortificaciones de La Habana al general
inglés Campbell; fue arrestado y
encarcelado, Su gran amigo Cajigal lo ayudó de nuevo y logró sacarlo de
prisión, poniéndolo literalmente en camino hacia un sueño de libertad. (fin de la Parte I)
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