Recordando sin ira
La Revolución del Cusco
Elmer Olortegui Ramírez
La “Revolución del Cusco”, ocurrida
hace doscientos años, fue, a mi modo de ver, la más importante gesta de nuestra
independencia, realizada por nacidos en el Perú y encabezada por un grupo de
“criollos” o españoles americanos. No obstante, la historia oficial, esa que se
imparte en los libros de primaria y sobre todo, de secundaria y la que cuentan
algunos historiadores, presenta este hecho como un movimiento preparado y
dirigido por el cacique quechua Mateo García
Pumacahua con el apoyo en condición de segundones de los Hermanos Angulo Torres.
Resaltan el rol y la imagen del supuesto caudillo quechua como un segundo
aporte de coraje y sangre indígena al
esfuerzo de la emancipación, después de la rebelión de Túpac Amaru II. No obstante, no nos cuentan detalles
esenciales del asunto, no nos dicen los antecedentes y menos nos informan sobre
los verdaderos motivos de cada uno de los personajes. Callan a media voz, se
hacen los ambiguos y para quienes no somos doctos en la materia, todo queda
como si ciertos criollos o nativos hubiesen
pasado de un momento a otro por un trance sagrado de iluminación libertaria que los impulsó a la lucha contra el imperio,
al influjo de los dichos enciclopedistas, de la independencia de las trece
colonias y de la Revolución Francesa.
Felizmente, para los que como yo,
han decidido no creer más en la “historia oficial”, hoy existe la red y decenas
de libros, un torrente de conocimiento tal que,
con un poco de paciencia, puede disiparnos cualquier duda. A mi modesto modo de ver, la del Cusco, lanzada
en 3 de agosto de 1814 fue una verdadera revolución, una importante revolución,
dentro de otra revolución mayor que sacudía
por entonces toda la América Hispana, paradójicamente, provocada por el sector más avanzando y
progresista del pensamiento y la acción de la propia monarquía española, en
circunstancias en que las estructuras
del inmenso dominio hispánico empezaban a derrumbarse. Todo esto quedará
más claro, al término de este texto.
Considero que antes de acometer
los pormenores del pronunciamiento cusqueño del 1814, hay que resaltar que
entre 1805 y 1809, como síntoma grave de
la descomposición de todos sus ámbitos, España y la monarquía borbónica
gobernante, protagonizaron una seguidilla de hechos militares, políticos y
económicos negativos, lamentables y humillantes que hacían presagiar el
hundimiento del mayor imperio de entonces.
Máxima infidelidad real
Figuraba como monarca el borbón Carlos
IV. Digo, figuraba, porque quien ejercía
el poder real era su ministro
válido Manuel Godoy, uno de los
amantes favoritos de la reina María
Luisa de Parma. Su graciosa Majestad, probablemente engendró con Godoy varios de
los 14 hijos e hijas que dio a la luz, ninguno procreado por don Carlos. Hay que considerar, además, que el real
cuerpo de la reina madre soportó diez
abortos. Esta escandalosa situación fue una de la que los españoles de entonces
se ocupaban a media voz no obstante sus gran repercusión en todos los ámbitos
del imperio y fue el telón de fondo de los acontecimientos de pasaré a
recordar. Al respecto, hay que anotar sobre el asunto de los amoríos de doña
María Luisa de Parma, que el escritor y periodista español José
María Zavala, en su libro “Bastardos
y Borbones” (2009), ha establecido que en el Registro del Ministerio de
Justicia de España, obra el “Expediente
del Padre don Juan de Almaraz, confesor de la Reyna María Luisa”. Parte de ese
expediente es un escrito firmado,
sellado y lacrado por el sacerdote Almaraz, en el cual el religioso
informa que en su condición de confesor
de la Reyna, recibió de ella el 2 de enero de 1819, en su lecho de muerte, durante el sacramento de la sagrada confesión, la noticia de que ninguno de sus hijos e hijas era del legítimo
matrimonio, por lo que así, la Dinastía
Borbón de España había concluido”.
El sacerdote agrega que el propósito de la revelación de la reina era poner su
alma a disposición de Dios, esperando su piedad y perdón. Es imposible saber si
lo consiguió.
No obstante su intimidad con la
reina, el ministro Godoy no era del agrado de un fuerte sector opositor a sus
políticas, ni del heredero de la corona, Fernando, Príncipe de Asturias, y
tampoco del “Gran Corso”, emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, por
entonces convertido ya en un factor decisivo del futuro de España.
Trafalgar: el hundimiento de un imperio
Tras su ascenso a emperador (El
18 de mayo de 1804) Bonaparte se alió
con Carlos IV para tratar de satisfacer su desmedido sueño de destruir a la
Armada Inglesa e invadir las costas del
Reino Unido con 100 mil hombres y 200 navíos. Y, a pesar de la grave crisis
económica por la que atravesaba España, Carlos IV y su mano derecha Godoy, sucumbieron a la presión bonapartista
para presionar a la escuadra inglesa. De
ese modo precipitaron el desastre naval de Trafalgar
el 21 de octubre de 1805, hecho militar
que significó la pérdida total de la supremacía española en el mar y del
control de las principales rutas del comercio internacional de entonces. A
partir de esa derrota, en un cuadro de constante amenaza de desembarcos
ingleses en las costas de América Hispana, como los ocurridos en Buenos Aires y
en Montevideo entre 1806 y 1807, Carlos
IV y Godoy, aceptaron mansamente que, a partir del 18 de octubre de 1807, las
tropas de Napoleón entrasen a España hasta completar una fuerza de 60 mil
hombres, so pretexto de ir a someter al reino de Portugal, a fin de que no
siguiese apoyando las operaciones bélicas y comerciales de Gran Bretaña con el
continente.
Fernando VII, “El rey felón”
Entonces sobrevino el gran
sainete. Cuando las tropas galas marchaban aún posesionándose del suelo
español, el 27 de octubre de 1807,
Carlos IV en persona, develó una conspiración de su hijo el príncipe heredero Fernando. El apurado heredero y sus
partidarios habían planeado cometer magnicidio
para hacerse de la corona, envenenando al Rey, a la Reyna y a Godoy. Preso el Príncipe de Asturias, con
gran magnanimidad, los reyes perdonaron a su desnaturalizado hijo y solo
castigaron a sus cómplices delatados por el propio cabecilla, hecho revelador
de su singular talante traicionero y mendaz. Lo ocurrido, sin embargo, no arredró al príncipe cuando,
cinco meses después, vio una segunda oportunidad de subir al trono.
Aprovechando que Godoy intentaba escapar
de la bota napoleónica junto con los reyes rumbo a América, Fernando y
sus parciales dieron un golpe de estado el 18
de marzo de 1808, obligando a Carlos IV a abdicar a favor del príncipe,
quien surgió entonces como Fernando VII. Pero, la astucia de Napoleón Bonaparte
fue mayor y mejor. Con la presión de sus tropas
que ocupaban gran parte de España, el 30 de abril de ese año, en Bayona
(“las abdicaciones de Bayona, Francia) el emperador hizo que Fernando devolviese la corona a su padre
y que éste la entregase a él para, en adelante, mantenerlos secuestrados en
territorio francés. El 25 de julio de ese mismo año, después de que los
militares ibéricos iniciasen la guerra
de resistencia española (2 de mayo de 1808), Napoleón puso en el trono español a su hermano José.
Un imperio sin rumbo
Así se inició entonces un terrible
periodo de desconcierto en el mayor imperio territorial de la historia. Ocupado
su centro por una fuerza invasora,
secuestradas sus testas coronadas, el trono en manos de un usurpador, cortadas
sus comunicaciones marítimas con sus virreinatos y capitanías generales, cosas
veredes Sancho, la resistencia española se alió con su secular enemiga,
Inglaterra. En ese triste y trágico periodo,
mientras el país con sus militares y guerrilleros peleaba duramente contra los franceses, desangrándose
y soportando atrocidades y padecimientos sin nombre, la administración del
estado tomó la forma desesperada y
provisional de la Junta Central de España, órgano formado en septiembre de
1808 y que, siendo constituida por
representantes de las juntas del gobierno de la resistencia que se habían formado
en las provincias peninsulares, resumía
en un solo colectivo los poderes
ejecutivo y legislativo para enfrentar
la ocupación napoleónica. Estuvo vigente hasta el 30 de enero de
1810. Al disolverse la Junta, fue
reemplazada por el Consejo de Regencia
de España e Indias, a partir del cual, tras la pérdida casi completa del
territorio peninsular a manos de los franceses, se formaron las Cortes o el congreso constituyente de Cádiz
que fue reunido para redactar la famosa y avanzada Constitución
Española de 1812, instrumento jurídico de primera importancia que, si bien fue reversible en la península con el regreso
del “Rey Felón”, en las colonias generó un poderoso e indetenible proceso de
cambios que desembocaron en las
independencias hispanoamericanas.
La anarquía y las juntas salvadoras
El gobierno provisional o Junta Central de España, en medio del
fragor y la sangría que provocaba la guerra, reflejó en gran parte la
convicción de que el imperio estaba en serios problemas de existencia, expresó el pensamiento político avanzado de la
enciclopedia y la necesidad de incorporar reformas profundas al sistema
absolutista. Esos cambios económicos y
sociales ya estaban vigentes en Francia
como resultado de la presión de la burguesía, a pesar de las veleidades imperiales de Bonaparte.
Eso, provocó una división pronunciada de
las fuerzas políticas de la resistencia y de toda España en los bandos de los “absolutistas”
o conservadores y de los “afrancesados” o
progresistas (“caviares” en lenguaje político actual). Estos últimos, en el
fondo aspiraban a convertir a España en una monarquía constitucional. A estas alturas, pido al amable lector que tenga
en cuenta esta división, porque la misma línea se tenderá en las colonias y
será el factor que determinará después el rumbo de las cosas. Ahora bien,
volviendo a la desesperada coyuntura que
afectaba al imperio, la Junta promulgó el
22 de enero de 1809 el famoso decreto real que terminó con el régimen
centralista borbónico. Esta ley fue el inicio del quiebre con el absolutismo,
pues hizo partícipe de la soberanía del Imperio
a Hispano- América, estableció la
igualdad política ciudadana entre
españoles peninsulares y los nacidos en América y ordenó la elección de nuevas autoridades,
según una nueva estructura estatal que priorizaba los ayuntamientos o municipalidades y, en
consecuencia a los alcaldes elegidos por votación pública, menoscabando la
autoridad de las llamadas Audiencias o gobiernos regionales absolutistas. La Orden
Real determinó que los territorios de España en América "no son propiamente colonias o factorías como las de las otras
naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española".
Esta fue una disposición que apuntaba a bloquear positivamente cualquier
intento de desintegración de la unidad territorial hispánica mundial. Causó un
gran entusiasmo y efervescencia en los segmentos criollo, mestizo y nativo de
ultramar, donde grupos de entusiastas criollos informados de las nuevas
tendencias políticas y sociales internacionales, emulando a las juntas
provinciales peninsulares, ya habían comenzado a instalar juntas de gobierno (promotoras
de la resistencia en favor de Fernando VII). No obstante, encararon las
elecciones con ciertas variantes respecto al criterio de la Junta Central.
Asumieron que se había decretado la soberanía
local, lo cual determinaba que el proceso electoral sólo atañía a los ciudadanos nativos. Esa
fue la característica de las juntas de Quito, Chile, Montevideo, Buenos Aires y
Caracas, cuyos promotores desestimaron a las autoridades en su mayoría
peninsulares. Su pretensión inequívoca era la de sustituir a los organismos gubernamentales
del absolutismo, empezando por los intendentes, los oidores, las audiencias,
los capitanes generales y los propios virreyes. No obstante dos de ellas, las
juntas de Buenos Aires y de Bogotá optarían claramente desde su inicio por la
opción separatista y emancipadora.
Abascal, el exterminador de juntas
Nótese que las juntas de gobierno
surgieron en medio del gran vacío de
poder, invocando el nombre de Fernando
VII. Proclamaron su propósito de defender los derechos del monarca, así como
apoyar el esfuerzo de guerra de los peninsulares, fundamentalmente con oro y
plata. Así mismo, véase claramente que las Juntas de Gobierno se constituyeron en todos
los territorios españoles de Sudamérica, excepto
en el Perú donde el Virrey Fernando Abascal gobernaba con manos de hierro absolutistas, con la firme
decisión de aplastar a sangre y fuego
dos desafíos: cualquier intentona de desembarco de los ingleses o de cualquier
potencia enemiga y cualquier veleidad criolla o nativa que se atreviese a desafiar
su autoridad y la de los demás representantes del orden absolutista. Para eso
había dedicado los primeros años de su gobierno, a partir de 1806 a convertir al Ejército Real del Perú en uno de
los más poderosos, más organizados y disciplinados de América. Su política anti
juntas dio su primer zarpazo contra la junta
andina de Chuquisaca (La actual ciudad boliviana de Sucre). Allí, el 25 de mayo de 1809, un grupo mayoritario
de Audiencia Real de Charcas (especie de gobierno regional
perteneciente al Virreinato de Río de la Plata), con José de
la Iglesia y Juan Antonio Álvarez de
Arenales a la cabeza y con el apoyo de universitarios y comerciantes,
destituyó al Presidente Ramón García de León y Pizarro y formó
una junta de gobierno pro fernandista. Ellos rechazaban la pretensión de la
hermana de Fernando, la monarca de Portugal, residente en Rio de Janeiro, de anexarse el gobierno del Virreinato de Río
de la Plata, invocando una supuesta voluntad de Fernando VII. No proclamaron
independencia alguna, pero fueron violentamente liquidados por el Ejército Real
del Perú, porque Abascal estaba seguro
de que si lo permitía, la liquidación de su virreinato y la de él mismo y de
sus colaboradores absolutistas era solo cuestión de tiempo. También lo hizo
porque consideraba a esa zona un estratégico tapón contra cualquier intentona
proveniente de Buenos Aires, en donde
también había vientos de cambios. Aún más, sabiendo que su colega de Rio de la
Plata había quedado debilitado luego de
los ataques de los ingleses, anexó por su propia decisión la Audiencia de
Charcas al Virreinato del Perú. El de Chuquisaca es considerado como el primer
grito libertario de América. Tras
liquidar el pronunciamiento de Chuquisaca, Abascal aplastó también a las Juntas de Guayaquil, Santiago, y La Paz.
El florecimiento de las juntas
Las Juntas de Gobierno en
América lograron instalarse en Caracas,
Bogotá, Quito, Guayaquil, La Paz,
Santiago y Buenos Aires. Las juntas
de Buenos Aires y Bogotá, desarrollaron desde un principio una evidente acción
separatista de la corona española, pero,
en general, con la restauración absolutista de 1814, pocas subsistieron y se
transformaron en gobiernos.
A partir, de la Junta de
Chuquisaca y en un lapso de solo dos años, se produjo una verdadera avalancha
de este tipo de organizaciones que proclamaban su fidelidad al rey: en Venezuela, su primera junta se instaló el 19
de Abril de 1810. Al mes siguiente,
surgió la de Río de la Plata, el 25 de mayo de 1810. Cuatro meses después, con el Grito de Dolores del cura revolucionario, Miguel Hidalgo, se estableció la primera junta de México, el 16 de septiembre de 1810. Solo dos días después del Grito de
Dolores, el Cabildo de Santiago instaló también su propia Junta de
Gobierno el 18 de
setiembre de 1810. No obstante las cosas fueron diferentes en el Virreinato del Perú. Nueve meses después de la instalación de la junta chilena y, ya
alzada en armas la de Rio de la Plata, el
20 de junio de 1811, don Francisco Antonio de Zela y sus hombres, no
optaron por la junta. Audazmente entraron en combate en nombre de Fernando VII.
Capturaron los dos cuarteles militares realistas de Tacna, enfrentándose
directamente al supremo poder regional del
virrey José de Abascal y Sousa. Pero solo duraron cinco días en el poder. La
represión los aplastó. Al alzamiento de
Francisco Antonio de Zela siguió ocho meses después, el 22 de febrero de 1812, la revolución de Huánuco. El criollo Juan José Crespo y Castillo y un grupo
de sacerdotes se alzaron en armas junto con grupos indígenas. Tomaron la ciudad
de Huánuco e instalaron una Junta. Los
primeros reclamaban el cese de su postergación en los cargos públicos a favor
de los peninsulares y temían que las
autoridades de la Intendencia quemasen sus plantíos de tabaco no autorizadas.
Los indígenas estaban descontentos por el continuo saqueo de sus cosechas por
parte de los españoles peninsulares y criollos y deseaban recuperar la
propiedad de las tierras de cultivo que
consideraban arrebatadas por los hispanos. Las tropas del Intendente de Tarma
José Gonzales de Prada, padre del escritor Manuel Gonzales Prada, derrotaron a los patriotas en el Puente de
Ambo en marzo en 1813. Al año siguiente, el 3 de octubre de 1813, se
sublevaron nuevamente en Tacna los
hermanos Juan y Enrique Paillardelli y
José Gómez, animados por los triunfos porteños en Salta contra las tropas virreinales
consiguieron armar algunas tropas y marcharon desde Tacna hacia Arequipa, pero
fueron derrotados en Camiara.
Ahora bien, volviendo a los desesperados esfuerzos del imperio de terminar
la anarquía peninsular y proyectar algún orden hacia las colonias, el 15 de
abril de 1809, fueron convocadas las primeras
elecciones de diputados a la Junta Central. El 22 de mayo fue expedido el
decreto que estableció la celebración de
una asamblea constituyente para el año 1810 y
la creación de una "Comisión de Cortes"(o parlamento). Esta
comisión prepararía las reformas necesarias para instalar definitivamente el
órgano legislativo constituyente español con miras a preparar una nueva
organización gubernamental distinta a la monarquía absoluta, probablemente una
monarquía constitucional.
Las elecciones en el virreinato del Perú
Observando las cosas de modo
general, en el virreinato del Perú se realizaron procesos electorales
desde 1809 a 1814, en el periodo constitucional
liberal. Esto fue una paradoja, pues
ocurrió con el consentimiento del Virrey Fernando de Abascal, alguien por cuyas venas
circulaba absolutismo esencial aunque
sistemáticamente puso una y mil dificultades al cumplimiento de las disposiciones
de la Junta central y del Consejo de Regencia de España e Indias,
como también puso peros a la entrada en vigencia de la Constitución de Cádiz. En esa erupción electoral, hubo tres tipos de elecciones:
de diputados a cortes ordinarias, de
diputados provinciales y de
autoridades de cabildos o municipalidades. No obstante, se produjeron
también constantes acusaciones de
fraude, impedimento de sufragio y otros conflictos.
En el ombligo
En su bien documentado trabajo “Elecciones, Constitucionalismo y
Revolución En el Cusco, 1809-1815 (revista de indias, 1996, vol. lvi, núm. 206
-universitas nebrissensis. Madrid, Víctor
Peralta Ruiz, ofrece una visión detallada de lo que ocurrió antes, durante y
después de la rebelión cusqueña de 1814. Empieza remarcando que la institución
del cabildo estaba venida a menos en todo el imperio. En particular, el Cabildo
del Cusco siempre había estado
controlado por un
corregidor, hasta la supresión de
este cargo luego de la rebelión de Túpac Amaru II. La creación de la intendencia en 1784 y de la Audiencia en 1787, no modificaron su
insignificancia política económica y social, frente a otros organismos de
poder. De esta manera, al iniciarse la
primavera liberal, en el territorio de la Intendencia del Cusco, el poder
estaba en manos de la Real Audiencia,
organismo de administración
gubernamental y judicial totalmente controlado
por los peninsulares. Estaba integrada por un presidente y los oidores. En aquél tiempo, había reducido drásticamente
la presencia de españoles americanos en toda las ramas de la burocracia de
entonces y se había supeditado
abiertamente al poder de Lima, generando el rechazo de los regionalistas.
La primera orden de la Junta
Central del 22 de enero de 1809 para la elección de representantes llegó al
Cusco en junio de ese año. El elegido debía
competir después, junto con los representantes de las otras provincias del
virreinato, por el único puesto de diputado otorgado por la Junta Central al
Perú. Confirmando el poder y el total
control de la elección por parte de la Audiencia fue elegido el oidor Manuel
Plácido de Berriozábal quien, en la
selección final no tuvo suerte, pues en Lima fue electo el limeño José de Silva y Olave. No obstante, Silva de Olave no llegó a viajar
a España porque la Junta fue
reemplazada en 1810 por el Consejo
de Regencia, el cual llamó a nuevas elecciones para las cortes de Cádiz,
con nuevas condiciones, pues el 24 de septiembre debían de empezar a redactar
una Constitución. La Regencia reiteró el
reconocimiento a la igualdad política entre españoles y americanos, pero redujo
la representación americana estableciendo un diputado por cada 100 mil habitantes. En cambio para los reinos de
España se señaló un representante por cada 50 mil habitantes. La orden llegó a Lima el 24 de febrero de 1811. En el Cusco, aunque la orden señalaba que el proceso electoral debía ser realizado
por el cabildo, lo llevó a cabo la Audiencia presidida por el presidente Pardo:
La votación se realizó en agosto de 1811 por los mismos siete funcionarios
españoles de la elección anterior: el regente, los dos alcaldes, y los cuatro
regidores. Fue elegido Manuel Galeano,
quien también no pudo viajar a Cádiz porque el Cabildo no pudo darle el dinero necesario
para su traslado y manutención. Así, el 1 de enero de 1812, poco antes de la
promulgación de la Constitución de Cádiz, se realizó la última elección del Cabildo del Cusco, bajo la férula de la omnipresente Audiencia,
resultando elegido uno de sus propuestos como Alcalde de Primera Votación o
principal: Fabián de Rosas.
La Constitución Revolucionaria
Mientras en materia
electoral, la ley era acatada pero
boicoteada en el Virreinato del Perú y,
sobre todo, en el Cusco, al otro lado del Atlántico, en medio aún de la cruenta
guerra contra las fuerzas de Napoleón, con el rey secuestrado en Francia, casi
a punto de perder todo su territorio y sin la representación del Cusco, el
parlamento de España, o sea Las Cortes, promulgaron el 19 de marzo de 1812, la Constitución de Cádiz de carácter
liberal que, en resumen, dotaba de una nueva organización territorial al
imperio. La Constitución estableció que el territorio español estaba conformado en
la América del Sur por las provincias “Nueva
Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las
islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. Asimismo, adelantaba que
se hará una división más conveniente del territorio español por una ley
constitucional, luego que las circunstancias políticas de la Nación lo
permitan. Otros artículos establecían”: Art. 324. “El gobierno político de
las provincias residirá en el jefe
superior, nombrado por el Rey en cada una de ellas”. Art. 325. “En cada
provincia habrá una diputación llamada
provincial, para promover su prosperidad, presidida por el jefe superior. Art. 326. Se compondrá esta diputación
del presidente, del intendente y de siete individuos elegidos en la forma que
se dirá, sin perjuicio de que las Cortes en lo sucesivo varíen este número como
lo crean conveniente, o lo exijan las circunstancias, hecha que sea la nueva
división de provincias de que trata el artículo 11”.
El 23 de mayo de 1812 las Cortes
orddenaron cómo debían celebrarse en las provincias de ultramar las
elecciones de diputados de Cortes para las asambleas ordinarias del año 2013: “Artículo 1.º Se formará una Junta
preparatoria para facilitar la elección de los Diputados de Cortes para las
ordinarias del año próximo de 1813 en las capitales siguientes: (...) Santa Fe de Bogotá, capital de la
Nueva Granada; Caracas, capital de Venezuela; Lima, capital del Perú; Santiago,
capital de Chile; Buenos Aires, capital de las provincias del Río de la Plata,
(...). Sin embargo, mediante otro
decreto subsiguiente mandó que mientras
no llegue el caso de hacerse la conveniente división del territorio español de
que trata el artículo 11 de la Constitución, en el caso de ultramar, habrá
Diputaciones Provinciales en cada una de las provincias que expresamente se
nombran en el artículo 10 de la Constitución y además, por ahora, “en la América Meridional, en el Perú, en la de Cusco, en
Buenos-Aires, en la de Charcas, y en Nueva-Granada, en la de Quito…”La constitución fue
promulgada y jurada en el Perú a principios de octubre de 1812 por el virrey
Abascal. Mediante un decreto del 1 de
mayo de 1813 fue creada la Provincia del Cusco, con su diputación provincial y jefe
político superior, integrando los territorios de las intendencias del Cusco
y de Puno. En el territorio de la Provincia
de Lima, Abascal pasó a ser jefe político superior compartiendo su poder
desde abril de 1813 con una diputación provincial presidida por él y formada
por un diputado de cada una de las siete provincias.
La Constitución de Cádiz también
establecía como los nuevos principios de un nuevo orden social los siguientes:
•La soberanía residía en la nación y no en la voluntad del rey. •La separación
de poderes, • igualdad de derechos entre peninsulares y americanos, • La elección
libre de los cabildos, por voto popular masculino, • La libertad de imprenta y
de la industria • La abolición de los señoríos, la mita, repartos y tributos, •La
anulación del Tribunal del Santo Oficio • La separación de la caja fiscal de la
nación y de la caja del rey. En suma: una verdadera revolución de arriba hacia
abajo que, sin duda, se hacía porque el río colonial en aquél tiempo estaba
lleno de piedras que hacían un ruido inferenal.
El realista Pumacahua
Seis meses después de la
promulgación de la Constitución de Cádiz, cuando aún no había sido creada la Provincia Constitucional del Cusco de acuerdo a la flamante carta
magna, en septiembre de 1812, el Brigadier Mateo Pumacahua García Chihuantito,
cacique quechua de Chincheros, Maras, Guayllabamba, Umasbamba y Sequecancha,
pagos que se extienden en la Pampa de Anta,
a unos 80 kilómetros de la ciudad del Cusco, fue nombrado presidente interino
de la Audiencia Real del Cusco, organismo
en trance de desaparecer ante el nuevo
orden. El interinato estaba determinado porque los presidentes de Audiencia
eran nombrados únicamente por el Rey y éste, estaba preso. El viejo
curaca fue reconocido por el cabildo cusqueño conducido por Fabián de Rosas. A cual más realista, Pumacahua había liderado,
junto con otros numerosos caciques quechuas
el combate contra el gran rebelde Túpac Amaru II, por lo que la corona y
el virrey le otorgaban gran consideración. En esa entonces, Pumacahua ya era un
venerable pero recio anciano de cerca setenta años de edad, a pesar de lo cual era
un formidable jinete y un corajudo líder. En el ejercicio de sus nuevas
funciones, con base en informes de sus soplones avisó a Abascal que algunos abogados cusqueños liderados por Rafael Ramírez de Arellano estaban
formando un bloque constitucionalista contrario a las autoridades absolutistas leales
al virrey y exigían que Abascal no siguiese demorando la puesta en vigencia de
la Constitución de Cádiz.
Los constitucionalistas al poder
Un ejemplar del texto de la
Constitución llegó al Cusco el 10 de diciembre de 1812 y empezaron los
preparativos para su juramentación, cosa que debía hacerse en medio de
ceremonias y fiestas, como una gran celebración. Ese mismo día, La corporación de abogados del Cusco arguyendo que ese gremio y
los de los escribanos, los notarios, los procuradores y de los médicos habían
sido juntados indebidamente con grupos de baja estofa, como los de los
heladores y caleros, como oferentes de la corrida de toros de las festividades
de la Constitución, enviaron a Pumacahua un memorial de protesta. El
pronunciamiento acusaba a las autoridades como “enemigas de la constitución” y, en particular, cargaron la tinta
contra Pumacahua acusándolo de demorar
adrede las elecciones del Cabildo y de los diputados a las cortes ordinarias,
so pretexto de las fiestas. Cuatro días después, un grupo de 32 cusqueños constitucionalistas, firmó otro memorial exigiendo
que se suspendieran las fiestas, que se procediese de inmediato a jurar la constitución y a
elegir a las nuevas autoridades municipales constitucionales. El pronunciamiento argumentaba por primera vez en un escrito público
cusqueño que la soberanía residía en el pueblo, principio de toda legitimidad política. Dos días después, publicaron un nuevo
pronunciamiento exigiendo que el dinero asignado a las fiestas constitucionales
fuese asignado a cubrir los gastos que demandara la presencia del nuevo
diputado del Cusco en las Cortes Ordinarias.
Así las cosas y sin mucha
fanfarria, el 23 de diciembre el
Cusco juró la constitución. Sin embargo a la significativa ceremonia de entrada
en vigencia del nuevo orden no asistieron la corporación de abogados ni otros
gremios. Ese mismo día, los abogados Rafael
Ramírez de Arellano y Manuel de Borja presentaron otro memorial reclamando
el compromiso del cabildo de asignar el dinero del cabildo para financiar la representación cusqueña. Los de la Audiencia,
o sea Pumacahua, irritado por el comportamiento de los constitucionalistas se
quejó ante Abascal y éste llamó a Lima a
Ramírez de Arellano a
responder por sus escritos, lo que el letrado hizo saliendo indemne. Regresó al
Cusco antes de las primeras elecciones constitucionales.
Conforme las disposiciones de las
cortes de Cádiz, las elecciones de alcaldes y regidores que integrarían el flamante primer cabildo
constitucional del Cusco, fueron fijadas para el 7 de febrero de 1813. Todo se enturbió cuando el día de las
elecciones, La Real
Audiencia, o sea Pumacahua, ejerciendo nuevamente todo su poder, acusó a
los “constitucionalistas” de intentar imponer por la fuerza a sus candidatos. Pumacahua hizo arrestar entonces a
Ramírez Arellano y de Borja. En respuesta, una manifestación de los
parciales de los abogados conminó al
cacique a ponerlos en libertad, amenazando con impedir el sufragio. Pumacahua
tuvo que acceder haciendo garantes a los
cabecillas de la protesta del buen comportamiento de los abogados. El resultado
fue un revés total de los absolutistas. En la elección final triunfaron los
“constitucionalistas”: Alcalde de
primera votación fue el coronel Martín
Valer. Ramírez de Arellano
obtuvo el puesto clave de primer procurador síndico. El abogado Francisco Sotomayor y Galdós, fue
elegido segundo procurador síndico.
La Audiencia versus el Cabildo
Entonces empezó un constante
enfrentamiento por las prerrogativas administrativas, entre el Cabildo Constitucional y la Audiencia, o sea Pumacahua. El cabildo propuso un proyecto para que la
Diputación Provincial, el Cabildo y el Colegio de Abogados se hiciesen
cargo del gobierno interior de la
ciudad. Así mismo, el proyecto planteaba que la Audiencia y la Iglesia quedarían
sujetas al control del nuevo poder, así
como las rentas e industrias y el orden público de la ciudad. La Audiencia, o sea Pumacahua, respondió que el “Regimiento de los Nobles Indígenas de
la ciudad” se encargaría del orden público. Entonces, en respuesta el Cabildo
vetó el nombramiento hecho por Pumacahua del abogado Norberto Torres como juez
de letras. Pumacahua, harto del conflicto, renunció el 26 de abril de 1813,
pero recién dejó el cargo en mayo. El Cabildo constitucional le acusó de
abandonar su puesto. Después, desde su retiro, enterado de las facilidades y
prerrogativas de la nueva constitución, el
cacique comenzó también a exigir la aplicación de la carta magna en la mejora de
las condiciones de los indígenas y, especialmente, que se respetara la
abolición de un tributo dispuesta en marzo de 1811, disposición que el virrey
intentaba sustituir mediante el cobro de una contribución voluntaria. No obstante, los otros miembros de la Audiencia, con Pardo a la cabeza, enfrentaron
a los del Cabildo prohibiéndoles que se vistiesen como los oidores en las
ceremonias oficiales. El enfrentamiento se agudizó cuando a mitad del año, los absolutistas
ganaron las elecciones para la conformación de la diputación provinciales
(parlamento de la provincia) y para diputados
que representarían a la Provincia del Cusco en la Corte peninsular. El autor Peralta Ruiz estima que desde el inicio
del periodo liberal, el conflicto más enconado entre
constitucionalistas o liberales y absolutistas
ocurrió en el Cusco, a partir de la victoria que puso el control
del cabildo en mano de los liberales. Entonces, los hermanos Angulo
y otros criollos cusqueños, descontentos por la política obstruccionista y de
trabas de Abascal y de sus representantes en la Audiencia, respecto a la
vigencia de la nueva Constitución, prepararon
un alzamiento para tomar el poder en la Provincia
Constitucional del Cusco y seguir el camino separatista que habían tomado
los de la Junta de Gobierno de Río de la Plata.
El faro de Río de la Plata
Es conveniente recordar que el
movimiento independentista de Río de la Plata, paradójicamente, tuvo su origen en las invasiones inglesas a
las costas de América del Sur que siguieron a la gran derrota naval española de
Trafalgar. El 27 de junio de 1806, los ingleses ocuparon Buenos Aires. El virrey Rafael de
Sobremonte huyó al interior y, en cambio, el 12 de agosto milicianos y parte del
ejército no solo echaron a los invasores sino que en los hechos rechazaron al virrey. El líder de los defensores el coronel realista Santiago de Liniers se preocupó entonces de organizar mejor a las milicias. El 3 de febrero de 1807,
Montevideo cayó en manos de los ingleses. Un cabildo abierto depuso entonces al
virrey y nombró en su lugar a Liniers. Era la primera vez que un virrey caía en
América por voluntad de los americanos. Después, las milicias rechazaron una segunda invasión inglesa a Buenos Aires, el
7 de julio de 1807. A partir de entonces, las autoridades coloniales tuvieron
como contraparte política a las milicias, a los comerciantes y al Cabildo de
Buenos Aires. El 1 de enero de 1809, cuando los peninsulares intentaron elegir
la Junta de Gobierno de Buenos aires, no pudieron hacerlo porque los españoles
americanos se impusieron. No obstante, las cosas volvieron a su nivel y la
autoridad del virrey fue restituida y reconocida. En mayo de 1810 Buenos Aires se
enteró de la disolución de la Junta Central de España, de lo cual los grupos
políticos más independentistas dedujeron
que el virrey Cisneros ya no
representaba a nadie y que el pueblo debía designar un nuevo gobierno. Cisneros
convocó un cabildo abierto para el día 22 de mayo, el cual decidió que el
gobierno debía ser asumido por una autoridad nombrada por el Cabildo de Buenos
Aires a partir del principio de que el pueblo es el que confiere la autoridad o
mando. El Cabildo creó entonces una
Junta Provisional Gubernativa, pero los radicales no la aceptaron. Al día
siguiente, el 25 de mayo, una
movilización popular presionó al Cabildo logrando que nombrara una "Junta Provisional Gubernativa de las
Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII". A
partir de entonces, avanzó un vasto movimiento emancipador en el ámbito del
virreinato de Río de la Plata que en los hechos desarrolló una política
errática, solo vertebrada por incesantes combates entre el nuevo ejército
rioplatense y las fuerzas del virrey. Este movimiento, con mil y una
dificultades de organización y concierto,
éxitos, carencias y su impreciso rumbo, se prolongó hasta la segunda
década del siglo XIX e influenció
notablemente a las fuerzas avanzadas del sur del virreinato del Perú, de la
Capitanía general de Chile y generó los pronunciamientos emancipadores que se produjeron en esos territorios.
Los Angulo en escena
Uno de esos movimientos conexos
fue la Revolución del Cusco de los Hermanos
Angulo, que en principio debió estallar el 9 de octubre de 1813. Fue un
movimiento bastante estructurado con anticipación, con alcances que lo
conectaban con el Alto Perú, Buenos Aires y Lima y con el objetivo concreto de
formar un gobierno independiente inicialmente sobre el territorio de la Provincia
Constitucional del Cusco que sería tomado militarmente por tres cuerpos de
ejército. Como se verá, sorprende que en
la base del pensamiento político de José Angulo, se encuentren componentes de la
llamada libertad natural y otros conceptos ideológicos que datan de la época
del predominio de la filosofía escolástica de la Edad Media. La insurrección estaba acordada para que estallara
en simultáneo en el Cusco, Lima y en La
Paz, con base en el Ejército Real del
Alto Perú. En Lima José Matías
Vázquez de Acuña, conde de la Vega del Ren, se mantuvo indeciso y reculó. En
el Cusco, uno de los conspiradores, Mariano
Zubizarreta delató a los conjurados ante
las autoridades de la Audiencia a principios ese mes y en consecuencia, fueron
arrestados los militares Vicente Ángulo,
Gabriel Béjar y Juan Carbajal, bajo el cargo de conspirar para derribar al
gobierno local. La tensión cundió por todos lados. Los conspiradores libres
fijaron como nueva fecha del levantamiento
el 5 de noviembre de 1813, pero otro traidor, Mariano Arriaga, reveló todo a las autoridades. Sin embargo, los
conjurados pudieron escapar. Ese mismo día corrió la versión de que un grupo de
conspiradores planeaba rescatar a los presos. La audiencia impuso el toque de
queda alrededor de la prisión. El 5 de
diciembre de 1813, se realizaron las juntas electorales por Parroquia (una de
las divisiones territoriales aún entonces existente) para la elección del segundo Cabildo Constitucional.
Ramírez de Arellano, fue nombrado
elector lo que determinó el triunfo de los constitucionalistas. Como alcalde de
primera elección fue electo el Coronel
Pablo Astete con la totalidad de los votos. El Segundo Cabildo
constitucional entró en funciones el 1 de enero de 1814. Ocurrió entonces una
nueva demostración de fuerza de Abascal. No siendo ya virrey, sino solo jefe
Superior de la Provincia de Lima y habiendo sido constituida la Provincia del
Cusco a fines de septiembre de 1813, abrió proceso en Lima a los ex cabildantes, los constitucionalistas
Valer, Ramírez de Arellano y Francisco Sotomayor por desacatar a la autoridad
de la Audiencia del Cusco. Eso puso más
tirante a situación entre el Cabildo y la Audiencia, agravándose el estado de
las cosas el 22 de marzo de 1814, cuando
la Junta Electoral Provincial controlada por la Audiencia (dos curas, dos
subdelegados y seis militares) eligió a
viva voz al mariscal de campo Francisco
de Picoaga y a los curas Miguel de
Orosco y Juan Munive y Mozo, como representantes del Cusco a las Cortes
Ordinarias de Cádiz de 1815-1816. No obstante, ellos tampoco viajaron a Cádiz debido a los dramáticos cambios que se
produjeron en los meses siguientes y que
significaron el fin de la primavera liberal española y la abolición de la
Constitución de Cádiz.
La restauración absolutista
Las fuerzas de la resistencia peninsular
española, irónicamente apoyadas por el ejército inglés, habían logrado finalmente
vencer a las tropas francesas invasoras
del malhadado José I (el rey “Pepe
Botella”, impuesto en España por su hermano
el emperador Napoleón Bonaparte),
el 22 de julio de 1812, en la “Batalla de Arapiles”. Después de ese
combate, el bonapartista anduvo
escondido por el Norte de España, hasta que definitivamente escapó el 13 de junio de 1813, dando por terminado
el ominoso periodo de la ocupación napoleónica. Bonaparte dejó entonces en
libertad a Fernando VII – llamado
por sus opositores el “Rey Felón” a
causa de su marcada vocación de la conspiración,
el doble juego, la intriga y la traición
– después de haberlo mantenido en rehén, en un castillo de Francia, viviendo a
cuerpo de rey. Napoleón lo había secuestrado junto con sus padres, los reyes de
España Carlos IV y María Luisa de
Parma, para manipularlos a fin de
que le entregasen la corona española.
Fernando VII volvió a España el
22 de marzo de 1814, el mismo día en que los absolutistas triunfaban en las
elecciones para diputados a corte en el Cusco. El rey entró por Valencia
donde se reunió rápidamente con sus adeptos, quienes ya habían preparado todo
para el fin del constitucionalismo. Le entregaron pronto el “Manifiesto de los Persas”, un
documento que planteaba la restauración del absolutismo y la abolición de la monarquía constitucional
que había sido establecida en 1812 por las Cortes de Cádiz. En efecto, el 4 de mayo de 2014, el rey decretó la ilegalidad
de las Cortes y de todas sus leyes, en particular la abolición de la mayor
parte del texto de la Constitución de
1812, excepto la norma que convertía a los campesinos en asalariados de la
nobleza, cuyos componentes retomaron plenamente la propiedad de la tierra. La restauración absolutista significó también
el inmediato arresto de la mayoría de militares liberales y su confinamiento en
África. El ejército aplastó fácilmente las protestas endebles, los
alcaldes fueron destituidos, las
capitanías generales fueron restituidas, retornó la Compañía de Jesús, resurgió
la Inquisición y los llamados políticos afrancesados o liberales
constitucionalistas fueron perseguidos sin tregua. El “Carlismo” había
triunfado y el absolutismo campeaba nuevamente en España.
La revolución del Cusco
Así las cosas en la Metrópoli, el
drama político estalló en el Cusco el 3
de agosto de 1814, cuando ya la constitución había muerto. Al mando de doscientos rebeldes, José Ángulo asaltó el recinto donde estaban su hermano y los otros militares
arrestados en noviembre de 1813, iniciando la gran Rebelión del Cusco, junto
con sus tres hermanos, uno de los cuales estaba preso. Pero, ¿quiénes eran los hermanos Angulo? Todos eran españoles
americanos hijos del matrimonio de Francisco Angulo con Melchora Torres,
florecientes productores y comerciantes, miembros de vanguardia de la burguesía
criolla local, cansada de soportar la primacía y el desdén político y social de
los peninsulares. José, era
empresario minero, agricultor y capitán
del regimiento realista de Abancay.
Vicente también era agricultor,
comerciante y oficial del ejército
realista, producía caña de
azúcar en Abancay. Mariano era oficial
de milicias, dedicado a la agricultura y el comercio hasta que estalló la
rebelión. Fue nombrado coronel y comandante
del Cuartel General del Cusco. Juan era clérigo. Ofició de consejero y
posiblemente de secretario de José. Otros
actores destacados fueron el clérigo y
militar, José Gabriel Béjar, quien
participó en la conspiración original y en la campaña de Huamanga junto con el
rioplatense Manuel Hurtado de Mendoza,
militar que también contribuyó al desarrollo de la sublevación, con el cura
Ildefonso Muñecas, quien formó parte de la expedición al Alto Perú.
Tras la toma del Cusco, el
cabecilla José Angulo fue al Cabildo y explicó que se había sublevado contra la tiranía de las autoridades y su
falta de respeto a la constitución. Como ya dije, a esa fecha el rey había
abolido la constitución. Pero, Angulo, en línea consecuente con su pro
constitucionalismo, apresó al intendente Martín
de la Concha, al presidente interino de la Audiencia Manuel Pardo
Rivadeneira y a los oidores Bedoya, Cernadas y Zubiaga y también planteó al
cabildo que se plegase al movimiento y apoyase la conformación de
una “Junta Protectora de Gobierno”. El
cabildo aceptó, pero cuando no pudo conseguir quien lo representara en el nuevo
gobierno, se echó atrás. Hay versiones
que señalan que la rebelión estalló por la negativa de La Audiencia a instalar
la diputación provincial cusqueña, o sea el parlamento legislativo provincial
dispuesto por la Constitución de Cádiz, con autonomía del gobierno virreinal de Lima y por los rumores
que aseguraban el avance triunfal hacia el Alto Perú del ejército patriota
rioplatense de Manuel Belgrano.
Fortalezas, debilidades y sorpresas
La primera junta de sublevados
fue formada por Astete, Jacinto
Ferrándiz y Juan Tomás Moscoso. Pero como Ferrándiz se apartó, fue incorporado sorprendentemente el
realista Mateo Pumacahua, llamado al movimiento por José Angulo. ¿Por qué
Pumacahua, siendo realista hasta el tuétano y manteniendo estrecha relación con
el virrey Abascal, se unió a los sediciosos? Es cierto que José Angulo difundió
en todo Cusco la versión falsa de que la separación de España era inevitable
porque el rey Fernando VII había muerto en su encierro en Francia.
Probablemente lo hizo para convencer a los indecisos, lo cual logró totalmente
en el caso de Pumacahua, pues una vez preso, el cacique al ser interrogado declaró
que se unió a la revolución porque le habían hecho creer que el rey era
difunto. A estas alturas, es necesario
tener en cuenta que el alzamiento cusqueño se produjo casi ocho meses después
de que España recuperara su
independencia del yugo francés
bonapartista. Por consiguiente
no fue un movimiento de respaldo al esfuerzo de guerra peninsular contra
los franceses. Así mismo, Fernando VII, ya estaba de nuevo en el trono y el 4
de mayo, o sea tres meses antes, había decretado la abolición del
constitucionalismo y el reino se hallaba
en pleno proceso de restauración
del absolutismo. Las cortes no funcionaban, había terminado la etapa de las elecciones. José Angulo, junto
con su hermano Vicente, asumieron el
control de la Comandancia General de la
Provincia. El nuevo gobierno nombró plenipotenciarios ante el gobierno
independiente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, recibió parabienes
del general Belgrano y procedió a formar sus instituciones. El mismo 3 de
agosto de 1814, la junta emitió su primera proclama proponiendo la
emancipación: “Cuzqueños (...) todos
sois uno e iguales (...), empezad ya a operar con denuedo hollando
imperiosamente las leyes bárbaras de España, fundaos sólo en la necesidad, en
la razón y la justicia, y sean éstas el timón donde gobernéis a un pueblo que
no reconoce autoridad alguna extranjera”. Remarcando el carácter constitucionalista
del movimiento le prestaron apoyo la Diputación
Provincial y el Cabildo Eclesiástico. Pero lo extraño es que el Cabildo Constitucionalista,
además de no participar en la rebelión fue más allá y buscó acercarse al
virrey y hasta se convirtió en la
oposición del gobierno provisional de
Ángulo llegando a vetar algunas de sus iniciativas y a abogar por la seguridad
de sus anteriores rivales, los oidores presos. Entonces, es posible que los
cabildantes, cuya ideología consistía en los postulados de la Constitución de
Cádiz, hubiesen advertido que los sublevados perseguían propósitos políticos
diferentes a los de ellos, pues en su pronunciamiento del 16 de agosto plantearon que su movimiento buscaba, en primer término,
la separación total de la Provincia del Cusco del poder central español, en
suma la creación de un nuevo estado o
país sobre la base de ciertas ideas trasnochadas provenientes de la etapa
escolástica de la Edad Media, con lo cual diferían diametralmente tanto con el
movimiento independista rioplatense, alumbrado por las luces de la enciclopedia,
como con los propios absolutistas He aquí las extrañas ideas fuerza del alzamiento cusqueño:
·
Vigencia de la antigua libertad, el pilar del
derecho natural, restringido por la corona española.
·
La ruptura con la metrópoli por la voluntad de
Dios
·
La ley natural
que no justifica la pérdida de la libertad.
·
Evitar que el absolutismo, la ilustración y la
razón, socaven la libertad natural.
·
La soberanía no es delegable.
·
Combatir al despotismo razonado.
Sangre y vidas por la libertad
El 8 de septiembre de 1814, en la
catedral del Cuzco, con la bendición del obispo José Pérez y Armendáriz, los
alzados presentaron su Bandera, de franjas transversales azul y blanco. A
partir de entonces, planearon y ejecutaron una vasta operación de ocupación
militar de su territorio sobre la base de tres expediciones. En el Cusco se
quedaron José y Vicente Angulo, con
resguardo de topas indígenas y de negros
leales. La primera expedición fue al Alto Perú, al mando de León Pinelo y del cura rioplatense Ildefonso
Muñecas. El 24 de setiembre de 1814 tomaron la Paz. El general
español Juan Ramírez enviado por
Abascal, derrotó a los insurgentes el 1
de noviembre. La segunda expedición, al mando del rioplatense
Manuel Hurtado de Mendoza, secundado
por el cura José
Gabriel Béjar y Mariano Angulo,
tomó Huamanga y Huancayo. Abascal envió a su encuentro al regimiento “Talavera
de la Reina” mandado por el coronel
Vicente González. El 30 de septiembre de 1814, los alzados fueron derrotados en Huanta y posteriormente en Matará, luego
de lo cual, en Cangallo, Hurtado de Mendoza fue asesinado por José
Manuel Romano, otro traidor que entregó las tropas a los realistas. El 30
de diciembre de 1814, Abascal derogó la Constitución de Cádiz en el Perú, en
nombre del rey. La tercera expedición, la más duradera, marchó a
Arequipa bajo el mando de Mateo
Pumacahua. Cerca de la “Ciudad Blanca”, en La Apacheta, el 9 de noviembre de
1814, derrotó a un contingente realista y tomaron prisioneros a sus jefes, Moscoso
y el mariscal realista Francisco Picoaga a quienes enviaron al Cusco. Pumacahua
obligó al cabildo de Arequipa a reconocer a la Junta Gubernativa del Cuzco, el
24 de noviembre de 1814. Pero, luego de que partió rumbo a Puno, los
arequipeños, el 30 de noviembre de ese año, juraron nuevamente lealtad al
virrey. El jefe realista Juan Ramírez Orozco, vencedor de la Paz, recuperó Arequipa el 9 de diciembre de 1814. Ramírez Orozco fusiló a los patriotas
arequipeños. Entonces, en Cusco, José Angulo
replicó fusilando al mariscal Picoaga y al intendente Moscoso. A causa
de eso el virrey declaró la "guerra
a muerte" a los patriotas. Ramírez fue tras Pumacahua alcanzándolo el 10 de marzo
de 1815 en Umachiri, Puno, donde destrozó a los alzados. Ramírez fusiló a
numerosos sublevados en el campo de batalla, entre ellos al poeta arequipeño Mariano Melgar. Después ocupó el Cuzco el 25 de marzo de 1815. Mariano
Angulo, Béjar, Paz y otros fueron ejecutados públicamente el 29 de marzo de
ese año. El 21 de abril dispuso las ejecuciones de la mayoría de los
líderes patriotas sobrevivientes: Pumacahua, los hermanos José, Vicente y
Mariano Angulo, José Gabriel Béjar, Pedro Tudela y otros. El uniforme de José
Angulo y su estandarte militar fueron enviados por Ramírez al virrey en calidad
de trofeos de guerra. Así, al cabo de
escasos solo siete meses, concluyó uno
de los primeros capítulos de la guerra de independencia peruana.
Conclusiones
Mis conclusiones sobre este épico y trágico episodio del proceso de
emancipación peruano son: Primero: la Revolución
de los Hermanos Angulo, por su
organización, fundamentos y proyección, así como sus actos propios, fue el
principal y más amplio acto de emancipación político militar de criollos peruanos, con participación
indígena, realizado contra el Virreinato del Perú, el principal y más poderoso
centro del Imperio Español en América del Sur. Desde ese levantamiento, en el
Perú de entonces, no hubo otro similar o parecido, hasta el desembarco de la
Expedición Libertadora del general San Martín, siete años después.
Segundo: los insurrectos tuvieron
una singular valentía, entrega y gran convicción de la razón de su causa,
porque llevaron adelante su decisión a sabiendas de que se enfrentaban a una
fuerza realista poderosa y disciplinada, contando solo con sus propios
recursos, con el poco probable apoyo de las fuerzas patriotas de Río de la
Plata y sin conexión alguna con el factor inglés que si aportó soporte económico
y bélico a otras fuerzas en pugna contra el absolutismo.
Tercero: el conocimiento general
de este acontecimiento promovido por la historia oficial está distorsionado en dos aspectos: no lo
reconoce como la principal expresión y acto político y militar de peruanos de
independizar el país del dominio hispánico, sino solo como un hecho precursor y
de manera inexacta atribuye su liderazgo
al cacique quechua Mateo Pumacahua. Este es un hecho que requiere corrección
total, sin el menoscabo del significado político de la ceremonia de la
Declaración de la Independencia realizado por el General José de San Martín, en
Lima, el 28 de julio de 1821.
Cuarto: las acciones de la Junta
central de Gobierno, del Consejo de Regencia de España e Indias y de las Cortes
de Cádiz fueron los factores directos que provocaron una suerte de pre
revolución emancipadora de Hispanoamérica, de carácter irreversible. Ésta pre
revolución fue una lucha continental dentro de otra lucha mayor de la España
Peninsular contra la Francia Napoleónica.
Quinto: la contrarrevolución
triunfó en España y restauró fácilmente el
absolutismo de los Borbones, por el gran
desgaste que sufrieron las fuerzas constitucionalistas, por los terribles
padecimientos de las clases más bajas peninsulares debido a la guerra y porque
los españoles tienen una fijación atávica por la monarquía.
Sexto: no ocurrió lo mismo en
ultramar porque las avanzadas intelectuales y militares de los españoles americanos, así como ciertos
sectores de mestizos y de los pueblos originarios, hasta entonces considerados como humanos de
menor categoría respecto a los españoles peninsulares, influenciados por los
ejemplos de las trece colonias, de la Revolución Francesa y por la luz de la
enciclopedia, en algunos casos contando con el apoyo de la Gran Bretaña, pasaron
en varios casos rápidamente de monarquistas constitucionales a
republicanos y, a pesar de la superioridad militar de los absolutistas,
finalmente, los vencieron a sangre y fuego. No obstante, eso no supuso,
lamentablemente, el emprendimiento de la construcción de naciones sólidas ni
estados exitosos, como es el caso concreto del Perú. Pero, eso es otra
historia. Elmer Olortegui Ramírez. FIN