LA MATANZA ENTRE HOMBRES A ESCALA INDUSTRIAL
Hoy, domingo 28 de junio, el
mundo conmemora, evidentemente con desmemoria, los cien años de una fecha
fatídica para la humanidad. No es la única de este tipo, por cierto, ni la más
terrible. Un día como hoy, en 1914, ocurrió el asesinato del archiduque Francisco Fernando de
Habsburgo, heredero del trono del
entonces imperio austro-húngaro,
cometido en Sarajevo (en la actualidad, Bosnia-Herzegovina) por el nacionalista
serbio Gavrilo Princip. Un mes más tarde, el crimen detonó la primera guerra mundial, una guerra que, a punta de sangre,
fuego, gran sufrimiento y mortandad, hizo ver a la humanidad que, al igual que
otras actividades productivas y de servicios, el asesinar a hombres en los
campos de batalla también podía hacerse a gran escala, a tono con el desarrollo
de la revolución industrial que, por
supuesto, había generado nuevo y más
poderoso armamento, cuyo poderío pudo comprobarse con una carnicería
descomunal.
Es interesante y curioso anotar
que, si bien la guerra es una tendencia atávica del hombre, su dimensión
“industrial” partió de un hecho tecnológico productivo precursor no muy
conocido. Fue la invención, en 1701, por parte del agrónomo inglés Jethro Tull,
de la primera máquina sembradora tirada por dos caballos que impulsó la
productividad del campo, con base en la idea sobre cómo producir más y cada vez
más y mejor a menor costo, para obtener más ganancia. Como
es sabido, cincuenta años después, esta idea generó la revolución industrial,
el modo de producción capitalista, o la mejor manera de que la mayor parte de
la riqueza siempre sea de unos pocos.
Sin duda, hubo otros hechos
precursores impulsados por la ciencia y la investigación, como los planos de
Papin de una máquina a vapor con los cuales el herrero Newcomen construyó la primera
bomba de agua a vapor; su mejora por Watt dándole el poder de cambiar el
movimiento rectilinio al circular, posibilitando un sinfín de aplicaciones; la
invención de la lanzadera volante por Kay, en 1730, que llevó en 1785 al gran telar mecánico a vapor de Cartwright y al primer gran paso
de la acumulación del capital; y el
mejoramiento de la metalurgia del hierro y del acero al crisol por Huntsman, en 1740.
Esos y otros hechos combinados adecuadamente,
generaron la llamada “revolución industrial”, un proceso progresivo de cambio
de la antigua sociedad agrícola hacia un
mundo empeñado frenéticamente en producir incesantemente bienes materiales, transformando intensamente recursos naturales
para satisfacer no solo necesidades básicas, sino también secundarias y hasta
superfluas. Así que, a partir del siglo
XIX con los ingleses por delante, los humanos construimos, casi sin darnos
cuenta, la nueva sociedad capitalista.
Todo lo humano tiene su historia.
Por eso si queremos saber la verdad de la humanidad, debemos conocer su
historia. Creo que el conocimiento aproximado del contexto en el que se produjo
la revolución industrial, abunda a que ésta tuvo relación de causa a
efecto respecto a la primera guerra
mundial.
Veamos por qué: los siglos XV,
XVI y XVII, fueron tiempos de la hegemonía mundial del imperio español (Carlos
V: “En mi reino jamás se pone el sol”), una maquinaria humana que se dedicó a
la extracción inmisericorde y genocida de oro, plata y otras riquezas de sus
extensas colonias de ultramar, olvidándose de la ilustración, de la ciencia y
de la investigación, actividades que si fueron preocupaciones de sus más
acérrimos y envidiosos enemigos.
Inglaterra, Francia, Portugal y
Holanda, lograron ocupar otros territorios ultramarinos en América, África,
Asia y Australia. Los tres primeros lograron formar imperios, pero ninguno tan
rico como el hispano. Por eso, sobre todo la ultra ambiciosa Inglaterra, dedujo
que, además de industrializarse, también debía arrebatar cuanto pudiera a los
ibéricos, sobre todo su hegemonía en el mar y el control de nuevas rutas. Construyeron mejores barcos
(400 toneladas) con los que abrieron las nuevas rutas del “Estrecho de
Magallanes”, hacia el Pacífico y el “Cabo de las Tormentas”, hacia la India y
China, así como produjeron más bienes (textilería y confecciones de algodón) que empezaron
en sus colonias, así como en las extensas de su rival.
Nótese, pues, que en el reparto
del planeta que ocurrió durante los tres mencionados siglos, Alemania y otros
países europeos, quedaron casi al margen porque no alcanzaron a convertirse en
verdaderas naciones estado. Cuando el imperio español se derrumbó y se
consolidó la hegemonía mundial de la Rubia Albión, aún con la pérdida de su
colonia norteamericana, los países europeos de segunda línea solo pudieron
formar imperios intracontinentales (los llamados centrales: el alemán, el
austro-húngaro y el otomano).
De ellos, el más ambicioso, el
imperio alemán, sobre la base del carbón y el acero, emprendió entonces una
veloz carrera de desarrollo y producción que no podía parar y que había que
colocar. No obstante, no podía superar el sólido corsé del cerco proteccionista
que Inglaterra, sus aliados y los demás países en proceso de industrialización
tendieron para proteger sus propios mercados y los de sus colonias.
Entonces, los germanos vieron
claro el camino: retar al poderío inglés y a sus aliados para dominar los mares
y los territorios con nuevas armas: el submarino diésel-eléctrico,
el cañón de largo alcance, la ametralladora, el tanque, el avión y, por qué no,
los gases venenosos. No había, pues, ningún otro modo de resolución de ese
propósito distinto a la guerra y visto de este modo, el asesinato de Sarajevo,
fue solo un pretexto para hacer que su socio, el imperio austro-húngaro,
desatara la guerra.
Lo que ni atacantes ni atacados
calcularon fue que la guerra también alcanzaría dimensiones industriales. EOR
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