Serie Recordando Sin Ira - IV
La
negra historia del golpe de estado contra Balta, el linchamiento
y el canibalismo con los restos de los hermanos Gutiérrez
Prologuito
Tras la independencia, como la mayoría de ex colonias españolas en
América, el Perú se convirtió en campo de batalla de caudillos militares que creían
tener derecho a hacerse del poder
a sangre y fuego. Eran tiempos
turbulentos. El país vivía al ritmo de “revoluciones por minuto” y en las pocas
campañas electorales que se lograron realizar no había “guerras sucias” como
ahora, sino verdaderas y crueles
batallas con cientos de muertos y heridos.
En 1872, la llegada del primer civil al poder mediante elecciones,
hecho que marcó el fin del “primer
militarismo”, no fue fácil. Ocurrió después de una tragedia política sangrienta y horrorosa en
la que se mezclaron ambición, abuso,
manipulación, la cruel y
sanguinaria acción de hordas, la lucha por la legalidad y hasta canibalismo. Una historia que actuales actores
políticos deben conocer por las lecciones que encierra.
Personajes principales
·
Coronel
José Balta. Presidente de la
República. Último jefe del “primer militarismo”. Militar
profesional, veterano de rebeliones, asonadas y golpes de estado. Llegó al
poder mediante elecciones el 2 de agosto de 1868, para un período de cuatro
años.
·
Manuel
Pardo y Lavalle. Candidato presidencial “revelación”
y favorito de entonces. Joven, representaba a la naciente burguesía, pero
con matices aristocráticos. Fue lanzado por La Sociedad de Independencia
Electoral, embrión del partido civilista y
ofrecía algo así como un “futuro diferente” en una “República Práctica”. En campaña, visitó el barrio negro de Malambo y en gesto político
audaz en esos tiempos aceptó el abrazo y
un beso en la boca de una morena quien lo llamó “Mi niño don Manuel”. Como los tiempos
cambian, en la última campaña, el candidato Pedro Pablo Kuzcinsky, aceptó que
una morena chalaca le agarre los testículos ante decenas de cámaras de
televisión como expresión de su preferencia electoral por el “gringo” PPK.
· Coronel
Tomás Gutiérrez. Ministro de Guerra y
Marina, muy amigo de Balta, leal a toda prueba. Militar arequipeño, de origen
campesino, tenido por ignorante y abusivo. Ganó sus galones en el campo de batalla.
Veterano de sublevaciones, había recibido y perdido dos veces el grado de
general. Además, había sido diputado. Sin embargo, él y sus hermanos no formaban parte del
exclusivo círculo de militares aristocráticos que ejercía el poder. Por
cobrizos, eran “patitos feos” dentro de la alta oficialidad.
· Coronel
Silvestre Gutiérrez. Uno de los jefes militares de Lima. Apodado “Cabeza Rota” por
una herida de guerra en la cabeza. Tenía un carácter feroz. Ordenó dar
doscientos azotes a otro coronel acusándolo de conspirar contra Balta.
Estólido, pero decidido.
· Coronel
Marceliano Gutiérrez. Comandante del Batallón “Zepita” acantonado en el cuartel San
Francisco. También kurdo y malgeniado. Mandó también dar doscientos azotes a
un policía militar acusándolo de actuar contra el gobierno.
· Coronel
Marcelino Gutiérrez. Comandante del Cuartel
Santa Catalina de Lima. Era el menor de los hermanos, considerado el más
pacífico.
·
Mayor
Narciso Nájar, capitán Laureano Espinoza y teniente Juan Patiño. Asesinos
del Presidente Balta.
·
Capitán
de apellido Berdejo y Jaime Pacheco. Asesinos
de Silvestre
·
Coronel
Francisco Diez Canseco, Presidente del Congreso y Segundo Vicepresidente de la República
La coyuntura
A mediados de 1871, Balta
terminaba su régimen con la caja casi vacía, luego de haber desarrollado su
programa de obras públicas con los recursos que le había proporcionado el
corrupto Contrato Dreyfus” para la explotación del guano, el cual se convirtió después,
en una abultada deuda pública difícil de pagar.
Enfrentando críticas por manirroto
y temiendo ser investigado por corrupción, Balta convocó a elecciones con la
firme intención de conseguir que un allegado le cubriese las espaldas.
Como era común en esos tiempos la
campaña electoral se hizo a tiros, bayonetazos
y golpes.
En las elecciones de los miembros
de los “Colegios Electorales”, ganaron los pardistas. En noviembre, persistiendo en su plan de dejar
el poder a un amigo, Balta propuso al país la candidatura única del civil Manuel Arenas, pero sólo Echenique
aceptó. Pardo y Ureta, no.
En respuesta, el régimen clausuró el diario pardista “El
“Nacional” y meses más tarde cerró “El Comercio” de Manuel Amunátegui, por
apoyar a Pardo.
Hay sospechas históricas de que al
darse cuenta que llevaba las de perder, Balta aprobó un “Plan B”, o sea, “por
las malas” y, quizá por eso, el 7 de
diciembre nombró como Ministro de Guerra
y Marina a su amigo, el coronel Tomás
Gutiérrez, alarmando al pardismo.
Pero, finalmente, en mayo de 1872, Manuel Pardo y Lavalle ganó la
presidencia y un tercio de las curules
del Congreso. Fue nuestro primer presidente civil, elegido. Tenía apenas 37
años.
Desesperado, Balta pensó en convocar
un Congreso Extraordinario para revisar la votación, impugnar los resultados y
cerrar el paso a Pardo, pero dio marcha atrás e hizo que su Ministro Gutiérrez aumentara el número de soldados
acuartelados en Lima al mando de sus hermanos. Con más de siete mil solados, el
“Plan B” contra el electo presidente
Pardo, quien debía de asumir el 2 de agosto, seguía en marcha. Pero, más
que a Balta, la victoria del encopetado “civilito” había desagradado
sobremanera al Clan Gutiérrez.
Según Jorge Basadre, los Gutiérrez
consideraban a Pardo un desastre para el Ejército y para ellos mismos. Por eso aceleraron
el “Plan B”, un autogolpe de estado.
Propuesta de golpe de estado
Desconfiando de los marinos pro pardistas,
el Ministro Gutiérrez ordenó entonces que fueran retirados los arrancadores de
las máquinas de los buques de la Escuadra surta en El Callao, pero falló porque
los jefes navales, sospechando la trama, le ocultaron que cada nave tenía varios juegos de dichas piezas. Este
pequeño dato fue clave para la acción de La Marina.
Seguro de haber desactivado a los
marinos, a nombre del clan, Tomás
propuso a Balta el autogolpe.
Basadre dice que tras pensarlo dos veces y recibir consejos de
amigos, entre ellos del ferrocarrilero Enrique Meiggs, el Presidente se negó rotundamente durante una dura reunión con su Ministro. Así selló su
propia muerte.
Hay sospechas de que el Presidente
no aceptó el autogolpe porque había acordado reservadamente con Pardo, un manto
de silencio sobre su régimen, pues a los dos les convenía no hacer olas sobre
el Contrato Dreyfus.
Los Gutiérrez desencadenaron
entonces el Plan C que Balta desconocía
El
golpe
Al mediodía del 22 de julio de 1872, Balta se reunió en Palacio Miguel
Grau, comandante del “Huáscar” y con Aurelio García y García, para hablar sobre
la Armada y el
problema salitrero en el Sur. Iba a reencontrarse con ellos en la noche en el matrimonio de su hija, Daría.
A las dos de la tarde, siguiendo
la rutina el coronel Silvestre Gutiérrez entró a Palacio de
Gobierno al mando de dos compañías de soldados, so pretexto de relevar la guardia. En realidad iba a relevar
al Presidente. Apoyado por un pelotón apresó a Balta cuando éste discutía con su esposa y Daría, la novia, los últimos detalles
de la boda.
En ese mismo momento, en la Plaza de Armas, otro Gutiérrez,
el coronel Marceliano, al mando de su
batallón proclamaba a su hermano Tomás, como Jefe Supremo de la República, elevándole el grado a general.
En un coche, la tropa llevó a Balta
al cuartel San Francisco, controlado por Marceliano. El flamante
general Tomás Gutiérrez entró entonces a Palacio y aceptó ser dictador.
Firmó su primer decreto, pero no
desató una amplia redada de opositores, muy de estilo en aquel tiempo. Estaba
muy seguro de su poderío militar.
Sus hombres sólo se preocuparon
por cerrar el Congreso, por tratar de apresar al Presidente Electo y quitarle el mando del Callao a Pedro
Balta, hermano del presidente.
La noticia del traicionero golpe se difundió velozmente hundiendo inicialmente
en desconcierto a las fuerzas políticas
y a la población.
A la carrera, el Congreso se
reunió esa tarde, condenó el pusht declarando a los Gutiérrez “delincuentes
de lesa patria”, pero fue disuelto a culatazos por la tropa.
El Presidente Electo, Manuel
Pardo, huyó hacia Chorrillos disfrazado
de cochero de carro de mudanza y aunque
se extravió, finalmente llegó a Chilca.
En Lima, sin embargo, el golpe no progresaba. Las otras unidades militares no se plegaban. Sus jefes
optaron esperar a ver qué decían otros
mandos de los círculos aristocráticos.
Lo mismo hizo la mayoría de
guarniciones del interior. Pero, lo peor fue que la Escuadra se puso rápidamente al lado de Pardo y no aceptó
sumarse. Los buques tomaron posiciones de ataque, demostrando que de nada había
valido la orden de inmovilizarlos.
El nuevo dictador Tomas Gutiérrez
conminó entonces al Comandante Naval,
capitán de navío Diego de la Haza,
enviándole por telégrafo la siguiente
orden:
“Señor Comandante General de
Marina: Ordene Ud., que la
Escuadra secunde el movimiento que se ha hecho en Lima. Se ha
botado (sic) al Congreso y don José Balta está preso. Su afecto amigo, Tomás
Gutiérrez. Lima, julio 22 de 1872”.
De la Haza dijo no y se mantuvo en sus trece. Desplazó la Escuadra
a la Isla San Lorenzo. En los días siguientes
los hechos se desbordaron, así:
En la madrugada del 23, la Escuadra se desplazó a Chilca
y embarcó al presidente Pardo en el Monitor Huáscar; de allí lo transfirieron a la fragata “Independencia”. Así las cosas, la
Escuadra enrumbó al sur. Al amanecer, en
el Callao, el alto mando naval lanzó su proclama de condena al golpe y de apoyo a
Balta.
La capital despertó
semiparalizada. Y, ¡oh, sorpresa!, los diarios
La Sociedad (católico), La Patria
(pro Dreyfus), no publicaron una sola
línea del golpe. La mayoría de las oficinas públicas no abrieron. A Palacio, empezaron a llegar
telegramas de adhesión de autoridades y jefes militares de algunas ciudades y guarniciones del interior. Al
mediodía las legaciones diplomáticas
estaban repletas de asilados.
La reacción pardista
A esa misma hora, las líneas del
telégrafo de Lima fueron cortadas Se inició entonces la reacción pardista. Sus
comités políticos estaban intactos, coordinados y con dinero. Su consigna era quebrar al gutierrismo en sus propios
cuarteles.
En la tarde circuló el rumor de que los jefes de las unidades de artillería de Lima rechazaban el
golpe y en la noche los agitadores pardistas consiguieron que numerosos soldados desertara entregando sus armas y municiones a
cambio de dinero y alcohol.
Al día siguiente, el 24, una tensa
calma domina la capital. La Escuadra fondeó durante unas horas en las islas
Chincha y luego
prosiguió navegando hacia el sur.
El 25, estalló una rebelión
pardista en el Callao. El coronel Silvestre Gutiérrez llegó desde Lima con sus
hombres y la sofocó rápidamente. Regresó dejando en el puerto un contingente
para asegurar el inminente destierro de Balta, prometiendo a sus parciales regresar al día siguiente con ascensos y
dinero.
Pero, en Lima, soldados y empleados
públicos siguieron desertando en grupos de los cuarteles y de las oficinas estatales.
En Palacio, el dictador intentó armar
un proceso judicial contra los pardistas acusándolos de corromper a la tropa
con dinero y cheques falsos para
que asesinaran a sus jefes.
El asunto no avanzó más porque la
lealtad de los soldados en los cuarteles empezó a flaquear. Durante la noche
los pardistas se atrevieron por primera
vez a dar vivas a Pardo y mueras a los
Gutiérrez en las calles y se enfrentaron a tiros con soldados leales a los
golpistas.
La carnicería del 26
En la madrugada del 26 de julio, la Escuadra fondeó en
Islay. A eso de las once de la mañana, el coronel Silvestre Gutiérrez, muy seguro de su poder, luego de recibir en Palacio dinero y los ascensos
prometidos a sus fieles, fue a pie, solitario, sin ningún guardaespaldas, hacia
estación del ferrocarril con intención
de ir al Callao.
Iba uniformado, orondo él, armado con sólo un
revólver al cinto y un látigo en la mano.
Al pasar por la calle Mercaderes compró varias gorras militares.
Fue entonces que varios grupos hostiles comenzaron a rodearlo,
pero empezaron a insultarle recién cuando se acomodó en uno de los vagones. Irritado por los insultos, Silvestre
disparó su revólver a través de la
ventanilla del tren, hiriendo a uno de los manifestantes.
De inmediato, en medio del
desbarajuste un capitán de apellido Berdejo
y Jaime Pacheco, quienes se encontraban entre los manifestantes, dispararon sus revólveres contra Silvestre,
hiriéndolo. Entonces ardió Troya.
Los manifestantes, se convirtieron
en un instante en horda, asaltaron el tren y se abalanzaron contra el militar
herido. Sacándolo del transporte a rastras lo masacraron a golpes hasta matarlo, en medio de un charco de sangre. Los pardistas
se apoderaron del dinero, de los despachos y desnudando al cadáver se llevaron la ropa, el látigo, la gorra y el
arma del militar hacia la Plaza de Armas donde los
exhibieron como trofeos.
Justo en ese momento, salía de
Palacio el jefe de la policía, coronel José Rosa Gil, luego de proponer al dictador que acabara con su aventura sometiéndose
a la autoridad del segundo
vicepresidente de la república Francisco
Diez Canseco, a cambio del exilio.
Al enterarse de lo ocurrido, el
jefe policial se fue del lugar raudamente. Horas después, alguien piadoso llevó los
restos de Silvestre a la iglesia de Los
Huérfanos.
Magnicidio
El reguero de sangre había
comenzado. Cuando el dictador se enteró del asesinato de su hermano, no se le
acabó el mundo. Sereno, escribió una nota a Marceliano quien custodiaba a Balta en el cuartel San Francisco, diciéndole:
“Marceliano
an muerto a Silvestre. Asegúrate.”
Marceliano fue entonces a Palacio con
hombres del Batallón “Zepita”.
No se sabe si Marceliano se fue de
San Francisco dando la orden de que mataran a Balta, pero mientras iba con su
hermano Tomas, de Palacio al Cuartel de Santa Catalina, el mayor Narciso Nájar, el
capitán Laureano Espinoza y el teniente Juan Patiño, custodios de Balta, acribillaron al Presidente cuando apenas había
empezaba su siesta. Minutos después, la
ciudad se estremeció al conocer la
noticia de boca de las mujeres de algunos soldados que servían en el Cuartel
San Francisco y que huían del lugar despavoridas para escapar de las consecuencias.
Entre cuatro y cinco de la tarde,
acordando que Tomas junto con Marcelino resistiría cualquier ataque, en Santa
Catalina, Marceliano partió con sus hombres
hacia el Callao para detener otra revuelta, pero allí encontraría la
muerte.
Mientras Marceliano salía de Lima,
tropas leales al régimen de Balta, al mando del
segundo vicepresidente Francisco Diez Canseco, tomaron Palacio de Gobierno
a tiros. Centenares de pardistas se sumaron entonces al contragolpe.
Una vez asegurado Palacio, las
tropas y la turba marcharon hacia Santa Catalina y pusieron sitio con
barricadas, fusiles, cañones. Cortaron el suministro de gas y agua al cuartel. Los
sitiadores atacaron a tiros a los
encerrados. Las tropas gutierristas respondieron al fuego.
A las nueve de la noche, los
sitiados ejecutaron un desesperado y arriesgado plan de fuga. Los fusileros del
cuartel lanzaron una carga sostenida de proyectiles que hizo retroceder a los
sitiadores. El dictador y su hermano Marcelino salieron entonces disfrazados de paisanos.
Marcelino logró esconderse en una
casa cercana, pero el dictador tuvo terrible suerte. Cuando huía a pie, a pocas
cuadras del cuartel, una patrulla al mando del coronel Domingo Ayarza, lo
detuvo y lo reconoció. Tomas, se declaró sorprendido por la noticia del
asesinato del Presidente Balta. Allí, comenzó
su calvario.
En medio de una multitud creciente
y rugiente sus colegas militares lo llevaron hasta la esquina de la Iglesia de San Pedro,
donde Ayarza lo entregó al civilista Lizardo
Montero, quien iba a caballo, al mando de otro grupo.
Sed de venganza y sangre
Ante el rugido de la multitud que
exigía la cabeza de Tomás, Montero y su grupo lo llevaron sólo hasta la esquina de Carabaya y Ucayali donde lo
abandonaron a su suerte. La horda entonces atacó al desgraciado.
Arriesgando su vida y en un acto
humanitario digno de mejor persona, Esteban Valverde, dueño de la Botica “La Unión Peruana”, abrió la puerta
de su establecimiento y salvó momentáneamente a Tomás, haciéndolo entrar a
duras penas con ayuda de sus empleados. Afuera, en la noche invernal, apenas
alumbrada por las farolas a gas, la horda creció y momentos después atacó sin misericordia. Rompieron
la puerta e ingresando violentamente, acribillaron a balazos al ex dictador que
se había escondido en un baño. Presa de frenesí asesino, la horda llevó el
cadáver a la calle y allí lo desnudaron. Alguien le abrió el pecho de un tajo propinado con un sable
militar gritando: “¿Quieres banda? Toma banda”.
Varias manos le arrancaron el
corazón. Dejando un reguero de sangre, la caterva pardista arrastró el cadáver hasta la Plaza de Armas y lo colgó de un farol, frente al Portal de Escribanos.
Allí, fuera de sí la multitud siguió vejando al cuerpo inerme, apaleándolo, apuñalándolo y cortándolo. Entonces, otra horda apareció
arrastrando el cadáver de Silvestre y también lo colgó de un farol cercano al
que sostenía los restos de Tomás.
Canibalismo
en Fiestas Patrias. Día 27
Sin duda, a la curia católica
limeña de la época le corresponde responsabilidad por el vejamen y carnicería
contra los cuerpos desnudos y maltratados de los Gutiérrez.
Es imposible que, sin su anuencia, la horda pardista hubiese podido colgarlos en las torres de la Catedral durante la madrugada
para después, a media mañana, cuando una muchedumbre se había concentrado en la
plaza, desatar una fiesta macabra.
Tal vez los mismos que los habían
izado, cortaron las amarras de los
cadáveres que cayeron violentamente convirtiéndose en estropajos
sanguinolentos, en medio de un feroz griterío.
Alguien entonces sugirió llevarlos
a La Exposición
para que los leones los devorasen. Ganaron los que propusieron quemarlos, ahí
mismo y ya. Una mente maligna parecía coordinar la tropelía en diversos puntos de
Lima. Agitadores pardistas indujeron al
gentío a saquear e incendiar las casas
de Tomás y Marceliano.
Atacaron también una panadería de
Silvestre, en Pescadería, de donde llevaron leña para armar la gran
pira en el centro de la Plaza
de Armas que serviría para quemar los cadáveres.
En la tarde, cuando los restos de Silvestre
y Tomás aún se carbonizaban, otra horda pardista trajo el cuerpo de Marceliano
desde el cementerio Baquíjano del Callao y lo arrojó a la hoguera.
Al caer la noche, presa de furor
criminal, dominada por el alcohol y acicateada por impulsos atávicos surgidos en
tiempos primitivos, parte de la horda devoró la carne asada de sus víctimas. Versiones parciales
posteriores sostienen que quienes cometieron canibalismo fueron sólo algunos negros borrachos.
El Presidente Electo aplaude
Días después, Manuel Pardo retornó
a Lima y antes de asumir la presidencia el 2 de Agosto de 1872, sin poder contener su
júbilo, alabó la terrible masacre diciendo:
“¡Pueblo de Lima! Habéis realizado
una obra terrible, pero una obra de justicia…Aquellos tres cadáveres que se
ostentan ante nuestra metropolitana envuelven una tremenda lección que no
olvidaré jamás!”
Pardo cumplió su periodo
presidencial y entregó el mando a Mariano Ignacio Prado, pero seis años después
de la terrible convulsión generada por los Gutiérrez, fue asesinado a tiros por un sargento, en la
entrada del Congreso. Tenía 44 años de
edad.
“La Historia General
de los Peruanos” – D. Valcárcel, E. Docafé y otros - , dice que Marcelino huyó
a una chacra, ubicada en Majes, Arequipa.
Rechazó una propuesta de
reivindicación de Pardo y al estallar la guerra con Chile se unió al Batallón
de Leiva y se fue a pelear, pues eso le gustaba más que la agricultura.