EL IMPERIO QUE NO QUERÍA VER
Estando por conmemorase los 193
años de la declaración de la independencia del país, el profesor Hugo Neira
Samanez, de la maestría en Gobierno y Gestión
Pública de la USMP, planteó a su clase
la cuestión: ¿por qué se produjo la
independencia en América Latina? ¿Por el factor de la ilustración? ¿Por la crisis
del imperio español y su derrota a manos de Napoleón Bonaparte?, o ¿por el
surgimiento de un nuevo sujeto social, El Libertador? Había que escoger una
de las proposiciones y discutir las demás, o elaborar una nueva tesis con su
respectivo sustento. Menuda tarea. Para
encararla seguí entonces sin mayor elaboración el viejo proceso mental de lo
general a lo particular y eso me llevó a una primera certidumbre global: Las “independencias”
constituyeron un aspecto económico, político y social que ocurrió como parte del proceso de transición de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. El
capitalismo mercantilista que había durado unos 200 años, emprendía entonces
aquel vigoroso salto hacia su etapa
industrial. Cronológicamente ese período se extiende desde fines del siglo
XVIII (1780) hasta el último cuarto del siglo XIX (1890). Más tarde, el capitalismo se volverá financiero,
transnacional y tecnológico. Pero, volviendo al objeto de este trabajo, ocurría
que en el trance del naciente capitalismo industrial se requería como condición
sine qua non que la burguesía llegase
al poder o a su control. No es una coincidencia que la Edad Contemporánea haya comenzado con
la Revolución Francesa, en 1789, a pesar de subsiguientes restauraciones de la
monarquía absolutista.
El empuje del capitalismo
mercantil – que empezó a fines del siglo XV (1,480) y duró hasta fines del XVIII (1,780), generó e impulsó a insignes
navegantes aventureros. Al portugués
Bartolmeu Díaz, al Cabo de Las Tormenta y
a Cristóbal Colon hacia el Nuevo Mundo. Esas gestas cambiaron el dibujo del planeta, de sus mares,
de sus continentes, de los imperios de “Los Austrias” y de los ingleses pero,
sobre todo, de los mercados, abiertos a hierro
y sangre por conquistadores como Cortez y Pizarro. No obstante, a mediados del
siglo XVIII (1750), la fase inicial del capitalismo se había agotado, tenía
rostro de inacción, de estancamiento. Se requerían mejores medios de navegación
de ultramar, nuevas tecnologías y nuevas condiciones para el aumento sostenido de la producción y
de las ganancias. La respuesta fue la fase industrial capitalista que también redibujaría el mundo, en especial las fronteras
de los nuevos estados. Todo empezó imperceptiblemente, como siempre ocurre con
los grandes procesos de cambio de la historia, al iniciarse el siglo XVIII. En
1701 (cuando los Borbones asumían manu
militari la corona de España a la muerte del último Austria estéril) en una
granja inglesa, el agrónomo Jethro Tull, diseñó, construyó y usó la primera
máquina sembradora a caballos que empezó a hacer realidad el sueño de los
productores del campo: producir más y cada vez más y mejor
a menor costo, para obtener más ganancia. Lo que siguió fue formidable,
grandioso y a la vez dramático y admirable: la máquina a vapor combinada con la
lanzadera volante de Kay hizo del
algodón el hilo conductor hacia la gran acumulación del capital. Esa misma
máquina asociada al carbón y al hierro forjó un mejor acero, del cual surgieron
después con gran vértigo, los barcos de cascos metálicos impulsados por el
vapor, la locomotora, el avión, a la par que surgían la electricidad, nuevas
armas, el dínamo, el telégrafo, el teléfono y la radio, éstos últimos,
precursores de lo que hoy son las tecnologías de la información y el conocimiento (TICs), base de la nueva
sociedad en progreso.
La ilustración
Fue así que, a partir del siglo
XVIII con los ingleses por delante, los humanos construimos, casi sin darnos
cuenta, la nueva sociedad capitalista industrial. Más preciso es decir que la
nueva clase en ascenso, la burguesía, se empeñó en erigir un nuevo orden
económico y social como punta de lanza del nuevo tiempo emergente, uno de cuyos
filos fueron los cerebros ilustrados que construyeron letra a letra, página a
página, libro a libro, su propuesta filosófica, ideológica y económica ¿Sus arietes? La propiedad privada y la fuerza
de la razón y como argumento central la necesidad de un orden adecuado a la naturaleza
humana, que permitiese lograr la felicidad. Dicho de otro modo: que les
permitiese llegar al poder y dirigir el mundo. Sin duda, una utopía, pero de
ilusiones está hecho el futuro. El pensamiento fue destilado por Jhon Locke, el inglés que sintetizó el
liberalismo a partir de las largas luchas de los nobles y plebeyos ingleses
contra el absolutismo y en pro de la monarquía constitucional. En Francia
brillaron Thomas Hobbes (Leviathan), Charles de Secondat, barón de Montesquieu, promotor sin tapujos de
la conciencia burguesa y de la
separación de poderes para cortarle un brazo al rey (el espíritu de las leyes),
François Marie Arouet, “Voltaire”, admirador
de la filosofía de Newton, espíritu pacifista antitortura y anti pena de muerte
y contra la detención arbitraria. Jean-Jacques
Rousseau: su “Nueva Eloísa” y su “Emilio” son casi una tierna pero profunda
mirada a las naturales cualidades
humanas del amor, generosidad y piedad. Pero,
“El discurso sobre la desigualdad” y su “El contrato social”, son una visión
insondable del abismo de la especie. De ese cúmulo de sabiduría brotaron los
conceptos y las realidades de nación, estado liberal y democracia republicana
(libertad, igualdad, confraternidad) y cuando no se pudo, monarquía constitucional. De esa fuerza de
pensamiento se derivó como fruta madura el pensamiento económico liberal y la
sacralización del mercado, a manos de
Adam Smith. Surgió también la guillotina que acabó con los reyes de Francia. Este,
pues, fue el gran contexto económico, social y político en el que se produjeron
las independencias americanas. Pasemos entonces a ver los detalles.
Napoleón y el fin borbónico
En este cuadro de dominio
planetario convulso, el llamado “Imperio Español” o mejor dicho el “Imperio
Borbón” era aún una gran potencia
mundial. Al final del siglo XVIII, su tráfico comercial con sus posesiones de
ultramar representaba la mitad de su comercio exterior. Absorbía el 48% de las
exportaciones europeas hacia la metrópoli y sus colonias, sin contar el
cuantioso contrabando inglés. Entre 1784
y 1796 sus minas de plata de México y del Alto Perú aportaban un promedio anual de 355 millones de pesos.
No obstante, estaba en grave crisis
económica y financiera. Las nuevas condiciones de producción y comercio
hacían insostenible el monopolio comercial colonial y la contención del contrabando,
peor aún, teniendo que sostener en
paralelo y al lado de Francia, desde 1756, sucesivas guerras contra Inglaterra,
su peor enemigo. El mantener a raya a los ingleses que ansiaban arrebatarles
sus mercados luego de que éstos habían perdido sus trece colonias norteamericanas,
casi paralizó el tráfico comercial español con sus virreinatos. En 1801 el
promedio anual de exportaciones a las Indias descendió un 93%; las
importaciones también cayeron radicalmente. El desastre mayor fue la destrucción de la flota española en la batalla
de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, tras la cual, el control de las rutas
marinas y, por consiguiente, del acceso a “Las Indias”, pasó a manos de
Inglaterra. Desde 1805, los ingleses comenzaron a atacar abiertamente las
posesiones españolas. El dibujo del mundo estaba cambiando vertiginosamente, a
velocidades insospechadas en aquél tiempo. Carlos III, Rey de Nápoles, había
llegado al trono Borbón en 1759, en el
tercer año de la guerra de los siete años contra Inglaterra. Urgido de fondos, trató de corregir la
organización imperial, pero no atinó a comprender el decisivo papel que estaban
jugando los nuevos avances tecnológicos en la creación de nuevas formas de producción
que estaban cambiando la sociedad. Reformó la administración de su imperio apoyando
a la burguesía, pero con el propósito más o menos oculto de extraerle pronto recursos frescos, vía impuestos y préstamos. En sus
virreinatos provocó una conmoción social, en especial en el del Perú, al cual
para mejor succionarle recursos lo
desmembró en 1776. Lo peor fue su reforma fiscal que en “Las Indias” produjo una ola de descontento
que se tradujo en algunas sublevaciones, con el consiguiente brote de la percepción
de la burguesía comercial local de la opción de la independencia. Los criollos
virreinales no se reponían aún del golpe tributario cuando en 1778, Carlos III decretó que el libre comercio
metrópoli-colonias y finalmente remeció nuevamente a sus virreinatos decretando
otra reforma administrativa que sustituyó el sistema de corregimientos por el de Intendencias, unidades
administrativas que se subdividían en Partidos
o provincias, a cargo de nuevos
subdelegados enviados desde Europa. Geoffrey J. Parker, en “Política
Española y Comercio Colonial – 1700-1789)” anota que fue en este tiempo que Inglaterra, percibió el crujir de la
estructura del imperio e intensificó sus
políticas y acciones abiertas para tratar de hacerse si no del todo, al menos una buena parte del inmenso mercado de ultramar. Percibe
también que en este curso surgieron los primeros matices de “independentismo” entre las autoridades económicas y los comerciantes al por mayor de Lima y México. El crujir se volvió
estallido durante las dos primeras
décadas del siglo XIX, cuando ya
independizadas las trece ex colonias
inglesas, Napoleón Bonaparte, tendió una
trampa al Rey Fernando III: acordaron en secreto una canallada. Fernando
permitiría el paso del ejército francés para que Napoleón se apoderara de
Portugal y luego se dividirían el botín. La bota napoleónica aplastó a los dos
países y nombró como nuevo rey de España a su hermano José “Botella” Bonaparte.
Entonces, en medio de un gigantesco desconcierto imperial, los españoles de la
península resistieron a Napoleón, pero los burgueses de los virreinatos que
también trataron de hacer lo mismo proclamando su fidelidad a Fernando,
cambiaron finalmente y comenzaron a desprenderse de España. La caída del
imperio multinacional español fue una larga agonía que duró de 1808 a 1898, casi un siglo.
Ahora, en respuesta a las preguntas mi estimado profesor, el
doctor Neira, debo decir que la
ilustración o el cuerpo de pensamiento que abonó la consolidación del nuevo orden económico internacional
capitalista a la par del ascenso
paulatino, pero inevitable, de una nueva clase al poder, no fue la causa
determinante las independencias de Latinoamérica, del derrumbe del Imperio Borbón, de su división en estados más
institucionales y liberales y del desplazamiento de la realeza y la nobleza del
control de los asuntos de estado. Por las condiciones del acceso a la fortuna,
a la información y el conocimiento de
aquél entonces, determinadas por la
apertura del comercio y el transporte marítimo, las nuevas ideas de cambio y separación de la
metrópoli llegaron desde Europa,
particularmente de Inglaterra y Estados Unidos
solo a minorías cultas y a elites
económicas, es decir, a las burguesías criollas de Caracas, México, Buenos
Aires, Lima y Santiago, probablemente, en ese orden. Y, es un hecho que tras conocerlas, los españoles americanos y menos
los nativos, en su mayoría, no las hicieron suyas. Por el contrario las
rechazaron, por fidelidad a La Corona. Es otro hecho también que el intento de invasión de
Venezuela liderado por aquél formidable “soldado universal” Francisco de
Miranda, a pesar de contar con el apoyo económico y bélico de los
estadounidenses y de la propia Inglaterra, fracasó totalmente, por el rechazo
de la las autoridades y de la población
local a favor del rey. Es también otro hecho
que el estallido de la emancipación no se inició con proclamaciones de libertad e independencia, sino como expresiones de fidelidad al rey
Fernando VII y de rechazo al usurpador José Bonaparte. Es cierto que los
puñados de independentistas participaron
de esos movimientos, percibiendo quizá que eran excelentes oportunidades para
sembrar la semilla de la emancipación. Pero lo real es que la aventura de la independencia fue una metamorfosis de
fidelidad a infidelidad inevitable. No obstante, los actos iniciales de la
epopeya americana fueron casi
simultáneos en varios virreinatos.
Los Libertadores
Veamos ahora el papel del nuevo
personaje llamado “Libertador”. La fase de las protestas y acciones de fidelidad
al Rey en contra de las autoridades virreinales presuntamente pro bonapartistas
y “traidoras”, comenzaron en un remoto lugar de Los Andes, llamado Chuquisaca
(virreinato de Río de la Plata), en lo que hoy es Bolivia. El objetivo fue político: crear Juntas de Gobierno locales de apoyo a la lucha de la independencia
de España del yugo francés. Por eso en Chuquisaca, el 25 de mayo de 1809, un grupo mayoritario de la realista Audiencia (gobernación) de Charcas, con
Ricardo Monteagudo a la cabeza y con el apoyo de universitarios y comerciantes,
destituyó al gobernador y formó una junta de gobierno fernandista. No proclamó independencia alguna, pero
fueron violentamente liquidados por el Ejército Real del Perú, porque el
Imperio estaba seguro de que si lo permitía, la separación era un segundo paso
inevitable. Por eso, el de Chuquisaca es considerado como el primer grito libertario de América. A partir de entonces y
en un lapso de solo dos años, se produjo una avalancha de proclamaciones de
fidelidad al rey contra Bonaparte y la autoridad del virrey, que luego también,
velozmente, mutaron a proclamaciones de independencias territoriales. Venezuela (19 de Abril de 1810), Río de la
Plata, al mes siguiente (25 de mayo
de 1810), México, cuatro meses después, con el Grito de Dolores del cura
revolucionario, Miguel Hidalgo (16 de
septiembre de 1810), Chile, dos días después del Grito de Dolores, el
Cabildo de Santiago instaló una primera Junta de Gobierno (18 de setiembre de 1810). En Perú, sin embargo, ocurrió de otro
modo. Nueve meses después de la junta de gobierno de Santiago y ya alzados en
armas los de Rio de la Plata, el 20 de
junio de 1811, Francisco Antonio de Zela y sus hombres audazmente entraron
en combate en nombre de Fernando VII. Capturaron los dos cuarteles militares
realistas de Tacna. Se enfrentaron directamente al supremo poder regional, el
virrey José de Abascal y Sousa. Pero solo duraron cinco días en el poder. La
represión los aplastó.
Las guerras de la independencia
Habiendo empezado entonces el
cataclismo borbónico colonial a partir de 1809, desde 1812 continuó la hecatombe con la fase de campañas de guerra por la liberación
del sub continente. Fueron doce años de
sucesivas declaraciones de independencia
y creación de nuevos estados respaldadas por ejércitos de sublevados, apoyados abiertamente por Inglaterra, la aspirante a sustituir a España como primera
potencia imperial planetaria. Recién en
esta fase militar y política aparece la figura del “Libertador”, cuyos íconos fueron
los venezolanos Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y Francisco de Miranda, así
como los rioplatenses o argentinos, José de San Martín y Manuel Belgrano, el chileno, Bernardo O'Higgins y muchos otros.
En el campo militar ellos dirigieron constantes combates que terminaron con el
dominio borbónico en la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. En el
campo político, particularmente Miranda, Bolívar y San Martin, formularon
proyectos político-sociales de largo plazo, los cuales, sin embargo, no
lograron a ejecutar con éxito. Para
mejor entender este proceso, nótese también las fechas de las consolidaciones
de las emancipaciones, en relación al inicio de las hostilidades.
Argentina: 9 de julio de
1816, seis años después d sucesivos combates, el Congreso de Tucumán, proclamó la
Independencia de las “Provincias Unidas en Sud América”, lo que después sería
Argentina. No obstante, la proclamación no fue suficiente, porque la guerra,
prosiguió. Chile: ocho años después de la primera junta declaró su independencia el 12 de febrero de
1818 y la selló militarmente dos meses después, el 5 de abril, en la Batalla de
Maipú, en la que el imperio fue derrotado totalmente. México: once años después del Grito de dolores, el 24 de febrero de
1821. Perú, 28 de julio de 1821. Como centro de poder militar, político y
económico, fue un caso especial. De 1811 a 1815, se produjeron “revoluciones
por minuto”. Al alzamiento de Francisco
Antonio de Zela siguió ocho meses
después, el 22 de febrero de 1812, la revolución de Huánuco. Al año
siguiente, el 3 de octubre de 1813, se
sublevaron nuevamente en Tacna los
hermanos Juan y Enrique Paillardelli y al año siguiente, en agosto de 1814, una
facción de criollos y nativos cusqueños se levantó contra el Virrey y en apoyo
del Rey, exigiendo la aplicación inmediata de la Constitución de Cadiz, ese
último intento de lo más avanzado del
Imperio Borbón por salvarlo del desastre. Los hermanos Angulo y Mateo Pumacahua, desataron una gran conmoción en todo el sur que duró dos años. Luego de liquidar uno a los
Angulo y sus alzados, el 10 de marzo de 1815 los realistas alcanzaron en
Umachiri, Puno al cacique de Chinchero y
general pro Fernando VII, don Mateo
Pumacahua y lo derrotaron. Pumacahua fue decapitado. El poeta Mariano Melgar y
otros, fueron fusilados. Las fuerzas virreinales resultaron así vencedoras en
esta fase de la lucha y retomaron el control hasta 1821, cuando desde Chile
avanzó la expedición libertadora sanmartiniana, compuesta por fuerzas
rioplatenses, chilenas e inglesas, dotadas de financiamiento chileno e inglés. Venezuela, logró su independencia doce años después de la rebeldía del Cabildo de Caracas, el 8 de noviembre de 1823, cuando José Antonio
Páez tomó el Castillo San Felipe de Puerto Cabello consiguiendo la rendición
total de las fuerzas imperialistas.
“El Libertador” no fue entonces
una causa de las independencias. Fue un agente del proceso de emancipación que
surgió de las filas de los propios ejércitos realistas de América y de familias
españolas-americanas pudientes, en algunos casos pertenecientes a la nobleza local.
La mayoría de ellos, había peleado por
la Corona Borbónica en Europa, en donde accedieron a elementos de la
ilustración y a las ideas de emancipación y de creación de estados independientes
americanos, fomentadas fervientemente por los intereses ingleses, tanto a
través de su servicio diplomático, de sus militares, como mediante sus famosas
logias masónicas libertarias y a través de periódicos publicados en Londres y Nueva
York. Nada fue desdeñado ante el propósito de acceder al mercado colonial
español y a controlar el mundo a través del gran capital industrial, las nuevas
armas y las rutas marítimas. Con notorias excepciones, la mayoría de los
libertadores, se incorporó a la lucha directa, ya avanzado el proceso de
enfrentamiento de las fuerzas americanas contra los virreyes. “El Libertador” fue
el brazo armado de la emancipación que intervino como un factor decisivo en la
etapa de definiciones por la fuerza. Tan es así que, aparte de los que murieron
en combate, ejecutados por el enemigo o traicionados por sus propios parciales,
terminada la etapa de guerra de la emancipación, los sobrevivientes se
eclipsaron, algunos desdeñados públicamente por sus libertados, otros abrumados
por el fracaso de sus proyectos federalistas, republicanos y hasta monárquicos para
las nuevas naciones y decepcionados de los “caudillos” locales emergentes
por su inconmensurable voracidad
de poder y su gran ambición de fortuna, a partir del manejo de las arcas
estatales.
En conclusión, el imperio borbónico perdió sus virreinatos de ultramar y entró en fase de disolución como resultado
de su crisis económica y militar general debido a que sus gestores no supieron adaptarse
a la nueva fase del capitalismo industrial en marcha y al destructivo ataque
frontal de Inglaterra y sus aliados con el objetivo de ocupar su sitial como
primera potencia mundial y arrebatarle sus mercados.
¿La historia se repite?
Antes de terminar, creo que es
necesaria una reflexión más: el mundo de hoy también está viviendo un
vertiginoso proceso de tránsito de la Sociedad
Industrial, hacia la Sociedad de la
Información y el Conocimiento, a partir de los bytes y su transmisión a
cada vez mayores velocidades y en volúmenes inmensos por la llamada Banda Ancha.
La mayor parte de la riqueza ya no se genera en las plantas y factorías de los
grandes consorcios, trust o conglomerados industriales. Se crea en una simple cochera en la que no más de cinco creadores de nuevos
productos de la tele información lanzan por Internet, con solo el poder de sus
mentes, propuestas de innovación de la
vida humana mediante unos cuantos ordenadores portátiles de alta capacidad.
Ellos reorganizan las relaciones
personales, familiares, comunales y políticas por las pistas del correo
electrónico, por la telefonía IP, por la Web, por las redes sociales y, pronto,
por la TVIP, o televisión del futuro. Inevitablemente, estos hechos están
creando una nueva brecha entre humanos: “los conectados” y “los no conectados”
a la gran telaraña. La gran diferencia: los primeros están a solo un clik de un
conjunto de conocimiento jamás acumulado, mientras que los segundos van quedando
en la cuneta de las nuevas tecnologías.
Los conectados ya no tienen que memorizar ni almacenar datos en sus cerebros. Tienen una nueva forma de saber, el acceso
fácil a un vasto conjunto de contenidos. Pueden ocupar su potencial mental para
otros menesteres. La especie ha recreado
el Big Ban original que generó nuestro universo y lo ha grabado en video de
alta resolución. Esto a su vez, le ha posibilitado hallar la partícula esencial
del universo, el Bosson de Gibss, tras el estallido del núcleo de un átomo de
uranio enriquecido a causa del impacto
de un protón disparado por humanos. Dios sigue sin dar la cara. Ahora, la rama
de los “Homo Sapiens Sapiens” se ha propuesto replicar artificialmente al
cerebro humano y de ser posible con partes y piezas mixtas (inorgánicas y
orgánicas). En el campo médico, se consigue
que las células madres regeneren
órganos humanos completos y la nano-genética está a punto de crear humanos
modificados, genéticamente libres de enfermedades hereditarias, gracias a una
limpieza previa del ADN. Es inevitable
también una nueva división de la especie, en la que “los no modificados” no serán los ganadores.
En términos económicos la desigualdad de acceso a la riqueza se está
acrecentando a niveles insoportables. Los muy ricos son cada vez más ricos,
pero cada vez menos y los pobres son más
pobres y cada vez más. Parece que el capitalismo llegaría a su etapa terminal, a
su extremo, pues varios dicen que ya no podría seguir generando más riqueza
para tan pocos sin provocar un estallido social general. Este cuadro de nueva crisis, en el que la mayor potencia del mundo no
puede manejar su crisis económica y surge abiertamente un competidor o varios retadores, está ocurriendo en esta
oportunidad ante nuestros ojos, los estamos viendo a través de CNN, a veces en
vivo y en directo. Los estallidos sociales son precursores del cambio: ahí está
la primavera egipcia, catapultada por la novísimas redes sociales, los
escolares chilenos que hacen temblar al régimen por mejor educación con
acciones coordinadas por Internet, los sectores descontentos de Inglaterra que ya
no aguantan más y se lanzan al saqueo. ¿El imperio, otra vez está tan ciego que
no lo quiere ver?