Pizarro o la política del tahúr
Punto de vista sobre el libro “Pizarro,
el Rey de la Baraja –
Política, confusión y dolor en la conquista”
ELMER OLORTEGUI
La obra, “Pizarro, el Rey de la Baraja – Política, confusión
y dolor en la conquista”, de Alan García Pérez- Lima, 2012, 204 páginas, es un
innovador y sorprendente enfoque de un tema capital de la historia de América
Latina y, en particular del Perú, no obstante
que se pensaba que sobre dicha materia,
casi se había dicho todo.
A mi modo de ver, lo innovador del trabajo consiste en que
el autor, uno de los políticos y pensadores actualmente gravitantes en el Perú y Latinoamérica,
expone ampliamente la aplicación de la Teoría General de los Sistemas a uno de
los hechos sociales decisivos de la humanidad: la política. Sobre la base de
diversos e importantes desarrollos de investigación académica y social, la obra
enfoca el tema “Pizarro” dentro de la configuración precisa de las categorías
determinantes de todo sistema político. De este modo, como el mismo autor lo
precisa, la obra no es un relato o análisis histórico más, sino que resulta una
especie de escaneo electrónico de avanzada precisión que postula como la
tesis del libro la siguiente: que fue la ACCIÓN POLÍTICA diestra y eficaz de Pizarro – definida como “la competencia,
distribución y ejercicio del poder para dirigir sociedades y decidir en nombre
de ellas, con la obediencia del conjunto social” – la que hizo posible su
triunfo y el de la Corona Española sobre el Tahuantinsuyo.
Desmenuzando el planteamiento central del libro se tiene
entonces que la toma del Incanato se
debió a los siguientes factores: la capacidad política de Pizarro para constituir
una élite y un “núcleo duro” de dominio y prevalencia. Su acertada e inmediata
facultad para identificar la distribución
del poder existente entre los grupos y personas. Su habilidad para administrar mejor que Atahualpa y otros jefes indígenas la tensión que se produjo entre los líderes y los grupos subordinados
que presionaban y se movilizaban. Su destreza
para interpretar, planificar y anticipar sistemáticamente los hechos. Su astucia, la que le permitía confundir diestramente a sus adversarios. Y, finalmente, su capacidad para trasladar sus responsabilidades a sus oponentes.
Vistos los hechos, desde esta innovadora óptica, es
procedente la conclusión del autor de que estos factores políticos fueron tan importantes para la imposición de
las fuerzas invasoras pizarristas, quizá tanto o en mayor medida como pesaron
la acumulación de recursos económicos (dinero, caballos), los medios productivos y los avances tecnológicos (pólvora, hierro), el
desconocimiento de los Incas de la rueda y la conducción animal, su notable y
grave división interna, así como un componente esencial de la motivación
humana: la ambición de riqueza pronta y cuanto mayor, mejor.
Lo sorprendente y polémico del contenido del libro es el
original planteamiento de la presunción del
profesor García Pérez – la que
debido a la acuciosa y metódica labor de contrastación con los hechos, casi se
vuelve certeza – acerca de que la gran eficiente destreza política de Francisco
Pizarro procedía de su amplio dominio y experiencia en el juego de mesa llamado
“Tresillo” (en proceso de extinción), el cual había logrado gran popularidad y
difusión en España y sus dominios de ultramar, durante lo que duró su invasión
y ocupación del Nuevo Mundo. Este juego de baraja que admitía más de dos
participantes, sujeto a unas veinticuatro reglas que permitían numerosas
combinaciones de riesgos y alternativas para vencer a los rivales, habría sido, según el autor, una especie de
referencia básica, fuente, modelo o manual de operaciones que Pizarro empleó
constantemente para tomar sus decisiones, desde las cruciales, hasta las más
simples. De este modo, todos los que lo rodeaban, eran para el hijo de
Extremadura, cartas del “Tresillo” con distinto valor, que debían ser jugadas
siempre en su propio beneficio, según las reglas del sistema. El análisis
comparativo de los principales hechos de Pizarro, desde que compró el permiso
real o
“Derecho de conquista” de Pascual de Andagoya para explorar los
territorios al Sur de Panamá, hasta su asesinato a manos de los almagristas,
muestra, de modo contundente, que
corresponden o se inscriben dentro de cada una de por lo menos unas quince reglas del “Tresillo”. Considero que
este aporte explicaría en buena parte la espectacular vida, fracasos y éxitos
de Pizarro, sobre la base de su arrolladora personalidad, su vocación y
capacidad de liderazgo y su
valentía a toda prueba para la
aventura y el combate, no obstante su origen llano y su
condiciones menoscabadas de hijo natural y analfabeto, en tiempos en que esas
condiciones generaban una exclusión social, difícilmente reparable.
No obstante, hay hasta tres hechos que el libro no toma en
cuenta en el dibujo total de la personalidad
de Pizarro – sin que por eso sus
méritos disminuyan – y que también contribuyeron al éxito a la operación de
emboscada, secuestro, captura y extorsión que el Gobernador General ejecutó con gran maestría en Cajamarca para
apoderarse, en poco menos de dos horas, del representante del máximo poder de un
inmenso imperio.
El primer hecho es la inmensa ambición que movía a Pizarro y
a sus hombres, una ambición desmedida por riqueza material en oro y plata cuya
satisfacción justificaba en los hechos toda la gama de iniquidades de las que
es capaz la especie humana: engaño, traición, asesinato, genocidio. Considero
que el desarrollo del tema del “Tresillo” abre la gran posibilidad de que
expertos en reconstrucción de
configuraciones psicológicas de
personajes desaparecidos, haciendo uso de las herramientas del psicoanálisis por analogía, exploren los actos propios del
invasor ibérico y ensayen una cercana descripción aunque seda arqueológica de
su dimensión mental.
El segundo hecho es que Pizarro y los suyos, pero en
especial Pizarro, se jugaron la vida en
la aventura incaica: la Capitulación de Toledo, constituyó un exacto
contrato de concesión (similar a los actuales)
para que el extremeño y sus socios hicieran por iniciativa privada, sin
que la corona arriesgara dinero alguno, la aventura de exploración y conquista
del aún desconocido Pirú. Para eso comprometieron casi todo o la mayor parte de
sus recursos propios y un fracaso estrepitoso hubiese significado su ruina
total. Ellos no podían regresar con las manos vacías. Para evitar eso, Pizarro
hizo uso eficiente de la técnica de “Secuestro
y Extorsión”, desarrollada por los militares españoles en sus guerras
contra los moros y en Italia, un procedimiento
sobre cómo una pequeña fuerza podía hacerse de un reino, siempre y
cuando – usando el procedimiento del engaño o la emboscada – pudiese llegar
cerca del rey o emperador, con el mayor éxito posible. Este procedimiento, que
los españoles habían convertido en una especie de manual de operaciones,
incluía como punto crucial la toma en
rehén del rey – hecho que paralizaba totalmente a la fuerza enemiga – y añadía
la obtención de un rescate dinerario y finalizaba con el llamado “control del enemigo”, lo cual
implicaba la inevitable muerte del
dignatario preso, una vez consolidaba la rendición u ocupación del reino. Para
eso, en el caso de Atahualpa, Pizarro organizó
el engaño de la reunión diplomática en Cajamarca, promovió el asesinato
de Huáscar, culpó de ese crimen a Atahualpa y usó
ese cargo como el sustento de la ejecución pública del Inca, ocho meses
después de su secuestro, el 26 de julio
de 1533.
El tercer hecho es el planteado por el historiador Ivan R.
Reyna, profesor de la Universidad de Missouri en su trabajo: “La chicha y
Atahualpa: el Encuentro de Cajamarca en la Suma y Narración de los Incas de
Juan Diez de Betanzos”. Según Reyna, a Pizarro y su gente le fue fácil
apoderarse del emperador porque este acudió a la plaza de Cajamarca totalmente
ebrio con chicha. El historiador, además de lo valioso de su fuente principal,
Betanzos, ha hallado registros en todos
los cronistas del hecho de que, luego de
su entrevista el día anterior con Hernando de Soto y
Diego de Almagro, el Inca se reunió con sus generales, discutieron sobre
los “barbudos” y luego bebieron chicha,
abundante chicha hasta el día siguiente, de tal modo que cuando el emperador
fue atacado estaba en una gran curda, medio mareado aún y por eso reaccionó sin ánimo ni
fuerzas. Reyna apoya su tesis en una
detallada investigación acerca del carácter ceremonial y celebratorio de la
chicha en el mundo andino, en especial en la nación quechua y en la expresión
de casi todos los cronistas de que Atahualpa tenía una marcada adicción al
alcohol de maíz, en forma de chicha. Hay otro hecho registrado por los
cronistas que abona en este sentido. En medio de la trifulca de la emboscada,
el Inca no pudo recuperarse rápidamente cuando tuvo que salir de su anda, luego
de que sus cargadores cayeran asesinados. Estaba como perdido. Como era imprescindible que el Inca fuese
capturado vivo, Pizarro mismo tuvo que abalanzarse para evitar que uno de los
suyos atacara a Atahualpa con su hierro, por lo que el Gobernador sufrió una
herida en uno de los brazos. Es evidente que el probable hecho circunstancial
de la descomunal borrachera del Inca, sumado a otros errores estratégicos y
tácticos cometidos por Atahualpa en el curso de la llegada de los españoles y
su captura, como el dejarse llevar por su insuperable soberbia, permitieron también la facilidad con la que Pizarro y sus hombres
lo tomaron en rehén, a pocos kilómetros de donde acampaban entre 30 y 35 mil
guerreros incaicos. Esa fuerza, como esperaban los invasores, quedó con las
manos atadas por la amenaza de muerte inmediata del Inca, si decidían atacar.
Lo anotado, contribuye al aporte central del libro bajo nuestro
análisis, la sistemática determinación de las reglas que conformaron el sistema
de acción política de Pizarro, o sea de las condiciones que le permitieron
acceder, ejercer y mantenerse en el poder para ejecutar sus propósitos. Este es
el resumen de lo que se puede llamar, la “política de Pizarro”: su constancia indesmayable
para ejecutar sus propósitos. Su fijación
de objetivos propios definidos, pero confusos para los demás, el logro
de su legitimidad como líder indiscutible y su constante personalización en
todas las circunstancias, su capacidad para decidir y ejecutar los hechos
fundamentales, su comprensión intuitiva pero acertada de la realidad física y
social de su escenario, su destreza para
comprender la psicología de los
contrarios y multiplicar la confusión y la desunión entre ellos, su previsión para guardar
elementos de negociación, su proverbial paciencia y serenidad, su previsión
para apoderarse de la logística segura del nuevo territorio y su sagacidad para
evadir las responsabilidades y atribuírselas a otros.
El libro, abre también una puerta sobre otro importante tema
del ejercicio general del poder para la investigación y el debate intenso: la
marcada relación que parece existir entre el ejercicio intenso del poder y su
trágico final en la mayoría de los casos. Los finales no trágicos, parecen ser
la excepción de la regla.
Lima, 15 de octubre de 2014