Serie Recordando
sin ira VII
La huelga de los
subalternos de la Guardia Civil de febrero de 1975.
Según mi obra:
“El Señor de los Incendios”.
Vivir otro febrero
más ha hecho recordar en las actuales redes sociales a algunos memoriosos, la
primera gran huelga policial – en realidad solo fue del personal de unas veinte
comisarías de la Guardia Civil de Lima -, poniendo énfasis en la destrucción
que se produjo el 5 de febrero de 1975 por acción de hordas de universitarios
integrantes de la Alianza Revolucionaria Estudiantil, ARE, organización
patrocinada por el Partido Aprista Peruano
Una permanente y
renovada amenaza de huelga de subalternos de la Policía Nacional, en demanda de
aumento de remuneraciones, existe desde antes de 1975, hasta hoy. Este conflicto
inacabable hizo erupción por primera vez
el 1 de febrero de 1975, durante el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada,
que dirigió con mano de hierro el general Juan Velasco Alvarado.
No obstante, hay
que advertir que en aquella ocasión, a diferencia de las ediciones posteriores
de huelga y motín, hubo componentes políticos de primer orden que catapultaron
los reclamos de los subalternos de la
entonces Guardia Civil y que convirtieron
al acontecimiento en el principio de la
caída del régimen velasquista, a saber:
·
La
decisión del ala derechista del Gobierno Militar de no permitir más avances socialistas del
régimen velasquista.
·
El interés
de EEUU de no permitir el rearme peruano con pertrechos de la entonces
URSS (Unión Soviética) y proteger a la vez, a su socio
Chile, en manos del dictador ultraderechista, Pinochet, de un probable ataque
peruano para recuperar Arica y Tarapacá.
·
La
incautación real de los medios de prensa masivos y la indecisión del régimen de
transferir su propiedad a grupos sociales más amplios, para terminar con el
régimen de propiedad privada de dichos medios.
·
La
crisis económica internacional derivada de la formación de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP)
·
La decisión
del gobierno de asaltar a sangre y fuego, al cuartel general de los guardias civiles amotinados.
·
La
destrucción por fuego del
Anfiteatro de Convenciones del Centro
Cívico, del local de los diarios “Correo y Ojo”, del Círculo Militar de la
Plaza San Martin y de decenas de tiendas durante la revuelta estudiantil y saqueo generalizado ocurridos en Lima, el 5 de febrero de 1975.
En mi libro “El Señor de los Incendios: 5 de
febrero, la última insurrección del
APRA”, Lima, noviembre del 2001,
planteo una visión panorámica de hechos que fueron capitales para el destino del país, los cuales fundamentan que la huelga de los guardias civiles, sólo fue la punta del iceberg de una vasta operación promovida e
impulsada por el Gobierno Estadounidense para liquidar al régimen castrense
peruano – afectado ya por un grave deterioro interno- y erradicar su ideología nacionalista
y antiimperialista. En ese esfuerzo participaron elementos militares
pronorteamericanos, quienes actuaban fundamentalmente en la Guardia Civil y la
Marina de Guerra, con el concurso directo del ala levantisca del Partido
Aprista Peruano y el apoyo de otros partidos de derecha que habían sido desplazados del poder.
Como se trata de
recordar sin ira, el siguiente fragmento - que tiene como fundamentos relatos
directos del entonces Ministro del Interior, General EP Pedro Richter Prada, de
los principales protagonistas del paro policial y el texto del acta del Consejo
de Ministros del 4 de febrero de 1975 - ofrece los detalles del reclamo
policial. Aunque han transcurrido 36 años, verán que varios de dichas demandas son aún valederas pues hasta hoy el estado no los ha atendido debidamente.
19.
¡Que lo tomen como sea!
4 de febrero. 12 y 30 del día.
Radiopatrulla.
Dentro
del viejo cuartel de Radiopatrulla, cerca de doscientos guardias civiles, casi
todos sin uniforme, escuchan las últimas novedades de la huelga. El sargento
Filomeno Vidal, más conocido como “Caballo Loco”, propone pedir al
obispo Bambarén que les sirva de
mediador ante el Gobierno. Decididamente, Vidal se ha convertido en uno de los
principales líderes de la huelga desde que, momentos antes, le dio un tremendo bofetón al
mismísimo director general de la Guardia
Civil, general Acosta Rodríguez. Sin embargo, en su propio fuero, Vidal sabe
que se ha inmolado en aras de la lucha
si el Gobierno no atiende los
reclamos de los subalternos, sobre todo el punto de que no se tomen
represalias contra los considerados como líderes del movimiento.
En eso,
el sargento Julio Cortegana entra al salón de actos y les comunica
que el Ministro del Interior, general del Ejército Pedro Richter Prada,
está en camino para hablar con ellos.
Eso le
ha dicho un capitán de la 29 por encargo del Mayor Comisario. A Vidal y a
todos les invade una sensación de nerviosismo y alivio a la vez. Cortegana, dice que también viene nuevamente el Director General,
Acosta Rodríguez. Los guardias
abuchean el nombre de Acosta y gritan pidiendo que no lo dejen entrar, pues
ya lo habían echado a silletazos. Además, él los ha dejado sin agua y sin luz. Pero, gracias a varios vecinos recogen líquido en baldes y lo almacenan en cilindros de plástico. Por lo menos sirve
para lavarse y para asear los servicios higiénicos. Algunos aplauden el anuncio de la llegada de
Richter y varios salen apurados del cuartel a llamar por teléfono a otros colegas a la reunión. Algunos, hasta detienen vehículos en 28 de Julio y conminan a sus conductores, pretextando
misiones especiales, a llevarles
urgentemente hacia sus unidades. Parece
que su
firme posición de rechazar
enérgicamente al mismo Director General de la Guardia Civil y exigir la presencia del Ministro, ha dado resultado positivo,
y hoy, finalmente, el Supremo Gobierno les dará bola. Mírese por
donde se mire, eso ya es un triunfo.
Richter llega
acompañado únicamente de su
ayudante militar y con gesto adusto ingresa a grandes trancos al salón auditorium
de la 29 Comandancia. Vidal González, uno de los pocos uniformados, le
da la bienvenida y acomoda al
jefazo en una vieja silla frente a una mesa mediana de madera
de la comisaría, de esas en las
que toman manifestaciones a los
detenidos. Vidal, se presenta
diciendo su nombre y rango, agradece por la visita y desde ya, por la
atención que el Gobierno Revolucionario preste a
sus reclamos que son justos y que seguro, ya son de pleno conocimiento del señor
Ministro.
Vidal, pide a Richter que escuche
al cabo Sandor Zea Moscoso y al guardia Víctor Cueto Quintanilla. Los subalternos
dicen que sus pedidos no tienen carácter
político. La plana menor de la Guardia
Civil, toda la familia policial, apoya firmemente los postulados del Gobierno
Revolucionario aquí y en todos los
lugares más remotos del país donde la
Guardia Civil representa al Estado. Los subalternos respetuosamente
creen que el aumento debía ser dos mil
soles mensuales para compensar el alto costo de vida, debido a los precios de los combustibles.
También, desean que se elimine el
descuento VIPOL, que supuestamente debería
servir para que todos los subalternos compren viviendas, pero en la realidad sólo favorecerá
a una minoría. Además, como es hora de hablar sinceramente, piden al
señor Ministro que disponga que se evite
que los oficiales se queden con parte de
las camisas, pantalones, zapatos y hasta
gorras, correajes, capotines, casacas y
otros implementos asignados a los
subalternos. Otro punto importante es que la Mutualista de guardias, cabos,
suboficiales y sargentos, sea manejada
por directivos subalternos que ellos elijan, para evitar que los oficiales sigan haciendo
de las suyas. Los guardias civiles
solicitan también que el Supremo
Gobierno disponga el fin de todo tipo de maltrato
de jefes a subordinados en toda
la Policía, tanto de parte de sus propios oficiales como de los que pertenecen
a la Fuerza Armada.
Richter, escucha
pacientemente y mentalmente
clasifica a los alzados en tres grupos: los radicales, los
conciliadores y los mudos. Vidal, termina pidiendo que cuando todo acabe, el Gobierno
ordene a la superioridad de la
Benemérita que no tome represalias contra
los dirigentes policiales. Richter,
se pone de pie. Para llegar a
todo el auditorio se sube sobre la
mesa, la cual a duras penas resiste su peso. Les dice que está ahí por
encargo directo del Jefe de la Revolución, el general Velasco. Después de la
reunión irá al Consejo de Ministros
llevando los planteamientos tomados directamente de ellos, sin intermediario
alguno. Los ha escuchado, pero pone
énfasis en que deben comprender que su actitud es totalmente
inconveniente. Les asegura que
las cosas pueden arreglarse dentro de
los lineamientos de la disciplina y el respeto a las autoridades. Sin embargo, deben terminar el paro y confiar
en que va a cumplir con su
palabra de poner en conocimiento del
Consejo de Ministros y del Presidente
Velasco cada uno de sus reclamos.
Ofrece que el Gobierno está
dispuesto a modificar
el presupuesto de los años
75 y 76 para ver, de acuerdo a la
disponibilidad de la caja fiscal, cuánto
más les pueden aumentar. No será mucho, pero algo será. El Gobierno está empeñado
ahora en
construir el oleoducto trasandino,
el Puerto de Paita y el Complejo
Pesquero de Bayóvar, obras que
beneficiarán a todo el pueblo peruano. La cuestión del descuento para vivienda debe
ser estudiada, porque de todos modos el
Gobierno tiene que atender la necesidad de casa-habitación de los policías. Que la mutual pase a control de sus socios
no es mayor problema, y el resto de los
puntos puede ser atendido muy bien
por la Dirección de la Guardia
Civil. Pero, todo eso a condición de que en este mismo instante depongan su actitud de rebeldía contra sus
mandos y retornen a sus puestos de
trabajo. Deben entenderlo claramente. El Gobierno no puede actuar bajo presión de nadie. Primero, deben
volver al trabajo y de inmediato
tendrán respuestas concretas sobre sus
reclamos. Si actúan de otro modo tendrán que atenerse a las consecuencias.
Pero, él cree que la cordura y la disciplina de los policías prevalecerá.
La orden resuena en todos los oídos con sabor a ultimátum. No
ha venido a tratar, a negociar, ha venido a
imponer. Los estómagos de la
mayoría se encogen y casi tiran de sus gargantas provocándoles dolor. No,
no era lo que pensaban. El
desasosiego planta sus raíces en todos
los ánimos.
Richter, sigue argumentando que
el Gobierno Revolucionario es consciente de la situación económica y por
eso revisará el presupuesto. Pero, no está dispuesto a tolerar actos de rebeldía, infracción a los reglamentos, indisciplina,
desobediencia al superior y abandono de trabajo, conductas que ponen a la ciudadanía a merced de los
delincuentes. Nada de malos ejemplos
para otros cuerpos policiales.
Este es un gobierno de fuerza que sabe
hacerse obedecer y respetar. Está seguro de que la opinión pública desaprueba la
actitud de los presentes porque
atenta contra la seguridad de la
población. Ahora, tiene que ir al
Consejo de Ministros llevando su
acatamiento de volver al trabajo y, si
hay tiempo, hoy mismo tratarán el tema del aumento. En caso de que el
Gobierno tome una decisión, su comando les informará. Eso es todo.
Cuando termina y baja de la mesa algunos empiezan a aplaudir, pero el gesto se extingue rápidamente porque la
mayoría ha comprendido. Es un ultimátum.
Antes de salir del recinto,
Richter le dice a
Vidal:
— Personalmente, te digo que te asegures de que estos
hombres regresen cuanto antes a sus cuarteles. Es por el bien de todos.
— Mi
general, estamos seguros que usted nos apoyará en el Consejo de Ministros para
conseguir algo. Podríamos esperar aquí
el resultado.
— Eso no
es seguro. Lo mejor es que se vayan a sus puestos de trabajo –. La respuesta es
seca y cortante
Richter
sale rumbo a su automóvil. Encuentra al
general Acosta Rodríguez y a su estado
mayor en la oficina del comisario. No
les permitieron entrar
a la reunión. Se retiran del
cuartel detrás de Richter. Atrás,
quedan las cartas echadas sobre la mesa.
—
¡Viva la Guardia Civil ! ¡Vivaaaaaaaaaa!
—
¡Viva nuestro pliego de reclamos! ¡ Vivaaaaaaa!
Las
maquinitas continúan. Vidal, reúne a la gente que a esa
hora ya es más numerosa ante el
llamado del núcleo de los
huelguistas. Los que han terminado sus
turnos han venido volando vestidos de
civil y sin armas. Todos hablan sobre lo
que ha dicho el ministro. Todos los oradores se aferran a una ilusión, a la
promesa ministerial de que el Consejo de
Ministros tratará hoy mismo el asunto
del aumento. La mayoría está de acuerdo en un punto: sería inconveniente
retirarse sin saber el resultado, tanto si lo
discuten como si no. Y si el Gobierno
sigue con su política de oídos
sordos, deberían acordar qué hacer. Todos apoyan. Sienten la fuerza de la unión. Pero, los más
decididos son los sargentos Vidal, Cortegana y el gringo Morris
Thompson. Particularmente, el sargento
Cortegana, quien estuvo en silencio
durante toda la reunión con Richter,
despliega sus planteamientos que suenan convincentes y audaces:
— Que el
Ministro Richter haya venido hasta aquí, demuestra que vamos por buen camino, demuestra que tenemos razón y
que ya es hora de que los subalternos de la Guardia Civil hagan ver al pueblo que también saben hacerse respetar.
Y, hacernos respetar significa no hacer caso al chantaje del Gobierno que pretende desactivar nuestra protesta haciéndonos retornar a nuestras
comisarías. ¿Qué pasará si nos vamos y el Gobierno no nos da nada
y todo queda en promesas? ¿Quién nos
garantiza que en nuestras
comisarías no nos esperan para detenernos y aislarnos?
¿Cómo sabemos si no están
alistando las órdenes de traslado de todos nosotros a los lugares más alejados
del país para quebrar nuestro movimiento?
¡No, compañeros. No debemos
dividirnos por debilidad!
Propongo
que debemos permanecer aquí, unidos
hasta que el Gobierno apruebe el
aumento y los demás puntos y nos garantice, escuchen bien, nos garantice por escrito
que nuestros jefes no tomarán
represalias contra ninguno de nosotros. Y, si eso no es posible, aquí y
ante ustedes como testigos, me comprometo a asumir toda la responsabilidad por
lo que hemos hecho hasta el momento y por lo que pueda ocurrir. Desde ya les
digo a la superioridad y al Gobierno:
yo, sargento primero Julio Cortegana Ludeña, ex miembro del glorioso Batallón
de Comandos “Los Sinchis” de la Guardia
Civil, asumo la responsabilidad de la protesta y los reclamos del personal de
subalternos de nuestra institución. ¡Ahora o nunca, compañeros, resistiremos!
Cortegana, pide
que vayan más
mensajeros a las comisarías para informar a los demás y pedirles
que los apoyen, en especial a los
subalternos de la Policía de Investigaciones y de la Guardia Republicana. Sugiere también que vayan mensajeros al Colegio de
Abogados de Lima, a las oficinas del obispo de Lima, monseñor Bambarén, y a las universidades, para pedir apoyo al
movimiento estudiantil. La decisión es
unánime y corajuda: se quedan a esperar
la respuesta del Gobierno o hasta las últimas consecuencias. Y, lo más importante y urgente, hay que llamar a
monseñor Bambarén, para que venga a
apoyarlos. Es hora de que el Gobierno
sepa que la Iglesia está con ellos. Después, como el hambre aprieta, todos se
van a almorzar en la cercanía.
Vidal y
varios hombres de su compañía salen por
la puerta de 28 de Julio y se dan cuenta de que, en persona, el comandante Herrera Polo está controlando a
quienes ingresan al cuartel. Alguien le informa que es por orden directa del
Ministro Richter. Antes de irse le dijo que,
bajo su responsabilidad, ninguna
persona extraña o ajena a la comandancia debía ingresar.
4
de la tarde. Palacio de Gobierno.
En Palacio de Gobierno el
Consejo de Ministros se reanuda. Richter
trata de minimizar el tema. Dice
que se trata de un puñado de revoltosos dirigido por dos sargentos, un tal
Filomeno Vidal González y otro de nombre Julio Cortegana Ludeña, quien
durante la reunión en
Radiopatrulla, prefirió no hablar.
— Mi general, no
pasan de ciento cincuenta. El punto más importante de sus reclamos es su
pedido de mil soles de aumento para este
año y otros mil para el próximo.
Los demás puntos son cuestiones internas de la Guardia Civil, como el tema
de la mutualista. Les he dicho claramente que presentaré su caso en este consejo y que el Gobierno tomará una decisión sobre el aumento, siempre y cuando haya presupuesto y a
condición de que regresen a sus comisarías. Si persisten en su huelga, ya veríamos qué hacer.
— ¡Mil soles, ni de vainas! ¿Cuánto se ha presupuestado
para el bienio?
— Doscientos soles por año, mi general.
Velasco se admira:
— ¿Doscientos
soles? Pedro, creo que esa cifra
es realmente mínima. Debemos revisarla,
aunque por el número la suma total pesa
mucho. Pasa como con los maestros. Y, ellos creen que no les aumentamos porque
no nos da la gana. Bueno, pero en fin, Pedro,
hay un problema. Al general Acosta el asunto se le ha ido de las manos.
Quiero ver su caso después de esto. Lo cierto es que la ciudad está desguarnecida. En las calles no hay un solo policía. De acuerdo a los
reglamentos, es un motín, una rebelión,
y no debemos permitir que dentro de ningún instituto armado o fuerza policial pidan aumentos mediante pliegos de
reclamos. ¿Creen que son obreros? Menos mal que la prensa está colaborando y no ha dicho nada. Al Gobierno
le interesa que la población no se sienta insegura ni un día más. Los señores ministros deben saber que la inteligencia sospecha que los de la CIA están de titiriteros a través de sus amigos oficiales de la Guardia Civil y otros. Además, dicen que los apristas y hasta los ultras quieren ganar
a río revuelto. ¡Ah!, los huelguistas
también están tratando de que intervengan
el Colegio de Abogados y el cura
Bambarén.
El ministro Fernández Maldonado, interviene.
— Mi general, también
he recibido informes de
inteligencia que dicen que es
posible que este movimiento sea una
punta de lanza de una operación contrarrevolucionaria mayor, con apoyo de elementos extranjeros que aquí
todos ya conocen. La contrainteligencia está tratando de ubicar dentro del país
a dos agentes estadounidenses que
habrían actuado en Chile en 1973, en la caída de Allende, y de ahí
pasaron a Buenos Aires. Claro, a Lima habrían entrado con otras identidades
pero, la sospecha es firme.
Después de almorzar Vidal y sus hombres regresan a Radiopatrulla. Al llegar, advierten que un grupo de guardias vestidos de paisano rodea
en la calzada de 28 de Julio a un
auto Volskwagen amarillo. Encolerizados,
los guardias insultan a los de
adentro. El grupo trata de levantar en peso al pequeño auto para subirlo
a la vereda. Vidal ordena calma. Le hacen caso. Dentro del auto está el mayor
GC, Félix Tumay Tordoya y el capitán Raúl Valenzuela
Niño de Guzmán. Los atacantes le dicen a
Vidal que Tumay y el otro han estado dentro del cuartel varias veces en
las últimas horas, yendo y viniendo. Han averiguado que Tumay ha estado fisgoneado
porque es subjefe del departamento R-2 de contrainteligencia de la Segunda Región de
la Guardia Civil en la avenida España;
el otro también trabaja en esa dependencia.
— ¡Son soplones!
— ¡Son los que
llevan chismes a la región!
— ¡Miserables
traidores!
Los guardias
patean el autito y golpean su techo. Adentro, Tumay y Valenzuela están aterrorizados.
— ¡Hay que incendiarlo con ellos
adentro!—, amenaza uno.
Vidal ordena silencio y pide a Tumay que baje la luna del vehículo.
— Vea, mayor,
aquí han estado nuestro Director General
y el Ministro Richter. Ellos ya saben todo lo que estamos haciendo.
Entonces está de más que usted y su gente
vengan a buscar cuestiones secretas para acusarnos. Nosotros
no tenemos ningún secreto que ocultar. Por eso y, para su seguridad, es mejor
que se vayan y no vuelvan más por
aquí ni mande a sus “culebrones”. Ya sabe que les puede ir mal. ¡Dejen que se vayan, muchachos,
ya están advertidos!
El mayor Tumay no espera más y se marcha para no volver.
Después, los amotinados le cuentan a
Vidal que media hora antes capturaron
también a los tenientes Roberto Castillejo Ibarra y Luis Castañeda Meza, del servicio de informaciones y casi los
golpean. Los salvaron otros oficiales.
Pero ya están hartos de soplones.
Adentro, Vidal se reúne con Cortegana y Morris y acuerdan
ir a hablar con el comandante
Herrera para pedirle que no deje entrar a soplones. Herrera se resiste.
— ¡Ni hablar! ¿Se atreven a darme órdenes?
Cortegana, le habla
con calma y consideración.
— Mi comandante, si usted lo quiere así, que así sea.
Después de lo que ha ocurrido en la mañana con el general Acosta, las cosas ya
han ido demasiado lejos como para que nosotros retrocedamos. Hasta el ministro
ha venido. Así que desde este momento nosotros tomamos el control del
ingreso y declaramos puerta libre para todos. Nosotros veremos quiénes son los soplones.
Herrera se
envalentona.
— ¡Esto es un motín! Lo que hacen equivale a la toma del cuartel y así lo
voy a informar.
— Informe nomás comandante, no hay problema.
Los tres toman en
los hechos el control de la puerta y mandan llamar a otros clases con quienes
organizan grupos de comisionados para la
vigilancia del local, control de periferia y mantenimiento de la
disciplina. En esos momentos llega un
grupo de guardias republicanos a
conversar. Cortegana va con ellos
al interior. Después, Vidal entra al patio y ve que hay tanta gente que parece
una feria.
Un edecán ingresa
a la sala del consejo de ministros y
se acerca a Richter. En voz baja
le dice:
— Mi general, tiene una llamada urgente del
Viceministro.
Richter pide permiso a Velasco para responder. El presidente accede mientras
continua.
— ¡La
contrarrevolución! Esto va de castaño a oscuro. ¿Qué dices Pancho? Mira cómo te
reciben los acontecimientos.
El nuevo
Presidente del Consejo de Ministros, responde:
— Mi
general, para mí está claro que antes
de resolver el problema salarial de la
Guardia Civil, que es problema de la Policía y de todos los peruanos, el
Gobierno debe resolver un grave caso de
indisciplina que ya es público. Un motín intolerable. En la Guardia Civil se ha
quebrantado el principio de autoridad y
eso no lo podemos aceptar. Señor
Presidente, por su intermedio pido al
general Richter que nos informe,
¿cuál es
la situación en el cuartel, en estos momentos?
Richter está terminando de responder la llamada urgente
y hace anotaciones en su block. Cuelga y
regresa a su sitio. El Viceministro Sánchez Rivero le ha dicho que el general Acosta le había informado hace
unos instantes que los guardias amotinados
se niegan a acatar la condición de regresar a sus puestos y que
seguirán hasta las últimas
consecuencias. Como lloviendo sobre mojado, el general Arias Fiscalini,
Director General de la Guardia Republicana,
acaba también de avisar por teléfono que sus subalternos se han plegado a la huelga y se han acuartelado en
el Rímac. Acosta, esta enviando a Palacio un
oficio urgente en el que admite
que ha agotado todas las medidas sin haber logrado solucionar el problema.
Considera que no puede contener la rebelión, por lo que pone su cargo a disposición. Se había
quebrado. Richter tiene cara de circunstancias cuando contesta a
Morales Bermúdez.
— Señor
Presidente, lamentablemente tengo que informar al consejo que los
huelguistas no se han ido a sus cuarteles según quedamos. No
quieren cumplir con la condición previa para tratar el tema
de los haberes y han decidido quedarse
exigiendo que el Gobierno les informe
primero cuánto les darán. Cortegana y
los radicales han dominado a los demás
y han hecho prevalecer su intencionalidad política de llevar las cosas a más. Parece que ante la posibilidad de que el Gobierno atienda
sus demandas, dejándoles sin motivo de agitación prefirieron la confrontación. El Director de la Guardia
Civil esta dimitiendo y, lo que es más grave,
el general Arias Fiscalini acaba de informar que los subalternos de la Guardia Republicana, del cuartel del
Rímac, se han plegado a la huelga.
Los
amotinados de Radiopatrulla están llamando
a monseñor Bambarén y esta tarde
planean dar una conferencia
a la prensa extranjera en el cuartel. Creo que estamos ante un
evidente movimiento sedicioso promovido
por un núcleo muy pequeño de subalternos dirigentes que, por desgracia, ya ha
contaminado a las veinte comisarías más
importantes de la capital. Pienso, señor Presidente, que al no aceptar deponer su paro ahora son rebeldes ante el Gobierno y, eso ya
es demasiado. Debemos actuar con firmeza y
debelar el motín para
sellar la sedición—. Richter extiende los brazos y se encoge de hombros como lamentando que los policías hayan escogido el curso de colisión, antes de
que el Gobierno les diera su respuesta.
Velasco asiente y
mira a los demás instándoles a
pronunciarse. Uno a uno los ministros consideran a los alzados como un puñado
de policías desobedientes. Esa siempre
ha sido la política del régimen contra
los sindicatos. Primero, depongan sus acciones
de fuerza y luego conversamos.
La revolución no puede dialogar
bajo amenaza. Aquí, el que tiene el
poder es el Gobierno y es el único que amenaza. Al Gobierno Revolucionario
nadie lo ha elegido en elecciones democráticas. La Fuerza Armada ha tomado el
poder y lo ejerce en beneficio del pueblo. Los que se opongan,
serán barridos.
Los ministros
evalúan la información de inteligencia. La cachetada, la huelga, el
pedido de aumento de sueldos, los
reclamos por el maltrato de los oficiales y
uniformes son motivos concretos, pero
detrás hay manipulación. La motivación
real es la acción política que están dirigiendo los cabecillas maoístas, sobre todo Cortegana en
coincidencia táctica con el APRA, que
esta interviniendo a través de su movimiento universitario Alianza Revolucionaria Estudiantil, ARE. Para graficar más la
situación uno de los ministros dice:
— Es un pan con pescado contra la revolución que no
podemos tolerar.
En Palacio de Gobierno,
finalmente el panorama parece claro. Al general Valdez Palacio le duele el nudillo del dedo medio derecho
de tanto escribir las notas del
acta del consejo. Redacta sin cesar:
“Habiendo retornado el Ministro del Interior informó que
se constituyó en la comandancia de La Victoria a las 12.45 horas, encontrando
un ambiente de calma y unos 600 guardias que le recibieron cantando el himno de
la Guardia Civil y después le
aplaudieron. Los exhortó a que depusieran su actitud y le fue presentada una relación de sus
reclamos, encontrándose básicamente centrado el problema en el pedido de un aumento mínimo de 2 mil
soles. También pretendían retirarse a sus
casas después de su servicio y
recibir (pago por) sobretiempo en caso de retornar al servicio.
Dijo que cree que este punto no lo mantendrán, pero también pretendían que el personal que ha intervenido no sea castigado ni sea sometido
al fuero militar. Que él les manifestó que nada se podía hacer si antes no deponían su actitud, que el criterio (entre
los huelguistas) estuvo
dividido pero al final no se aprobó, por
lo que se retiró. Que informaron que después se suscitó una discusión y
salieron 300 ó 250
hombres. No sabe si a tomar sus alimentos. El señor Presidente manifestó
que la gente que sale no debe volver a
entrar; que lo ocurrido ya no se puede mantener en secreto y que es un mal
ejemplo que debe ser sancionado y que puede darse de baja en conjunto a las
unidades, recibiéndose a otro
personal sin perjuicio de estudiarse el aumento.
El Ministro de Aeronáutica indicó que la actitud que se
tome debe ser bien meditada para no dar marcha atrás, porque es muy peligroso.
Que ya se ha dado la orden de recoger a los de Mazamari, pero porque no puede
entrar un “Hércules” se han enviado tres
(aviones) “Búfalo”, de los cuales sólo pudo salir uno de ellos trayendo 45 hombres y que mañana llegarían
los demás. El señor Presidente planteó el problema de que si se asaltaba o
no los cuarteles amotinados. Con las intervenciones de los ministros de
Aeronáutica, de Comercio, Trabajo y
Salud, así como del jefe del COAP, se acordó por unanimidad el asalto
a los cuarteles amotinados y que se tome como sea. Con este acuerdo, el consejo de ministros terminó
a las 19.30 horas”.